Cristal

Cristal


36. Descubrimiento

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Después de pasarse por un hospital de Deresclya para que le curaran el hombro, volvió a la villa. No había hablado con nadie de la casa desde su partida, por lo que no sabían qué le había pasado. En Deresclya había contactado con Driny y le había cedido a él la agenda con los nombres de los cazadores que había conseguido. En su estado, ella sola no podría localizar y acabar con todos los asesinos que apareciesen en la libreta, por lo que le pidió ayuda y él aceptó esperar a que se recuperara un poco para ayudarla a cumplir con su misión.

La noche que volvió tuvo una pesadilla, la misma de otras ocasiones. Aparecía su madre, cepillándose el pelo, y una criatura de ojos verdes, pelo corto y sonrisa risueña, que pensaba era ella misma, de pequeña. De pronto todo se volvía oscuro, aterrador, y lo que parecía un bonito sueño sacado de sus recuerdos infantiles se convertía en una pesadilla.

Preocupada y cansada de tener que soportar aquello tan amenudo bajó al salón, de madrugada, para distraerse con algo. Allí, sentado en uno de los sillones y leyendo un libro, encontró a Andrea. Este levantó la cabeza nada más verla entrar y la miró con sus ojos claros; parecía cansado.

―Buenas noches, Andrea. ―Le dijo ella, después de aclararse la voz. ―¿Cuándo has llegado?

―Buenas noches, he llegado hace un rato. Tengo el horario del sueño algo trastornado, y no podía dormir. Veo que a ti te pasa algo parecido. ―Observó él, dejando el libro que ojeaba sobre la mesa.

―Sí... he vuelto a tener la misma pesadilla de siempre. ―Suspiró ella, dejándose caer a su lado.

―¿Has vuelto...? ¿Has soñado más de una vez con lo mismo?

―Sí, sé que es raro... Además, cuando estaba enferma, tuve una especie de visión con el mismo tipo de hechos extraños. Todo está relacionado con mis padres...

―¿Con tus padres? ―Volvió a preguntar, más interesado que antes. ―Cuéntame lo que ves.

Cristal se lo pensó antes de empezar, pero acabó decidiendo que hablar con él solo le reportaría beneficios.

―Lo que más me llama la atención es una criatura del color de la sangre, muy bonita, con alas y larga melena. Es bella. Una vez... en el espejo del alma vi que estaba en mi pasado.

―¿En el espejo del alma? ―Casi gritó él. ―Bueno, no importa, prefiero no saberlo, continúa por favor.

―El día que mataron a mis padres ella me pidió que la acompañara, aparecimos en casa de mi abuela, y se enfadó mucho. Cuando mi abuela apareció, la criatura se desvaneció. Vi el asesinato desde que salí de casa con mis padres aquel día hasta que los mataron y apareció aquel ser. También me encontré con un Subtierra en las galerías de la escuela.

―Espera. ―La cortó Andrea. ―¿Eso es otro sueño?

―No, pasó de verdad. Una noche, vi una puerta abierta y bajé a las galerías. Descubrí los pasadizos de debajo de la academia, y allí me topé con un Subtierra. Lo más extraño fue que encontré un peine, y me pareció ver a un niño o a una niña allí abajo. Más tarde tuve pesadillas con ese pequeño y ese peine. Creo que era una niña, y que era yo. Supongo que todo fue una alucinación por el miedo...

―En el sueño con el niño... o la niña... ¿qué viste?

―La primera vez no fue exactamente un sueño, más bien una visión. Mi madre estaba peinándose con el peine que vi allí abajo, y luego aparecía yo... No me acuerdo de cómo era de pequeña, pero tengo que ser yo. Hoy he tenido una pesadilla con eso, no me acuerdo qué es lo que me ha asustado, solo recuerdo eso... Mi yo del pasado me miraba, risueña, tenía el pelo corto, unos ocho o nueve años, y el rostro moteado por pecas. Pero mis mismos ojos verdes. A pesar de parecer un chico, enseguida he sabido que era yo. Además, estaba con mi madre, ¿quién podría ser sino?

―¿Estás segura de que no tenía menos de ocho años esa niña del sueño? ―Preguntó él, frunciendo el ceño.

―Puede que siete... Pero no podría tener mucha menos edad... ―Contestó ella, sin entender qué importancia tenía eso.

Andrea metió la mano dentro de la chaqueta que llevaba puesta y giró la cabeza para encontrar lo que buscaba. En apenas unos segundos, sacó de su bolsillo un pedazo de papel. Al verlo más de cerca, Cristal pudo apreciar que se trataba de una foto.

―Mira. ―Se la tendió, dejando aparecer en sus labios una amable sonrisa de la que ni siquiera fue consciente. ―Esta eres tú con ocho años, tenías el pelo bien largo, y no tenías pecas.

Cristal cogió la foto entre las manos y la observó con detenimiento. Era ella, en un primer plano. Salía sonriendo, feliz, y era verdad, tenía el pelo mucho más largo de lo que ella había visto en su sueño. Tampoco tenía pecas.

―La niña del sueño tenía la misma edad que yo en esta foto, estoy segura. Además... éramos prácticamente iguales. ―Murmuró, sorprendida por el parecido, y también por haber descubierto que Andrea guardase una foto suya. ―No sabía que existiera esta foto... ¿Desde cuándo la tienes?

―Desde que te la saqué, y tengo muchas más. ―Sonrió él, frotándose el cuello. ―Pero ese no es el asunto, dices que esa niña que tanto se te parecía podría ser un niño, ¿verdad? ―Esperó a que Cristal asintiera y siguió. ―Tengo la sensación de que ese muchacho es tu hermano, pequeña.

Cristal sacudió la cabeza, tratando de descubrir si había escuchado bien. Pero la cara de Andrea revelaba que no bromeaba, y que lo había entendido bien.

―¿Cómo que mi hermano?

―Unos años antes de que tú nacieras, los cazadores secuestraron al único hijo de la familia Liánn. La noticia conmocionó tanto a la gente de nuestro mundo que nadie quiso hablar de ello. Nadie quería conocer los detalles, la familia tampoco los dio. Fue algo que todos recordarán para siempre pero, si les preguntan, dirán que ya no se acuerdan de lo sucedido. Aquello sembró el pánico entre los vampiros. Temían que si los cazadores habían sido capaces de secuestrar al descendiente de una familia tan importante, secuestrarían sin problemas a muchos otros.

―¡Mi hermano...! ―Repitió ella estupefacta. ―¿Por qué no me lo habías dicho antes?

―No veía por qué, ¿para qué recordar algo tan horrible?

―Tampoco me contaste de dónde procedía, quién era mi familia, cuál era mi raza. ―Siguió ella, algo resentida.

―Solo intenté seguir con lo que tu abuela había empezado. ―Se defendió él.

Cristal suspiró, algo más tranquila, pero sin poder creerse lo que acababa de averiguar.

―Sé que el del sueño era tu hermano porque no podías ser tú. Tus padres murieron cuando tenías tan solo cinco años, y a tu hermano lo secuestraron cuando tenía ocho.

―¿Lo mataron? ―Preguntó ella. Pero Andrea no contestó, siguió mirándola, sin decir nada. ―¿Lo mataron, Andrea? ¡¿Lo mataron?!

―No quiero que esto te afecte ahora que trabajas en algo que te gusta, que las cosas te van bien, que peleas por tu gente... ―Dijo él, entristecido.

―El odio me mueve, Andrea. Todo esto es para matar a los asesinos de mis padres, para vengarme. Sé que no los encontraré a ellos, puede que incluso estén muertos. Pero cuantos más asesinos mate, mejor me sentiré, porque todos son iguales. Ya me dan igual las caras, cuando acabe con todos los asesinos descansaré en paz, mis padres y mi abuela también podrán hacerlo. ¿No lo entiendes? Si él está vivo tengo que encontrarlo, lo buscaré, y ya no me movería el odio... Tendría una razón menos oscura por la que luchar.

―Muchos antes que tú ya lo buscaron, estaban seguros de que estaba vivo, encontraron pistas, pero no a él. Eran profesionales, Cristal, los mejores. Y si ellos no pudieron encontrarlo tú...

―No. ―Le interrumpió. ―Ahora es diferente. Yo tengo esos sueños y esas visiones extrañas. Incluso ilusiones en las que veo el peine de mi madre y al niño en los sótanos de la escuela. No me digas que no podré dar con él, porque lo encontraré, sé que lo haré.

Andrea la atrajo hacia sí e hizo que apoyara la cabeza en su pecho, preocupado.

―Tu abuela no quería esto. Cuando naciste estaba tan contenta... Decía que le recordabas mucho a su nieto, por eso te llamaba de la misma forma que a él cuando era pequeño. Te quería muchísimo y decía que ella misma te protegería, y que no dejaría que te llevaran.

―¿Le llamaba Estrella? ―Susurró ella.

―Así es. Megan quería protegerte, pero no deseaba que olvidaras tus raíces. Hizo todo lo posible para compaginar tu seguridad y la aceptación de vuestra raza.

―Megan... Murmuró. ―Ya no recordaba su nombre.

―Megan era la persona más bondadosa y fuerte a la que jamás he conocido. Tu abuela era excepcional, sacrificó mucho para que tú tuvieras una vida normal. Y ahora, por mi culpa, arriesgas tu vida a diario... Tu abuela habría estado orgullosa de ti, pero le fallé. Megan no quería eso.

―Lo has hecho bien, Andrea. ―Le dijo ella incorporándose y sonriéndole. ―Gracias a ti tengo una vida medianamente normal, teniendo en cuenta lo que soy. No podría ser más feliz de lo que soy ahora, créeme, y saber que hay alguien ahí que comparte mi misma sangre... me llena aún más de esperanza.

―Te pareces mucho a ella...

―¿Cómo la conociste?

―Es una larga historia...

―Tengo toda la noche. ―Sonrió ella. ―Y quiero escucharla.

―La conocí hará unos trescientos años. Por aquel entonces yo no era más que un crío como Angelo. Despreocupado, sin ambiciones, sin deberes, sin normas, ni obligaciones. Había crecido en el seno de una familia adinerada, importante. Y ya puedes imaginarte lo que suponía eso en el siglo dieciocho, me creía el amo del mundo. Mis padres me educaron bien, era un señorito de gran renombre y fortuna, tenía todo lo que quería, no había nada fuera de mi alcance. Me fui a vivir una temporada a Inglaterra, por capricho.

<<Aunque me da vergüenza reconocerlo, en aquella época, alimentarse de la sangre de los humanos estaba de moda; y a pesar de que mis padres me habían enseñado que eso no estaba bien, yo no iba a ser menos. Acabé enredado en la costumbre de perderme por las calles de Londres todas las noches para morder a cualquier víctima que viera caminando sola por la calle a esas horas. Vivía como un rey, sin mis padres, rodeado de sirvientes que satisfacían todas mis peticiones, saciando mi sed de noche, mientras todos los nobles que me rodeaban se arrastraban ante mí para mantener una buena relación con mi familia.

Pero llegó el día en el que me aburrí de todo aquello, y me planteé cosas nuevas. Empecé a asistir y a organizar fiestas. Me fijaba en las hermosas damas que acudían a las celebraciones, hijas de adinerados empresarios y nobles del país. No eran como la pobre gente a la que, si decían haber sido mordidos por un vampiro, condenaban o encerraban por locos.

Era uno de los solteros más cotizados del momento. Cuando me acercaba a hablar con una de las señoritas, o me ofrecía a enseñarle la casa, accedía con gusto. Con algunas era rápido, un par de palabras bonitas para llevarlas lejos de la música y las mordía. Con otras me divertía más, les juraba amor eterno, les decía que las haría inmortales junto a mí, y después me olvidaba de ellas.

Ese era mi juego. Hasta que, en una fiesta, la conocí a ella, a Megan. Sus cabellos eran rubios y largos, su piel morena, aunque blanqueada, según la moda, para asistir a ese tipo de fiestas. Sus ojos azules resaltaban sobre sus mejillas sonrosadas. Provenía de una buena familia, una de las mejores y con las que jamás había tenido contacto. Nada más verla, me presenté y la traté como trataba al resto de las damas. Pero ella era diferente, no se dejaba embelesar como lo hacían las otras. La invité varias veces a pasar el día a mi mansión, pero ella se negaba, tan solo venía a las fiestas a las que acudía la alta sociedad.

Solía presentarse con un joven que aparentaba su edad, y que decía ser su hermano aunque, según supe más tarde, era su hijo. Megan era educada, pero yo no le interesaba. Cuanto menos caso me hacía, más me fascinaba.

Así la conocí. >> Concluyó él.

―¿Ya está? ¿Y qué pasó, llegaste a morderla? ―Preguntó ella, intrigada.

―No. Me mordió ella a mí y me hizo bajar de las nubes y darme cuenta de que no era el amo del mundo.

―Vaya...

―Por eso la apreciaba y la aprecio tanto. Soy mejor persona gracias a Megan. Si no me hubiera encontrado con ella, ahora seguiría igual que en aquella época.

Cristal sonrió, en unos minutos sentía que había cambiado su vida por completo. Tenía un hermano. Un hermano mayor al que probablemente seguirían teniendo secuestrado o que, tal vez, viviría ajeno a todo en cualquier lugar del mundo. Miró el reloj del salón antes de salir; era tarde, pero no podía esperar. Corrió al cuarto de Luca y entró sin llamar. Se subió a su cama de un salto y susurró su nombre una y otra vez hasta que este abrió los ojos, perezoso.

Al haber llegado tarde no la había visto desde su vuelta, y Luca se alegró de la inesperada visita a su cuarto.

―¿Ya es de día? ―Preguntó, con voz ronca.

―No, aún quedan un par de horas para el amanecer.

―Bien... ―Murmuró tras aclararse la voz. ―Hoy tengo una competición, ¿vendrás a verme?

―Claro... ―Le dijo besándole en la frente. ―Luca... Acabo de enterarme de algo increíble.

―¿De qué se trata? ―Luca se incorporó y estiró los brazos mientras bostezaba.

―Tengo un hermano.

―¿Cómo dices?

―Andrea me lo ha contado, tengo un hermano, y además sueño con él sin saber siquiera cómo es.

―No sé qué decir... Es una sorpresa... no termino de hacerme a la idea. ¿Y sabes dónde está?

―No, pero pienso encontrarlo.

―¿Cómo?

―No lo sé, acabo de enterarme, no he tenido tiempo de pensar en ello. Todavía estoy confusa.

―Es normal, yo también lo estaría. ―Cada vez más despierto, sonrío estrechando los ojos y al poco rato la besó sin previo aviso.

Luca durmió durante un rato más, y Cristal hizo tiempo hasta que llegó la hora de acompañarle al polideportivo. No sabían dónde estaba Angelo. Había salido aquella noche y seguía sin aparecer, por lo que bajaron los dos solos a la ciudad en la moto. Ella no quiso comentarle nada acerca del estado de su brazo, pero él enseguida se dio cuenta. Cristal acabó contándole todo lo que había ocurrido en la misión, y le comentó que aprovecharía el tiempo que estuviera recuperándose para centrarse en la magia y en el mentalismo. Quería avanzar, aunque tan solo fuera un poco, en las dos cosas.

Al montarse tras él en la moto y rodearle la cintura para no caerse sintió que el dolor en su hombro derecho aumentaba, y tuvo que agarrarse tan solo con una mano. Una vez en el polideportivo, no le pusieron pegas para pasar con él hasta el lugar donde estaba el entrenador, hasta los vestuarios. Estuvieron entrenando durante un rato y poco a poco aquello se fue llenando de espectadores y de nadadores.

La competición transcurrió sin ningún evento fuera de lo normal, hasta que nadó Hielo. Después de batir todos los records hasta el momento, caminó hasta los vestuarios. Al hacerlo se cruzó con Cristal, que esperaba a Luca en la entrada del pasillo. Sus miradas volvieron a cruzarse y, durante unos instantes, aquella mirada se le hizo extrañamente familiar. Mientras trataba de averiguar qué era lo que le resultaba conocido en él, Hielo la agarró del brazo y la arrastró sin miramientos hacia dentro, donde nadie podía verlos. Cristal intentó soltarse, pero él tenía más fuerza que ella.

―¡¿Qué crees que haces?! ―Le gritó una vez dentro.

Allí estaban dos de los nadadores que ya habían terminado, pero Hielo los hizo abandonar los vestuarios con una sola mirada. Su rostro era muy dulce, pero su forma de mirar era intimidante.

―Sabía que había algo raro en ti. ―Le dijo, haciéndola retroceder contra la pared. ―Pero no he estado seguro hasta hoy.

―¿De qué hablas? ―Volvió a decir ella aquella vez más bajo, empezando a impacientarse.

Hielo alzó un brazo y la agarró del hombro derecho empujándola contra la fría pared de los vestuarios, con fuerza. Cristal intentó controlar el dolor, y él se acercó más a ella, hasta que sus ojos tan solo estuvieron a unos centímetros.

―¿Te duele?

―¿Cómo sabías que...? ―Se dio cuenta de golpe. De pronto había caído en la cuenta de dónde había visto esos ojos antes. ―Eres el asesino del pañuelo rojo.

―Espléndido, te has dado cuenta tú solita. Como premio te mataré rápido, silenciosamente y de forma indolora.

Cristal lo apartó de un empujón.

―Creo que no te corresponde a ti repartir premios. ―Le respondió, sacando un puñal de su bota izquierda.

―Tendría que haberlo supuesto, tuve demasiada buena fe al plantearme la posibilidad de que tú fueras humana. Pero un vampiro no puede estar con una mortal, tendría que haberte matado ya... Y también a tu novio.

―¿Fuiste tú quién le drogó?

―Me salió bastante mal. No sabía que pudiese aguantar tanto tiempo sin respirar, la próxima vez calcularé mejor.

Cristal se dejó llevar por el miedo durante unos instantes, pero enseguida logró serenarse y frunció el ceño.

―No habrá una próxima vez. Si vuelves a intentarlo será demasiado sospechoso, investigarán el caso y entonces te descubrirán.

―Pero para entonces habré borrado del mapa a dos vampiros.

―O tal vez no. Ya hay suficientes pruebas que te incriminan. Tal vez no saldrías culpable, pero sería demasiado embarazoso que un cazador se viese envuelto en una investigación que... da la casualidad Luca y yo podemos solicitar en cualquier momento. Sería llamativo. ¿Correrías el riesgo de destapar a toda tu organización y quedar al descubierto frente a los vampiros?

―¿Y tú correrías el riesgo de verte envuelta en una investigación que podría dejarte a ti y a toda tu organización de chupasangres en el punto de mira de los cazadores?

Cristal tragó saliva inconscientemente, estaban en un punto muerto. A ninguno de los dos les convenía intentar descubrir al otro frente a los suyos. Ni siquiera les convenía intentar matarse cerca del círculo donde se movían. Guardó el puñal, y apretó los dientes.

―Parece que estamos en tablas, en punto muerto.

―Tú no nos tocarás a ninguno de los dos aquí, sería demasiado peligroso para ti.

―Tú tampoco intentarás nada. ―Murmuró él, asqueado.

―Pero si nos volvemos a encontrar fuera de todo esto, te mataré.

―Dejaré que lo intentes. ―Le respondió él, insolente. Y, antes de salir por la puerta, le dirigió una última mirada. ―Tiene que ser humillante que te hieran con tu propia arma, en fin, cuídate ese hombro.

Cristal se quedó allí unos minutos, hirviendo de ira y apretando los puños.

 

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