Cristal

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39. Pequeñas insensateces

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Luca fue abriéndose paso poco a poco entre el resto de nadadores del equipo, y Cristal volvió a participar en sus misiones. Pero sin encontrarse con Hielo, quien también ascendía como nadador nacional.

Pronto comenzarían los campeonatos nacionales. El joven vampiro podría llegar a ser el mejor. Pasó las primeras pruebas dentro de su equipo sin problemas. Cumplió con las expectativas que se tenían de él, y volvió a ser de los mejores.

Cristal investigó cada vez más sobre su hermano y, finalmente, encontró una pista, un contacto, alguien que decía conocer a un tipo que aseguraba haber hablado con alguien que había visto con sus propios ojos al primogénito de los Liánn, y que estaba seguro de que era él.

No era demasiado, tal vez fuera un simple rumor, tal vez aquella gente estuviera confundida, o mintiera. Pero para ella era suficiente. Se puso en contacto con el hombre que decía conocer a su hermano, y resultó ser bastante convincente.

―¿Cómo sabes que es él? ―Le preguntó Cristal el día de su encuentro.

―Porque todo encaja. Es un muchacho que tiene la misma edad que tu hermano, le secuestraron de pequeño. Todos estos años ha estado viviendo sin saber quién era en realidad, pero cuando se enteró de que tenía una hermana su mayor deseo fue conocerla, y sigue luchando para hacerlo. ―Hablaba con rapidez y tartamudeando de vez en cuando, atropellándose en algunas palabras y moviendo la cabeza; como si lo que decía se lo hubiera aprendido de memoria. No obstante, Cristal estaba demasiado emocionada como para dar importancia a esos pequeños detalles.

―¿De dónde has sacado toda esa información? ¿Quién te lo ha dicho? ¿Cómo lo conociste?

―Por la mujer que lo acogió. Es muy popular entre los miembros de la corte. Soy tapicero, y he coincidido con ella en los palacios reales cuando he ido a realizar un encargo. Habla con orgullo del muchacho. Aunque hasta hace poco no sabía quién era, ahora está segura.

―¿Cómo? ―Inquirió ella.

―Llegaron rumores a la corte de que buscabas a tu hermano, no me preguntes cómo, pero ella lo supo entonces.

―Quiero hablar con esa mujer, tengo que hacerlo. ¿Quién es?

―Cheo Dei Glasnet.

―¿Cómo me pongo en contacto con ella?

―Yo iré a la corte dentro de un par de días, le hablaré de ti. Visita la corte, tengo entendido que siendo de la familia de Liánn no tendrás problemas para entrar.

Cristal asintió con la cabeza intentando aparentar estar serena. No sabía cómo aquella tal Cheo se había dado cuenta de que el joven al que recogió era su hermano, ni cómo lo había podido acoger después de que fuera secuestrado. Tenía muchas cosas que preguntarle, muchas dudas que determinarían si aquel joven resultaba ser su hermano o no.

Volvió a la villa a esperar una carta del tapicero que le dijera si Cheo estaba dispuesta a recibirla y allí le habló de ello a Luca, que preparaba su gran competición, la oportunidad de su vida.

―¿Recuerdas que hace un tiempo te prometí que llegado el momento te contaría cómo era posible que nadara sin ser reconocido? ―Le dijo Luca, con los ojos chispeantes.

―Lo recuerdo, ¿me lo vas a contar por fin?

―Sí, pero tienes que prometerme que me dejarás terminar de hablar y que no te enfadarás.

―Prometido. ―Le dijo Cristal, sentándose frente a él y cruzando las piernas para ponerse cómoda. ―Adelante, cuéntamelo.

―Justo después de que tú volvieras a despertar en mí el deseo de nadar, pasó algo increíble. Un hada del infierno se me apareció. ―Cristal abrió la boca, y fue a decirle algo, pero recordó que no tenía que interrumpirle y aguardó, en silencio. ―La misma que aparecía en tus visiones en el espejo del alma, por eso me asusté tanto cuando me lo contaste. Pensaba que por mi culpa había llegado hasta ti. Pero después la amenacé y aunque no me quiso contar nada de por qué lo hacía, me dio a entender que se alejaría de mi familia.

<<Me propuso aquello que tanto deseaba, las hadas siempre actúan así. Fue un día por la noche, me encontraba en mi habitación, leyendo. De pronto, escuché unos ruidos en la ventana, como si esta fuera aporreada y me levanté para ver qué ocurría, pero no vi nada y volví a sentarme en mi escritorio.

De repente, vi caer sobre el volumen que repasaba una brizna de cabello rojo intenso, e instintivamente miré hacia arriba. Sobre un hueco de la encimera se había sentado un hada. El cabello carmesí le llegaba prácticamente hasta los pies, lo llevaba lleno de pequeñas trenzas, y parecía tener vida propia. De su espalda crecían dos alas de finas membranas, casi trasparentes. Y me miraba con sus ojos del color de la sangre. Su rostro era de rasgos delicados, parecía una pequeña muñeca.

Di un respingo en mi asiento y retrocedí hacia atrás, de un salto.

―Buenas noches, humano.

―¿Qué...qué eres?

―Un hada del infierno, me sorprende que no lo sepas.

―Sé lo que son las hadas del infierno, y no me interesa nada que me puedas ofrecer. Así que márchate y no vuelvas a entrar en esta casa, no eres bien recibida.

―¿Ah no? Piensa qué es lo que más ansías en este mundo, yo lo puedo conseguir.

―No hay nada que tú puedas hacer. Ahora, márchate. ―traté de echarla yo.

―¿Sabes la diferencia entre lo que los humanos llamáis demonios y las hadas del infierno? Los dos procedemos del mismo sitio, nos mueve lo mismo, trabajamos con el mismo propósito, pero nosotras tenemos un don en particular, ¿adivinas cuál es el mío? ―El hada bajó de un salto de la encimera y se acercó, agitando sus alas para mantenerse en el aire y poder mirarme a los ojos.

―No me interesa.

―Mi don es el olvido. ―Susurró, acercándose más a mí. ―Puedo hacer que cualquier persona, que cualquier ciudad, país o continente olvide, puedo hacer que olvide lo que yo quiera... ¿Te sigue sin interesar? ―No respondí, por lo que siguió hablando. ―Solo tienes que pedírmelo, y conseguirás eso que tanto deseas.

Firmé un pacto con ella: que todos aquellos que no pertenecieran a mi mundo olvidaran que había sido nadador. Gracias a eso, yo conseguiría ser el número uno del mundo en mi categoría. El trato fue que, cuando eso ocurra ella reclamará su parte: mi alma. >>

―¿Qué? ―Logró musitar Cristal. ―Creía que el alma no existía.

―Y no existe en la forma en la que nosotros pensamos. Pero los seres racionales tenemos algo, una esencia, de la que las criaturas del infierno se alimentan, se podría decir que al entregársela, moriría.

―¡¿Qué?! ―Volvió a murmurar ella, turbada. ―¿Hablas en serio? ¿Hiciste el trato de verdad?

―Sí. ―Luca le puso un dedo sobre los labios para que dejara de gritar, y trató de explicarse. ―Eso solo ocurrirá si yo llego a ser el número uno, pero no lo seré, seré el segundo.

―¡Esto ya no es como cuando hacías cálculos para no llamar la atención! ―Gritó ella escandalizada.

―Lo sé, lo sé. Pero tengo todo planeado. Conozco el tiempo de Hielo, él es el favorito para ganar esta competición a nivel mundial. También he investigado sobre las marcas del resto de nadadores y Hielo les gana de lejos. Por lo que, si hago un par de segundos menos en las clasificaciones, quedaré segundo, y no primero. Seguiré nadando, pero no volveré a presentarme a ninguna prueba a nivel mundial. El hada no cobrará su parte. ¿Lo entiendes?

―Claro que lo entiendo. ―Murmuró, disgustada y con los ojos llenos de lágrimas. ―Estás loco y prefieres hacer realidad tu sueño aunque signifique sacrificar tu vida a vivir tranquilamente, conmigo.

―No, por favor, confía en mí. Todo saldrá bien, nada puede fallar. He cronometrado yo mismo varias veces a Hielo, y sus marcas siempre son las mismas. Quedaré segundo, que tampoco está mal, y no pasará nada. ―Esperó a encontrar aprobación en el rostro de Cristal, pero seguía luchando por contener las lágrimas. ―Vivir tranquilamente, ¿como haces tú? ―Le reprochó él, pero con un tono de voz dulce y sin dejar de añadir cariño a sus palabras. ―No puedes echarme en cara que esté arriesgando mi vida, porque todo está previsto para que las cosas salgan de tal manera que sea imposible perderla. Y no puedes criticarme por algo que haces tú a diario. Cuando sales a matar asesinos tienes más posibilidades de morir que yo, y tú lo repites una y otra vez... Yo también tengo miedo, Cristal. Sobre todo desde lo de Luna. Pero confío en ti, y sé que no me dejarás solo.

Cristal meditó durante unos segundos las palabras del joven y se enjugó una lágrima que le resbaló por la mejilla.

―No me dejes sola tú a mí, ¿de acuerdo?

―No podría, no sería capaz de renunciar para siempre a mirar tus preciosos ojos.

―Después de esto... no volverás a hacer nada así, ¿verdad? ―Murmuró ella, mirando hacia otro lado para que no viese sus lágrimas.

―¿Dejarás tú de matar asesinos? ―Le dijo él, sonriente. Y ella no pudo evitar sonreír también.

―Supongo que una vida sin pequeñas insensateces no es una vida. ―Le respondió ella, algo más calmada.

 

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