Cristal

Cristal


40. Su nombre

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Nada más recibir la carta del tapicero se puso en marcha hacia la corte. Desde que había acudido como invitada al baile, hacía ya varios años, no había vuelto a pasar por allí.

Por culpa de las preguntas sin respuesta de su mente, de la impaciencia, y de las ansias de conocer a esa mujer que había adoptado a su hermano, el viaje se le hizo eterno. Para causar buena impresión, decidió llevar puesto su uniforme de Guerrera Esmeralda. Cuando por fin llegó el momento, entró radiante en el palacio.

Bajó del carruaje y volvió a pisar la gravilla gris que adornaba el patio. Aquella vez no dejó que nadie cargara con su equipaje, tan solo quería que le ofrecieran un lugar donde pasar la noche y reunirse de inmediato con el tapicero y la mujer que tantas respuestas tenía para sus dudas.

Para su disgusto, la mujer se había ausentado durante unas horas, y hasta después de la cena no podría verla. Por supuesto, no tuvo problemas para que le dejaran quedarse a pasar la noche. Les aseguró que solo estaba de paso y que pronto se marcharía.

En el tiempo que estuvo esperando no faltaron los nobles que se pasaron por su habitación para hacerle una visita. Todos igual que aquellos que conoció en el baile al que le invitaron. Por lo que acabó pidiendo al personal del servicio que no dejaran pasar a nadie a sus aposentos, alegando que tenía un fuerte dolor de cabeza.

A media noche, cuando ya iba a desistir y a acostarse, el tapicero tocó a su puerta. El personal estuvo a punto de echarlo pero, al reconocer su voz desde dentro, Cristal salió y pudo hablar con él.

―La señora acaba de llegar, dice que se reunirá con usted cuando deseé.

―¿Ahora? ―Preguntó Cristal, emocionada.

―Si así lo desea, yo mismo le acompañaré.

―Muy bien. Se miró en el tocador de su cuarto una vez más antes de salir, y se puso en marcha.

La mujer la esperaba en uno de los salones. Las puertas, inmensas, se encontraban cerradas. Eran blancas, y estaban adornadas por preciosos y exquisitos detalles que, de no ser por el nerviosismo que le hizo mirar a todas partes, no habría advertido.

Respiró profundamente un par de veces antes de entrar por la puerta y, cuando el tapicero la abrió, sintió que poco faltaba a su corazón para salírsele del pecho.

Sentada en uno de los sillones del salón se encontraba ella, bebiendo, tal vez té, de una tacita de porcelana. Al verla entrar giró la cabeza apenas unos instantes, insuficientes para que su memoria retuviera sus rasgos. Dejó la tacita sobre un plato y se aclaró la voz para volver a girarse hacia ella. Al ver que la joven no se decidía a acercarse le hizo un gesto cortés con la mano para indicarle que tomara asiento, y Cristal se sentó frente a ella.

La observó con detenimiento, procurando que la mujer no se diese cuenta. Sin duda, si estaba allí, era una vampiro. Pero la edad que aparentaba rozaba los treinta, era más mayor que Alina, aunque dudaba que le sacara muchos años. Los vampiros no solían envejecer tanto, por lo que dedujo que sería una convertida, quizá alguien a la que convirtieron a la edad que aparentaba.

Vestía un elegante atuendo de color pardo con remates de hilo algo más oscuro. Su vestido se ceñía por la cintura y después se soltaba en unos volantes sencillos pero refinados. Llevaba el pelo recogido por encima de la nuca, y dejaba caer dos de sus tirabuzones pelirrojos sobre los hombros.

Cuando la miró a los ojos advirtió que estos eran negros, completamente negros. Tenía los labios gruesos, y un pequeño lunar bajo el lado izquierdo del labio inferior que llamaba la atención pero que, curiosamente, le sentaba bien. Su tez era nívea, perlina, pálida, haciendo que sus rasgos faciales resaltaban aún más.

―Señorita de Liánn, me llamo Cheo Dei Glasnet, supongo que ha venido hasta aquí para conocer a su hermano.

―Exactamente. ―Respondió ella. Aunque, al hacerlo, le temblaron los labios. No se conocían, tal vez era una tontería conocerse entonces. No sabía cómo era, ni qué pensaba de ella, no sabía dónde había estado todo aquel tiempo, no sabía nada.

―Desafortunadamente, hoy no está aquí. ―Le contestó Cheo, y Cristal sintió que se liberaba de un peso. ―Pero tengo el convencimiento de que la próxima vez que nos reunamos él podrá venir. ¿Le parecería a usted, señorita?

―Me encantaría. Si le soy sincera... ha sido un alivio saber que no ha venido hoy, todavía no sé cómo es, ni qué tengo que decir cuando le vea... necesito tiempo para pensar en todo.

―Mientras tanto, y ya que estamos aquí, ¿quisiera preguntarme algo al respecto?

―¿Cómo es? ―Preguntó, sin pensarlo. ―¿Cómo es su forma de ser? ¿Cómo es físicamente?

―Es un joven muy... “rebelde”, no atiende a razones cuando se le mete algo en la cabeza. Es obstinado, terco, y caprichoso. Pero creo que en cierta medida son cualidades y no defectos porque, cuando se propone algo, lo consigue. Es muy perspicaz, siempre está al tanto de todo lo que ocurre a su alrededor, le gusta controlarlo todo. Si quiere enterarse de algo, lo acaba sabiendo. Aparte de eso... es muy frío, no muestra sus sentimientos a cualquiera y siempre es muy reservado. Físicamente se parece mucho a ti. ―Sonrió la mujer. ―Es quizá algo más alto y aparenta tu misma edad, tal vez algo más... Vuestro color de pelo es parecido, el suyo es castaño ceniza, pero al sol sus destellos son entre rubios y pelirrojos, y sus ojos son verdes.

―¿Y cómo le encontró? Porque usted lo adoptó, ¿verdad?

―Sí. Lo abandonaron en la Tierra, pero unos conocidos lo encontraron y al final decidí que se quedaría conmigo.

Cristal asintió, nerviosa.

―Lo que no entiendo es cómo ha sabido que era mi hermano ahora y no antes.

―Verá, fue él quien se enteró de que tenía una hermana, y fue entonces cuando decidió hablar de su pasado.

Cristal frunció el ceño, pero enseguida corrigió su expresión para que la señora no pensara que desconfiaba de ella.

―¿Por qué no lo hizo antes?

―Al parecer, pasó un tiempo con los secuestradores, y debieron de amenazarle con matar a su familia si volvía a aparecer... Pero yo no debería ser quien te contara esto. Él te lo explicará todo mejor, ¿no crees?

Hablaron durante largo rato hasta que cada una decidió volver a sus aposentos. Cristal se sentía extasiada, suspendida en las palabras de aquella mujer que le prometía presentarle a su hermano.

Cuanto más pensaba en ello, más se alteraba. Estaba ansiosa por conocerle, pero había demasiadas cosas que no podía imaginar. No imaginaba, a pesar de la descripción que le había hecho Cheo Dei Glasnet, cómo era. Tampoco imaginaba cuál sería su reacción al verla. No podía hacerse una idea de cómo sería su vida a partir de ese momento.

Al parecer, el joven vivía en la Tierra, en algún lugar cerca de Roma, aunque la buena mujer, que residía en Deresclya, no supo serle más concreta. Quedaron en encontrarse en las siguientes semanas. No acordaron un día en concreto, porque Cheo tenía que consultarlo con su hijo adoptivo.

Cuando Cristal se subió al carruaje que le llevaría de nuevo a la villa, seguía en las nubes. No veía el día en el que recibiría una carta para reunirse con su hermano. Recreaba una y otra vez en su mente cómo serían esos días, desde que quedaba con él hasta que lo veía y los días que vendrían después.

No quería hacerse demasiadas ilusiones pero, si era una buena persona, y tenía la mitad de ganas que ella de conocerla, probablemente podrían estrechar su relación. Al fin y al cabo eran jóvenes, y tenían mucho tiempo para convertirse en hermanos de verdad.

Pensó en cómo afectaría ello a su vida, y acabó llegando a la conclusión de que no la cambiaría lo más mínimo. Ella seguiría con su vida, haciendo lo que mejor se le daba: acabar con asesinos, proteger a su gente. Continuaría viviendo en la villa familiar, yendo a todas las competiciones que pudiese de Luca, y pasando buenos ratos con Angelo, que era como un hermano para ella, aunque no les unieran lazos de sangre.

Llegó a la casa envuelta en ensoñaciones acerca del futuro. Como casi siempre, lo primero que hizo fue buscar a Luca. Le habló de cómo le había descrito la señora Dei Glasniet a su hermano, y siguió fantaseando con los días que seguirían a su primer encuentro.

Por otra parte, ver a Luca le recordó la locura en la que estaba metido. Le prometió que el día de la competición estaría presente. Quería animarle, y además saber cuanto antes si todo había salido según lo previsto y, si no era así, intervenir. Aunque ni siquiera ella sabía qué haría en un caso como ese, cuando la persona a la que más quería en el mundo había hecho un trato con una entidad demoníaca.

Cuando se acostó, cayó en la cuenta de que se le había olvidado preguntar lo más importante, el nombre de su hermano.

 

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