Cristal

Cristal


41. La máscara del sicario

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Se reunieron en Roma. Llevaba semanas soñando con aquel día, y estaba nerviosa. Apenas había dormido, pero no le importaba, la emoción le impedía sentirse cansada.

Había resultado que el día del encuentro era también el día de la competición. Nada más enterarse, volvió a escribir una carta a Cheo Dei Glasnet pidiéndole que cambiara la fecha. Pero, al parecer, no había sido posible. Habló con Luca. A él no le importaba que no estuviera presente. En realidad era ella la que no quería dejarle solo en un día tan importante, pero acabó siendo convencida por él.

Sus padres y sus hermanos iban a acudir a verle, además de media Roma. Se notaba que aquello era importante. Unos días antes ya estaban preparando el polideportivo para el gran acontecimiento. Cerraron las piscinas para tenerlo todo listo cuando llegara el momento, y vendieron entradas. Tendría apoyo, sin duda, pero ninguno de los que le animaría sabía el riesgo que corría al presentarse, solo ella.

Calculó que, con un poco de suerte, si Luca hacía su prueba de los últimos, probablemente llegaría a tiempo para verle. Estaba más tranquila con ese asunto, pero no dejaba de inquietarle la idea de que Luca arriesgara así su vida.

Llegado el día, Cristal se puso guapa. Se vistió con una de sus más bonitas camisas, de color verde, ya que sentía que ese color le daba suerte. Se cepilló varias veces su largo cabello castaño, hasta que dio la impresión de estar hecho de seda. Se pintó los labios, aunque no le gustaba maquillarse. Y tan solo se armó con un sencillo puñal que podía esconder con facilidad en una de las correas que siempre llevaba en el antebrazo y que quedaba oculta por la manga de la camisa.

Luca había partido hacía un rato. Tenía que estar en el polideportivo bastante antes de que comenzara la competición. Él también estaba nervioso, casi o más que Cristal. No podía estar quieto, caminaba nerviosamente de un lado a otro cuando se encontraba en una habitación cerrada y no hacía más que hablar y hablar...

Antes de irse, estuvieron juntos durante unos minutos.

―Mucha suerte, Luca. Espero que quedes segundo. ―Cristal se puso de puntillas y le besó en los labios, pero él no pareció quedarse satisfecho y la atrajo hacia sí para besarla con entusiasmo. Sintió un escalofrío que la recorrió de arriba abajo y se entregó al beso, contenta.

Luca se acercó a su oído, le retiró el pelo hacia atrás con dulzura y le susurró muy bajito, con esa voz que tanto le gustaba a ella. Una voz melosa, suave, acariciadora, tierna...

―Te quiero.

Mientras se dirigía hacia el lugar de encuentro, una cafetería, pensó que su vida era inmejorable. Entró en el establecimiento con una encantadora sonrisa. Sentía que podía comerse el mundo, estaba orgullosa de sí misma, había alcanzado muchas de sus metas, por no decir todas. Y la venganza de sus padres ya no le importaba tanto como antes, le parecía que el odio no llevaba a ninguna parte y que, defendiendo a su gente, matando asesinos, ya vengaba, día a día, su muerte.

Se sentó frente a Cheo, pero allí no estaba su hermano. La mujer no tenía una apariencia tan antigua y de aspecto noble como en su anterior encuentro. Pero, aun así, vestía ropas elegantes, y seguía desprendiendo la misma belleza.

―Buenos días, ¿no ha llegado aún mi hermano?

―Sí, está en el baño. Está muy nervioso. ¿Usted cómo está?

―Igual. ―Suspiró Cristal, sin dejar de sonreír. ―Pero por favor, háblame de tú.

―Como quieras, Cristal. ¿Sabes? Por poco no llegamos, el tráfico estaba muy mal, las carreteras están colapsadas por toda la gente que va al polideportivo, debe de ser un evento a nivel internacional.

―Sí. ―Asintió ella. ―Mi novio participa. ―Buscó en las paredes del local un reloj. ―A estas horas debe de estar a punto de comenzar su prueba. Es nadador.

La mujer se giró inesperadamente hacia el muchacho que acababa de salir del baño. Se había quedado parado frente a las dos, pero Cristal ni siquiera había reparado en él.

La miraba con la boca abierta. Cristal lo miró también, no se podía creer que lo estuviera viendo a él. Era exactamente igual que lo había descrito Cheo, no le había mentido en nada, pero era asombroso.

Su pelo, ligeramente inclinado hacia un lado, tapándole parte de la frente y revuelto, era castaño con destellos rubios rojizos, y le daba un aire rebelde, informal. Vestía con una camisa a cuadros, que cubría otra camiseta blanca que llevaba por debajo, esta de tiras. Gastaba unos pantalones vaqueros levemente caídos, y llevaba las manos en los bolsillos de forma despreocupada. Sus ojos eran verdes, igual de verdes que los de Cristal, prácticamente de la misma forma, incluso a él también le resaltaban las pestañas, que hacían sus rasgos más suaves. Sus labios eran rosados, el superior bastante más fino que el inferior, que era grueso en proporción. Su rostro estaba moteado por decenas de pecas que, lejos de sentarle mal, le hacían aún más atractivo.

Al ver que si no hacía algo, los dos seguirían observándose, tratando de comprobar que lo que estaban viendo no era un sueño, Cheo le obligó a sentarse a su lado.

La cabeza le dio vueltas y, si no hubiera estado sentada, tendría que haberlo hecho para no caerse redonda.

Sin duda, era tal y como la mujer se lo había descrito. Tal y como...

―Hielo, ¿no piensas cambiar de expresión? ―Cortó el silencio, de pronto.

―¿Qué diablos...? ―Empezó Cristal, alarmada, pero no se atrevió a finalizar la frase. Ni siquiera tenía valor para plantearse lo que estaba ocurriendo. Lo había tenido delante durante tanto tiempo... Ni siquiera al oír la descripción de Cheo se había dado cuenta.

―Qué emotiva reunión familiar. ¿No os parece?

―Él... él es un cazador de vampiros... ―Murmuró Cristal.

―Lo sé, trabaja para mí, yo lo eduqué.

―¿Dónde está mi hermano? ―Preguntó, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.

―Lo tienes delante, querida. ―Le respondió ella con una media sonrisa.

―Cheo... ¿Qué significa esto? Ella es... ―Habló, saliendo de su trance, Hielo.

―¡Sí! ―Contestó exasperada, pero sonriente, Cheo. ―Sois hermanos, ella es tu hermana y tú eres su hermano.

―¿Qué? Pero... ¿Cómo? ―Susurró Cristal, sin ser capaz de levantar la voz.

―Necesitaba a un de Liánn. Tus padres se negaron a ayudarme, al igual que tu abuela. Por eso decidí raptar a sus descendientes. Pero tu hermano no resultó ser el adecuado para mi plan. Se crió entre cazadores, y ahora es uno de ellos. Yo necesitaba a alguien con la pura esencia de un de Liánn. Por eso intentamos raptarte a ti y, aunque no lo conseguimos, no nos salió del todo mal. Porque así, te has podido formar, y ahora estás lista para servir a mis propósitos. Además, de paso acabamos con tus padres.

―¿Qué estás diciendo? ―Intervino Hielo, cortante.

―Siento que te hayas enterado así. ―Le comentó al joven. ―Verás, Cristal. ―Dijo dirigiéndose a ella. ―Hielo no sabía que yo había estado tras su rapto. Hasta ahora siempre había creído que este se debía a los vampiros y que, además de acabar con sus padres, después le habían convertido a él. Por eso es un asesino de vampiros tan bueno, los odia. ―Añadió con una maliciosa sonrisa.

―Pero... Tú también eres una vampiro... ¿Por qué querrías algo así?

―Todavía tienes muchas cosas que entender, pero tranquila, desde ahora tendrás mucho tiempo para ello. Yo estoy en los dos bandos, ¿entiendes? Busco un equilibrio, algo que siguiendo las tradiciones de los vampiros sería imposible. Los cazadores de vampiros buscan exterminar a todos los vampiros, porque son peligrosos. Pero ¿qué pasaría si dejaran de serlo? ¿Si los humanos pudieran controlarlos? Yo voy a conseguir eso mediante un equilibrio. Voy a ser la entidad suprema que gobierne las dos realidades, la Tierra y Deresclya. Y para eso, querida, voy a necesitar la ayuda que no me dieron tus antepasados.

―¿Qué te hace pensar que ayudaré a que te conviertas en una especie de dictadora? ―Le dijo Cristal, poniéndose en pie.

―Me has estado engañando. ―Musitó Hielo, compungido. ―Todo este tiempo, todo era mentira, he venido aquí para nada.

―Cierto, has venido porque creías que tu pobre hermana te necesitaba. Si hubieras sabido que se trataba de tu enemiga, no habrías venido y mis planes se habrían torcido.

En ese momento, un hecho que había pasado por alto golpeó a Cristal, haciendo que se mareara. Hielo no estaba en la competición. Hielo no ganaría...

Sin pensarlo siquiera, salió corriendo de la cafetería y buscó un taxi mientras corría desesperadamente. Tenía que avisar a Luca, advertirle de que no participara.

―Volverá. ―Sonrió, con maldad, la bella mujer. ―El hada nos la traerá de vuelta. Ese era mi trato con ella, la joven de Liánn a cambio de...

―No entiendo nada. ―La cortó, con brusquedad, Hielo. ―Me has traicionado. Me has hecho creer cosas irreales, he vivido un mundo inventado por ti. ―Se puso en pie, indignado.

―¿Y qué vas a hacer? ―Volvió a regalarle una media sonrisa. ―No tienes nada más aparte de matar vampiros. ¿Vas a amar de un día para otro una raza a la que has odiado toda tu vida? Siéntate, te contaré todo el plan con detalles.

Hielo la miró, herido. Aquella mujer tenía razón. Esa era la verdad, la cruel y dolorosa verdad. Lo único que tenía era un mundo lleno de odio, un odio alimentado por una fantasía. Mataba por nada, y para nada. Pero no podía irse, no tenía nada más, nada salvo un mundo construido sobre una mentira.

Se sentó. Escucharía con resignación toda la historia. Al fin y al cabo, no tenía más remedio.

Cristal corrió. Al principio sin saber a dónde dirigirse pero, cuando consiguió sobreponerse a la situación, llamó a un taxi y le pidió que le llevara lo más rápido posible al polideportivo.

Tardaron demasiado, varios minutos que a Cristal se le hicieron horriblemente eternos. Cuando llegó, entregó dinero al taxista sin preguntar siquiera cuánto era y salió corriendo, abriéndose paso entre la multitud. Dio empujones, estuvo a punto de tirar a un par de personas al suelo, pero en esos instantes no le importaba nada que no fuera llegar a tiempo de avisar a Luca para que no ganara.

Allí ya la conocían pero, debido a la importancia del día, los encargados de controlar al público no la dejaron pasar al interior, donde algunos familiares aguardaban a los nadadores. Por suerte, Lia y Angelo estaban allí, y acabó consiguiendo que la dejaran pasar.

No se detuvo para saludarles, entró corriendo y buscó con la mirada el rostro de la persona a la que tanto quería. Andrea también estaba allí, pero no se percató de su presencia, estaba demasiado ansiosa por encontrar a Luca para fijarse en nada más.

Lo vio a lo lejos, con su bañador, las gafas y el gorro todavía puestos. Le hizo un gesto para que se acercara hasta donde estaba ella, y cuando lo vio no pudo evitar emocionarse. Lo había pasado demasiado mal pensando que tal vez Luca fuera a perder su alma, que ella le fuera a perder a él. Se lanzó sobre él para abrazarlo, pero al rodearle el cuello con los brazos sintió que un par de gotitas resbalaban desde uno de los mechones rubios que sobresalían de su gorro hasta la piel de su brazo. Y se estremeció.

―Luca... ―Susurró, mirándole a los ojos. ―Dime que no has nadado todavía.

Luca ladeó la cabeza y vaciló.

―No...No... Dime que no lo has hecho, por favor.

―Yo... ―Empezó él, confuso.

―No lo digas, ¡No lo digas! ―Gritó, mientras se le saltaban las lágrimas. ―Di que no has nadado...

―Cristal, ya he nadado. ¿Qué sucede?

―Hielo no va a venir, no va a hacer la prueba.

―¿Qué? ―Preguntó, desconcertado. ―¿Qué te hace pensar eso?

―Lo he visto, he estado con él. ―Cristal no aguantó más y rompió a llorar. Luca la atrajo hacia sí, entendiendo lo que aquello significaba. Pero no se dejó llevar por el miedo y se calmó a sí mismo.

―¿Por qué has estado con Hielo?

―Es mi hermano. ―Sollozó ella.

―¿Qué estás diciendo, Cristal? Estás conmocionada, y no sabes lo que dices. ¿Te ha pasado algo?

―¿Te parece poco lo que te estoy contando? Luca, estoy hablando en serio. Tienes que hacer algo, por favor, no puedes ganar, no puedes...

Luca la agarró por los hombros y tragó saliva. Se acercó a ella y le habló al oído, para que nadie más pudiera escuchar lo que estaba diciendo. Lo que le había contando había sido como una sacudida brutal e irremediable, pero no podía desmoronarse.

―Tranquila, pequeña, todo saldrá bien. Voy a cambiarme, y enseguida salgo. Quédate con Angelo, pero no le cuentes nuestro secreto ¿de acuerdo?

―Sí. ―Asintió ella. No era habitual en ella dejar que sus emociones se descontrolaran de esa forma. Pero aquello era un tema personal, muy personal, en el que se jugaba demasiado.

Se reunió con Angelo y los demás. A pesar de que no les había mentido nunca antes, cuando le preguntaron qué le pasaba no les dijo la verdad. Cuando mintió a Andrea sintió que se rompía algo dentro de ella. Jamás le había mentido, y mucho menos en un tema tan serio. Ella confiaba ciegamente en él y, si no hubiera sido porque Luca se lo había pedido, se lo habría contado todo sin miramientos.

Excusó sus lágrimas diciendo que su hermano no era quien ella esperaba, y les contó que era aquel asesino al que tantas ganas tenía de matar.

Según iba hablando, la realidad calaba en ella como si de mil agujas se tratase. Un asesino de vampiros, una de las personas a las que más odiaba en el mundo, un alma tan oscura y despreciable... Había resultado ser su hermano. No quería plantearse siquiera cómo debía reaccionar ante aquella situación.

Como ya tenía asumido, Hielo no apareció, y cuando fueron a anunciar los ganadores, Cristal se retiró. Mientras eludía a la gente y avanzaba hacia la salida con la cabeza gacha y paso monótono pero rápido, Andrea la agarró del brazo y tuvo que fingir que solo quería tomar el aire.

Al final, no tuvo más remedio que tragarse las lágrimas y contemplar con resignación cómo nombraban campeón del mundo a su amado, a aquel que tanto le había dado y que pronto desaparecería de su vida por un trato estúpido. Mientras le colocaban la medalla en el cuello lo vio sonreír y, aunque al principio le resultó entrañable, inmediatamente sintió que se enfadaba con él. Al fin y al cabo, todo había resultado ser culpa suya. Si él no hubiera hecho ningún pacto no estarían en aquella situación. Además, había sido por lo mismo de siempre, por la natación...

Sin embargo, aquella sensación desapareció a los pocos segundos, cuando Luca la miró con sus cálidos ojos azules. No podía enfadarse con él, y mucho menos en aquella situación, cuando podían ser sus últimos instantes juntos.

Mientras regresaban a casa, actuó con él con normalidad. Le felicitó con entusiasmo, y le llenó de besos. Nadie sospechaba nada. Se sentó a su lado en la parte posterior del coche, entre Angelo y él.

Tenía intención de hablar, no podía pasar el tema por alto. Pero, si lo hacía, los que iban en el coche se enterarían de la conversación, y no le convenía, por lo que guardó silencio.

A los pocos minutos de trayecto, Luca dejó caer su cabeza sobre el hombro de Cristal, esta lo miró con cariño y acarició sus húmedos mechones de pelo castaño que resbalaban por su hombro hasta que se quedó dormido, víctima del cansancio producido por el esfuerzo y las emociones del día.

Bajaron del coche frente a la puerta del garaje y recorrieron el camino de gravilla hasta la puerta de entrada cogidos de la mano. Tras un rato de tertulia con los familiares, comentando su logro, se retiraron a la habitación de Luca.

Cristal avanzó sin pronunciar palabra y se sentó sobre la cama. Luca tampoco dijo nada, no se atrevía. No acababa de asimilar que esa fuera a ser la última noche que pasaría con ella. Sabía que al día siguiente, al salir el sol, el hada del infierno llegaría reclamando su parte del trato. Así lo habían acordado.

Luca la miró con tristeza. Cristal tenía los ojos rojos por tratar de contener sus lágrimas, y la mirada perdida. Parecía ser ella la que tuviera que entregar su vida. Se sentó a su lado, posó su mano sobre la pierna de la joven y la acarició. Cristal no se inmutó, y Luca siguió rozando su piel hasta que reaccionó y levantó la cabeza lentamente para mirarlo a los ojos.

―¿Qué has hecho?

―Lo peor que podría haber hecho nunca. Si al menos fuera por un buen motivo... Eso es lo que más me duele, no me importaría que fuera por otra cosa. Vendería mi alma solo por un minuto de ti, pero esto... esto...

―Tiene que haber algo, tienes que poder hacer algo, no puede acabar así... Esto no puede acabar así. Si te vas... ―Sollozó. ―Yo no...

―No hables, por favor. No quiero pasar este tiempo lamentándome, solo quiero disfrutar de lo que me queda contigo.

Cristal se secó las lágrimas con las manos, y Luca la ayudó. Debía estar asustado, debía tener miedo, pero estaba muy tranquilo. Entonces, Cristal se recompuso. No quería ser tan egoísta como para llorar haciendo que él se preocupase por ella cuando era ella la que se tenía que preocupar por él.

Se puso de rodillas y le regaló una de sus más bonitas sonrisas. Le besó en los labios como nunca antes lo había hecho, dulce, suavemente, con cariño y pasión, intentando transmitirle lo mucho que le quería. Luca se dejó mecer por el compás que marcaban sus labios y se olvidó de todo lo demás.

Poco a poco se había dejado llevar, había acariciado su piel, besado sus labios, recorrido su garganta... sin llegar a morderla, porque en ese universo paralelo no existían los vampiros o los seres infernales, no había lugar para los malos sueños, para el dolor, para el aburrimiento... porque cada instante era único, no volvería a repetirse. Y nunca volverían a tener diecisiete años.

Pero la realidad era otra, y cuando volvió a ella, le estaba desabrochando los botones de la camisa para no mancharle el cuello, al morderla.

 

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