Criminal

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Capítulo dos

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—No, solo quedarte donde estás. —Sara utilizó un tono alto y claro, el típico de una médica—. Amanda, soy la doctora Linton. ¿Me puede decir qué fecha es hoy?

Ella soltó un gemido de dolor.

—Le dije a Edna mil veces que reforzara esos escalones.

Will se sentó en cuclillas. Algo afilado le presionaba la rodilla. Notó que la sangre le corría por el tobillo y le empapaba el calcetín. El corazón le latía con tanta fuerza que estaba seguro de que Sara podía oírlo.

—Will —murmuró Amanda—. ¿Qué hora es?

Will no pudo responder. Tenía la boca cosida.

Sara respondió por él.

—Las cinco y media.

—De la tarde —añadió Amanda. No era una pregunta—. Estamos en el orfanato de niños. Me he caído por las escaleras del sótano. Doctora Linton, ¿voy a vivir?

Estaba tendida, respirando profundamente aquel aire ardiente.

—Me sorprendería que no lo hiciera.

—Bueno, imagino que de momento debo conformarme con eso. ¿He perdido la conciencia?

—Sí —respondió Sara—. Durante unos minutos.

Amanda continuó hablando.

—No sé qué estás haciendo. ¿Me estás tocando el pie?

Will apartó la mano.

—Puedo mover los dedos —dijo aliviada—. Tengo la cabeza que parece que me la hubiese roto.

Will oyó un movimiento, el ruido de la ropa. Amanda continuó:

—No sobresale nada. No tengo sangre ni partes blandas. Dios, cómo me duele el hombro.

Will notó el sabor de la sangre. Le salía de la nariz. Utilizó el reverso de la mano para limpiársela.

Amanda soltó otro largo suspiro.

—Te diré algo, Will. A cierta edad, un hueso roto o una lesión en la cabeza no es cosa de broma. Te durará toda la vida. Lo que te queda de vida.

Guardó silencio durante unos segundos. Parecía intentar tranquilizar su respiración. A sabiendas de que él no le respondería, dijo:

—Cuando ingresé en el Departamento de Policía de Atlanta, había toda una división completa dedicada a comprobar nuestro aspecto. La División de Inspección. Seis agentes dedicados por completo a eso. No me lo estoy inventando.

Will levantó la vista para mirar a Sara. Ella se encogió de hombros.

—Se presentaban mientras pasaban lista; si no cumplías con el reglamento, te suspendían sin paga.

Will puso la mano en su reloj, deseando que pudiese notar la manecilla marcando los segundos. El hospital Grady estaba a unas cuantas manzanas de allí. Sabían que Amanda era una agente de policía, que precisaba ayuda.

—Recuerdo la primera vez que recibí una llamada diciendo que había un código 45. A un gilipollas le habían robado la radio del coche. Siempre estábamos recibiendo llamadas de ese estilo. Tenían aquellas antenas tan grandes saliendo como flechas de sus maleteros.

Will miró de nuevo a Sara. Ella le hizo un gesto circular con la mano, indicándole que la hiciera hablar.

Él tenía la garganta agarrotada. No podía pronunciar ni una palabra, ni simular que solo eran un grupo de amigos que habían tenido un mal día.

Amanda no parecía necesitar que la animase. Se rio para sus adentros.

—Se rieron de mí. Todos se rieron de mí cuando llegué allí. Se rieron cuando le tomé declaración. Se rieron cuando me marché. Ninguno creía que las mujeres pudieran llevar uniforme. La central recibía llamadas todas las semanas, personas que denunciaban que una mujer había robado un coche patrulla. Nadie creía que pudiésemos estar desempeñando este trabajo.

—Ya están aquí —anunció Sara, justo en el momento en que Will oyó el sonido de una distante sirena—. Voy a hacerles una señal.

Will esperó hasta oír los pasos de Sara en el porche delantero. Tuvo que hacer un esfuerzo para no coger a Amanda de los hombros y sacudirla.

—¿Qué has venido a hacer aquí?

—¿Se ha ido Sara?

—¿Por qué has venido aquí?

Amanda adquirió un tono inusualmente amable.

—Tengo que decirte algo.

—No me importa —respondió él—. ¿Cómo sabías que…?

—Calla y escucha —ordenó ella—. ¿Me estás escuchando?

Will notó que el miedo se apoderaba de él nuevamente. Oyó la sirena acercarse. La ambulancia frenó de golpe delante de la casa.

—¿Me estás escuchando?

Will se quedó sin habla de nuevo.

—Es acerca de tu padre.

Dijo algo más, pero Will tenía los oídos amortiguados, como si oyese su voz debajo del agua. De niño, rompió el auricular de su transistor así, poniéndose el botón en la oreja y sumergiendo la cabeza en la bañera, pensando que aquello sería una nueva forma de escuchar música. Y lo había hecho en aquella misma casa. Dos plantas más arriba, en el baño de los chicos. Tuvo suerte de no electrocutarse.

Oyó un golpe seco en la planta de arriba cuando los paramédicos abrieron la puerta principal; luego sus pasos cruzaron la habitación. El rayo de luz de una linterna iluminó repentinamente el sótano. Will parpadeó. Se sintió mareado. Sus pulmones ansiaban un poco de aire.

Las palabras de Amanda resonaron en sus oídos de la misma forma que el sonido lo había hecho cuando se aferró al borde de la bañera y sacó la cabeza del agua.

—Escúchame —le ordenó.

Pero él no quiso hacerlo. No quería saber lo que tenía que decirle.

La junta de la condicional se había reunido. Habían dejado que su padre saliera de prisión.

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