Criminal

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Capítulo catorce

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Capítulo catorce

Lunes 14 de julio de 1975

Amanda se apoyó en su Plymouth mientras esperaba a Evelyn en el aparcamiento del edificio Sears. El aire no se movía en aquel subterráneo. El frío que desprendían las paredes de cemento no bastaba para mitigar el sofocante calor. Eran las siete de la mañana y ya podía notar cómo le caía el sudor por la nuca y se le metía por el cuello.

Ni Evelyn ni ella habían asistido a la barbacoa después de salir del depósito el sábado por la tarde. Hank Bennett. La chica sin identificar. Las uñas pintadas de rojo. El hioides fracturado. Había muchas cosas que procesar y ninguna de ellas parecía capaz de entablar una conversación coherente. Hablaron con monosílabos. Amanda por las cosas que había visto con Pete Hanson, y Evelyn —probablemente— por lo incómoda que se había sentido al ver de nuevo a Rick Landry. Las razones eran lo de menos. Evelyn regresó con su marido, y Amanda se marchó a su apartamento vacío.

El domingo trajo una agradable sensación de normalidad. Amanda le preparó el desayuno a su padre. Después fueron a la iglesia. Más tarde preparó la cena. Duke, durante todo el día, estuvo más animado. Incluso hizo algunas bromas sobre el predicador. Se sentía más optimista con respecto a su caso. Había hablado con su abogado una vez más y le había dicho que la reincorporación de Lars Oglethorpe era una buena noticia para todos los hombres que Reginald Eaves había despedido.

Amanda dudaba que lo fuese para ella.

La camioneta de Evelyn giró bruscamente, haciendo chirriar los neumáticos en el asfalto. Aparcó al lado del Plymouth y, por la ventanilla abierta, le preguntó:

—¿Te llamó Kenny ayer?

Amanda sintió una oleada de pánico.

—¿Para qué me iba a llamar?

—Le di tu teléfono.

Amanda estaba tan aturdida que se limitó a mirarla.

—¿Por qué le has dado mi número de teléfono?

—Porque me lo pidió, tonta. ¿Por qué te sorprende tanto? ¿Y por qué te quedas ahí pasmada?

Amanda movió la cabeza mientras entraba en el coche. Los hombres como Kenny Mitchell no pedían su número de teléfono.

—Es muy amable de tu parte que trates de incitarle, pero no pierdas el tiempo con devaneos inútiles.

—Tú puedes… —Evelyn se detuvo, pero solo por unos instantes antes de soltarle—: Tú puedes usar Tampax, ¿verdad que sí?

Amanda se llevó los dedos a los párpados, sin preocuparle si eso le estropearía el maquillaje.

—Si te digo que sí, ¿cambiarás de tema?

A Evelyn no resultaba fácil disuadirla.

—Pete es un médico de verdad. Puede prescribirte lo que quieras sin hacer preguntas, y si le das unos dólares al chico de la Plaza Pharmacy, no dirá nada.

Amanda se abanicó la cara. Dentro del coche, el calor resultaba incluso más sofocante. Intentó no pensar en la llamada que había recibido el día anterior en su apartamento vacío.

—Ya es legal, cariño. No tienes que estar casada para conseguir anticonceptivos.

Esta vez, la risa de Amanda fue de lo más genuina.

—Creo que estás sacando muchas conclusiones.

—Puede, pero es divertido, ¿verdad?

En realidad, resultaba humillante, pero Amanda intentó ocultar tal cosa mirando de nuevo su reloj.

—¿Eso te ha tenido ocupada todo el domingo o has tenido tiempo para pensar en lo que hemos estado haciendo?

Evelyn puso los ojos en blanco.

—¿Estás de broma? Es en lo único que he podido pensar durante la última semana. Esta mañana estaba tan distraída que le he puesto sal al café de Bill, en lugar de azúcar. El pobrecillo se tomó media taza antes de darse cuenta. —Se detuvo para respirar—. ¿Y tú?

—He estado revisando las notas de Butch —dijo sacando su libreta del bolso—. ¿Ves esto de aquí? —Señaló la página para que le resultase más fácil a Evelyn. Las letras «IC» estaban señaladas un par de veces con un círculo.

—Informante confidencial —dijo Evelyn. Pasó las páginas hacia atrás—. ¿Dice algo más? ¿Un nombre?

—No, pero muchos casos de Butch se basan en la información proporcionada por los informantes. —De hecho, sucedía así en la mayoría de ellos. Por lo visto, se le daba muy bien encontrar delincuentes y tipejos dispuestos a soltar lo que sabían con tal de no entrar en prisión—. Nunca menciona sus fuentes.

—Muy astuto por su parte. —Miró las páginas, deteniéndose en un dibujo rudimentario que había hecho del apartamento de Jane Delray—. Se ha saltado el cuarto de baño. ¿Registraría el lugar? —Ella misma respondió a su pregunta—. Por supuesto que no. ¿Para qué iba a hacerlo?

Amanda miró el reloj. No quería llegar tarde al recuento.

—Deberíamos revisar lo que vamos a hacer hoy. Yo puedo llamar a mi amiga en la Autoridad de la Vivienda cuando llegue al trabajo. Puede que averigüemos quién alquiló el apartamento.

Evelyn guardó silencio durante un instante mientras cambiaba de marcha.

—Yo llamaré a Cindy Murray en Five Points y veré si tiene tiempo para comprobar la caja de carnés confiscados y encontrar el de Lucy Bennett. Al menos tendríamos una fotografía de ella.

—No sé si servirá de algo. Pete tiene que firmar la identificación que proporcionó su propio hermano. —Ni Evelyn ni ella tuvieron el valor suficiente para rebatir la identificación de Hank Bennett—. Bennett no la había visto desde hace cinco o seis años. ¿Crees que se dio cuenta de que no era Lucy?

—Creo que lo único que le importaba era no llegar tarde a la cena.

Ambas se quedaron en silencio. Amanda tenía una sensación que iba y venía. Las ideas bailaban y desaparecían. Costaba trabajo poder asimilarlo todo.

Evelyn compartía la misma sensación.

—Bill y yo comenzamos un rompecabezas anoche: los puentes del Pacific Northwest —dijo—. Zeke lo escogió el mes pasado para el Día del Padre. Pensé: «Así es cómo me llevo sintiendo toda la semana. Hay muchas piezas sueltas y, si lograse ponerlas juntas, probablemente vería toda la imagen».

—Entiendo lo que quieres decir. Lo único que hago es hacerme preguntas, pero no encuentro una respuesta satisfactoria a ninguna de ellas.

—Escucha, tengo una idea descabellada.

—¿De verdad? No sabes lo que me sorprende.

Evelyn esbozó una mueca sarcástica y se giró para rebuscar en el asiento trasero de la furgoneta.

—¿Qué haces?

Apoyó el cuerpo en el asiento trasero y levantó las piernas. Amanda apartó los pies de su cara. Miró a su alrededor con la esperanza de que nadie las estuviese observando.

—Evelyn, ¿qué narices…?

—Ya lo tengo —dijo regresando a su asiento. Tenía un paquete de papeles de colores—. Las ceras de Zeke están aplastadas en la alfombra. Déjame un bolígrafo. —Abrió la puerta.

Amanda salió del coche y la siguió hasta la parte frontal de la camioneta. Evelyn cogió un trozo de papel de la parte superior del paquete y, con el bolígrafo de Amanda, escribió: «HANK BENNETT» en la página. Luego escribió: «LUCY BENNETT», y después «JANE DELRAY». Luego añadió a «MARY» y «KITTY TREADWELL» al grupo, y posteriormente a «HODGE», «JUICE/DWAYNE MATHISON» y, al final, a «ANDREW TREADWELL».

—¿Qué haces? —preguntó Amanda.

—Piezas de rompecabezas. —Esparció las páginas de colores sobre la capota del coche y añadió—: Vamos a juntarlas.

Amanda se dio cuenta de lo que pretendía. La idea no tenía nada de descabellada.

—Debemos hacerlo cronológicamente. —Movió los nombres mientras hablaba—. Hank Bennett vino a la comisaría, y luego el sargento Hodge nos envió a Techwood. Escribe otro papel con la palabra Tech. —Evelyn hizo lo que le pedía—. Tenemos que subcategorizar estas.

Amanda cogió el bolígrafo y empezó a rellenar los detalles: fechas, horas, lo que les habían dicho. El motor de la camioneta emitió un ruido seco por el calor. La capota de metal le quemaba la piel.

—Voy a hacer un cronograma —sugirió Evelyn.

Amanda le dio el bolígrafo. Señaló las diferentes páginas mientras relataba en voz alta la secuencia.

—Hank Bennett fue a ver al sargento Hodge el lunes pasado. Hodge nos envió a Techwood para tomar declaración de una violación. —Miró a Evelyn—. Hodge no nos dijo después por qué nos había enviado. Obviamente, no hubo violación alguna. ¿Por qué nos enviaría allí?

—Volveré a preguntárselo esta mañana, pero no me dijo nada las últimas cuatro veces.

Amanda sintió la necesidad de decirle:

—Ha sido muy valiente por tu parte.

—¿Para lo que ha servido? —Evelyn hizo caso omiso del cumplido—. Juice, el chulo, no debe estar aquí.

—A menos que fuese él quien mató a Jane.

—No creo que lo hiciera. Probablemente, estaría bajo arresto cuando sucedió. O recibiendo su merecido por haberse resistido al arresto.

—De acuerdo, pongámoslo aquí como una posibilidad remota —dijo Amanda desplazando a Juice a la periferia—. Estamos en el apartamento en Techwood. Jane nos dice que han desaparecido tres chicas: Lucy Bennett, Kitty, que más tarde descubrimos que es Treadwell, y Mary, cuyo apellido desconocemos.

—Así es.

Evelyn anotó la información, escribiendo sus nombres al lado del de Jane Delray.

—Días después, Jane es asesinada.

—Pero se la confunde con Lucy —corrigió Evelyn—. Pondré un asterisco al lado de su nombre, pero lo dejaremos así para verlo más claro.

—Vale. Una persona que se cree que es Lucy Bennett es asesinada.

—Me pregunto si su hermano tiene un seguro de vida a su nombre.

Amanda pensó que, por el hecho de estar casada con un hombre que se dedicaba a los seguros, pensaba en esas cosas.

—¿Hay alguna forma de comprobarlo? ¿Un registro?

—Se lo preguntaré a Bill, pero solo para informarme. Teniendo en cuenta la vida que llevaba Lucy, ¿para qué iba a matarla si probablemente moriría a causa de las drogas? —Evelyn miró el cronograma—. No es un móvil que valga la pena.

—Móvil. —Había algo que no habían tenido en cuenta—. ¿Por qué alguien querría asesinar a Jane?

—¿Estamos asumiendo que el asesino sabía que estaba matando a Jane?

A Amanda le empezaba a doler la cabeza.

—Creo que debemos pensar que fue así, al menos hasta que se demuestre lo contrario.

—De acuerdo. Entonces el móvil es que Jane era un estorbo.

—Sí, pero la última persona a la que molestó, aparte de nosotras, fue a Juice, y si hay algo que sé sobre los chulos es que no matan a sus chicas. Las prefieren tener trabajando. Eso les da más beneficios.

—Llamaré a la prisión para ver cuándo salió Juice, solo para asegurarme —dijo Evelyn, que se dio un golpecito en el mentón con el bolígrafo—. Es posible que el asesino fuese alguien que la vio hablando con nosotras en Techwood. El complejo se revolucionó cuando llegamos. Todo el mundo debía saber que estaba hablando con dos agentes de policía.

Amanda se sintió incómoda al pensar que podía haber sido responsable de su muerte.

—Anótalo como posibilidad.

—Odio pensar que tuvimos algo que ver con eso. Pero, desde luego, no se dedicaba a preparar galletas para la asociación de padres y profesores.

—No —dijo Amanda mostrando su acuerdo, pero Evelyn solo había visto las fotografías—. ¿Alguna vez te has hecho la manicura?

Evelyn se miró las uñas, que solo tenían una capa de esmalte transparente.

—Bill me pagó una sesión la Navidad pasada. La verdad es que no disfruté mucho viendo que una extraña me tocaba las manos.

—Las uñas de Jane eran perfectas. Las tenía limadas y pulidas. Yo no sería capaz de hacer un trabajo así.

—Aquella manicura fue ridículamente cara. No me imagino a Jane con dinero para pagarse algo así.

—No, y si lo tuviera, se lo gastaría en drogas, no en hacerse la manicura. —Amanda recordó algo y añadió—: Pete me comentó algo interesante sobre el agresor. Dijo que estaba furioso, descontrolado.

—¿Cómo lo sabe?

—Por el aspecto que tenía Jane. Le habían dado una paliza. —Amanda trató de recordar todos los detalles, pero le resultaba más fácil hablar de ellos con Evelyn—. Creo que debemos seguir preguntándonos qué clase de persona puede hacer algo así. Y luego cómo lo hizo. Obviamente, utilizó los puños, pero también tenía un martillo. Rompió el cerrojo para acceder al tejado. Eso nos obliga a plantearnos cómo pudo engañarla. No es que fuese una chica muy brillante, pero sabía cuidar de sí misma.

—Quién, cómo y por qué —resumió Evelyn—. Son buenas preguntas. Si Juice no es la respuesta, entonces ¿quién? Puede que fuese alguien que Jane conocía de antes, un cliente que sabía dónde vivía. —Evelyn volvió a dar golpecitos con el bolígrafo—. De momento, esto es lo que sabemos: llamó a la puerta, le hizo la manicura y luego la tiró por el tejado.

—La estranguló antes de tirarla.

—¿Te lo dijo Pete? —preguntó Evelyn—. Eso parece lo más plausible. Jane chilló como un cerdo cuando la pateaste, y apenas fue un golpecito.

—No dijiste lo mismo entonces.

—Estaba asustada —admitió Evelyn—. Lo siento.

—No pasa nada. Quizá podamos preguntar y ver si hay algún chulo que se dedica a estrangular.

—Conozco a una mujer que trabaja de agente encubierta en el centro. Le preguntaremos para ver qué sabe. Pero, aunque haya un tipo al que le gusta estrangular, y algo me dice que hay más de uno, ¿cómo vamos a saber su verdadero nombre? Y si descubrimos cómo se llama, ¿cómo lo vamos a vincular con Jane?

—Pete sacó un trozo de piel de debajo de la uña de Jane. Dijo que se podía comparar con el grupo sanguíneo del sospechoso y ver si es un secretor o no.

—El ochenta por ciento de la población son secretores. Y casi el cuarenta por ciento son cero positivo. Eso no nos servirá de mucho.

—No lo sabía —admitió Amanda. A Evelyn se le daban mucho mejor las estadísticas que a ella—. Revisemos de nuevo el rompecabezas, antes de que lleguemos tarde al trabajo. —Amanda continuó donde lo habían dejado—. Después nos encontramos con el señor del traje azul, alias Hank Bennett, en el depósito. Admitió no haber visto a su hermana desde hacía muchos años, lo que explica que no pudiera identificarla.

—Bueno, supongo que es un tipo demasiado arrogante para admitir que no puede.

Esa también era una posibilidad.

—Aun así me extraña que Lucy Bennett no tuviera antecedentes. Lleva trabajando en las calles al menos un año, puede que más.

—Ni tampoco Kitty Treadwell —dijo Evelyn, avergonzada—. Pedí un informe por radio mientras venía hacia aquí. Comprobaron todas las variaciones posibles. No había ningún dato sobre Kitty Treadwell.

—¿Y de Jane Delray?

—La arrestaron dos veces hace años, pero nada recientemente.

—Entonces tendrán sus huellas en los archivos.

—No —respondió Evelyn frunciendo el ceño—. Han limpiado muchos archivos viejos.

—Muy conveniente. —Amanda actualizó la información debajo del nombre de cada chica—. Tenemos que centrarnos en Andrew Treadwell. Es abogado. Amigo del alcalde. ¿Qué más sabemos de él?

—Jane nos dio a entender que era tío de Kitty. Dijo claramente que Kitty era rica, y que su familia tenía contactos.

—En aquel artículo de periódico, se decía que Andrew Treadwell solo tenía una hija —recalcó Amanda.

—Es uno de los mejores abogados de la ciudad. Y políticamente tiene mucho poder. Si tenía una hija chuleada por un negro, ¿crees que lo diría? En mi opinión, lo más probable es que utilizara su dinero y su influencia para ocultarlo.

—Tienes razón —afirmó Amanda. Miró el diagrama—. ¿No te resulta extraño que Lucy y Kitty trabajen en la calle y que una de ellas tenga un hermano que trabaja para el tío de la otra?

—Quizá se conocieron en un grupo de autoayuda —bromeó Evelyn—: Prostitutas Anónimas.

Amanda puso los ojos en blanco.

—¿Seguimos asumiendo que Andrew Treadwell fue el que envió a Hank Bennett para que hablase con Hodge el lunes pasado?

—Yo sí. ¿Y tú?

Amanda también asintió.

—Lo que respalda tu teoría de que Andrew Treadwell no quiere que se le relacione con Kitty. Pero puede que nos equivoquemos. ¿A quién querría ocultar su relación si no es a sus compinches del Ayuntamiento?

—Bennett es un tipo difícil —farfulló Evelyn—. Es uno de los hombres más arrogantes que he conocido. Y eso es mucho teniendo en cuenta las personas para las que trabajamos.

Amanda intentó recordar las respuestas escuetas de Hank Bennett fuera del depósito. Debería haberlas anotado.

—Bennett dijo que le había enviado una carta a su hermana a la Union Mission. ¿Te acuerdas si mencionó cuándo?

—Sí, cuando su padre falleció, el año pasado, por esta misma época. Lo que me recuerda que Jane dijo que Lucy llevaba desaparecida cosa de un año.

Amanda anotó esa información debajo del nombre de Lucy.

—Cuando le preguntaste si conocía el nombre de Kitty Treadwell, nos dijo que tuviéramos cuidado sobre dónde metíamos las narices.

—Trask —recordó Evelyn—. Así se llamaba el hombre con el que habló en la Union Mission.

—Dijo Trask o Trent —corrigió Amanda. Recordaba ese nombre porque el apellido de soltera de su madre era Trent.

—Bueno, de momento lo llamaremos como sea —dijo Evelyn.

—Trask —sugirió Amanda.

—Vale. Trask le dijo a Bennett que le había dado la carta a Lucy, lo que significa que debía de conocerla. Si trabaja en la Union Mission, tiene que conocer a todas las chicas. Joder, Amanda —dijo con tono de estar devastada—, ¿por qué no pensamos primero en ir a la Union Mission? Todos los drogadictos van allí cuando necesitan un descanso. Es su Acapulco.

—La Mission está al subir la calle —le recordó Amanda—. Aún podemos hablar con Trask y ver si recuerda algo de Lucy o de Jane.

—Si recuerda algo, puede que nos diga si Lucy está viva y en qué esquina trabaja, y por qué la gente anda diciendo que ha sido asesinada. —Evelyn miró su reloj—. Tengo que presentarme en Model City, pero podemos vernos allí dentro de media hora.

—Eso me dará tiempo de sobra para llamar a la Autoridad para la Vivienda y para pensar qué voy a hacer con Peterson.

—Estoy segura de que a Vanessa no le importará irse con él.

Amanda guardó el bolígrafo en su bolso.

—Tengo la sensación de que se está cociendo algo malo.

—Es posible. Intentaré preguntarle de nuevo a Hodge, pero dudo que me diga algo. —Cogió el puñado de papeles de colores y los agrupó—. Yo también tengo un mal presentimiento sobre todo esto.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que, en cualquier caso, Lucy Bennett está muerta.

—Sí, pero puede que sea por las drogas, no por ningún delito.

—¿Te has enterado de las chicas de Texas que desaparecieron en la autopista I-45?

—No. ¿Qué ha pasado?

—Una docena o más —dijo Evelyn—. No saben seguro ni dónde están los cuerpos.

—¿Cómo te enteras de esas cosas?

Sonrió sin ninguna vergüenza.

—En la revista True Crime.

Amanda suspiró mientras la observaba subir a la camioneta.

—Te veo en la Mission —dijo.

—De acuerdo. —Evelyn salió despacio del aparcamiento—. Yo no me preocuparía mucho por Vanessa —dijo a través de la ventanilla abierta—. ¿Quién crees que me habló del chico de la plaza Pharmacy?

—¡Mandy! —gritó Vanessa en cuanto entró en la comisaría.

Amanda se abrió camino entre la multitud. La comisaría estaba llena. Faltaban unos minutos para el recuento. Amanda miró en la oficina del sargento, pero estaba vacía.

—¡Date prisa!

Vanessa estaba una vez más sentada en la parte de atrás, dando brincos en la silla. Llevaba puestos unos pantalones, una blusa estampada y la pistola enfundada en la cintura. Llevaba zapatos de hombre. Amanda empezaba a preguntarse si debería preocuparse por el sexo al que pertenecía Vanessa. Al menos llevaba sostén.

—Mira lo que tengo.

Le mostró una tarjeta de crédito como si fuese un lingote de oro. Amanda reconoció el logotipo de los almacenes Franklin Simon. Luego se quedó boquiabierta al ver las letras ribeteadas en oro que decían: VANESSA LIVINGSTON.

—¿Cómo la has…? —Amanda se dejó caer en la silla. Casi tenía miedo de tocar la tarjeta—. ¿Es de verdad?

—Por supuesto —exclamó Vanessa.

Amanda no podía dejar de mirar la tarjeta.

—¿Me estás tomando el pelo? —Miró a su alrededor para ver si alguien las observaba. Nadie parecía interesado—. ¿Cómo la has conseguido?

—Rachel Foster, que trabaja de operadora, me habló de ella. Lo único que tienes que hacer es presentarles seis meses de tus recibos de nómina.

—¿Me tomas el pelo? —Amanda no había podido alquilar su apartamento sin el aval de Duke. Si no fuese porque el Ayuntamiento le proporcionaba un coche, tendría que ir a pie—. ¿Te la dan solo con eso? ¿Así de sencillo?

—Sí.

—No te pidieron que hablases con tu marido, ni con tu padre ni…

—No.

Amanda seguía sin creérselo. Le devolvió la tarjeta. Franklin Simon era de lo mejor, pero estaban destinados a la bancarrota si concedían créditos de forma tan sencilla.

—Perdona, ¿puedes hacerme el favor de patrullar con Peterson hoy?

—Por supuesto.

—¿No me preguntas por qué?

El sonido gutural de alguien vomitando resonó en la sala. Otros hombres le imitaron. Butch Bonnie entró en la comisaría, con los puños en alto, como si fuese Mohamed Alí. Amanda se había olvidado de lo enfermo que se había puesto en la escena del crimen el viernes anterior. Al parecer, al resto de los agentes no les había sucedido eso. Aplaudieron y se rieron. Incluso se oyeron ovaciones por parte de los negros que había en la sala. Butch dio la vuelta en señal de victoria mientras se dirigía hacia Amanda.

Se apoyó en la mesa.

—Hola, muñeca, ¿tienes lo mío?

Amanda buscó el informe en su bolso. Dejó las hojas en la mesa, a su lado.

—¿Qué te pasa? ¿Estás con el periodo?

—Es por lo que tu compañero le hizo a Evelyn Mitchell —replicó Amanda—. Es un salvaje.

Butch se rascó la mejilla. Parecía cansado, llevaba la ropa arrugada e iba sin afeitar. Sus poros desprendían un fuerte olor a alcohol y tabaco.

Amanda le devolvió la mirada.

—¿Quieres algo más?

—Por Dios, Mandy. No seas tan dura. Su mujer ya le da bastante la monserga en su casa. No necesita que otra le esté buscando las vueltas en el trabajo.

Amanda no se amilanó.

—Tus notas tienen un error material.

Butch se puso un cigarrillo en la boca.

—¿De qué hablas?

—Dices que identificaste a Lucy Bennett por un carné que había en su bolso. La lista de pruebas no menciona ningún carné.

—Joder —farfulló. Comparó las notas de su libreta con el informe mecanografiado—. Sí, tienes razón.

—¿Cómo identificaste a la víctima?

Butch bajó el tono de voz.

—Por un confidente.

—¿Quién?

—Eso no es asunto tuyo. Tú limítate a corregir el informe.

—Ya sabes que no se puede cambiar la lista de pruebas. La copian por triplicado.

—Entonces di que alguien la reconoció —dijo devolviéndole el informe—. Había un testigo en la escena. Llámale Jigaboo Jones. O como quieras. Pero que funcione.

—¿Estás seguro? Tú eres el que tienes que firmar en la parte de abajo.

Parecía nervioso, pero dijo:

—Sí, seguro. Tú hazlo.

—Butch. —Amanda le detuvo antes de que se marchase—. Dime una cosa: ¿cómo supo Hank Bennett que su hermana estaba muerta? Normalmente, lo especificas en tus notas, pero esta vez lo has omitido. —Amanda le presionó un poco más—. Lucy no tenía antecedentes, por eso me extraña que Landry y tú encontraseis a un pariente cercano tan rápido.

Butch la miró fijamente, sin parpadear. Ella casi podía ver cómo su cabeza empezaba a maquinar. No sabía si él se estaba haciendo esa pregunta o preguntándose por qué se la hacía ella. Al final, dijo:

—No lo sé.

Ella le observó, tratando de detectar duplicidad.

—Me parece que me estás ocultando algo.

—Joder, Mandy, desde que andas con Evelyn Mitchell no hay quien te aguante. —Se levantó de la mesa—. Devuélveme el informe mañana a primera hora. —Esperó a que ella asintiera y luego se dirigió a la parte delantera de la sala.

—Guau —dijo Vanessa, que había estado inusualmente callada—. ¿Qué pasa entre tú y Butch?

Amanda negó con la cabeza.

—Tengo que hacer una llamada telefónica.

Había dos teléfonos en la parte delantera de la sala, pero Amanda no quiso abrirse paso entre la multitud, ni encontrarse con Rick Landry, que acababa de entrar en la comisaría. El reloj de la pared marcaba las ocho en punto. El sargento Woody aún no había llegado, cosa que no le sorprendió. Tenía fama de echar un trago antes del trabajo, así que decidió utilizar su oficina.

Poca cosa había cambiado desde que Luther Hodge había dejado vacante la oficina. Había muchos papeles esparcidos encima de la mesa. El cenicero estaba a rebosar. Woody ni siquiera se había molestado en conseguir una nueva taza de café.

Amanda se sentó a la mesa y buscó en el bolso su libreta de direcciones. La piel de cuero estaba agrietada. Buscó la C y deslizó el dedo hasta encontrar el número de Pam Canele en la Autoridad para la Vivienda. No es que fuesen amigas íntimas —Pam era italiana—, pero Amanda había ayudado a su sobrina cuando se metió en problemas unos años antes. Amanda esperaba que le devolviese el favor.

Miró la sala de recuento antes de marcar el número de Pam, y luego esperó mientras transferían la llamada.

—Canale —dijo Pam, pero Amanda colgó.

El sargento Luther Hodge se dirigía hacia la oficina. Su oficina.

Amanda se levantó tan rápido que la silla chocó contra la pared.

—Señorita Wagner —dijo Hodge—, ¿ha habido algún ascenso del cual no se me ha informado?

—No —respondió Amanda. Luego añadió—: señor. —Dio la vuelta a la mesa—. Disculpe, señor. Estaba haciendo una llamada. —Se detuvo, tratando de no parecer tan nerviosa, pero estaba anonadada—. ¿Lo han vuelto a trasladar aquí?

—Sí. —Esperó a que ella se apartase de su camino para poder ocupar su asiento—. Supongo que pensará que me quiero quedar con el puesto de su padre.

Amanda estaba a punto de marcharse, pero se quedó paralizada.

—No, señor. Solo estaba haciendo una llamada telefónica. —Recordó lo valiente que había sido Evelyn al plantarle cara—. ¿Por qué nos envió a Techwood la semana pasada?

Hodge estaba a punto de sentarse, pero se quedó a medio camino, con la mano en la corbata.

—Nos dijo que investigásemos una violación, pero no hubo ninguna.

Él se sentó, pausadamente. Le señaló la silla.

—Siéntese, señorita Wagner.

Amanda hizo ademán de cerrar la puerta.

—No, déjela abierta.

Obedeció y se sentó al otro lado de la mesa.

—¿Está tratando de intimidarme, señorita Wagner?

—Yo…

—Ya sé que su padre aún tiene muchos amigos en este departamento, pero quiero que sepa que yo no me dejo intimidar. ¿Le queda claro?

—¿Intimidar?

—Señorita Wagner, puede que no sea de aquí, pero puedo asegurarle una cosa, y puede decírsela a su padre: este negro no va a volver a trabajar en los campos.

Amanda notó que la boca se le abría, pero no pudo pronunciar ni una palabra.

—Y ahora váyase.

Amanda se quedó inmóvil.

—¿Tengo que ordenárselo de nuevo?

Amanda se levantó. Se dirigió hacia la puerta abierta. Sus emociones contrapuestas la obligaban a seguir andando, reflexionar sobre el asunto en privado y formular una respuesta más razonable de la que salió de su boca.

—Solo intentaba hacer mi trabajo.

Hodge había empezado a escribir algo en un trozo de papel. Probablemente, una solicitud para transferirla a Perry Homes. Se detuvo, la miró y permaneció a la espera.

Las palabras salieron aturulladas de su boca.

—Yo quiero trabajar. Ser buena… Hacer bien… —Trató de detenerse para poner en orden sus ideas—. La chica que nos dijo que interrogásemos. Se llamaba Jane Delray. No fue violada ni maltratada. No tenía ni el más mínimo arañazo. Estaba perfectamente.

Hodge la observó durante unos instantes. Dejó el bolígrafo. Se recostó sobre la silla y cruzó las manos sobre el estómago.

—Su chulo entró. Le apodan Juice. Echó a Jane del apartamento. Intentó acercarse de forma sugestiva a mí y a Evelyn. Lo arrestamos.

Hodge continuaba mirándola fijamente. Al final, asintió.

—El viernes pasado encontraron a esa mujer muerta en Techwood Homes. Jane Delray. Dijeron que se había suicidado, pero el forense me dijo que la habían estrangulado y que luego la arrojaron desde el tejado.

Hodge seguía mirándola.

—Creo que se confunde.

—No, no me confundo.

A pesar de haber pronunciado esas palabras, se cuestionó a sí misma. ¿Estaba segura de que la víctima no era Lucy Bennett? ¿Era posible afirmar que el cadáver que había en el depósito era el de Jane Delray? Hank Bennett estaba seguro de haber identificado a su hermana, pero la cara, las marcas en su cuerpo y las cicatrices en las muñecas lo contradecían.

—La víctima no era Lucy Bennett, sino Jane Delray —concluyó.

Sus palabras flotaron en la enrarecida atmósfera. Amanda evitó utilizar evasivas. Fue la lección más difícil que tuvo que aprender en la academia. Por naturaleza, las mujeres tienden a restarle importancia a las cosas, a pacificar. Habían pasado horas levantando la voz, aprendiendo a dar órdenes en lugar de hacer peticiones.

Hodge levantó el dedo.

—¿Qué piensa hacer ahora?

Amanda dejó salir el aire de sus pulmones.

—Voy a reunirme con Evelyn Mitchell en la Union Mission. Todas las prostitutas terminan allí más tarde o más temprano. Es su México.

Hodge frunció el ceño al oír la analogía. Amanda prosiguió:

—Tiene que haber alguien en la Union Mission que conociera a las chicas.

Hodge continuaba observándola.

—¿Por qué habla en plural?

Amanda se mordió el labio. Echaba de menos la presencia de Evelyn. A ella se le daban mucho mejor esas cosas. Aun así, no estaba dispuesta a rendirse.

—El hombre con el que usted habló el lunes pasado. El abogado con traje azul. Se llama Hank Bennett. Usted pensó que lo enviaba Andrew Treadwell. —Hodge no la contradijo, por eso ella prosiguió—: Creo que vino buscando a su hermana, Lucy Bennett.

—Vaya. Y una semana más tarde la encuentra.

La afirmación de Hodge los dejó en silencio. Amanda intentó analizar qué significaba, pero algo más importante le vino a la cabeza. Rick Landry entró apresuradamente en la oficina. Apestaba a whisky. Tiró el cigarrillo al suelo.

—Dígale a esta puñetera zorra que no meta las narices en mi caso.

Si Hodge se sintió intimidado, no lo mostró en absoluto. Con un tono de voz razonable, preguntó:

—¿Quién es usted?

Landry se quedó visiblemente perplejo.

—Rick Landry. De Homicidios. —Miró a Hodge—. ¿Dónde está Hoyt?

—Imagino que el sargento Woody se estará bebiendo su desayuno en la central.

Una vez más, lo cogió desprevenido. En el cuerpo de policía, lo normal era no meterse en los problemas que pudiera tener alguien con la bebida.

—Esto es un caso de homicidio. No tiene nada que ver con ella. Ni con la zorra y bocazas con la que anda.

—¿Homicidio? —Hodge se detuvo más de lo necesario—. Tenía la impresión de que la señorita Bennett se había suicidado. —Rebuscó entre los papeles de su escritorio hasta encontrar el que estaba buscando—. Sí, aquí está su informe preliminar. Suicidio. —Le tendió el papel—. ¿Es esa su firma, oficial?

—Detective. —Landry le quitó el informe de la mano—. Y, como usted dice, preliminar. —Hizo una bola con el papel y se la metió en el bolsillo—. Le daré el informe final después.

—Entonces, ¿el caso sigue abierto? ¿Usted cree que Lucy Bennett fue asesinada?

Landry miró a Amanda.

—Necesito más tiempo.

—Tómese todo el tiempo que necesite, detective. —Hodge abrió las manos como si estuviera poniéndole el mundo a los pies. Al ver que no se marchaba, añadió—: ¿Algo más?

Landry le lanzó una mirada fulminante a Amanda antes de marcharse. Cerró de un portazo. Hodge miró la puerta cerrada, y luego a Amanda.

—¿Por qué vino Hank Bennett el lunes pasado? —preguntó Amanda.

—Esa es una buena pregunta.

—¿Por qué quería que fuésemos al apartamento de Kitty?

—Otra buena pregunta.

—Usted no nos dio ningún nombre, solo una dirección.

—Así es —señaló cogiendo el lápiz—. Usted puede saltarse el recuento.

Amanda permaneció sentada, sin comprender.

—Le he dicho que puede saltarse el recuento, señorita Wagner. —Continuó con el papeleo. Al ver que Amanda no se marchaba, levantó la cabeza y añadió—: ¿No decía que tenía que investigar un caso?

Amanda se levantó, ayudándose del brazo de la silla. La puerta estaba atascada. Tuvo que empujar para abrirla. Mantuvo la mirada hacia delante mientras recorría la sala de recuento y salía por la puerta. Su determinación casi se vino abajo cuando sacaba su Plymouth del aparcamiento. Podía ver a los agentes a través del panel de cristal roto. Algunos agentes patrulla la observaron marcharse.

Amanda se dirigió a Highland. Su respiración no se normalizó hasta que llegó a Ponce de León y tomó la dirección hacia la Union Mission. Todavía faltaban diez minutos para que Evelyn se reuniera con ella. Quizá podía utilizar ese tiempo para procesar lo que acababa de suceder. El problema es que no sabía por dónde empezar. Necesitaba tiempo para asimilarlo. Y aún tenía que hacer esa llamada.

La Trust Company que había en la esquina de Ponce y Monroe tenía algunas cabinas fuera del edificio. Amanda entró en el aparcamiento. Metió el coche marcha atrás y se quedó sentada con las manos pegadas al volante. No había nada que tuviera el menor sentido. ¿Por qué Hodge le hablaba en clave? No parecía estar asustado. ¿Intentaba ayudarla o desanimarla?

Encontró algunas monedas en la cartera y cogió su libreta de direcciones. Había dos cabinas que no funcionaban. La última aceptó la moneda. Volvió a marcar el número de Pam y escuchó el timbre. Después de sonar veinte veces, cuando ya estaba a punto de colgar, finalmente respondió.

—Canale.

Parecía más agobiada incluso que antes.

—Pam, soy Amanda Wagner.

Transcurrieron unos segundos hasta que Pam pareció reconocerla.

—Mandy. ¿Cómo estás? Joder, no me digas que Mimi se ha metido en algún lío.

Se refería a Mimi Mitideri, la sobrina que casi se escapa con un cadete de la armada.

—No, no es nada de eso. Te llamo para ver si me puedes hacer un favor.

Parecía aliviada, aunque seguro que se pasaba el día escuchando a gente que le pedía favores.

—Dime.

—Me preguntaba si podías buscar un nombre o un apartamento. —Amanda se percató de que no estaba siendo suficientemente clara. No había pensado en la conversación—. Es un apartamento de Techwood Homes; apartamento C. Está en la quinta planta en la hilera de edificios…

—Espera un momento. No hay letra C en Techwood. Solo números.

Amanda controló la tentación de preguntarle dónde podía averiguar esos números.

—¿Puedes mirar entonces un nombre? ¿Una tal Katherine, Kate o Kitty Treadwell?

—No buscamos por nombres. Buscamos por el número de asignación.

Amanda suspiró.

—Temía que dijeras algo así. —Se sintió impotente—. Ni siquiera estoy segura de saber su nombre correcto. Hay, o mejor dicho, había tres chicas viviendo allí. Puede que más.

—Espera un momento —dijo Pam—. ¿Son parientes?

—Lo dudo. Son prostitutas.

—¿Todas en el mismo apartamento? Eso no se permite a menos que sean parientes. E, incluso si lo son, rara vez quieren compartir piso. Mienten todo el tiempo.

Se oyó un ruido al otro extremo de la línea. Pam tapó el micrófono mientras mantenía una conversación con alguien. Cuando volvió a hablar, su voz sonó más clara:

—Háblame del apartamento. ¿Has dicho que estaba en la última planta?

—Sí, en la quinta.

—Son apartamentos de una sola habitación. A una chica sola no se le asignaría un apartamento así a menos que tuviera un hijo.

—No había ningún niño. Solo tres mujeres. Creo que eran tres. Puede que más.

Pam gruñó. Cuando habló, lo hizo susurrando.

—En ocasiones, a mi supervisor se le puede persuadir.

Amanda estuvo a punto de preguntarle qué quería decir, pero luego se dio cuenta.

Pam habló más fríamente.

—Deberían ponerme al cargo. Yo no cambiaría un apartamento en la planta de arriba por una mamada.

Amanda soltó una carcajada consternada, si es que eso era posible.

—Bueno, gracias, Pam. Sé que tienes mucho trabajo.

—Si consigues el número del apartamento, dímelo. Quizá pueda buscarlo. Me llevaría una o dos semanas, pero lo haré por ti.

—Gracias —repitió Amanda.

Colgó el teléfono, pero dejó la mano pegada al auricular. Había estado pensando en otras cosas mientras hablaba con Pam Canale. Era una situación parecida a cuando pierdes las llaves. Cuando dejas de buscarlas, te acuerdas de dónde están.

Pero solo había una forma de asegurarse.

Metió otra moneda en la ranura. Marcó un número que sabía de memoria. Duke Wagner nunca dejaba que el teléfono sonara más de dos veces. Lo cogió casi de inmediato.

—Hola, papá —dijo haciendo un esfuerzo, aunque no supo qué más decir.

Duke pareció alarmarse.

—¿Te encuentras bien? ¿Ha ocurrido algo?

—No, no —respondió, preguntándose por qué le había llamado. Era una completa locura.

—¿Mandy? ¿Qué sucede? ¿Estás en el hospital?

Amanda raras veces había visto a su padre asustado. Y no es que no se preocupase por el trabajo que desempeñaba, especialmente desde que no estaba allí para protegerla.

—¿Mandy? —Oyó que arrastraba una silla por el suelo de la cocina—. Dime qué sucede.

Aunque la invadió una sensación incómoda, se dio cuenta de que, por un momento, había disfrutado asustando a su padre.

—Estoy bien, papá. Solo quería hacerte una pregunta sobre… —No sabía cómo llamarla— política.

Duke parecía más aliviado, aunque algo irritado, cuando respondió:

—¿Y no podías esperar hasta la noche?

—No. —Amanda miró la calle. Los coches tenían encendidas las luces. Los hombres de negocios iban al trabajo. Las mujeres llevaban los niños a la escuela.

—Tuvimos un sargento nuevo la semana pasada. Uno de los muchachos de Reggie.

Duke hizo un comentario mordaz, como si ella no conociera de sobra sus sentimientos.

—Lo trasladaron al día siguiente. Hoyt Woody ocupó su puesto.

—Hoyt es un buen hombre.

—Bueno… —Amanda no terminó la frase. El comentario de Duke le resultó empalagoso y desalentador, pero no tenía sentido hablar de eso—. El caso es que, a los pocos días, Hoyt fue trasladado de nuevo, y ahora, el antiguo sargento, el hombre de Reggie, ha vuelto.

—¿Y qué?

—¿No te resulta extraño?

—No tiene nada de particular. —Amanda oyó que encendía un cigarrillo—. Así funciona el sistema. Buscas a un hombre para hacer un trabajo determinado y luego lo trasladas para que se ocupe de algo distinto.

—No estoy segura de entenderte.

—Es como un lanzador. —A Duke siempre le gustaba usar el béisbol para sus metáforas—. No sabe batear. ¿Me comprendes?

—Sí.

—Por eso lo cambias por un bateador.

—Ya veo —dijo Amanda asintiendo.

Duke pensó que seguía sin comprenderle.

—Algo pasa en tu brigada. El muchacho de Reggie no cumple las órdenes, así que envían a Hoyt para que se encargue del asunto. —Se rio—. Es típico. Envían a un hombre blanco cuando necesitan que las cosas se hagan como es debido.

Amanda alejó el teléfono de su boca para que no la oyese suspirar.

—Gracias, papá. Tengo que volver al trabajo.

Duke no estaba dispuesto a olvidarse del asunto tan fácilmente.

—¿No te estarás metiendo en algo que no debes?

—No, papá. —Intentó cambiar de tema—. No te olvides de meter el pollo en la nevera sobre las diez. Se estropeará si lo dejas fuera todo el día.

—Lo capté cuando me lo dijiste por sexta vez —replicó bruscamente, pero en lugar de colgar, añadió—: Ten cuidado, Mandy.

Amanda raras veces escuchaba ese tono compasivo en su padre. De forma inexplicable, los ojos se le llenaron de lágrimas. Butch Bonnie tenía razón en una cosa: estaba a punto de tener la menstruación.

—Nos vemos esta noche —dijo.

Oyó un ruido seco cuando Duke colgó el teléfono.

Amanda hizo lo mismo. Cuando regresó al coche, sacó un pañuelo del bolso y se limpió la mano. Luego se secó la cara. El sol abrasaba sin piedad; sentía que se estaba derritiendo.

El sonido de una bocina rompió el silencio que reinaba en el coche. El Ford Falcon de Evelyn Mitchell se había detenido en un semáforo ámbar. Un camión de reparto le adelantó. El conductor le hizo un gesto obsceno.

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