Criminal

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Capítulo catorce

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—Dios santo —murmuró Amanda, metiendo la llave en el contacto.

Salió a la carretera y siguió a Evelyn por Ponce de León en dirección a la Union Mission. Evelyn giró lentamente para meterse en el aparcamiento. Amanda hizo lo mismo y salió del coche cuando Evelyn apagó el motor.

—No te matarás conduciendo así de lento —dijo Amanda.

—¿Te refieres a no superar el límite de velocidad? Ese camionero…

—Casi te mata —la interrumpió Amanda—. Este fin de semana te voy a llevar al estadio para darte una clase.

—Oh —respondió Evelyn, agradecida—. Aprovecharemos el día. Podemos comer juntas e ir de compras.

Amanda se quedó sorprendida por su entusiasmo. Cambió de tema.

—Hodge ha regresado a mi comisaría.

—Me extrañó no verle en Model City esta mañana —respondió Evelyn cerrando la puerta del coche—. ¿Por qué lo han trasladado de nuevo?

Amanda dudó sobre si debía contarle que había llamado a su padre. Finalmente, decidió que no.

—Es posible que los jefazos transfirieran a Hoyt Woody para hacer el trabajo sucio.

—¿Por qué iban a mandar a un hombre blanco? ¿No sería más apropiado enviar a uno de los hombres de Reggie y dejar que el asunto quedase en familia?

Era una buena pregunta, pero Evelyn no padecía el daltonismo de Duke. Hoyt Woody haría lo que le ordenasen con tal de congraciarse con los altos cargos. Luther Hodge puede que no fuese tan manipulable.

—Imagino que enviaron a Woody por la misma razón que Hodge envió a dos mujeres para hablar con Jane. Somos prescindibles. Nadie nos presta atención.

—Eso es verdad —respondió Evelyn. Se encogió de hombros en señal de resignación—. Entonces sustituyeron a Hodge durante unos días para que otro hiciera el trabajo sucio, y luego lo devolvieron a su puesto.

—Así es. Tu amiga en Five Points dijo que llamó a Seguridad cuando Jane Delray trató de cobrar los vales de Lucy. Seguridad está fuera del recinto de Five Points. La persona que la echó del edificio habrá escrito una nota de incidente. —Las notas de incidentes formaban parte de un sistema mayor que se utilizaba para hacer un seguimiento de los delincuentes sin importancia que aún no merecía la pena que fuesen arrestados—. Las notas se incluyen en un informe diario que llega a los cargos más altos. Alguien debió descubrir que Jane intentaba utilizar el nombre de Lucy.

Evelyn llegó a la misma conclusión que Amanda.

—Nos enviaron a Techwood para amedrentar a Jane.

—Hicimos un buen trabajo, ¿verdad que sí?

Evelyn se llevó la mano a la cabeza.

—Necesito una copa. Todo esto me está dando migrañas.

—Con eso te dolerá aún más.

Amanda le habló de su conversación telefónica con Pam Canale, del punto muerto al que había llegado. Luego le mencionó la conversación tan críptica que había mantenido con el sargento Hodge.

—Qué extraño —dijo Evelyn—. ¿Por qué Hodge no responde a nuestras preguntas?

—Creo que quiere que sigamos llevando el caso, pero no quiere que nadie crea que nos anima.

—Tienes razón. Es posible que Kitty no consiguiera ese apartamento en la planta de arriba haciendo favores sexuales. Puede que su tío o su padre tuvieran algo que ver.

—Si Kitty es la oveja negra de la familia Treadwell, no me cuesta trabajo imaginar a Andrew Treadwell haciendo lo posible para impedir que provocase algún problema. Le buscó un apartamento para ella sola. Consiguió que recibiera una asistencia social. Se aseguró de que tuviera bastante dinero para que no le molestase.

—No hay forma de que podamos hablar con Andrew Treadwell. No nos dejarían pasar de la entrada.

Amanda no se molestó en recalcar lo obvio.

—He hablado con mi amiga encubierta —dijo Evelyn—. Es justo lo que pensaba: sería más fácil encontrar a un hombre al que «no le gusta» estrangular a sus putas.

—Es deprimente.

—Lo sería si fueras una puta. Le dije que preguntase por si alguien conocía a uno que le gustase pintar las uñas.

—Muy inteligente de tu parte.

—Ya veremos si funciona. Le dije que me llamase a casa. Odiaría que alguien se enterase por la radio.

—¿Has averiguado si Juice estaba en prisión cuando asesinaron a Jane?

—Estaba en el Grady haciéndose un turbante por haberse resistido al arresto.

Amanda había oído ese término con anterioridad. Había muchos prisioneros que se despertaban en la sala de urgencias del Grady sin recordar cómo habían llegado hasta allí.

—Eso no es una coartada. Podría haber salido del hospital sin que nadie se diera cuenta.

—Tienes razón —admitió Evelyn.

Amanda parpadeó por la intensa luz del sol.

—No podemos pasarnos el día dándole vueltas al asunto.

—En eso también tienes razón. Acabemos con esto.

Evelyn señaló el feo edificio de una sola planta que tenían enfrente. La Union Mission fue en su época una carnicería.

—Acapulco. ¿De dónde has sacado eso?

—Vi un anuncio en la revista Life. Johnny Weissmuller tenía una casa allí. Era maravillosa.

—Tú y tus revistas.

Evelyn sonrió, pero luego se puso seria al mirar al edificio.

—¿Cómo vamos a llevar este asunto? Por lo que se sabe, Lucy Bennett se suicidó.

—Creo que debemos ceñirnos a eso, ¿no te parece?

—No tenemos otra opción.

Amanda estaba acostumbrada a no tener muchas opciones, pero eso no obstaculizaba su forma de hacer las cosas posteriormente. Se dirigió hacia la puerta principal. Oyó música funk en la radio. La fachada de vidrio tenía rejas. Había hileras de camas vacías en la sala delantera, unas veinte a lo largo y cuatro a lo ancho. No se permitía que las chicas estuvieran allí durante el día. Se suponía que debían estar buscando trabajo. La puerta principal estaba abierta y el olor que salía era tan desagradable como todo lo que había olido la semana pasada.

—¿En qué puedo ayudarla? —dijo un hombre en voz alta.

Iba vestido como un hippie, con gafas de sol a pesar de estar dentro de un edificio. Le colgaba un bigote rubio y largo, y llevaba puesto un sombrero de fieltro. Era muy alto y desgarbado, y andaba con suma lentitud.

—Se parece a Spike, el hermano de Snoopy —farfulló Evelyn.

Amanda no mencionó que había pensado lo mismo. Se dirigió al hombre.

—Estamos buscando al señor Trask.

El hombre negó con la cabeza mientras se aproximaba.

—Aquí no hay ningún Trask, señoritas. Yo soy Trey Callahan.

—Trey —repitieron las dos al mismo tiempo.

Bennett al menos había estado cerca. Cualquiera sabía cómo las llamaría a ellas, si es que las llamaba de alguna forma.

—Díganme —dijo Callahan esbozando una sonrisa lacónica y metiéndose las manos en los bolsillos—. Imagino que alguna de las chicas se ha metido en problemas, y en ese caso no puedo ayudar. Soy neutral, como Suiza. ¿Me comprenden?

—Sí —dijo Evelyn. Al igual que Amanda, tuvo que levantar la cabeza para mirarle. Medía al menos un metro noventa—. Puede que esto le haga cambiar de opinión. Estamos aquí por Lucy Bennett.

Su actitud despreocupada desapareció.

—Así es. Haré lo que sea por ayudar. Que Dios se apiade de su angustiada alma.

—Esperábamos que pudiera decirnos algo de ella —dijo Amanda—. Para tener una idea de quién era y con quién se relacionaba.

—Pasen a mi oficina.

Se apartó para indicarles que debían pasar primero. A pesar de su aspecto de hippie, alguien le había enseñado buenos modales.

Amanda siguió a Evelyn hasta la oficina de Callahan. Era una habitación pequeña, pero alegre. Las paredes estaban pintadas de naranja brillante. Había pósteres de bandas de funk colgados por toda la habitación. Amanda se fijó en las cosas que tenía encima de la mesa: una fotografía enmarcada de una joven sosteniendo un cachorro de dóberman, un muelle de juguete oxidado, un grueso montón de hojas sujetas por una goma. Había un olor dulzón en la atmósfera. Amanda miró el cenicero y vio que lo habían vaciado hacía poco.

Callahan apagó la radio que había encima del escritorio. Les hizo un gesto para que se sentaran y esperó a que lo hicieran antes de sentarse él. Fue un gesto diplomático, pensó Amanda, ya que los ponía a todos al mismo nivel.

Evelyn sacó una libreta del bolso. Eso le dio un aire muy profesional.

—Señor Callahan, ¿qué cargo ocupa usted aquí?

—Soy el director, conserje, asesor laboral, párroco. —Extendió las manos señalando la oficina. Amanda se dio cuenta de que era más corpulento de lo que aparentaba a primera vista. Tenía la espalda ancha y ocupaba casi todo el asiento—. No me pagan mucho, pero me permite tener tiempo para trabajar en mi libro. —Puso la mano sobre un montón de papeles mecanografiados—. Estoy escribiendo una versión de El desayuno de los campeones, pero la acción se desarrolla en Atlanta.

Amanda sabía que no le convenía que hablase del proyecto. Sus profesores de la universidad podían hablar de ellos durante horas.

—¿Es usted el único que trabaja aquí?

—Mi novia trabaja en el turno de noche. Está terminando su carrera de Enfermería en Georgia Baptist. —Señaló la foto de la mujer y del perro, y esbozó la sonrisa de un vendedor de coches usados—. Les aseguro que aquí todo es legal.

Evelyn tomó nota, aunque no tenía relación alguna.

—¿Puede hablarnos de Lucy Bennett?

Callahan parecía preocupado.

—Lucy era diferente a la clientela de costumbre. Para empezar, sabía hablar educadamente. Era dura, pero en el fondo tenía buen corazón. —Señaló la sala exterior, las camas vacías—. Muchas de estas chicas proceden de familias conflictivas. Les han hecho daño de alguna forma. Mucho daño. —Se detuvo—. ¿Sabe lo que quiero decir?

—Creo que sí —replicó Evelyn, como si estuviera acostumbrada a hablar con simbolismos todos los días—. ¿Se refiere a que Lucy no era como las demás chicas?

—A Lucy le habían hecho daño. Se notaba nada más verla, como a todas estas chicas. No se acaba en la calle por gusto.

Se echó sobre el respaldo de la silla. Tenía las piernas abiertas. Amanda se quedó fascinada al ver que, con solo cambiar de postura, dejaba de ser un muchacho y se transformaba en un hombre. Al principio pensó que tendría más o menos su edad, pero después de observarle detenidamente pensó que andaría cerca de los treinta.

—¿Tenía Lucy algunas amigas? —preguntó Evelyn.

—Estas chicas en realidad no son amigas —admitió Callahan—. Lucy pasaba el tiempo con su grupo. Su chulo era Dwayne Mathison, alias Juice. Pero no creo que les esté diciendo algo que no sepan.

Amanda cogió una pelusa invisible que tenía en la falda. La maquinaria de chismes del gueto era mucho más fluida que la del Departamento de Policía de Atlanta. Dedujo que sabía que Juice las había intentado violar.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Lucy? —preguntó Evelyn.

—Hace más o menos un año.

—Parece recordarla muy bien.

—Tenía debilidad por ella. —Levantó la mano—. Nada que ver con lo que están pensando. De eso nada. Lucy era inteligente. Hablábamos de literatura. Era una lectora empedernida. Soñaba con dejar esa vida algún día e ir a la universidad. Le hablé de mi libro. Incluso leyó algunas páginas. Le interesó. Captó lo que yo pretendía. —Se encogió de hombros y añadió—: Intenté ayudarla, pero no estaba preparada.

—¿Contactó alguna vez con su familia?

Aferró los brazos del sillón.

—¿Por eso están aquí?

Evelyn fingía mejor que Amanda que no sabía nada.

—No sé a qué se refiere.

—Al hermano de Lucy. ¿Las ha enviado para cerrarme la boca?

—No trabajamos para el señor Bennett —afirmó Amanda—. Él nos dijo que vino aquí en busca de su hermana. Solo queremos comprobarlo.

Callahan no respondió de inmediato.

—El año pasado se presentó un tipo dándose aires de importancia. Vestía muy elegante. Arrogante como él solo. —Era fácil saber que se refería a Hank Bennett—. Quería saber si le había dado a Lucy la carta que le había enviado.

—¿Se la dio?

—Por supuesto —dijo aflojando los brazos—. La pobre no podía ni abrirla. Le temblaban tanto las manos que se la metí en el bolso. No sé si la leyó, porque desapareció una o dos semanas después.

—¿Cuándo ocurrió eso?

—Ya le he dicho que hace más o menos un año. En agosto, o quizá julio. Recuerdo que aún hacía mucho calor.

—¿Y no había visto a Hank Bennett desde entonces?

—No, y me alegro. —Se revolvió en la silla—. Ni siquiera me estrechó la mano. Creo que temía perder su excelencia.

—Sé que ha pasado mucho tiempo —dijo Evelyn—, pero ¿recuerda con qué chicas solía ir Lucy?

—Uh… —Se levantó las gafas de sol y se frotó los ojos con los dedos, como si estuviera haciendo un esfuerzo por recordar—. Jane Delray, Mary no sé qué y… —se bajó de nuevo las gafas— Kitty no sé qué. Ella no venía mucho por aquí; la mayoría de las noches se quedaba en Techwood, pero tengo la sensación de que no era una situación permanente. Nunca supe su apellido. Se parecía más a Lucy que el resto de las chicas. También pertenecía a otra clase, ya sabe a qué me refiero. Pero se odiaban mutuamente, y no podían estar en la misma habitación.

Amanda no miró a Evelyn, pero notó que compartía su mismo entusiasmo.

—¿Tenía Kitty un apartamento en Techwood?

—No lo sé. Es posible. Kitty es la típica chica que consigue lo que quiere.

—¿Se conocían de antes Lucy y Kitty?

—No creo. —Reflexionó sobre la pregunta, pero negó con la cabeza—. No eran el tipo de chicas que pudiesen llevarse bien. Se parecían mucho. —Se inclinó hacia delante—. Estudio Sociología, ¿sabe? Los buenos escritores lo hacen. Esa es la base de mi trabajo. Las calles son mi disertación.

Evelyn parecía entender lo que le estaba diciendo.

—¿Tiene alguna teoría?

—Los chulos saben cómo manejar a esas chicas. Les dejan muy claro que solo una puede ser la favorita. Algunas chicas se conforman con ser unas segundonas, porque están acostumbradas a que las humillen. Pero hay otras que se disputan el primer puesto y hacen lo que sea por conseguirlo. Trabajan más duro, más horas. Es la supervivencia de la más fuerte. Quieren ocupar ese puesto en el podio, mientras que los chulos se sientan y se ríen.

La sociología está condenada. Amanda lo había averiguado en la escuela secundaria.

—¿Cuándo vio a Kitty por última vez?

—¿Hace un año? No pasaba mucho tiempo aquí. Fue durante la época en que la iglesia de Juniper abrió el comedor social. Creo que era un ambiente más apropiado para Kitty. Había menos competencia.

—¿Recuerda si dejó de venir antes o después de la desaparición de Lucy? —preguntó Evelyn.

—Después. Unas dos semanas después. Como mucho un mes. Puede que en la iglesia la recuerden. Como les he dicho, era un ambiente más propicio para Kitty. Estaba fascinada con la redención. Creo que recibió una educación muy religiosa. A pesar de sus faltas, era muy devota.

A Amanda le costó trabajo imaginar a una prostituta sintiéndose cerca de Dios.

—¿Sabe el nombre de la iglesia?

—Ni idea, pero tiene una cruz negra y grande pintada en la fachada. La dirige un hermano alto, muy pulcro y cultivado.

—Hermano —repitió Evelyn—. ¿Se refiere a un negro?

Callahan se rio entre dientes.

—No, hermana. Me refiero a que es hermano de Cristo. Al fin y al cabo, todos nos liberamos de nuestros problemas al morir.

—Eso es de Hamlet —dijo Amanda. Había estudiado a Shakespeare dos trimestres antes.

Callahan se levantó las gafas de sol y le hizo un guiño. Tenía los ojos enrojecidos. Sus pestañas le recordaron los dientes de una planta carnívora.

—Recuerda todos mis pecados en tus oraciones, bella Ofelia.

Amanda se sonrojó.

Afortunadamente, Evelyn intervino:

—¿Sabe el nombre de ese hombre de la iglesia?

—Ni idea. Es un capullo, si me permite decirlo. Le gusta hablar de libros y cosas de ese estilo, pero no creo que haya leído ninguno en su vida. —Callahan se puso las gafas de nuevo—. Pensé que Lucy se despediría de mí antes de marcharse. Como le he dicho, había algo entre nosotros, algo platónico. Puede que le diese vergüenza. Esas chicas no suelen quedarse mucho tiempo. Sus chulos se hartan de ellas cuando no ganan mucho dinero y se la pasan a otro. Otras veces, son ellas mismas las que se van. Algunas regresan a su casa, si se lo permiten sus familias. Las demás terminan en los Gradys.

—Los Gradys —repitió Amanda. Resultaba extraño oír esa palabra en boca de un hombre blanco. Solo los negros llamaban al hospital Grady los Gradys. El nombre procedía de la época en que las salas del hospital estaban segregadas—. ¿Qué nos puede decir de Jane Delray? ¿La conoce?

Callahan soltó una risa inesperada.

—Esa hermana está loca de remate. Te pinchará en menos que canta un gallo.

—¿Por qué dice eso?

—Siempre se estaba peleando con las chicas. Robándoles sus cosas. Tuve que prohibirle que entrara en la Mission, algo que detesto hacer. Es el último recurso. Si no pueden venir aquí, no tienen otro sitio adónde ir.

—¿No pueden ir al comedor social?

—No, si están enganchadas. El hermano no las deja entrar. —Callahan se encogió de hombros—. No es una mala política. Cuando esas chicas están enganchadas, provocan más problemas. Pero yo no puedo cerrarles la puerta y dejarlas en la calle.

—¿No pueden recibir asistencia de la Autoridad para la Vivienda?

—Si tienen antecedentes de prostitución, no. La Autoridad les da de lado. No quieren que las chicas establezcan sus negocios con el dinero público.

Amanda trató de procesar la información. Le alegró saber que Evelyn lo estaba anotando todo.

—¿Recuerda algo más de Lucy?

—Solo que era una buena chica. Ya sé que es difícil de creer, especialmente si se trabaja para la policía. Pero todas empezaron bien, y en algún momento de su vida cometieron un error, y luego otro. Luego su vida se convierte en una serie de errores. Lucy especialmente. Ella no se merecía acabar así. —Aferró de nuevo los brazos del sillón—. No me gusta desearle mal a nadie, pero espero que lo frían por eso.

—¿A quién se refiere? —preguntó Amanda.

—Acaban de decirlo —dijo señalando la radio—. Lo oí antes de que ustedes llegasen. Han arrestado a Juice por matar a Lucy Bennett. Lo ha confesado todo. —El teléfono que había encima del escritorio empezó a sonar—. Disculpen —dijo levantando el auricular.

Amanda no se atrevió a mirar a Evelyn.

Callahan utilizó la mano para tapar el micrófono.

—Lo siento, señoritas. Me llama uno de nuestros donantes. ¿Necesitan algo más de mí?

—No —respondió Evelyn levantándose. Amanda hizo lo mismo—. Gracias por su tiempo.

El sol brillaba con tal intensidad al salir del edificio que a Amanda le escocieron los ojos. Se los tapó con la mano mientras iban hasta el aparcamiento.

—Bueno —dijo Evelyn poniéndose las gafas de sol—, lo han arrestado.

—Sí, y ha confesado.

Ambas se quedaron al lado de sus coches, en silencio. Al final, Amanda preguntó:

—¿Qué piensas de eso?

—Estoy desconcertada —admitió Evelyn—. Es posible que Juice lo haya hecho, pero también sé que es fácil sacarle una confesión, especialmente si lo interrogan Butch y Landry.

Amanda asintió. Al menos una vez a la semana, Butch y Landry se presentaban al recuento con cortes y heridas en los nudillos.

—Tú misma lo has dicho: «Juice podría haber salido del hospital, asesinar a Jane y meterse en la cama de nuevo sin que nadie se percatara». —Amanda se apoyó sobre el coche, pero se apartó cuando el calor le llegó a través de la falda—. Además, Trey Callahan nos ha confirmado que Juice era el chulo de Lucy Bennett y Jane Delray. Él sabría distinguir a las dos. Lo que no entiendo es por qué iba a confesar que había matado a una si fue a la otra.

—Dudo mucho que Rick Landry le permita contar su versión de la historia —añadió—. ¿Un hombre negro mata a una mujer blanca? Eso causaría mucho revuelo.

Tenía razón. El caso llegaría a todos los rincones del Ayuntamiento. Juice estaría en prisión antes de que acabase el año, si es que aguantaba con vida tanto tiempo.

Las dos guardaron silencio de nuevo. Amanda jamás había estado tan sorprendida.

Evelyn, para colmo, lo remató al decir:

—¿Crees que nos dejaran hablar con él?

—¿Con quién?

—Con Juice.

La pregunta era tan descabellada como peligrosa.

—Rick Landry nos colgaría vivas. No te lo he querido decir, pero estaba muy enfadado esta mañana. Se quejó delante de mí y le dijo a Hodge que estábamos interfiriendo en su caso.

—¿Y qué dijo Hodge?

—Nada, la verdad. Ese hombre habla en clave. A todas las preguntas que le hice, me respondió diciendo que era una buena pregunta. Fue agotador.

—Es su forma de decirte que ignores a Rick y sigas adelante. —Evelyn levantó las manos para impedir que protestase—. Piénsalo: si Hodge quisiera que dejases de investigar, te ordenaría que lo hicieras. Te podía haber asignado otro trabajo, como vigilar un cruce o pasarte el día con el papeleo. Sin embargo, te dijo que podías saltarte el recuento y que te reunieses conmigo.

—Sonrió agradecida—. Es muy inteligente de su parte. No te dice lo que debes hacer, pero no te pone impedimentos.

—A mí me parece muy molesto, eso es todo. ¿Por qué no te lo dice directamente? ¿Hay algo de malo en ello?

—Ya lo trasladaron a Model City hace cuatro días. Imagino que no quiere que lo manden allí de nuevo.

—Sí, pero mientras tanto soy yo la que se juega el cuello.

Evelyn parecía medir sus palabras.

—Probablemente tiene miedo de ti, Amanda. Muchas personas lo tienen.

Amanda se quedó perpleja.

—¿Por qué?

—Por tu padre.

—Eso es una estupidez. Aunque a mi padre le preocupasen esas cosas, yo no soy una chivata.

—Pero ellos no lo saben —dijo Evelyn con voz afable—. Cariño, es solo cuestión de tiempo que tu padre recupere su puesto. Aún tiene amigos muy poderosos, y seguro que se vengará. ¿Crees que no tienen razón para estar asustados?

Amanda no quiso admitir que tenía razón al hablar así de Duke, aunque se equivocase en lo demás.

—No sé por qué estamos teniendo esta conversación. A Juice lo han arrestado por asesinato. El caso está cerrado. Si creamos problemas, todo el departamento se pondrá en nuestra contra.

—Cierto. —Evelyn miró hacia la calle y vio cómo los coches pasaban a toda prisa—. Somos unas tontas de cuidado. Juice estuvo a punto de violarnos. Jane nos odió nada más vernos. Lucy Bennett era una yonqui y una prostituta a la que ni siquiera su hermano podía soportar. —Señaló la Mission—. Qué más da que el hermano de Snoopy dijera que era una chica educada. —Se quitó las gafas de sol—. Por cierto, ¿qué quiso decir con ese verso de Ofelia?

—Es de Hamlet.

—Lo sé —respondió Evelyn, irritada—. No solo leo revistas.

Amanda pensó que era mejor callarse.

Evelyn volvió a ponerse las gafas de sol.

—Ofelia fue un personaje trágico. Tuvo un aborto y se suicidó tirándose de un árbol.

—¿De dónde has sacado que tuvo un aborto?

—Tomó ruda. Es una hierba que utilizaban las mujeres para abortar. Shakespeare la describe recogiendo flores… y ella… —Evelyn movió la cabeza—. Bueno, qué más da. Lo que importa es: ¿vas a ir a la cárcel o no?

—¿Quién? ¿Yo?

A Amanda le costaba seguir esos cambios de ritmo.

—¿Sola? —preguntó.

—Le dije a Cindy que iría a Five Points para buscar el carné de Lucy.

—Muy conveniente.

—Además, Bubba Keller juega al póquer con tu padre, ¿no es cierto?

Amanda se preguntó si estaba aludiendo al Klan.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Keller es el director de la cárcel.

—¿Y qué?

—Que si vas a la cárcel y le dices que quieres hablar con Juice, no pasará nada. Pero, si yo te acompaño, tu padre se enterará.

Amanda no supo qué responder. Se sintió atrapada, como si Evelyn supiera todas las mentiras que ella le había dicho a Duke la semana pasada.

—No pasa nada —dijo Evelyn—. Todos tenemos que responder ante alguien.

Amanda no creía que ella tuviera que responder ante nadie.

—Veamos si te entiendo —dijo—: ¿quieres que me presente en la cárcel así de campante y diga que quiero hablar con un prisionero que acaba de ser arrestado por asesinato?

Evelyn se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

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