Criminal

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Capítulo veinticinco

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Capítulo veinticinco

15 de julio de 1975

James Ulster cogió por la nuca a Amanda, que se sintió como un gatito al que apresaran por el cogote. Sus brazos cayeron a los lados y sus pies quedaron en el aire.

Luego recordó que tenía un arma en la mano.

La giró hacia el costado y apretó el gatillo. Una, dos, tres veces. El cuerpo de Ulster se retorció al recibir los impactos, pero la aferró con más fuerza. Ella apretó el gatillo de nuevo. El fogonazo de los disparos le quemó el costado. Ulster le arrebató el arma, pero al cogerla soltó un quejido. El cañón estaba lo bastante caliente como para quemarle. El arma cayó al suelo.

Amanda se puso de rodillas y buscó a tientas la pistola. Ulster la levantó, tirando de su brazo. Oyó el chasquido de un hueso y vio que sus pies se levantaban de nuevo del suelo. Su espalda chocó contra la pared de la casa y notó que perdía el aliento. Le pateó y le arañó mientras él le apretaba el cuello. Le clavó las uñas en la piel y vio cómo su rostro se contraía de rabia. Amanda empezó a sentirse mareada. No le llegaba suficiente aire a los pulmones.

—¡Suéltala! —gritó Evelyn. Tenía la linterna debajo de su revólver—. ¡Ya!

Ulster no le prestó atención y apretó aún más el cuello de Amanda.

Evelyn apretó el gatillo. Ulster aflojó el cuello de Amanda. Evelyn le disparó de nuevo. La bala le dio en la pierna. Soltó a Amanda. El brazo le sangraba, el costado también, pero, aun así, no se dio por vencido.

—No te muevas —ordenó Evelyn.

Ulster no le hizo caso y empezó a caminar directamente hacia ella. Evelyn apretó el gatillo, pero la bala se perdió. El tipo le arrancó la pistola de la mano y levantó el puño. Ella retrocedió, pero no con la suficiente rapidez. Los nudillos le rozaron el mentón y cayó en el camino de entrada.

—¡No! —gritó Amanda.

Saltó sobre su espalda y le arañó los ojos. En lugar de dar vueltas, Ulster cayó de rodillas y se echó sobre su espalda. El peso de su cuerpo aplastó a Amanda. Expulsó todo el aire que tenía en el pecho. No obstante, le pasó el brazo alrededor del cuello y le hizo una presa ayudándose del otro. Era lo que se llama una llave de estrangulamiento. Lo había visto antes. Parecía sencillo si el contrincante no ponía resistencia, pero se enfrentaba a ciento veinte kilos de músculos. Ulster separó los brazos de Amanda con la misma facilidad que un niño desata un lazo. Cayó de espaldas y se golpeó en la cabeza.

Pateó y gritó, pero sus embates eran completamente inútiles. La inmovilizó con suma facilidad en el suelo, le puso los brazos en los costados y echó todo su cuerpo encima, aplastándole la rabadilla contra el suelo. La sangre empapaba la parte delantera de la camisa de Ulster y le goteaba de la boca.

—Debes arrepentirte, hermana —dijo presionando más fuerte. Se estaba quedando sin aire—. Arrepentirte de tus pecados.

—De acuerdo —susurró Amanda—. De acuerdo.

—Padre nuestro.

Ella luchó por coger algo de aire.

—Padre nuestro —repitió él apretando aún más.

Las costillas se le clavaron en el estómago. Algo en su interior se desgarraba. Ya no podía luchar más. Lo único que podía hacer era mirar sus ojos fríos y desalmados.

—Padre nuestro —dijo por tercera vez.

Era el comienzo de una oración.

—Padre —farfulló Amanda.

—Que estás en los Cielos.

—Que estás…

No tenía bastante aire.

—Que estás en los Cielos.

—Que… —Trató de librarse de él, pero pesaba como una montaña—. Por favor —dijo jadeando—. Por favor.

Ulster se levantó lo justo para que pudiese respirar.

—Que estás…

—Que…, que estás…

Amanda notó que sus brazos se movían a su aire. Ulster la detuvo al principio, echándose encima, pero luego se dio cuenta. Con sumo cuidado, retrocedió apenas un centímetro. Amanda extrajo su brazo y notó que la carne le arañaba la entrepierna. Sacó el otro brazo y luego unió ambas manos. Entrelazó los dedos, con todas sus fuerzas, dejando los pulgares por fuera.

Ulster la miró intensamente. Esbozaba una sonrisa. Se balanceó un poco, rozando su pelvis con la de ella. Amanda pensaba que estaba a punto de romperle las caderas. Se echó más encima aún. Quería mirarla, disfrutar viendo el dolor en su rostro.

—Padre nuestro —susurró Amanda.

—Así es —susurró el tipo, como si le estuviese enseñando a un niño—. Que estás en los Cielos.

—Que estás en los Cielos.

Amanda se detuvo para tomar aliento.

—Santificado sea…

Las palabras le salieron a toda velocidad.

—Santificado sea tu nombre.

—Venga a nosotros tu reino. —Se inclinó sobre ella y la miró fijamente a la cara—. ¿Venga a nosotros tu reino?

—Venga…

Amanda no terminó la oración.

En su lugar, con todas las fuerzas que pudo reunir, le golpeó con las manos en el cuello. Sus nudillos chocaron contra el cartílago y el hueso. Su garganta se hundió. Algo crujió. Sonó como si se rompiera un palillo.

El hioides. Tal como le había enseñado Pete.

Ulster cayó encima de ella como un martillo pilón. Amanda trató de quitárselo de encima. Él gruñó, pero no pudo moverlo; pesaba demasiado. Tuvo que arrastrarse por debajo de él. El peso de su cuerpo la estaba asfixiando. Con todas sus fuerzas, intentó no desmayarse, no vomitar, no rendirse.

Trató de aferrarse a algo con las manos. Se impulsó con los pies. Se desplazaba lentamente, con meticulosidad. Tenía el corazón en la garganta. La bilis en la garganta. Al final, con un impulso, logró liberarse.

Evelyn seguía inconsciente. Su revólver yacía en su mano abierta. La linterna había rodado hacia uno de los lados.

Amanda cogió el arma, pero Ulster la agarró por el tobillo y tiró de ella. Ella le pateó con todas sus fuerzas. Notó que su nariz se rompía bajo su talón. Él la soltó. A duras penas, logró ponerse de rodillas, pero él la volvió a agarrar. La rodeó con sus brazos por la cintura. Amanda le golpeó en la cabeza, tratando de darle en la nariz. Ulster se tambaleó. Eso le dio el tiempo para girarse, apuntar y clavarle el codo en la carne blanda de su cuello.

El crujido sonó como el estallido de una escopeta.

Ulster se llevó las manos al cuello. El aire penetró en su boca emitiendo un pitido. Amanda le golpeó con el codo por segunda vez. Otro crujido. Le propinó un tercer golpe y Ulster cayó de costado. Se puso de espaldas, intentando respirar algo de aire. Amanda trató de levantarse de nuevo. Le dolían los brazos, la cabeza le estallaba, le dolía el pecho, el cuello, todo su cuerpo.

Logró levantarse y se agarró a la furgoneta para no caerse.

Ulster emitió un gorjeo. La sangre le brotaba de la boca y de la nariz.

Amanda puso su pie descalzo en el cuello de Ulster. La sensación era tal como la había descrito Pete: burbujas estallando bajo el arco de su pie. Echó todo su peso sobre el pie, mientras miraba cómo los ojos de Ulster se abrían de terror y se preguntaba si ella había hecho ese mismo gesto cuando él le estaba arrebatando la vida.

—Manda —murmuró Evelyn.

Estaba sentada, con el labio partido y la mano en la cara. Tenía la mandíbula tan inflamada que el bulto sobresalía entre sus dedos.

—¡Aquí!

Un agente patrulla corrió alrededor de la furgoneta. Se detuvo al ver la escena.

—Dios santo —exclamó. Tenía el arma desenfundada, pero la sujetaba sin fuerzas delante de él—. ¿Qué coño habéis hecho?

—Amanda. —La voz de Evelyn sonaba forzada, como si le doliese hablar—. La chica.

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