Criminal

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Capítulo veintinueve

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En la actualidad. Miércoles

Se oía cantar a Sinatra suavemente a través de los altavoces del Lexus de Amanda, pero Will solo podía oír los gritos de Suzanna Ford. Se había sentido tan aliviado al encontrar viva a la chica que tuvo ganas de echarse a llorar mientras Sara la liberaba. Su padre le había hecho daño. Había intentado acabar con ella, pero él lo había impedido. Él había ganado. Por fin lo había derrotado.

Sin embargo, cuando Suzanna le había visto, había pensado que James Ulster había resucitado.

Se llevó la mano a la cabeza mientras miraba pasar los coches. Estaban en Peachtree Road, atascados en una congestión de tráfico cerca de uno de los muchos centros comerciales.

Amanda bajó el volumen de la radio. La voz de Sinatra sonó aún más suave. Volvió a poner la mano en el volante, mientras la otra descansaba en el cabestrillo que llevaba atado alrededor del hombro y de la cintura.

—Creo que va a hacer frío este fin de semana —dijo.

Tenía la voz ronca, probablemente por no haber dejado de hablar por su BlackBerry durante los últimos veinte minutos. Lo había hecho con la seguridad del hotel, con el Departamento de Policía de Atlanta, con sus agentes del GBI. Nadie se quedaría sin saber que sus viajes matinales al gimnasio habían sido una simple excusa para tener acceso a las escaleras que conducían al subsótano. ¿Cuántas veces había bajado hasta allí para hacerle daño? ¿Cuántas oportunidades de detenerle se habían perdido?

La chica llevaba secuestrada al menos una semana. Estaba deshidratada, hambrienta, mutilada y sabe Dios qué más.

—Aunque no se puede confiar de verdad en el hombre del tiempo —dijo Amanda—. Nunca se ha podido.

Will seguía sin responder.

El coche aceleró cuando pasaron el condominio de Amanda. El complejo Regal Park era bonito, pero no se podía comparar con los de alrededor. Estaban en la zona residencial de Buckhead. Habersham Road, Andrews Drive, Peachtree Battle; las residencias de esas calles valían dos millones y su precio ascendía a medida que te dirigías más al norte. En la zona estaban las propiedades más caras de la ciudad. Su código postal estaba entre los diez más ricos del país.

—Puede que llueva un poco.

Will miró por los espejos laterales cuando se acercaron al centro de Buckhead. Un coche patrulla de la policía de Atlanta los seguía. Amanda no le había dicho por qué, y a Will no le apetecía preguntarle. Respiraba con dificultad y tenía las manos sudorosas. No sabía por qué, pero en lo más profundo de su ser estaba seguro de que algo malo estaba a punto de ocurrir.

Amanda redujo la velocidad. Se oyeron las bocinas cuando giró ilegalmente en West Paces Ferry Road. Abrió los labios, pero solo para respirar.

Will esperó que dijera algo más del tiempo, pero siguió con la boca cerrada y la mirada fija en la carretera.

Él volvió a mirar por la ventana. El miedo le hacía sentirse mareado. Ya le había cogido por sorpresa en una ocasión ese día. Había sido muy cruel por su parte; casi le mata del susto. ¿Qué más tenía planeado?

Amanda señaló una casa de estilo de los sesenta con columnas Tara falsas. Era la mansión del gobernador.

—Un tornado pasó por aquí unos meses antes de que nacieras. Se llevó el tejado y arrasó Perry Homes.

Will no pensaba morder el cebo.

—¿Qué harán con su cuerpo?

Amanda no preguntó a quién se refería.

—Nadie lo reclamará. Lo enterrarán en una fosa común.

—Él tiene dinero.

—¿Tú lo quieres?

—No.

No quería nada de su padre. Prefería vivir de nuevo en las calles antes que coger un centavo de su dinero.

Amanda redujo la velocidad para girar de nuevo. Finalmente, Will se decidió a preguntarle:

—¿Adónde vamos?

Amanda encendió los intermitentes para girar.

—¿No lo sabes?

Will miró la placa de la calle. La X del centro le hizo darse cuenta. Tuxedo Road. Estaban en la parte más rica de la parte más rica. Con dos millones de dólares solo se podrían pagar los impuestos municipales de la propiedad.

—¿No? —preguntó Amanda.

Will negó con la cabeza.

Amanda giró. Condujeron unos cuantos metros antes de que añadiera:

—Tu expediente de menores está sellado.

—Lo sé.

—No llevas el nombre de tu padre.

—Ni el de mi madre. —Se aflojó el nudo de la corbata porque apenas podía respirar—. El periodista ese del

AJC, el exnovio de Faith, te llamó…

—Sí, porque yo trabajé en el caso original. —Amanda le miró—. Yo fui la que metió en la cárcel a tu padre la primera vez.

—No, no fuiste tú. Fueron Butch Bonnie y…

—Rick Landry. —Frenó para tomar una curva cerrada—. Eran los detectives de Homicidios. Yo estaba en lo que eufemísticamente se llamaba los Delitos de Vagina. Si entraba en una vagina o salía de una, ese era mi caso. —Volvió a mirarle, pero solo para disfrutar de su reacción—. Evelyn y yo hicimos todo el trabajo, pero Butch y Landry se llevaron todos los méritos. No te sorprendas tanto, era algo muy normal. Me atrevería a decir que sigue ocurriendo.

Aunque lo hubiera deseado, Will no pudo responder. Era demasiado para asimilarlo de una vez. Demasiada información. En su lugar, se quedó mirando las mansiones que se veían al pasar. Castillos, mausoleos. Finalmente dijo:

—¿Por qué no me lo contaste?

—Porque no importa. Fue otro caso más. He trabajado en muchos casos durante estos años. No sé si te has dado cuenta, pero llevo haciendo este trabajo desde hace mucho tiempo.

Will se desabotonó el cuello.

—Deberías habérmelo dicho.

Por una vez fue honesta.

—Probablemente, debería haberte dicho muchas cosas.

Redujo la velocidad de nuevo. Encendió el intermitente y entró en un largo camino de entrada. Vio una casa estilo Tudor tan grande como la mitad de un campo de fútbol, cuya puerta principal daba a un césped el doble de grande que el ancho de la casa. La hierba estaba cortada formando cuadros. Las azaleas y las hostas caían formando anillos alrededor de los altos robles.

—¿Quién vive aquí? —preguntó Will.

Amanda ignoró la pregunta mientras se acercaba hasta una cancela cerrada. Las volutas estaban pintadas de un negro brillante que hacía juego con el muro de ladrillo y hierro forjado que rodeaba la propiedad. Amanda presionó el botón del interfono que había en el panel de seguridad.

Transcurrió un minuto antes de que respondiera la voz de una mujer.

—¿Sí?

—Soy Amanda Wagner.

Se oyó la estática a través del interfono, y luego un largo zumbido. La cancela empezó a abrirse.

—Está al fondo —murmuró Amanda mientras conducía por el sinuoso camino.

—¿Quién vive aquí? —repitió Will.

—¿No reconoces el lugar?

Will negó con la cabeza. No obstante, aquella casa le resultaba familiar. La suave colina de hierba; rodando por ella, manchas de hierba en sus pantalones.

El camino formaba un suave arco delante de la casa. Amanda entró en la rotonda. Había una fuente enorme en el centro. El agua caía en una urna de cemento. Amanda aparcó el Lexus paralelo a las pesadas puertas de madera. Eran enormes, de unos tres metros, pero hacían juego con el tamaño del edificio.

Will miró por encima del hombro. El coche patrulla de la policía se había detenido a unos treinta metros, al final de la entrada. Salía humo del tubo de escape.

Amanda se ajustó el cabestrillo.

—Abróchate el cuello y ponte bien la corbata.

Esperó hasta que lo hizo y luego salieron del coche.

Los zapatos de Will crujieron en la gravilla. El agua de la fuente salpicaba. Miró el jardín delantero. ¿Había rodado por esa colina? Solo podía recordar algunas cosas sueltas, pero ninguna le hizo sentirse feliz.

—Vamos.

Amanda cogió el bolso por el asa mientras se dirigía a la escalera de delante. La puerta se abrió antes de que tocasen el timbre.

Una anciana estaba bajo el umbral de la puerta. Era la típica mujer que vivía en Buckhead; sumamente delgada, como todas las mujeres saludables, con un rostro que, sin duda, le habían estirado por detrás de cráneo. Llevaba una espesa capa de maquillaje y tenía el pelo tieso de tanta laca. Vestía una falda roja con medias y tacones altos. Su blusa de seda blanca tenía botones pequeños en las muñecas. Una rebeca roja le cubría los estrechos hombros.

No perdió el tiempo con formalidades.

—Te está esperando en su despacho.

El vestíbulo era casi tan grande como el del hotel Four Seasons. También tenía unas escaleras anchas, que se dividían en dos al llegar a la segunda planta. Las vigas de madera oscura formaban arcos en el techo de escayola. La lámpara de araña era de hierro forjado. Los muebles, de aspecto macizo. Las alfombras orientales mostraban una combinación de colores azul marino y burdeos.

—Por aquí —dijo la mujer, que los condujo por un pasillo largo que recorría todo el ancho de la casa.

Sus pasos resonaban en las losetas de pizarra. Will no pudo contenerse y miró hacia el interior de cada habitación a medida que pasaba por ellas. Una bombilla parecía estar encendiéndose en su cabeza. El comedor con su enorme mesa de caoba; la cubertería china que colgaba de las paredes del salón; la sala de juegos con la mesa de billar que jamás le habían dejado tocar.

Finalmente, se detuvieron delante de una puerta cerrada. La mujer giró el pomo al mismo tiempo que llamaban.

—Ya están aquí.

—¿Están?

Henry Bennett se levantó de su escritorio. Estaba impecablemente vestido con un traje azul hecho a medida. Abrió la boca, pero luego la cerró. Sacudió la cabeza, como si quisiera aclarar la vista.

Will estuvo a punto de hacer lo mismo. No había visto a su tío desde hacía más de treinta años. Henry acababa de terminar la carrera de Derecho cuando asesinaron a Lucy. Trató de mantener contacto con el único hijo de su hermana, pero la ley no permitía que un hombre soltero adoptase a un niño. Henry perdió el interés cuando Will cumplió los seis años, y a esa edad ya nadie quiso adoptarlo. Ni siquiera Henry. Desde entonces, no había vuelto a ver a su tío.

Hasta ese momento.

Y no tenía la menor idea de lo que debía decir.

Y Henry tampoco lo sabía.

—¿A qué…? —Se le veía muy enfadado. Esbozó una mueca de disgusto cuando le preguntó a Amanda—. ¿A qué estás jugando?

Una vez más, Will notó un sudor frío. Agachó la cabeza, deseando desaparecer. Si Amanda creía que lo iban a recibir con los brazos abiertos, estaba completamente equivocada.

—¿Wilbur? —preguntó Henry recordando.

Amanda interfirió:

—Hank, tengo que hacerte unas preguntas.

—Mi nombre es Henry —la corrigió él. Estaba claro que no le gustaban las sorpresas, tan poco como a Amanda. Ni siquiera la miraba.

Will se aclaró la voz y se dirigió a su tío.

—Lamento que nos hayamos presentado de esta manera.

Henry lo miró fijamente. Will tuvo una sensación de

déjà vu. Incluso después de tantos años, su tío tenía unos rasgos muy parecidos a los de su hermana muerta. La misma boca, los mismos pómulos pronunciados. También compartía los mismos secretos; todas aquellas historias sobre su infancia, sus padres y su vida.

Él, sin embargo, solo tenía una delgada carpeta que decía que Lucy Bennett había sido asesinada brutalmente.

—Bueno —dijo la mujer—. Esto es un poco incómodo. —Extendió la mano hacia Will—. Soy Elizabeth Bennett. Como Austen, pero algo más mayor. —Su sonrisa estaba tan estudiada como la broma—. Supongo que soy tu tía.

Will se limitó a darle la mano, pues no sabía qué otra cosa podía hacer. La mujer se la estrechó con más firmeza de lo que esperaba.

—Will Trent.

Ella enarcó una ceja, como si el nombre le sorprendiera.

—¿Cuánto tiempo lleva casada? —preguntó Amanda.

—¿Con Henry? —Se rio—. Demasiado tiempo. —Se giró para decirle a su marido—: No seas grosero, cariño. Estas personas son nuestros invitados.

Hubo una mirada de complicidad entre ellos, ese tipo de intercambio privado y silencioso que se crea entre las parejas que llevan muchos años casados.

—Tienes razón. —Henry señaló las dos sillas que había delante de su escritorio—. Siéntate, muchacho. ¿Os apetece una copa? Yo necesito una.

—No, gracias —dijo Amanda.

En lugar de sentarse delante del escritorio, lo hizo en el sofá. Como de costumbre, se sentó en el borde, sin echarse hacia atrás. La piel estaba gastada y crujió bajo su escaso peso.

—¿Y tú, Wilbur? —preguntó. Estaba delante de un carrito con muchas botellas.

—No, gracias.

Will se sentó en el sofá, al lado de Amanda. Era tan bajo que podía colocar fácilmente los codos sobre sus rodillas. Su pierna temblaba. Estaba nervioso, como si hubiese hecho algo malo.

Henry puso un cubito de hielo en un vaso. Cogió una botella de whisky y desenroscó el tapón.

Elizabeth se sentó en el sillón de piel que hacía juego con el sofá. Al igual que Amanda, se sentó sobre el borde, con la espalda erguida. Abrió una caja de plata que había en la mesilla y sacó un cigarrillo y un mechero. Will llevaba mucho tiempo sin estar al lado de un fumador. La casa era lo bastante grande para absorber el humo, pero el olor intenso del tabaco le llegó a las fosas nasales cuando ella encendió el cigarrillo.

—Bueno —dijo Henry acercando una silla del escritorio—, imagino que habéis venido por un motivo. ¿Dinero? Tengo que advertiros que todo mi dinero está inmovilizado, porque el mercado ha estado muy volátil.

Will hubiera preferido que le clavasen un cuchillo en la ingle.

—No, yo no quiero tu dinero.

—James Ulster está muerto —dijo Amanda.

Henry frunció la boca y se quedó completamente inmóvil.

—Me enteré de que había salido.

—Hace dos meses —confirmó Amanda.

Henry se echó sobre el respaldo de la silla. Cruzó las piernas. El vaso descansaba ligeramente sobre la palma de su mano. Se alisó el brazo del traje y dijo:

—Wilbur, sé que, a pesar de las cosas horribles que hizo, era tu padre. ¿Lo has asumido bien?

—Sí, señor. —Will tuvo que aflojarse de nuevo la corbata. El ambiente era tan tenso que tuvo ganas de marcharse enseguida, especialmente cuando la habitación quedó en silencio, porque nadie sabía qué decir.

Elizabeth le dio una profunda calada al cigarrillo. Esbozaba una sonrisa divertida, como si estuviese disfrutando de esa situación tan incómoda.

—Como he dicho, tu padre era un hombre muy malo, y creo que todos nos sentimos aliviados de que haya muerto.

Will asintió.

—Sí, señor.

Elizabeth le dio unos golpes al cigarrillo en el cenicero.

—¿Y cómo te va la vida, jovencito? ¿Estás casado? ¿Tienes hijos?

Will notó un hormigueo en el brazo y se preguntó si estaba sufriendo un ataque al corazón.

—Me va bien.

—¿Y a ti, Hank? —preguntó Amanda—. Vi que te hiciste socio. Tres años después de salir de la Facultad de Derecho ya ascendiste a lo más alto de la empresa. No hay duda de que el viejo Treadwell se ocupó bien de ti.

Henry se terminó la copa y puso el vaso en la mesa.

—Ya estoy jubilado.

Amanda se dirigió a Elizabeth:

—Debe de ser maravilloso tenerlo en casa.

Ella sostenía el cigarrillo entre los labios.

—Disfruto de cada momento.

Hubo otro intercambio silencioso, pero esta vez entre Amanda y Elizabeth Bennett.

Will se desabrochó el cuello. Amanda le dio un codazo para que se estuviera quieto. Elizabeth le dio otra calada al cigarrillo. Se oía el clic de algún reloj. El agua de la fuente de la entrada seguía emitiendo ese sonido rítmico.

—Dime —dijo Henry tamborileando con los dedos sobre su rodilla—. Wilbur. —Dejó de tamborilear—. ¿Qué más se te ofrece? Estaba a punto de marcharme al club.

—¿Cuántos años tendría Lucy ahora? —preguntó Amanda.

Henry continuó mirándose la mano.

—¿Cincuenta y tres?

—Cincuenta y seis —corrigió Will.

Henry estiró la pierna, se metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y sacó un cortaúñas.

—El otro día estuve pensando en tu madre, Wilbur. —Giró el mango—. Supongo que la puesta en libertad de Ulster la trajo a mi memoria.

Will notó una presión en el pecho.

—Lucy tenía una amiga. No era una chica guapa, pero sí muy recatada. —Henry alineó el cortaúñas con la uña del pulgar y presionó las dos palancas al mismo tiempo—. Creo que Lucy no era un buen ejemplo para ella, pero eso carece de importancia. —Colocó el trozo de uña cortada en la mesa, al lado del cenicero. Luego continuó con el siguiente dedo—. Un verano que estaba en casa, las oí reírse en la habitación de Lucy mientras escuchaban música. Fui a ver por qué armaban tanto jaleo y las sorprendí bailando delante del espejo y cantando con el cepillo del pelo. —Puso la segunda uña al lado de la primera—. ¿No es ridículo?

Will observó cómo se cortaba la uña del dedo medio. Dio un respingo porque apuró demasiado, pero, aun así, logró cortar todo el trozo en una sola pieza. Puso la uña en forma de media luna al lado de las otras. Cuando levantó la cabeza, se sorprendió al ver que le estaban observando.

—Supongo que no es una anécdota muy interesante, pero imagino que querrás saber muchas cosas de tu madre.

—¿Te acuerdas de Evelyn Mitchell? —preguntó Amanda.

Gruñó al oír el nombre.

—Vagamente.

—Evelyn estaba decidida a hacer un seguimiento del dinero de Ulster —le dijo a Will—. Eso fue antes del apogeo de la cocaína en Miami, cuando el Gobierno empezó a exigir a los bancos que los informasen de los grandes depósitos.

Henry se guardó el cortaúñas en el bolsillo.

—¿Y eso a qué viene?

Amanda cogió su bolso del suelo. Era una bolsa tan grande que parecía llevar el mundo en el hombro.

—Ulster vivía en un suburbio, pero tuvo bastante dinero para contratar al mejor abogado defensor del Southeast. Eso hizo que nos hiciéramos algunas preguntas, al menos a nosotras.

Henry habló con un tono arrogante.

—No sé qué tiene que ver eso conmigo.

—Ulster tenía una cuenta de ahorro en el banco C&S. Nosotras conocíamos a una mujer allí. Nos dijo que tenía menos de veinte dólares, por lo que no utilizó ese dinero para pagar al abogado.

—Tenía una propiedad —dijo Henry.

—Sí, una casa en Techwood que vendió en 1995 por cuatro millones de dólares. —Abrió el bolso—. Fue el último que se resistió a negociar. Estoy segura de que el Ayuntamiento se puso muy contento cuando terminó por aceptar.

Henry parecía molesto.

—Mucha gente hizo dinero con los Juegos Olímpicos.

—Sin duda, Ulster lo hizo.

Amanda sacó un guante de látex del bolso. Como de costumbre, se secó la palma de la mano en la falda. Al llevar el cabestrillo, le resultaba más difícil introducir los dedos, pero al final lo logró. Luego volvió a meter la mano en el bolso y sacó la Biblia de su padre.

Hank se echó a reír cuando puso el libro en la mesilla.

—¿Vamos a rezar por el alma de Ulster?

Amanda abrió la Biblia.

—Cometiste un error, Hank.

Él examinó el sobre. Se encogió de hombros.

—¿Cuál?

—Está dirigido a James Ulster, en la prisión de Atlanta. —Señaló el nombre—. Y este logotipo dice Treadwell-Price. Tu bufete.

A Will ya no le sorprendían las mentiras de Amanda. No hacía ni una hora que le había dicho que la carta era del abogado defensor de su padre.

—¿Y qué? —dijo Henry encogiéndose una vez más de hombros—. No hay nada dentro.

—¿De verdad? —preguntó Amanda.

—No, no hay nada. —Parecía muy seguro de sí mismo—. Obviamente, le escribí una carta cantándole las cuarenta. Había asesinado a mi hermana. No puedes demostrar nada.

—Puedo demostrar lo cerdo asqueroso que eres.

Él la miró fríamente.

—Por qué dices…

—Le diste este sobre a tu chica para que lo mecanografiase.

Miró a su esposa, pero ella tenía la mirada fija en Amanda. Estaba sonriendo, pero su expresión no era nada cálida.

—¿Ves tu nombre mecanografiado encima del logotipo de Treadwell-Price? —Le dio la vuelta a la Biblia para que pudiese verlo—. Eso es lo que se hace cuando envías una carta de negocios. Te lo enseñan en la escuela de secretariado.

—Mi secretaria falleció hace unos años.

—Lamento saberlo. —Le dio la vuelta a la Biblia—. Lo curioso sobre esas viejas máquinas de escribir, algo que supongo que no sabías, es que los rodillos eran muy pesados. Si no se tenía cuidado, uno se podía pillar los dedos entre ellos.

Henry puso derechos los recortes de las uñas que había sobre la mesa. Utilizó la punta de los dedos para darles la vuelta.

—Una vez más, me pregunto adónde quieres llegar.

—Bueno, el caso es que había que alinear el sobre muy bien para que la dirección no saliera torcida. A veces había que mover el sobre de un lado a otro entre los rodillos para ponerlo derecho. Es como una vieja imprenta en la que tienes que girar el tornillo para imprimir la tinta en la hoja de papel. ¿Aún sigues utilizando una pluma estilográfica?

Henry se quedó helado. Finalmente, parecía comprender.

—La tinta no estaba seca cuando pusiste el cheque dentro. —Amanda abrió el papel con cuidado—. Por eso, cuando tu secretaria presionó el sobre entre los dos rodillos pesados, la tinta del cheque se transfirió al interior del sobre. De este sobre. —Sonrió—. Tu nombre, tu firma, el dinero que pagaste a Herman Centrello, el abogado defensor del hombre que asesinó a tu hermana.

Henry sacó el cortaúñas de nuevo.

—No creo que eso sea una pista decisiva.

—Él la guardó todos estos años —dijo Amanda—. Pero es que Ulster era así, ¿verdad?

—¿Cómo voy a saber yo…?

—A él no le interesaba el dinero. Era solo un medio para conseguir sus fines. Vivía para controlar a la gente. Apuesto a que, cada vez que abría esta Biblia, en lo único que pensaba era en lo fácil que sería darle la vuelta a todo, con una simple palabra a la persona adecuada, con una llamada al abogado oportuno.

—No tienes pruebas de eso.

—Pasaste la lengua por el sobre para cerrar la carta, ¿verdad que sí, Hank? No creo que dejases que lo hiciera tu secretaria, porque se preguntaría por qué estabas enviando un cheque tan cuantioso a otro bufete de abogados para que se ocupasen de enviar lejos al hombre que asesinó a tu propia hermana. —Sonrió—. Imagino que fue un enorme esfuerzo para ti pasarle la lengua a tu propio sobre. ¿Cuántas veces has tenido que hacerlo durante estos años?

Henry pareció primero asustado, y luego, enfadado.

—No tienes mi ADN para compararlo.

—¿Eso crees? —Amanda se inclinó hacia delante—. ¿Te han arañado alguna vez, Hank? ¿Te arañó Jane en el brazo o en el pecho mientras la estrangulabas?

Se levantó tan rápido que la silla cayó hacia atrás.

—Quiero que te vayas inmediatamente. Wilbur, lamento que te hayas visto involucrado en esta… —buscó la palabra adecuada— locura.

Will se desabrochó el cuello. Hacía un calor insoportable en esa habitación.

Amanda se quitó el guante.

—Hiciste un trato con Ulster, ¿verdad que sí, Hank? Él consiguió lo que quería, y tú también.

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