Criminal

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Capítulo treinta y uno

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23 de julio de 1975. Una semana después

Amanda sonrió al entrar en el aparcamiento de la Zona 1 de la comisaría. Un mes antes, se habría echado a reír si alguien le hubiese dicho que se alegraría de volver. Una semana como agente de tráfico le sirvió para aprender una lección muy dura.

Ocupó uno de los aparcamientos más alejados. El motor traqueteó cuando apagó el contacto. Miró el reloj. Evelyn se estaba retrasando. Amanda debía entrar en la sala de reuniones y esperarla, pero lo imaginaba como un regreso triunfante. Cinco días bajo un calor sofocante, vestida con un uniforme de lana y vigilando cómo los niños más perezosos cruzaban las calles, no podían borrar el hecho de que ellas habían cazado a un asesino.

Amanda abrió el bolso. Sacó el último informe que iba a mecanografiarle a Butch Bonnie. Y no lo había hecho por amabilidad, sino para asegurarse de que estaba bien.

Wilbur Trent. Amanda le había puesto ese nombre al bebé porque nadie más quiso hacerlo. Hank Bennett no quería mancillar el nombre de su familia. O quizá no quería complicarse con los enredos legales de que Lucy tuviese un heredero. Evelyn tenía razón sobre las pólizas de seguros. Con la muerte de sus padres y el asesinato de su hermana, él era el único beneficiario de sus propiedades. Había dejado que el Ayuntamiento enterrase a su hermana en una fosa común mientras él pasaba de ser un miembro del tribunal de testamentarías a millonario.

Por eso, fue Amanda la primera que le compró a Wilbur una manta y una camiseta muy pequeña. Dejarlo en el hogar de acogida fue lo más difícil que había hecho en su vida. Más incluso que enfrentarse a James Ulster. Más que encontrar a su madre colgando de un árbol.

Estaba decidida a cumplir con la promesa que le había hecho a Ulster. El niño jamás sabría que su padre era un verdadero monstruo, ni que su madre era una yonqui y una prostituta.

Amanda jamás había escrito nada inventado, por eso estaba nerviosa por los detalles que había incluido en el informe de Butch y las mentiras tan descaradas que había dicho sobre la vida de Lucy Bennett antes de ser secuestrada.

El niño nunca lo sabría, pues algo bueno tendría que salir de toda aquella podredumbre.

—¿Cómo te va?

Evelyn estaba fuera del coche. Llevaba unos pantalones marrones y una camisa naranja con botones por delante. El moratón que tenía en la mandíbula había empezado a ponerse de color amarillo, pero aún le cubría gran parte de la cara.

—¿Por qué vas vestida de hombre? —preguntó Amanda.

—Si vamos a ir de un lado a otro de la ciudad, no pienso romper otro par de bonitos pantis.

—Yo no tengo pensado ir a ningún lado —dijo Amanda metiendo el informe en el bolso.

Lo cerró rápidamente, porque no quería que Evelyn viese la solicitud que había enviado para un puesto en la Oficina de Investigación de Georgia. Su padre había recuperado su puesto. El capitán Wilbur Wagner estaría dirigiendo la Zona 1 a finales de mes.

Evelyn frunció el ceño cordialmente cuando Amanda salió del coche.

—¿Has ido otra vez al orfanato esta mañana?

Amanda no respondió.

—Tengo que lavarme las manos —dijo.

Evelyn la siguió a la parte de atrás del Plaza Theater.

Amanda soltó un prolongado suspiro.

—He dicho eso para que me dejases en paz.

Evelyn sostuvo la puerta de salida, lo que hizo que se oyesen los gruñidos pornográficos de

Vixen Volleyball. Los dos hombres que estaban en la entrada se quedaron muy sorprendidos al verlas.

—Vuestras esposas os envían recuerdos —dijo Evelyn camino del cuarto de baño.

Amanda sacudió la cabeza mientras la seguía.

—Uno de estos días conseguirás que nos peguen un tiro.

Evelyn reanudó la conversación anterior.

—Cariño, no puedes ir a verle todos los días. Los bebés necesitan tener un lazo con las personas. No creo que quieras que se encariñe contigo.

Amanda abrió el grifo. Miró sus manos mientras se las lavaba. Eso era justo lo que deseaba con Wilbur, pero no se atrevía a decirlo. Era desesperanzador. Tenía veinticinco años y estaba soltera. No había forma de que el Estado le permitiese adoptarlo. Y probablemente hacían bien.

—¿Te dio Pete esa muestra de piel? —preguntó Evelyn.

Se echó agua fría en la cara. Tenía el sobre con la prueba en el bolso.

—Sigo sin saber para qué sirve —dijo. Luego añadió—: Pete tiene razón sobre la ciencia. Ahora no pueden utilizarlo, pero es posible que algún día… No querrás que se pierda en un almacén. Lo tirarán dentro de cinco años.

Amanda cerró el grifo.

—Si hubiera pena de muerte, nada de eso importaría.

—Amén. —Evelyn sacó la polvera del bolso—. ¿Dónde vas a guardar el sobre?

—No tengo ni idea. —No podía ir al banco y solicitar una caja fuerte sin la firma de Duke—. ¿Qué te parece en la caja donde guardas la pistola?

—Debe estar con el bebé. Dile a Edna que lo esconda en algún sitio. —Sonrió—. Pero asegúrate de que no lo guarda en la despensa.

Amanda se rio. Edna Flannigan no tenía muy buena reputación en los servicios sociales, pero era una buena mujer que cuidaba a los niños. Se había encaprichado con Wilbur. A Amanda no se le había pasado por alto. Era un niño muy fácil de querer.

—¿Puedo coger uno de tus libros de texto?

Evelyn dejó de empolvarse la nariz.

—¿Para qué?

—Edna me dijo que podíamos dejarle algunas cosas al bebé para cuando crezca. Pensé que podíamos…

Evelyn conocía la historia de Lucy Bennett, y de lo buena estudiante que había sido. Ella había ayudado a elaborarla, proporcionando algunos detalles internos sobre Georgia Tech para que las mentiras resultasen más plausibles.

—Si te doy uno de mis libros de estadística, ¿me prometes que dejarás de estar tan deprimida?

—Yo no estoy deprimida.

Evelyn cerró la polvera.

—Tenemos que hablar de nuestro próximo caso.

—¿Cuál?

—El DNF. Podemos investigar esos asesinatos.

—¿Te has olvidado de ese tal Landry que consiguió ponernos de guardias de tráfico? —Duke lo había averiguado con un par de llamadas telefónicas. Landry estaba tomándose unas copas con el comandante que había firmado el traslado. No solo fue una conspiración, sino un gesto propio de un cerdo machista que no podía soportar que dos mujeres se inmiscuyeran en su trabajo—. Lo único que nos falta es ponernos otra vez en su punto de mira.

—A mí no me asusta ese fanfarrón —dijo arreglándose el pelo en el espejo—. Salvamos una vida, Amanda.

—Y perdimos tres, puede que cuatro. —Nadie sabía dónde estaba Kitty Treadwell. Probablemente, enterrada en un vertedero de la ciudad. Algo que al parecer no le preocupaba a su padre. Andrew Treadwell se negó a responder a sus llamadas, y tampoco admitió tener una segunda hija—. Y ninguna de las dos hemos salido ilesas.

—Pero ahora conocemos a más personas. Tenemos fuentes. Disponemos de una red. Podemos llevar casos igual que hacen los hombres, puede que incluso mejor.

Amanda se limitó a mirarla. Los sonidos lascivos de la película pornográfica aumentaban la estupidez de su afirmación.

—¿Hay algo a lo que no le puedas sacar el lado positivo?

—Hitler. El hambre en el mundo. Los pelirrojos; no confío en ellos.

Evelyn retocó de nuevo su maquillaje. Amanda hizo lo mismo, nada complacida con lo que veía. Evelyn no era la única que tenía moratones. Ella lucía un círculo morado, gentileza de las manos de Ulster. Las costillas le dolían nada más tocarlas. Y se le estaba empezando a formar una costra en los cortes de las manos y los pies.

Evelyn la miró a los ojos.

Heridas de guerra.

Ambas sonreían cuando salieron del cuarto de baño.

—¿Te he hablado de ese tal Green Beret de Carolina del Norte que mató a toda su familia? —preguntó Evelyn.

—Sí —respondió Amanda levantando las manos para que lo dejase—. Dos veces. Preferiría hablar del caso que escuchar los detalles, así que gracias.

El vestíbulo estaba vacío. Evelyn se detuvo y puso los brazos en jarras.

—Aún sigo dándole vueltas a las pólizas de seguros.

Se refería a Hank Bennett. No podía quitárselo de la cabeza.

—Bennett fue a la Mission buscando a Lucy. De lo que deduzco que terminó en el comedor social y conoció a James Ulster.

—Puede que se conociesen, pero de eso a decir que trabajaban juntos… —Amanda negó con la cabeza—. ¿Para qué? ¿Por qué motivo?

—Bennett quitó de en medio a su hermana para que no pudiese heredar el dinero de sus padres, y se quedó con Kitty Treadwell para sí mismo, además de con su dinero, porque ya sabes que debía de tener algo.

—¿Crees que Hank Bennett está ocultando a Kitty en algún sitio? —No era del todo una pregunta, pues ella misma había estado pensando justo eso toda la semana—. ¿Con qué fin?

—Para hacerle chantaje a Andrew Treadwell. —Evelyn sonrió—. Presta atención a lo que te digo: Hank Bennett dirigirá el bufete algún día.

Amanda suspiró. Se preguntó si debía culpar a las revistas que leía Evelyn por esas teorías conspirativas.

—Kitty Treadwell está enterrada en algún sitio. Ulster las secuestró para matarlas, no para rehabilitarlas.

—Alguien puso el bebé en el cubo de basura.

Amanda no supo qué responder. Algunas partes del cuerpo de Lucy aún estaban cosidas al colchón cuando la encontraron. Pete Hanson no les pudo dar una hora precisa entre el nacimiento de Wilbur y la muerte de Lucy. Solo pudo deducir que, en algún momento, se liberó de sus ataduras y ocultó al niño.

¿Y luego Ulster volvió a coserla?

—Creo que hay algo que no encaja —dijo Evelyn.

Amanda no quiso echar más leña al fuego, pero ella tenía el mismo presentimiento.

—¿Quién más pudo ayudarla? —preguntó—. A Trey Callahan lo cogieron en Biloxi con su novia. —Dijo que solo había robado el dinero de la Mission para publicar su libro—. No había duda de que Ulster trataba de incriminarle en todo ese asunto de Ofelia. ¿No crees que si hubiera un segundo asesino, Ulster lo habría incriminado?

—Veamos una cosa: ¿de dónde procede el dinero?

Herman Centrello. Evelyn estaba decidida a averiguar cómo James Ulster podía pagar al mejor abogado del Southeast.

Amanda negó con la cabeza.

—¿Y eso qué importa? Ningún abogado del mundo puede conseguir que salga libre. Lo cogieron con las manos en la masa. Sus huellas están en el cuchillo.

—Se librará del asesinato de las otras chicas. No tenemos nada que lo vincule con Jane o con Mary. No hemos encontrado el cuerpo de Kitty, si es que está muerta. Puede que, algún día, Ulster salga en libertad condicional. Por eso debes guardar esa muestra. Tal vez algún día la ciencia nos sirva para acusarle.

—Entonces tendrá más de sesenta años. Estará demasiado viejo para andar, y menos para hacerle daño a nadie.

Evelyn abrió la puerta de salida.

—Y nosotras seremos unas abuelitas jubiladas que viviremos con nuestros maridos en Florida, y que nos preguntaremos por qué nuestros hijos nunca nos llaman.

Amanda quiso retener esa imagen para pensar en ella cuando se fuese a la cama y solo viese la mirada condescendiente de Ulster. Se había reído de ella. Se estaba guardando algo, algo que debía de darle poder sobre todos los demás.

—¿Te ha llamado Kenny? —preguntó Evelyn.

Amanda dejó que su sonrojo respondiera por ella. Se colgó el bolso del hombro mientras iban a la comisaría. Había una conmoción en la puerta principal. Los policías discutían con un borracho. Le habían atado las manos con una presilla por haberse resistido a la autoridad, pero las agitaba exageradamente mientras le sujetaban por el cuello.

—Y queríamos volver a esto —dijo Amanda.

Evelyn miró su reloj.

—Joder, llegamos tarde para el recuento.

Demasiado para su regreso triunfal. Luther Hodge las pondría a hacer trabajos de oficina toda la semana. Amanda odiaba esa tarea, pero al menos tendría a Evelyn para compadecerse. Quizá podrían echar un vistazo a los casos sobre las chicas negras que habían desaparecido. No había nada de malo en elaborar otro rompecabezas de papeles.

—¡Guau! —dijo el borracho que aún forcejeaba cuando ellas llegaron a la entrada de la comisaría.

Uno de los agentes le dio una bofetada en la oreja. La cabeza del hombre giró como una manivela.

La sala de reuniones apestaba a tabaco y presentaba su aspecto deslucido de costumbre: las hileras de mesas estaban torcidas, los blancos sentados a un lado y los negros al otro. Los hombres, en la parte de delante; las mujeres, en la de atrás. Hodge estaba en el podio. Todo el mundo estaba sentado para el recuento.

Sin embargo, por algún motivo, empezaron a levantarse.

Al principio fueron algunos de los detectives blancos, pero luego, lentamente, empezaron a ponerse en pie los negros. Recorrieron la sala formando un semicírculo, terminando con Vanessa Livingston, quien, como de costumbre, estaba sentada en la última fila. Les levantó los pulgares a las dos y esbozó una sonrisa de orgullo.

Evelyn se quedó perpleja durante unos instantes, pero mantuvo la cabeza erguida mientras entraba en la sala. Amanda intentó hacer lo mismo. Los hombres se apartaron para dejarlas pasar. Nadie dijo nada. No silbaron, ni les dijeron nada inoportuno. Algunos asintieron. Rick Landry fue el único que permaneció sentado, pero, a su lado, estaba Butch Bonnie, de pie, mostrando su respeto casi a regañadientes.

La situación se echó a perder cuando tiraron al borracho dentro de la sala de reuniones. Él se levantó del suelo, gritando: «Os voy a denunciar, pandilla de mamones».

El ambiente se puso de lo más tenso. El borracho se quedó paralizado al ver que estaba en una sala llena de policías. Miró a Amanda y luego a Evelyn:

—Disculpen mi lenguaje, señoritas.

—Capullo —dijo Butch sacándose el palillo de dientes de la boca—. No son señoritas. Son policías.

La sala suspiró como un solo hombre. Se hicieron algunos chistes. Sacaron al borracho y Hodge dio algunos golpes en el podio para pedir silencio.

Amanda reprimió la sonrisa que se le vino a la boca mientras iba a la parte de atrás de la sala. Sabía que Evelyn estaba detrás de ella, pensando lo mismo.

Por fin las habían aceptado.

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