Criminal

Criminal


Capítulo treinta y dos

Página 56 de 60

C

a

p

í

t

u

l

o

t

r

e

i

n

t

a

y

d

o

s

En la actualidad. Miércoles

Will se sentó en el banco de madera que había en la cima de la pequeña colina y apoyó los codos en las rodillas. Miró hacia la calle cuando el coche patrulla salió de la entrada. Su padre era un asesino. Su tío también. Y él llevaba los genes de ambos.

Oyó unos pasos por la gravilla. Amanda le puso la mano en el hombro, pero solo para ayudarse a sentarse.

Ambos miraron la calle vacía. Los segundos se convirtieron en minutos. Will oía un ruido blanco en sus oídos, un zumbido que no le dejaba pensar.

Amanda soltó un profundo suspiro.

—Evelyn nunca me perdonará esto. Ella siempre pensó que había alguien más.

—¿Testificará contra él?

—¿Quién? ¿Kitty? —Amanda encogió el hombro que tenía bueno—. Lo dudo. Si hubiera querido hablar, podría haberlo hecho hace años. Supongo que Henry todavía la controla. —Soltó una carcajada compungida—. Has llegado muy lejos, muchacho.

Will no podía fingir que estaba satisfecho ni lanzar comentarios irónicos, como hacía Amanda.

—Dime qué sucedió. La verdad.

Amanda miró el jardín delantero, ese enorme espacio verde que estaba mejor cuidado que la mayoría de los parques públicos. Necesitaba tiempo para aclararse las ideas. La honestidad no era, precisamente, su punto fuerte. Will se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo.

—Ya sabes que había dos víctimas. Tu madre y Jane Delray.

—Sí. —Will lo había visto en el historial de su padre. No había pruebas suficientes para vincular a James Ulster con el asesinato de Jane Delray, pero se deducía que él había sido el culpable—. Era su patrón. Cogía a dos y decidía cuál quedarse.

—Había otras dos chicas. Mary Halston y Kitty Treadwell.

Will juntó las manos.

—Tu madre y Mary Halston sufrieron los mismos daños. A ambas «las cosieron», y a las dos se les encontraron señales de agujas. Pero Jane fue diferente. A ella no la secuestraron; su asesinato fue algo impulsivo. La estrangularon y luego la tiraron desde el tejado para que pareciese un suicidio.

—¿Fue Henry?

—No estaba segura hasta que vi el cheque. Lo que dije fue la verdad. A Evelyn le extrañaba que Ulster tuviera un abogado tan caro y, francamente, a mí también. A él nunca le interesaron las cosas materiales, solo le gustaba ejercer el control. Creo que el hecho de que Hank le enviase ese cheque a la cárcel le concedió cierto control.

—No creo que a Henry le preocupe ese cheque. Sabes que eso no es suficiente.

—El ADN de Henry se comparará con la prueba del caso de Jane Delray. Llamé a la chica que está a cargo de las pruebas del archivo nada más enterarme de que tu padre andaba suelto. Es un milagro que la cadena de custodia siga intacta y que nunca hayamos tenido que usarla.

—¿Qué prueba es esa?

—Es la que dije ahí dentro. Jane arañó a su agresor. Seguro que concuerda con el ADN de Henry que se puede encontrar en el sobre.

—¿Estás segura de eso?

—¿Acaso tú no lo estás?

Will había visto la cara de su tío. No había duda.

—¿Qué pasa con Kitty?

—Solo puedo hacer algunas conjeturas. Ulster la quitó de la heroína. Hank la utilizó para sacarle dinero a Treadwell. —Señaló con la cabeza la casa—. Como puedes ver, no fue un mal plan.

Will miró la casa. «Mansión» no sería la palabra más adecuada. Puede que «museo» o «prisión».

—¿Hay algo más que quieras saber?

Tenía un sinfín de preguntas.

—¿Por qué me lo pones tan difícil?

—Porque también lo es para mí, Will.

Él no había pensado en eso. A pesar de todas sus bravuconadas, sabía que Amanda se sentía muy vinculada. Fue su primer caso, su primer homicidio. Intentaba actuar como si nada, pero que ambos estuvieran sentados allí confirmaba justo lo contrario.

—Hank siempre odió a las mujeres —dijo finalmente—. Imagino que odiaba a Lucy por su independencia, por su espíritu libre, por su capacidad para elegir. Ella iba a la escuela. Vivía en Atlanta. Hank era de los que pensaba que las mujeres debían estar en su lugar. Por aquel entonces, muchos hombres pensaban igual. No todos, pero… —Volvió a encoger el hombro—. Lo único que debes saber es que tu madre era una buena persona. Era inteligente, independiente y te quería.

Un camión grúa pasó por la calle. Will oyó el zumbido de las ruedas en la carretera. Se preguntó cómo sería eso de vivir en una mansión y ver el resto del mundo pasar a tu lado.

—Todas las personas a las que interrogué en la escuela la apreciaban —dijo Amanda.

Will movió la cabeza. Ya había oído bastante.

—Era divertida y amable. Muy popular. Todos los profesores se quedaron destrozados cuando se enteraron de lo sucedido. Ella prometía mucho.

Will tenía un nudo en la garganta.

—Yo estuve con ella cuando falleció. —Amanda se detuvo de nuevo—. Sus últimas palabras fueron para ti. Dijo que te quería. No quiso marcharse hasta que no se aseguró de que la habíamos oído, hasta que nos hizo entender que te quería con cada aliento de su cuerpo.

Will se llevó los dedos a los ojos. No pensaba llorar delante de ella. Si lo hacía, no habría forma de volver atrás.

—Te ocultó en el cubo de basura para salvarte de tu padre. —Se detuvo—. Evelyn estaba allí. Las dos te encontramos. No creo que haya estado tan llena de ira en toda mi vida.

Will volvió a tragar. Tuvo que aclararse la voz para hablar.

—Edna Flannigan. Tú la conocías.

—Muchos casos me condujeron al orfanato —dijo Amanda ajustándose la tira del cabestrillo—. Nadie me dijo que había muerto. Cuando lo supe… —Miró a Will a los ojos—. Sinceramente, su sustituto recibió el merecido castigo por sus actos.

Will no pudo evitar disfrutar con la idea de que Amanda había aniquilado al hombre que lo había echado a la calle.

—¿Qué había en el sótano? ¿Qué estabas buscando?

Amanda volvió a mirar el césped mientras soltaba un largo suspiro.

—Me pregunto si alguna vez lo sabremos.

Will recordó los arañazos en la tolva de carbón. Pensó que los había hecho algún animal, pero ahora sabía que probablemente era una de las viejas amigas de Amanda.

—Alguien estuvo allí mientras estábamos en el hospital.

—¿De verdad?

Amanda fingió estar sorprendida.

Will intentó darle a entender que no era un completo idiota. Era imposible que un portaobjetos hubiera estado en el archivo de pruebas durante treinta y siete años.

—Pruebas de archivo.

—¿Pruebas de archivo? —Amanda tenía una irritante sonrisa en los labios. Will sabía que estaba disimulando antes incluso de que abriera la boca.

—Nunca he oído hablar de eso.

—Cindy Murray —continuó. La asistente social de Will, la mujer que le había ayudado a salir de las calles y entrar en la universidad.

—¿Murray? —repitió Amanda, para finalmente negar con la cabeza—. No me suena.

—El capitán Scott, de la prisión…

Ella rio entre dientes.

—Recuérdame que te cuente historias de la antigua prisión. Era horrible antes de que Holly la limpiase.

—Rachel Foster. —Amanda aún llamaba a la jueza federal para que firmase todas sus órdenes judiciales—. Sé que eres amiga suya.

—Rachel y yo empezamos juntas. Ella trabajaba como operadora en el turno de noche, así podía ir a la Facultad de Derecho durante el día.

—Ella eliminó mis antecedentes cuando me gradué en la universidad.

—Rachel es una muy buena mujer.

Will no pudo contenerse. Tenía que encontrar al menos una fisura.

—Nunca te he visto hacer un viaje para contratar a alguien para el GBI. Ni uno en quince años. Solo el que hiciste para contratarme a mí.

Se ajustó el cabestrillo.

—Bueno, la verdad es que nadie disfruta en esos viajes. Tienes que hablar con cincuenta personas, y la mitad de ellos son analfabetos. —Le sonrió—. No es que eso tenga nada de malo.

—¿Lo heredé de él? —No pudo mirarla. Amanda conocía su dislexia—. ¿Mi problema?

—No —respondió ella con toda seguridad—. Ya viste su Biblia. La leía a todas horas.

—Esa chica, Suzanna Ford, vio…

—Vio a un hombre alto, eso es todo. Tú no te pareces en nada a él. Conocí a James Ulster. Hablé con él, le miré a los ojos. Tú no tienes ni una pizca de él en tu sangre. Tú vienes de Lucy. Todo lo que eres los has heredado de tu madre. Créeme. De no ser así, no perdería mi tiempo.

Will estrechó sus manos. El césped se hundía bajo sus pies. Su madre tendría ahora cincuenta y seis años. Probablemente, sería profesora. Sus libros de texto se leerían en las clases, se subrayarían las palabras y estarían plagados de asteriscos en los márgenes. Podía haber sido ingeniera, matemática o una erudita feminista.

Había pasado muchas horas con Angie hablando de lo que hubiera sido. ¿Qué habría sucedido si Lucy hubiera vivido? ¿Qué habría pasado si la madre de Angie no hubiera tomado esas sobredosis? ¿Qué habría sido de ellos si no se hubieran criado en aquel orfanato? ¿Qué habría pasado si no se hubieran conocido nunca?

Sin embargo, su madre había muerto. Al igual que la de Angie, aunque esta había tardado mucho más. Ambos se habían criado en aquel orfanato, y habían conectado durante casi tres décadas. Su rabia era como un imán entre ellos. Un imán que a veces los atraía; otras, los separaba.

Will había observado el daño que causaba el resentimiento. Lo había visto en el cuerpo consumido de Kitty Treadwell, en la forma tan arrogante en que su tío Henry ladeaba el mentón y, algunas veces, cuando ella creía que nadie la miraba, en los ojos de Amanda.

Él no podía vivir de esa forma. No podía permitir que sus primeros dieciocho años de vida arruinasen los siguientes sesenta.

Se metió la mano en el bolsillo. Notó el frío de su anillo de boda. Se lo dio a Amanda.

—Quiero que guardes esto.

—Bueno —dijo simulando estar un poco avergonzada mientras lo cogía—. Me parece un poco precipitado. Nuestra diferencia de edad es…

Will intentó recuperarlo, pero ella le cogió de la mano.

Amanda Wagner no era una mujer cariñosa. Raras veces tocaba a Will con delicadeza. Le pegaba un puñetazo en el brazo o le daba una palmada en la espalda. En una ocasión, incluso tiró de la placa de seguridad de una pistola de clavos y fingió sorprenderse cuando el clavo pasó entre su pulgar y su dedo índice.

Ahora, sin embargo, le cogió de la mano. Sus dedos eran pequeños, y la muñeca, extremadamente delgada. Llevaba las uñas esmaltadas y tenía manchas de edad en el dorso de la mano. Apoyó su hombro sobre el de Will y él le devolvió el gesto. Ella le estrechó durante unos segundos y luego se soltó.

—Eres un buen chico, Wilbur —dijo.

Will no quiso responder por temor a que la voz no le jugase una mala pasada. Normalmente, habría bromeado y habría fingido que se echaba a llorar como una niña, pero la frase en sí ya era una contradicción para la mujer que estaba sentada a su lado.

—Debemos irnos antes de que Kitty nos eche de un manguerazo.

Se guardó el anillo en el bolso mientras se levantaba del banco. En lugar de colgárselo del hombro, lo cogió con una mano.

—¿Quieres que te lo lleve? —se ofreció Will.

—Por lo que más quieras, no soy una inválida —dijo poniéndose el bolso en el hombro para demostrarlo—. Y abróchate el cuello de la camisa, que no te has criado en un establo. Y no creas que no hablaremos de tu pelo.

Él se abrochó el cuello mientras iban hacia el coche.

Kitty Treadwell estaba en la puerta principal, observándolos atentamente. Tenía un cigarrillo en la boca; el humo se le metía en los ojos.

—Yo pagué los impuestos de propiedad —dijo.

Amanda estaba a punto de abrir la puerta del coche, pero se detuvo.

—De la casa en Techwood. —Kitty bajó las escaleras y se detuvo a escasos metros del coche—. Yo pagué los impuestos porque merecía la pena. Eso jodió mucho a Henry, cuando James la vendió.

—Y a mí también —admitió Amanda—. Cuatro millones de dólares es un buen beneficio.

—A Henry solo le interesa el dinero. —Kitty se quitó el cigarrillo de la boca—. Pensé que serían para Wilbur.

—Él no lo quiere —replicó Amanda.

—Ya lo veo. —Kitty sonrió a Will, que se estremeció—. Te has convertido en una persona mucho mejor que todos nosotros. ¿Cómo demonios lo has conseguido?

Él no le respondió. Ni siquiera podía mirarla.

—¿Hank conoció a Ulster en el comedor social? —preguntó Amanda.

Kitty se giró de mala gana hacia ella.

—Él estaba buscando a Lucy. Quería asegurarse de que no reclamaría la propiedad de sus padres. Fue una unión perfecta. —Se puso el cigarrillo en la boca—. Hicieron un gran negocio. Hank le dio a Lucy, sin condiciones. Ulster, a cambio de eso, me quitó de la droga, aunque no recomiendo sus métodos. —Sonrió como si todo aquello fuese una broma—. Supongo que James pensó que Lucy era un buen negocio. Un ángel caído sin padres ni familia que pudieran causar problemas. —Echó una bocanada de humo—. Además, Mary ya no le servía de nada.

—¿Por qué la mató?

—¿A Mary? —Kitty se encogió de hombros—. No la podía doblegar. Estar embarazada te cambia. Al menos eso parece desde fuera. Encomiable, pero mira dónde la llevó.

—¿Y a Jane Delray?

—Se peleaban constantemente por Jane. Henry quiso quitarla de en medio. Ella no estaba dispuesta a cerrar la boca, y le hablaba a todo el mundo de Lucy, de Mary y de mí. Imagino que fui muy afortunada al no terminar de la misma manera. Yo siempre estaba alardeando de mi padre. —Soltó una carcajada—. Como si a alguien del gueto le importase una mierda quién fuese mi padre.

—¿Se pelearon por eso? —repitió Amanda.

—A James no le importaba un carajo con quién hablase esa zorra. Se le subió a la cabeza, ya que, al fin y al cabo, estaba haciendo la obra del Señor. No era un asesino a sueldo. Dios le protegería.

Amanda estableció una conexión obvia.

—Te retuvieron en la casa con Lucy.

—Sí, estuve allí todo el tiempo. —Se detuvo. Pareció esperar otra pregunta de Amanda—. Todo el tiempo.

Amanda no dijo nada.

Kitty echó la ceniza en el camino de entrada.

—Al final me reconcilié con mi padre. —Soltó una amarga carcajada—. Más dinero para el cofre de Henry. ¿Cómo dice ese proverbio? ¿Dios no cierra una puerta sin apuntillar primero las ventanas?

—Si testificas, podría… —dijo Amanda.

—Tú no puedes hacer nada. Ambas lo sabemos.

—Puedes dejarle. Puedes dejarle ahora mismo.

—¿Y por qué iba a hacerlo? —Parecía perpleja—. Es mi marido y le quiero.

Su tono convincente resultaba tan espantoso como todo lo demás. Will ya lo había oído antes ese mismo día. Ella parecía esperar una respuesta.

—¿Cómo puedes quererle después de lo que hizo? —preguntó Amanda.

Kitty soltó una larga bocanada de humo.

—Ya sabes lo que pasa con los hombres. —Tiró el cigarrillo al jardín—. A veces, una mujer se enamora de un asesino.

Ir a la siguiente página

Report Page