Criminal

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Capítulo seis

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En la actualidad. Lunes

Sara recorrió la sala de urgencias del hospital Grady intentando no inmiscuirse en los casos. Sin embargo, aunque se tatuase en la frente «fuera de servicio», las enfermeras no la dejaban ni por un momento. El hospital andaba muy corto de plantilla y muy sobrecargado de trabajo. En sus ciento veinte años de historia, no había habido ni un solo momento en que la oferta pudiera satisfacer la demanda. Trabajar allí equivalía a no tener una vida propia, justo lo que ella necesitaba cuando aceptó el trabajo. En aquel entonces, la verdad es que no lo deseaba, pues acababa de enviudar, residía en una ciudad diferente y trataba de empezar una nueva vida. Sumergirse por completo en aquel trabajo tan exigente era la única forma de poder soportarlo.

Sin embargo, resultaba increíble lo rápido que habían cambiado sus necesidades en las dos últimas semanas.

O en la última hora, para ser más exactos. Sara no sabía lo que estaba sucediendo entre Will y Amanda. Su relación siempre la había desconcertado, pero la conversación que mantuvieron antes de que Amanda se cayese había sido de lo más extraña. Incluso después de caerse, cuando resultaba obvio que estaba gravemente herida, él parecía más interesado en interrogarla que en ayudarla. Sara aún estaba consternada por el tono de su voz. Jamás le había oído hablar tan fríamente. Parecía otra persona, alguien a quien no tenía el más mínimo deseo de conocer.

Sara al menos había podido intuir la causa de esa conversación, aunque no por deducción propia. El televisor del centro de enfermería siempre estaba encendido emitiendo las noticias. Los subtítulos se desplazaban de forma mecánica día y noche. La chica desaparecida del Georgia Tech se había convertido en una noticia nacional gracias a la CNN, cuya sede estaba a un paso de la universidad. El vídeo de Amanda dando una conferencia de prensa se reproducía de forma constante, junto con periodistas que proporcionaban datos estadísticos y ese tipo de información innecesaria para cubrir una programación de veinticuatro horas.

Lo último que se especulaba es que quizá Ashleigh Renee Snyder había simulado su propio secuestro. Los estudiantes que decían ser sus amigos íntimos se presentaban para dar detalles de su vida. Comentaban que sus notas habían empeorado considerablemente, y que cabía la posibilidad de que estuviese oculta en algún sitio. La teoría no carecía de cierto fundamento. Georgia tenía un breve historial de mujeres que habían fingido ser secuestradas, entre las que destacaba la denominada «la Fugitiva Prometida», una mujer estúpida que había hecho que la policía perdiese varios días de su valioso tiempo para buscarla, cuando se había ocultado de su novio.

—Sara —dijo una enfermera que llevaba un informe de laboratorio—. Te necesito para…

—Lo siento. No estoy de servicio.

—Entonces, ¿qué narices haces aquí?

La mujer no esperó a que le respondiese.

Sara miró el tablero para ver si a Will le habían asignado una habitación. Normalmente, un caso tan sencillo como una sutura tardaría horas en ser atendido, pero antes de que Sara se ocupase de Amanda se aseguró de que no dejasen a Will abandonado en la sala de espera. Le habían asignado uno de los compartimentos separados por cortinas, en la parte de atrás. Sara sintió que un escalofrío le recorría la espalda cuando vio el nombre de Bert Krakauer al lado del de Will.

Fue a la parte trasera, con un paso sorprendentemente decidido. La cortina estaba abierta. Will estaba sentado en la cama. Tenía una venda alrededor del pie, pero lo peor de todo es que Krakauer tenía un portaagujas en la mano.

—No, no —dijo ella acercándose a toda prisa a los dos hombres.

Krakauer le señaló el portaagujas.

—¿Qué sucede? ¿No te dejaron jugar con esto en la Facultad de Medicina?

Sara le respondió con una sonrisa tensa.

—Gracias. Pero a partir de ahora me ocupo yo.

Él captó el mensaje, dejó el instrumental en la bandeja y se marchó. Sara le lanzó una mirada fría a Will mientras corría las cortinas.

—¿Ibas a dejar que te cosiera Krakauer?

—¿Por qué no?

—Por la misma razón por la que no te has quedado pudriéndote en la sala de espera.

Sara se lavó las manos en el lavabo y añadió:

—Si alguien entrase en mi apartamento, ¿dejarías que otro policía investigase el caso?

—Yo normalmente no me dedico a los robos.

Sara se secó las manos con una toalla de papel. Will no solía ser tan obtuso.

—¿Qué sucede?

—Dijo que necesitaba unos puntos.

—No me refiero a eso —respondió ella sentándose en el borde de la cama—. Te has comportado de forma muy extraña desde que llegamos aquí. ¿Es por Amanda?

—¿Por qué lo dices? ¿Te ha dicho algo?

Sara tuvo la sensación de haber vivido esa situación antes. Había hablado brevemente con Amanda y ella le había hecho la misma pregunta sobre Will.

—¿Qué podría decirme Amanda?

—Nada importante. Estaba delirando.

—A mí me pareció muy despierta. —Sara se contuvo para no llevarse las manos a las caderas como una maestra enfadada—. He visto en las noticias lo que le ha pasado a Ashleigh Snyder.

—¿La han encontrado? —preguntó Will irguiéndose.

—No. Creen que podría haber fingido su secuestro. Una de sus amigas dijo que estaban a punto de echarla de la facultad.

Will asintió, pero no dijo qué pensaba al respecto.

—¿Estás trabajando en el caso?

—No —respondió con tono cortante—. Aún estoy a cargo de que los aseos del aeropuerto de Atlanta estén a salvo de los pervertidos viajeros.

—¿Por qué no te ocupas del secuestro?

—Eso tendrás que preguntárselo a Amanda.

Una vez más se cerraba el círculo.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Will, aunque parecía que lo hacía por obligación—. Me refiero a Amanda.

A Sara nunca se le habían dado bien los concursos de miradas, especialmente con alguien tan terco y obstinado como el hombre con el que había estado durmiendo las dos últimas semanas.

—Tiene lo que se llama una fractura de Colles. El ortopedista la está tratando en este momento. Tendrán que escayolarla, pero se pondrá bien. Normalmente, con eso basta y te dan el alta, pero ella perdió el conocimiento, así que es mejor que se quede esta noche.

—Bien.

Will la miró sin comprender. Sara tenía la sensación de estar hablando con una pared. La tensión entre los dos se podía palpar.

Ella le cogió la mano.

—Will…

—Gracias por decírmelo.

Sara esperó que añadiese algo. Luego se dio cuenta de que faltaban solo doce horas para que fuese demasiado tarde para suturarle el tobillo. Se puso un par de guantes quirúrgicos. Por el desastre que vio, se percató de que Krakauer ya le había limpiado la herida.

—¿Tienes el tobillo dormido?

Will asintió.

—Vamos a echarle un vistazo.

Le presionó con los dedos alrededor de la piel abierta. La laceración tenía al menos dos centímetros de largo y uno de profundidad. Cuando le apretó la piel, volvió a sangrarle.

—¿No pensabas decirme que te habías herido con un clavo en el tobillo?

—El otro médico dijo que solo necesitaba unos puntos.

—El otro médico no volverá a ver tu tobillo nunca más.

Utilizó el pie para acercarse el taburete y sentarse. Cogió el escalpelo y usó el borde para darle a la brecha mellada la forma de elipse.

—Me aseguraré de que no te quede cicatriz.

—Ya sabes que eso no me importa.

Sara le miró. Will tenía cicatrices peores en su cuerpo. Era algo de lo que no hablaban. Otra de las muchas cosas de las que no hablaban.

—¿Qué narices te pasa? —insistió ella.

Will sacudió la cabeza y apartó la mirada. Tenía la mandíbula desencajada. Era obvio que aún seguía enfadado, pero Sara no sabía por qué. No valía la pena preguntarle. Por muy dulce y amable que fuese, había descubierto que era tan hermético como un amnésico para el tétanos.

No sabía qué hacer, salvo empezar a suturarle la herida. Tenía las gafas en el bolso, que debía de estar en el coche. Se acercó e insertó la aguja en la carne, justo por debajo de la piel. El hilo de cromo entraba y salía mientras ella dibujaba una sola hilera de puntos interrumpidos. Tirar, anudar y cortar. Tirar, anudar y cortar. Había realizado tantas veces ese mismo acto durante años que ya se había convertido en algo mecánico, lo cual, por desgracia, le dejaba tiempo para pensar.

Volvió a hacerse la misma pregunta que se había hecho durante las dos últimas semanas: ¿qué estaba haciendo?

Le gustaba Will. Era el primer hombre con el que había estado desde que murió su marido. Disfrutaba de su compañía. Era divertido e inteligente, además de atractivo. Muy bueno en la cama. Él había conocido a su familia. Sus perros le adoraban, y ella al suyo. Durante las últimas semanas, prácticamente se había trasladado a su apartamento, pero, de alguna forma, seguía sintiéndole un extraño.

Lo poco que le había revelado de su pasado siempre había tratado de endulzarlo de alguna forma. Nada era demasiado malo. Nadie era tan horrible. Era como si hubiera vivido una vida de ensueño. No importaban las quemaduras eléctricas y de cigarrillos que tenía en el cuerpo, ni la cicatriz en el labio superior (donde la piel se le había partido por la mitad), ni la profunda hendidura que tenía en la mandíbula. Sara besaba esos rincones y los acariciaba como si no existiesen.

—Ya hemos hecho la mitad.

Sara lo observó de nuevo, pero él seguía apartando la mirada.

Cerró el último nudo y cogió una aguja nueva hilada con Prolene. Empezó a suturar la fila subcuticular, zigzagueando el hilo de un lado a otro mientras se reprochaba haber cedido ante el silencio de Will.

Cuando comenzaron su relación, esas cosas no importaban. Will podía hacer cosas más interesantes con su boca que hablar de sí mismo. Sin embargo, en los últimos días, su reticencia había empezado a molestarle. Sara empezó a preguntarse si era capaz de entregarse más, y si no lo hacía, si ella estaba dispuesta a conformarse con tan poco.

Además, aunque estuviese dispuesto a abrirle su corazón, aún estaba el enorme problema de su esposa. Si era sincera, temía a Angie Polaski, y no solo porque le dejase notas desagradables en el parabrisas del coche, sino porque siempre estaba rondando en la vida de Will como un veneno vaporoso. El júbilo que sintió Sara cuando Will la llevó a su antiguo vecindario se disipó rápidamente al percatarse de que todos sus recuerdos tenían algo que ver con Angie. Él no necesitaba pronunciar su nombre para que Sara supiera que estaba pensando en ella.

Eso le hacía preguntarse si había espacio para alguien más en su vida que Angie Polaski.

—Ya está. —Sara cerró la piel e hizo un nudo—. Tendrás que tenerlos así dos semanas. En casa tengo algunas tiritas resistentes al agua, así podrás ducharte. Te daré un poco de Tylenol para el dolor.

—Yo tengo en casa. —Se miró las manos mientras se bajaba la pernera de los pantalones—. Probablemente me quede allí esta noche. —Se subió el calcetín sin mirarla a los ojos—. Necesito lavar algunas camisas, hacer la colada, ver cómo está mi perra.

Sara le miró abiertamente. Will apretaba la mandíbula. Se veía que trataba por todos los medios de controlar la ira. Sara no estaba segura de que se debiera solo a Amanda.

—¿Estás enfadado conmigo?

—No.

Fue una respuesta concisa, rápida; obviamente, una mentira.

—Como quieras.

Sara le dio la espalda mientras se quitaba los guantes. Los tiró al cubo de basura, y luego empezó a limpiar el kit de sutura. Podía oír a Will moviéndose detrás de ella, buscando probablemente su zapato. Sara solía tener mucha paciencia, pero el mal día que llevaba hacía que se le estuviese agotando. Miró debajo de la cama y sacó el zapato de la canasta.

—Hazme un favor, cariño.

Will se tomó su tiempo para responder.

—¿Cuál?

—No hables de lo que pasó anoche, ¿de acuerdo? —Arrojó el zapato en su dirección, y él lo cogió con una sola mano, lo que la irritó aún más—. No me digas lo que piensas de Amanda, ni del martillo, ni lo que estaba haciendo en el sitio donde creciste cuando se suponía que debería estar investigando un caso, ni, por supuesto, de lo que te dijo en el sótano y que te ha dejado emocionalmente catatónico. Al menos, más de lo habitual. —Se detuvo para respirar—. Vamos a ignorarlo todo, ¿vale?

Will la miró durante unos segundos antes de decir:

—Me parece una idea magnífica. —Se puso el zapato—. Hasta luego.

—Más te vale.

Sara miró la tableta digital como si pudiese leer las palabras. Sus dedos presionaban las teclas al azar. Había notado que Will dudó por unos instantes, pero luego descorrió la cortina. Sus zapatos se posaron en el suelo. Sara permaneció cabizbaja, contando en silencio. Cuando llegó a sesenta, levantó la cabeza.

Se había ido.

—Gilipollas —dijo Sara entre dientes.

Dejó la tableta sobre el mostrador. Antes se había sentido cansada, pero ahora estaba demasiado irritada como para hacer cualquier cosa, salvo sentirse furiosa. Se lavó las manos. El agua estaba lo bastante caliente como para quemarle la piel, pero, aun así, se frotó con fuerza. Había un espejo encima del lavabo. Tenía el pelo hecho un desastre, y algunas manchas de sangre seca en la manga. Esa era la primera noche que había regresado a casa vestida con su ropa de trabajo. Durante las dos últimas semanas, se había duchado en el hospital y se había cambiado de traje o se había puesto algo más favorecedor antes de ver a Will.

¿Era eso parte del problema? Puede que el asunto de Amanda fuese otro problema. Mientras paseaban por la calle, Will la había mirado con cierto desdén. Ella se había percatado de que se fijaba en su uniforme, en su peinado, sin prestarle mucha atención. Will siempre iba impecablemente vestido. Puede que pensase que ella no merecía gran cosa. O puede que fuese por otra razón. Él la había visto llorando en el coche. ¿Fue eso lo que le hizo recordar? De ser así, ¿por qué la había llevado hasta el orfanato? El hecho de que compartiese algo tan personal con ella le había hecho pensar que su relación estaba avanzando finalmente.

Pero allí estaban de nuevo, tropezando, como si retrocedieran a pasos agigantados.

—Hola.

Faith estaba de pie, al lado de la cortina. La compañera de Will sostenía a su hija de cinco meses con una mano, y con la otra, una enorme bolsa de pañales.

—¿Qué sucede? —preguntó.

Sara fue derecha al grano.

—¿Tan mal estoy?

—Eres mucho más alta que yo y pesas cinco kilos menos. ¿De verdad quieres que te responda a esa pregunta?

—Con eso me conformo. —Sara extendió los brazos para coger a Emma—. ¿Me dejas?

Faith continuó con el bebé en brazos.

—No creo que quieras estar cerca de esta cosa. Voy a tener que pegarle una pegatina de peligro en su pañal.

El olor era repugnante, pero, aun así, Sara cogió a la niña. Resultaba muy agradable sostener a una niña sana en los brazos.

—Imagino que habrás venido para ver a Amanda. —El marido de Sara había sido policía y ella conocía muy bien las normas. Si uno de ellos estaba en el hospital, todos acudían a su lado—. Will acaba de marcharse.

—Me sorprende que haya venido. Odia este lugar. —Faith cogió un pañal y algunas toallitas del bolso—. ¿Sabes lo que le ha sucedido a Amanda?

—Se cayó sobre la muñeca. Tendrá que llevar una escayola durante un tiempo, pero se encuentra bien.

Sara puso a Emma en la cama. Faith probablemente pensaría que estaba trabajando. Ese era uno de los problemas que había con los secretos de Will: ella también tenía que guardarlos. No podía contarle lo que había sucedido sin revelarle por qué ella misma había estado en el mismo lugar.

—Ya están aquí.

Faith señaló a un grupo de mujeres mayores apiñadas en el centro de enfermería. Salvo una despampanante mujer afroamericana que llevaba un pañuelo rosa alrededor del cuello, las demás iban vestidas con pantalones monocromáticos, llevaban el mismo corte de pelo y andaban con la espalda erguida.

—Las abuelitas —explicó Faith—. Mi madre y Roz ya están con Amanda. Estoy segura de que estarán contando historias de guerra hasta que amanezca.

Sara limpió a Emma. La niña se movió. Ella le hizo cosquillas en el estómago.

—¿Cómo te va con tu madre en casa?

—¿Te refieres a que si he sentido deseos de estrangularla? —Faith se sentó en un taburete—. Tengo diez minutos para mí misma, como mucho, cada mañana antes de que Emma se levante. Luego le doy de comer, la visto, desayuno, me arreglo y empiezo mi jornada laboral donde no hago otra cosa que responder al teléfono y hablar con idiotas que no paran de contarme mentiras. Así todo el día, hasta la mañana siguiente.

Faith se detuvo y la miró.

—Mi madre se levanta a las cinco en punto de la mañana. La oigo hurgar en la planta de abajo, huelo el café y los huevos, y entonces bajo a la cocina. Ella es todo alegría y no para de hablar de lo que tiene pensado hacer durante el día, y de lo que vio en las noticias de la noche anterior, y de lo que quiero que me prepare de desayuno, y para la cena… Te juro por Dios, Sara, que acabaré por estrangularla.

—Yo también tengo madre y te comprendo. —Sara puso un pañal nuevo debajo de la niña. Emma levantó los pies para darse la vuelta—. ¿Qué haces mientras Will está en el aeropuerto?

—Pensaba que lo sabías.

—¿Que sabía qué?

—Amanda le asignó el servicio de los aseos para que yo tuviera los días libres y pudiese llevar a mi madre a su cita con el fisioterapeuta. —Faith se encogió de hombros—. No es la primera vez que mamá o Amanda se saltan las reglas para hacerse un favor.

—¿Amanda no lo está castigando por el pelo?

—¿Qué le pasa a su pelo? Le sienta muy bien.

Una vez más, la capacidad de Will para comprender a las mujeres era de lo más aguda.

—No comprendo esa relación.

—¿A cuál te refieres? ¿A la de Amanda y Will, o la de Will con el mundo?

—Ninguna de las dos.

Sara le abrochó el pañal a Emma. Le acarició con los dedos la cara; la niña sonrió, mostrando dos manchas blancas diminutas en las encías donde le empezaban a salir los dientes. Los ojos de Emma se posaron en sus dedos mientras ella la acariciaba de arriba abajo.

—Ya está empezando a ser una persona de verdad.

—En los últimos tiempos, se ríe mucho de mí. Intento no tomármelo personalmente.

Sara cogió en brazos a la niña y ella le rodeó el cuello con el brazo.

—¿Cuánto tiempo lleva Will trabajando con Amanda?

—Que yo sepa, toda su carrera. Negociación de rehenes, narcóticos, crímenes especiales.

—¿Es normal tener el mismo jefe toda tu carrera?

—La verdad es que no. Los policías son como los gatos. Prefieren cambiar de propietarios que de casa.

Sara no podía imaginar a Will solicitando que lo trasladaran con Amanda. Jamás la elogiaba, y ella parecía deleitarse torturándolo. Y, como siempre, él se negaba a cambiar, cosa que ella debía tomarse como una advertencia.

—Bueno, ahora me toca a mí preguntar —dijo Faith cruzando los brazos—. ¿Cuándo lo vas a coger por banda y decirle que pida el divorcio?

Sara esbozó una sonrisa.

—Es muy tentador.

—Entonces, ¿a qué esperas?

—Los ultimátum nunca funcionan. Y no quiero ser la razón de que deje a su esposa.

—Él quiere dejarla.

Sara no dijo lo que era obvio: si él quería el divorcio, pues que lo pidiera.

Faith resopló.

—Probablemente no deberías escuchar los consejos de una mujer que nunca se ha casado y que tiene un hijo en la universidad y otro con pañales.

Sara se rio.

—No te infravalores.

—Bueno, no parece que los hombres buenos hagan cola para salir con una agente de policía… Y la verdad sea dicha: no me atraen para nada los gilipollas inútiles que quieren casarse con una agente de policía.

Sara no podía discutir con ella. No había muchos hombres con el temperamento adecuado para salir con una mujer que podía arrestarlos.

—¿Ha hablado Will contigo? —dijo Faith cambiando de tema—. Me refiero a si te ha hablado de él. ¿Te ha dicho algo?

—Poca cosa. —De un modo irracional, Sara se sintió culpable, como si fuese culpa suya que Will fuese tan hermético—. Acabamos de empezar a salir.

—Tengo una larga lista de preguntas en la cabeza —admitió Faith—. ¿Qué pasó con sus padres? ¿Dónde estaba cuando sobrepasó la edad para estar en el sistema? ¿Cómo consiguió ir a la universidad? ¿Cómo ingresó en el GBI? —Observó a Sara, que se encogió de hombros. Luego prosiguió—: Estadísticamente, los niños que han estado bajo la protección del Estado tienen un ochenta por ciento de posibilidades de ser arrestados antes de cumplir los veintiuno. El sesenta por ciento terminan en prisión.

—Creo que tienes razón.

Sara se había topado muchas veces con casos así en la sala de urgencias. Un día los estaba tratando por un dolor de oídos, y al siguiente los veía esposados a una camilla esperando que los llevasen a prisión. El hecho de que Will hubiese roto ese patrón tan destructivo era una de las cosas que más admiraba. Había salido adelante a pesar de tenerlo todo en contra.

Estaba segura de que a él no le gustaría que hablase de eso con Faith, así que decidió cambiar de tema.

—¿Estás trabajando en el caso de Ashleigh Snyder?

—Ojalá. Pero no creo que haya muchas esperanzas. No ha salido aún en las noticias, pero lleva desaparecida un tiempo, y los que dicen llamarse sus amigos y que aparecen en la televisión no tienen ni idea de dónde se encuentra.

—¿Cuánto tiempo?

—Desde antes de la primavera.

—Eso fue la semana pasada. —En la sala de urgencias se había notado un incremento de casos de intoxicación etílica y de psicosis inducidas por las drogas—. ¿Nadie se dio cuenta de que había desaparecido?

—Sus padres creían que se había marchado a Redneck Riviera, y sus amigos pensaban que estaba con sus padres. Su compañera de habitación tardó dos días en denunciar su desaparición. Imaginó que había conocido a un chico y no quería tener problemas.

—Entonces, ¿no hay posibilidad alguna de que esté fingiendo el secuestro?

—Había mucha sangre en su dormitorio, en la almohada, en la moqueta.

—¿Y a su compañera de habitación no le resultó extraño?

—Mi hijo tiene la misma edad. Son profesionalmente obtusos. Dudo que le resultase extraño que una nave espacial aterrizase en su frente. —Faith volvió a la conversación anterior—. ¿Puedes mirar el historial médico de Will?

Sara se quedó un tanto perpleja por la pregunta.

—Sus archivos juveniles están sellados —añadió Faith—, pero tiene que haber algo en el Grady, de cuando era niño.

Un sentimiento de profunda vergüenza recorrió el pecho y el rostro de Sara. En cierta ocasión, ella también había pensado en mirar el historial, pero el sentido común se impuso.

—Es ilegal acceder sin permiso a los historiales de la gente. Por otro lado…

Sara dejó de hablar. No estaba siendo totalmente sincera. Ella había entrado en el Departamento de Historiales; una de las secretarias le había sacado su expediente como paciente. Sara no había abierto la carpeta, aunque el nombre que aparecía en la etiqueta era el de Wilbur Trent. En su placa, sin embargo, decía que se llamaba William Trent. Sara la había visto la otra noche, cuando abrió la cartera para pagar la cena.

Entonces, ¿por qué Amanda le había llamado Wilbur?

—¿Hola? —Faith chasqueó los dedos—. ¿Estás ahí?

—Lo siento. Me he quedado embobada. —Sara sujetó a la niña con el otro brazo. Trató de recordar de lo que estaban hablando—. No pienso espiarle. —Eso, al menos, era cierto. Sara quería saber cosas de Will porque eran amantes y esperaba que él se las contase, no porque ella sintiera un deseo morboso—. Ya me lo dirá cuando esté preparado.

—Pues que tengas suerte. Mientras tanto, si averiguas algo que valga la pena, dímelo.

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