Criminal

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Capítulo siete

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—No eres la única que ha estado perdiendo su tiempo —añadió Evelyn en tono de disculpa.

Amanda la miró con los ojos entrecerrados.

—Lo imaginaba. ¿Qué has descubierto?

—Hablé con una amiga que conozco en el Five. Cindy Murray. Es una buena chica. Le describí a Jane. Cindy dijo que recordaba haberla visto la semana pasada. Muchas chicas tratan de cobrar vales que no les pertenecen. Tienen que enseñar dos identificaciones: un carné, una tarjeta de donante de sangre, una factura de electricidad o algo con la foto y la dirección. Si Jane es la chica que recordaba Cindy, intentó utilizar el carné de otra. Cuando Jane vio que la habían pillado, perdió los estribos y empezó a chillar y a lanzar amenazas. Los de seguridad tuvieron que echarla a la calle.

—¿Qué pasó con el carné?

—Lo guardaron en una caja para ver si alguien lo reclama. Cindy me dijo que tienen cientos de ellos. A final de año los cortan por la mitad y los tiran.

—¿Están las listas de asistencia social ordenadas por nombres o por direcciones?

—Por números, por desgracia. Muchas tienen el mismo apellido o viven en el mismo domicilio, por eso les asignan un número.

—¿El número de la seguridad social?

—Por desgracia, no.

—Tienen que estar en los ordenadores, ¿no es verdad?

—Están cambiando el sistema de las tarjetas perforadas por el de las cintas magnéticas. Cindy me dijo que era un caos. Ella está trabajando a destajo mientras los hombres intentan resolverlo. Lo que significa que, aunque pudiesen acceder a la información, probablemente no nos la darían. Tenemos que hacerlo a mano: conseguir el número de la lista de asistencia social y luego contrastar el número con el nombre, verificarlo con la dirección, y luego volver a contrastar ambas cosas con el registro de subvenciones que comprueba si las chicas han cobrado sus vales en los últimos seis meses, lo cual podríamos utilizar para compararlos con los nombres que aparecen en los carnés. —Evelyn se detuvo para tomar aliento y concluyó—: Cindy me dijo que necesitaríamos una plantilla de cincuenta personas y veinte años.

—¿Cuánto tardarán en actualizar los ordenadores?

—No creo que eso importe —respondió Evelyn, que se encogió de hombros—. Son ordenadores, no varitas mágicas. De todas formas, tendríamos que hacerlo todo a mano, y eso asumiendo que nos proporcionasen acceso. ¿Tu padre conoce a alguien en el Five?

Duke le prendería fuego al Five si le dejasen.

—Eso no importa. No podemos empezar el proceso hasta que no encontremos el número de la asistencia social de Kitty Treadwell. —Amanda se quedó pensativa—. Jane dijo que habían desaparecido tres mujeres: Kitty Treadwell, Lucy y Mary.

—Yo ya he comprobado las personas desaparecidas en la Zona Tres y Cuatro. No aparece ninguna Kitty Treadwell, ni Jane Delray, a la que pensé en investigar mientras estuve allí. Lo que sí encontré fue una docena de Lucys y casi cien Marys. Jamás vacían los archivos. Algunas de ellas habrán muerto de viejas. Han estado desaparecidas desde la época de la Depresión. Puedo ir a las otras zonas la semana que viene. ¿Conoces al doctor Hanson?

Amanda negó con la cabeza.

—Pete. Dirige el depósito de cadáveres. —Miró la expresión de Amanda—. No pongas esa cara, es un buen tío. Lo que se espera de un forense, pero muy amable. Conozco a una chica que trabaja con él, Deena Coolidge. Me dijo que a veces le deja hacer algunas cosas.

—¿Qué cosas?

Evelyn puso los ojos en blanco.

—No es lo que piensas. Cosas del laboratorio. A Deena le encanta su trabajo, le gusta la química. Pete le está enseñando cómo hacer las pruebas y a trabajar sola en el laboratorio. También va a las clases nocturnas del Tech.

Amanda podía imaginar por qué el doctor Hanson le estaba dejando hacer esas cosas, y seguro que no era por generosidad.

—¿Comprobaste el DNF?

—¿El qué?

Se refería al archivo de negros muertos. Duke le había hablado de la lista de homicidios de negros que no se habían resuelto.

—Lo comprobaré —se ofreció Amanda.

—¿Comprobar el qué?

Cambió de tema.

—¿Sabemos si el apartamento está a nombre de Kitty?

—¡Vaya! —Evelyn parecía impresionada—. Buena pregunta. —Cogió una servilleta del salpicadero y anotó algo—. Me pregunto si el número que te asignan por las viviendas de la Sección Ocho es el mismo que se utiliza para recoger los vales de la asistencia social. ¿Conoces a alguien en la Autoridad de la Vivienda Pública?

—Sí. A Pam Canale. —Amanda miró el reloj—. Tengo que estudiar para mi clase nocturna, pero puedo llamarla el lunes a primera hora.

—Me puedes decir lo que has averiguado cuando vigilemos al del traje azul. —Anotó algo en la servilleta—. Aquí tienes el número de mi casa, por si te apetece venir mañana a la barbacoa.

—Gracias.

Amanda dobló la servilleta por la mitad y la guardó en el bolso. Resultaba difícil encontrar una mentira que pudiese justificar ante Duke una ausencia tan prolongada. Se pasaba el día llamándola al apartamento para asegurarse de que estaba en casa. Si no lo cogía después de que sonara por segunda vez, colgaba y se presentaba allí.

—¿Sabes? —dijo Evelyn—, leí un artículo en el periódico sobre ese chico del West que ha estado asesinando a estudiantes universitarios.

—Estas chicas no son universitarias.

—De todas formas, hay tres desaparecidas.

—Esto no es Hollywood, Evelyn. No hay asesinos en serie en Atlanta. —Amanda cambió de tema y buscó algo más plausible—. He estado pensando en el apartamento de Kitty. Había tres bolsas de basura llenas de ropa en el dormitorio. Ninguna mujer se puede permitir tanta ropa, especialmente si vive en los suburbios. —Amanda notó que le sonaban las tripas. Se había olvidado del vaso de papel que tenía en la mano. Se bebió el Alka-Seltzer de un trago y contuvo el eructo—. También había mucho maquillaje. Demasiado para una sola chica. Incluso para una prostituta.

—Jane no llevaba ningún maquillaje. Tampoco ninguna mascarilla debajo de los ojos. No me la puedo imaginar limpiándose con crema todas las noches.

—Había crema en el cuarto de baño —recordó Amanda—, pero no hace falta decir que estaba sin usar. Había compresas en el cubo de basura, pero una caja de Tampax en la estantería. Es obvio que había alguien allí que no se dedicaba a eso. Puede que una hermana pequeña. Puede que Kitty Treadwell.

Evelyn se llevó el vaso a los labios.

—¿Qué te hace pensar eso?

—No puedes ponerte un Tampax si eres virgen. Por eso…

Evelyn se atragantó. El agua le salió por la boca y la nariz. Cogió la servilleta del salpicadero y empezó a toser con tanta fuerza que parecía que se le iban a salir los pulmones por la boca.

Amanda le dio unos golpecitos en la espalda.

—¿Te encuentras bien?

Evelyn se llevó la mano a la boca y tosió de nuevo.

—Lo siento. Se me ha ido por el otro lado. —Tosió una tercera y una cuarta vez, y dijo—: ¿Qué pasa?

Amanda miró a la calle. Un coche de la policía de Atlanta pasó a toda velocidad, con las luces girando, pero sin la sirena. El siguiente pasó justo al revés: con la sirena sonando y las luces apagadas.

—¿Qué demonios…? —dijo Amanda.

Evelyn encendió la radio. Lo único que podía oír era el parloteo de costumbre, seguido de las interferencias de los micrófonos para que no se oyese a los que hablaban.

—Idiotas —murmuró Evelyn bajando el volumen.

Otro coche patrulla pasó con la sirena atronando.

Amanda estaba erguida en su asiento, tratando de ver qué sucedía. Luego se dio cuenta de que había una forma más sencilla. Tiró el vaso de papel por la ventana y abrió la puerta. Cuando llegó a la acera, otro coche pasó a toda velocidad; esta vez era un Plymouth Fury, como el suyo.

Evelyn llegó a su lado.

—Esos eran Rick y Butch, de Homicidios. Se dirigen a Techwood. Todos van hacia allí.

Ninguna de las dos dijo lo que pensaba. Regresaron a la camioneta. Amanda empujó a Evelyn para que se sentase en el asiento del acompañante.

—Yo conduzco.

Evelyn no protestó. Se acomodó en su asiento mientras Amanda daba marcha atrás, y luego subieron North Avenue. Giraron en Techwood Drive. Un coche patrulla les adelantó a toda velocidad por la izquierda cuando giraron en Pine.

Evelyn se agarró al salpicadero.

—Dios santo. ¿Por qué tienen tanta prisa?

—Lo sabremos muy pronto.

Amanda se subió a la acera. Había cinco coches patrulla y dos Plymouths sin distintivos. No había ningún niño jugando en el patio de Techwood Homes, aunque sus padres sí estaban. Hombres sin camiseta y vaqueros ajustados con una lata de cerveza en la mano. La mayoría de las mujeres también llevaban muy poca ropa, pero había algunas que parecían recién llegadas del trabajo. Amanda miró el reloj. Era la una en punto. Probablemente habían regresado a casa para comer.

—Amanda.

Evelyn habló con voz temblorosa. Amanda vio que miraba el segundo bloque de apartamentos situado a la izquierda. Había un grupo de agentes uniformados apiñados en la entrada. Butch Bonnie pasó a su lado cuando salió al patio. Se puso de rodillas y vomitó en el suelo.

—Vaya —dijo Amanda buscando un pañuelo en el bolso—. Le podemos dar un poco de agua de…

—Tú quédate quietecita —respondió Evelyn sujetándola con firmeza.

—Pero…

—Hablo en serio —dijo Evelyn con un tono desconocido para Amanda.

Rick Landry fue el siguiente en salir del edificio. Utilizó el pañuelo para limpiarse la boca, y luego se lo guardó en el bolsillo. De no haber sido porque su compañero aún estaba de rodillas y vomitando, probablemente no las habría visto. Se dirigió hacia ellas.

—¿Qué coño hacéis aquí?

Amanda abrió la boca, pero Evelyn fue quien respondió:

—Tuvimos un caso aquí esta semana. En la planta de arriba. Apartamento C. Una prostituta llamada Jane Delray.

Landry se pasó la lengua por las mejillas mientras miraba a Evelyn y Amanda.

—¿Y qué?

—Está claro que ha pasado algo.

—Estamos en Techwood, cariño. Aquí suceden cosas todos los días.

—¿En la planta de arriba? ¿En el apartamento C?

—Te equivocas —respondió Landry—. Ha ocurrido detrás del edificio. Ha sido un suicidio. Saltó desde el tejado y se aplastó contra el suelo.

—¡Joder!

Butch Bonnie dio una arcada que sonó como el gruñido de un jabalí. La mirada de Landry titubeó. No miraba a su compañero, pero tampoco a Amanda y Evelyn.

—Usted —dijo dirigiéndose a un agente uniformado—. Eche a estas personas de aquí. Ni que estuviéramos filmando una película de Tarzán.

El policía se apresuró a dispersar al grupo de curiosos, que respondieron con gritos y protestas.

—Puede que alguien viese… —dijo Evelyn.

—¿Qué viese el qué? —la interrumpió Landry—. Probablemente ni la conocían. Pero, si esperas un momento, verás cómo lloran, aúllan y dicen lo triste que ha sido. —Miró a Evelyn—. Ya deberías saberlo, Mitchell. No hay que dejarles que se agrupen o se pondrán muy emotivos y tendremos que llamar a un equipo de SWAT para echarlos.

Evelyn habló tan bajo que Amanda apenas pudo oírla.

—Queremos ver el cuerpo.

—¿Cómo dices? —exclamó Amanda.

—Parece que Ethel no está por la labor, Lucy[7] —dijo Landry sonriendo.

Evelyn no estaba dispuesta a desistir. Se aclaró la voz.

—Estamos investigando un caso, Landry. Lo mismo que tú.

—¿Lo mismo que yo? —repitió él con incredulidad. Miró de nuevo a Butch, que estaba sentado en cuclillas y jadeaba.

Amanda vio el brillo del revólver que llevaba en el tobillo.

—Lo que tenéis que hacer es volveros por…

—Ella tiene razón.

Amanda oyó claramente las palabras. Las había pronunciado con su voz. Habían salido de su boca.

Evelyn parecía tan sorprendida como la propia Amanda.

—Estamos investigando un caso —dijo Amanda dirigiéndose a Landry.

Eso era justo lo que estaban haciendo. Habían pasado la última media hora hablando de eso en el coche. Algo estaba ocurriendo con esas mujeres: Kitty, Lucy, Mary y ahora, posiblemente, Jane Delray. En aquel momento, Evelyn y Amanda eran las dos únicas agentes del cuerpo que sabían, o parecían saber, que habían desaparecido.

Landry encendió un cigarrillo. Soltó una bocanada de humo.

—¿Lo mismo que yo? —repitió, aunque esta vez riéndose—. ¿Desde cuándo las mujeres trabajan en un caso de homicidio?

—Tú acabas decir que ha sido un suicidio —replicó Evelyn—. Si es así, ¿qué haces aquí?

A Landry no le gustó la respuesta.

—Mitchell, si te gusta tocar los cojones, puedes tocarme los míos.

Amanda bajó la mirada para que su expresión no le delatase.

—Tengo bastante con los de mi marido, pero gracias. —Evelyn cogió el bolso y sacó su linterna—. Cuando tú digas.

Landry la ignoró y se dirigió a Amanda.

—Vamos, chicas. Este no es lugar para vosotras. El cuerpo está hecho un asco. Hay tripas por todos lados. Es muy desagradable. Demasiado desagradable para unas señoritas. —Levantó el mentón señalando a Butch, sin expresar lo que era obvio—. Venga, coged el coche y marchaos. Nadie dirá nada.

Amanda sintió que el estómago se le dejaba de encoger. Les estaba ofreciendo una salida, una salida airosa. Nadie sabría que habían querido ver el cuerpo. Podrían marcharse con la cabeza alta. Amanda estaba a punto de aceptar la oferta, pero Landry añadió:

—Además, no quiero que tu padre me persiga con una escopeta por haber asustado a su niñita.

A Amanda le recorrió un extraño cosquilleo por la espalda. Parecía como si cada vértebra hubiera ocupado de golpe su lugar. Habló con increíble seguridad.

—¿Has dicho que la víctima está detrás del edificio?

Evelyn parecía tan sorprendida como Landry cuando Amanda empezó a dirigirse hacia el edificio. Se puso a su lado y susurró:

—¿Qué haces?

—Tú sigue andando —le rogó Amanda—. Por favor.

—¿Has visto alguna vez un cadáver?

—De cerca, no —admitió—. A menos que cuentes a mi abuelo.

Evelyn soltó una maldición. Habló con voz seca.

—Sea como sea, no te marees. Ni grites. Y, por lo que más quieras, no te eches a llorar.

Amanda estaba dispuesta a hacer las tres cosas, y aún no había visto el cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? Landry tenía razón. Si Butch Bonnie no había sido capaz de soportarlo, ellas tampoco podrían.

—Escucha —ordenó Evelyn—: si te derrumbas, no volverán a confiar en ti nunca más. Acabarás mecanografiando informes o cortándote las venas.

—Estoy bien —dijo. Luego, viendo que Evelyn también necesitaba escucharlo, añadió—: Y tú también.

Los tacones de Evelyn levantaban el polvo mientras caminaba al lado de Amanda.

—Yo estoy bien —repitió—. Tienes razón. Estoy bien.

—Las dos lo estamos.

Le corría tanto sudor por la espalda que tenía la ropa interior empapada. Se alegró de llevar una falda negra, de haberse tomado un Alka-Seltzer y de no estar sola cuando entró en el oscuro edificio.

El vestíbulo era más sombrío de lo que Amanda recordaba. Miró hacia las escaleras. Uno de los paneles del tragaluz estaba roto y habían colocado un trozo de madera en su lugar. Ambas se detuvieron en la puerta metálica al final del vestíbulo, esperando a Landry.

Él puso la mano en la puerta, pero no abrió.

—Escuchadme un momento. El juego se ha acabado. Volved a vuestros informes de pobres fulanillas que se juntaron con el tipo equivocado y armaron un alboroto por nada.

—Estamos investigando un caso —dijo Evelyn—. Puede que tenga algo que ver con…

—La puta se tiró al vacío. ¿No ves este basurero? No me extraña que alguien quiera saltar desde el tejado.

—Aun así.

—Venga, dejadlo. Esto ya ha ido demasiado lejos.

—Yo…

—¡Basta! —exclamó Landry dándole un golpe a la puerta con el puño—. ¡Cierra la puñetera boca! Os he dicho que os marchéis y más vale que lo hagáis.

Evelyn estaba visiblemente asustada, pero insistió.

—Solo queremos…

—¿Quieres cabrearme? —Cogió la linterna de Evelyn y se la clavó en el pecho—. ¿Te gusta? —La empujó una y otra vez hasta que la arrinconó contra la pared—. A que ahora no hablas tanto, ¿verdad que no?

—Rick… —dijo Amanda.

—¡Cállate! —Se vio un destello de piel blanca cuando puso la linterna entre las piernas de Evelyn—. Si no quieres que te la meta de verdad, más vale que hagas lo que te he dicho. ¿Comprendes?

Evelyn no dijo nada, solo podía asentir. Levantó las manos en señal de rendición.

—A mí no me jodas —advirtió Landry—. ¿Lo entiendes?

—Lo siente mucho —intervino Amanda—. Las dos lo sentimos mucho. Rick, por favor.

Lentamente, Landry sacó la linterna de debajo de la falda de Evelyn. Con una mano, le dio la vuelta y se la dio a Amanda.

—Llévatela de aquí.

Amanda obedeció.

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