Criminal

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Capítulo doce

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En la actualidad. Martes

El sol de la mañana acababa de salir cuando Will echó atrás el asiento del pasajero del Mini de Faith. Habían encontrado un cuerpo, probablemente la estudiante que había desaparecido de Georgia Tech, y él estaba desperdiciando el tiempo ajustando los tornillos de un coche de payaso para que su cabeza no diese con el techo.

Faith esperó hasta que se abrochó el cinturón de seguridad.

—Tienes un aspecto horrible.

Will la miró. Llevaba su uniforme reglamentario del GBI: pantalones caqui, camisa azul marino y su Glock enfundada a la altura del muslo.

—Gracias.

Faith condujo marcha atrás por la entrada. Las ruedas golpearon contra el bordillo. No dijo nada, lo cual resultaba un tanto extraño. A Faith le gustaba charlar, curiosear. Sin embargo, esa mañana, por alguna razón, no hacía ninguna de las dos cosas. Él debería preocuparse por eso, pero ya tenía demasiados problemas en la cabeza: la inútil noche que había pasado en el sótano; su discusión con Sara; el hecho de que su padre hubiese salido de prisión; lo que le ocultaba Amanda; el cadáver en Techwood; el beso que le había dado a su esposa.

Se llevó los dedos a la boca. Se había limpiado el carmín con una toallita de papel, pero aún podía notar el sabor amargo de los residuos químicos.

—Ha habido un accidente en este lado de North Avenue —dijo Faith—. ¿Te importa si tomo el camino más largo por Ansley?

Will negó con la cabeza.

—¿No has dormido?

—Un poco.

—Echaste de menos a…

Faith se tocó la mejilla. Al ver que Will no respondía, bajó el espejo para que se mirase.

Will miró su reflejo en el espejo. Tenía un trozo pequeño de barba que había quedado sin afeitar esa mañana. Miró sus ojos. Los tenía enrojecidos. Sin duda, más de uno comentaría su mal aspecto.

—Este asesinato en Techwood —empezó Faith—. Donnelly fue el primero en responder.

Will puso el espejo en su sitio. El detective Leo Donnelly había sido compañero de Faith cuando ella trabajó en la Brigada de Homicidios del Departamento de Policía de Atlanta. Era un poco pesado, pero su mayor pecado era su mediocridad.

—¿Has hablado con él?

—No, solo Amanda. —Se detuvo para darle a Will la oportunidad de preguntarle qué había dicho. En su lugar, añadió—: He sabido lo de tu padre.

Will miró por la ventana. Faith había hecho algo más que tomar el camino más largo. Había mejores rutas para evitar North Avenue y llegar a Techwood. Había tomado las carreteras secundarias hasta Monroe Drive. Estaban bordeando Piedmont Park y dirigiéndose hacia Ansley. Eran las seis en punto de la mañana. No había ningún accidente en North Avenue.

—Mamá me lo dijo anoche —dijo Faith—. Me necesitaba para hacer una llamada telefónica.

Will observó las casas y los edificios de apartamentos. Pasaron por la clínica veterinaria donde vacunaban a

Betty.

—Hay un hombre con el que salí hace tiempo. Creo que lo llegaste a conocer. Sam Lawson. Es periodista del

AJC.

El

Atlanta Journal Constitution. Will no quería pensar en las razones que habían impulsado a Evelyn Mitchell a pedirle eso. Dedujo que Amanda estaría haciendo algún movimiento maquiavélico, intentando adelantarse a lo que publicasen los periódicos. Sara leía el

AJC todas las mañanas. Era la única persona que conocía a la que aún le llevaban a casa los periódicos. ¿Lo averiguaría de esa forma? Will podía imaginar su llamada telefónica, si es que le llamaba, porque puede que no lo hiciera. Puede que lo viese como una oportunidad para dejar lo que había empezado. Era una mujer inteligente.

—Así es cómo Amanda se enteró de que le habían concedido la libertad condicional a tu padre. —Se detuvo, anticipando de nuevo una respuesta—. Sam llamó a su oficina y solicitó una cita. Quería saber qué pensaba sobre su puesta en libertad. —Faith se detuvo en un semáforo rojo—. No va a publicarlo. Le di algunos detalles sobre una banda de motoristas que han sido arrestados por echar carreras a las puertas de una escuela. Aparece en la primera página. Sam no volverá a hablar de ello.

Will miró la franja oscurecida de Ansley Mall. Las tiendas de la planta de arriba aún estaban cerradas. Las luces iluminaban el césped de abajo. Notó una extraña sensación, como si lo estuviesen llevando al hospital para operarlo, para quitarle un trozo de su cuerpo. Tendría que recuperarse de eso, encontrar la forma de aclimatar sus sentidos para no sentir el hueco que le había quedado.

—¿Qué te ha pasado en las manos? —preguntó Faith.

Will intentó doblar los dedos, pero le dolieron nada más flexionarlos. El tobillo le palpitaba con cada latido de su corazón. Todo su cuerpo se resentía de la aventura en el sótano.

Faith tomó la empinada curva que llevaba a Fourteenth Street.

—En cualquier caso, yo investigaré su caso.

Will estaba más que familiarizado con los delitos de su padre.

—Esquivó una bala. El caso Furman contra Georgia fue a principios de los setenta.

—En el 72 —corrigió Will. El Tribunal Supremo había suspendido temporalmente la pena de muerte. Unos años antes o después, y su padre habría sido condenado a muerte por el estado de Georgia. Añadió—: Gary Gilmore fue el primer hombre ejecutado después de Furman.

—Un asesino itinerante, ¿verdad? ¿Fue en Utah? —A Faith le encantaba leer sobre asesinatos en masa. Era una afición desafortunada que a veces resultaba muy útil.

—¿Se le llama itinerante cuando las víctimas son solo dos personas? —preguntó Will.

—Siempre que el tiempo entre una y otra sea muy breve.

—Pensaba que tenían que ser tres.

—Entonces es un asesino en serie.

Faith sacó su iPhone. Envió un mensaje con el pulgar mientras esperaba para tomar una desviación prohibida hacia Peachtree.

Will miró Fourteenth Street. No podía ver el hotel desde ese punto, pero sabía que el Four Seasons estaba dos manzanas más allá. Quizá por eso Faith había tomado esa dirección. Sabía que su padre se alojaba en ese hotel. Will se preguntó si aún estaría en la cama. Había estado en prisión durante más de treinta años. Le resultaría imposible quedarse hasta muy tarde. Puede que ya hubiese pedido que le subieran el desayuno a la habitación. Angie le dijo que iba al gimnasio todas las mañanas. Estaría corriendo en la cinta, viendo algún programa matinal y planeando lo que iba a hacer ese día.

—Como te decía. Dos o más y lo califican de itinerante. —Faith soltó el iPhone en el recipiente para los vasos y se pasó el semáforo—. ¿Podemos hablar ahora de tu padre?

—¿Sabías que Peachtree Street es la divisoria continental de Georgia? —dijo Will señalando el lateral de la carretera—. La lluvia que cae en ese lado de la carretera va al Atlántico; la que cae en el otro, al Golfo. Ya sabes que confundo los lados, pero espero que me entiendas.

—Es fascinante, Will.

—He besado a Angie.

Faith casi se sube a la acera. Dio un volantazo para volver al carril. Guardó silencio antes de refunfuñar:

—Eres un puñetero idiota.

Tenía toda la razón. Así se sentía.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—No lo sé. —Miró de nuevo por la ventana. Se estaban dirigiendo al centro—. Creo que debo decírselo a Sara.

—No lo hagas —replicó Faith—. ¿Estás loco? Te mandará al carajo.

Probablemente sería lo más sensato por su parte. No había forma de que pudiese explicarle a Sara que el viejo cliché era cierto esa vez: el beso no significó nada. Por su parte, solo le sirvió para recordarle que Sara era la única mujer con la que quería estar; puede que la primera mujer con la que había querido estar de verdad. Para Angie, el beso había sido algo así como si un perro levantase la pata para mear en una boca de incendios.

—¿Quieres estar con Angie?

—No —respondió negando con la cabeza.

—¿Hubo algo más?

Will recordó que le había tocado el pecho.

—No… —No pensaba darle detalles a Faith—. No hubo contacto…

—Vale, ya lo cojo. —Torció en North Avenue—. Dios santo, Will.

Esperó a que continuase.

—No se lo puedes decir a Sara.

—No puedo ocultarle nada.

Faith se rio tan alto que a él mismo le dolieron los oídos.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Acaso sabe lo de tu padre? Acaso sabe que él…

—No.

Faith no se molestó en ocultar su incredulidad.

—Entonces no le digas la verdad sobre eso.

—Es distinto.

—¿Crees que Angie se lo dirá?

Will negó con la cabeza. El código ético de Angie no era fácil de descifrar, pero sabía que no le diría nada a Sara sobre el beso. Seguro que prefería utilizarlo para torturarle a él.

Faith fue directa al grano.

—Si no va a suceder de nuevo y no significó nada, entonces tendrás que decidir entre vivir con la culpabilidad o sin Sara.

Will no quería hablar más sobre el asunto. Miró de nuevo por la ventanilla. Se habían detenido en un semáforo en rojo. Las luces estaban encendidas en Varsity. Al cabo de pocas horas, los empleados estarían limpiando los contenedores, estampando números en los coches y recibiendo pedidos. La señora Flannigan solía llevar a los niños mayores a Varsity una vez al mes. Era un premio por su buen comportamiento.

—¿Has intentado hablar alguna vez con los detectives que llevaron el caso de tu madre?

—Uno desapareció. Alguien me dijo que se trasladó a Miami. El otro murió de sida a principios de los ochenta.

—¿Alguno de ellos tenía familiares?

—Yo no encontré a ninguno.

Para ser sinceros, no lo había investigado. Era como rascarse una costra. Llegaba un momento en que empezaba a sangrar.

—Con todas las conversaciones que hemos tenido en los dos últimos años, jamás me has hablado de eso. No puedo creerlo.

Will dejó que ella se preguntase por qué.

Faith cruzó la interestatal. Las residencias para los atletas que se habían construido para las Olimpiadas mostraban ahora el logotipo de Georgia Tech. El viejo estadio se estaba remodelando. Las calles estaban recién pavimentadas. Había dibujos hechos con ladrillos en las aceras. Incluso a esas horas de la mañana, había estudiantes practicando

jogging. Faith torció en el semáforo siguiente. Conocía muy bien esa zona. Su hijo estudiaba en Georgia Tech, su madre había obtenido su doctorado allí y ella había estudiado los cuatro cursos de su carrera en ella, por eso estaba lo suficientemente cualificada para trabajar en el GBI.

Faith sacó un trozo de papel del parasol. Will vio que había escrito una dirección. Redujo la velocidad del coche murmurando: «Centennial Park North… por aquí». Finalmente, giró en una calle lateral, reduciendo al subir una colina. La zona estaba repleta de edificios de apartamentos de lujo y de casas grandes. Los coches aparcados en la calle eran de gama alta: Toyotas, Fords, algún que otro BMW. El césped estaba bien cortado. Los aleros y las ventanas estaban pintados de blanco mate. Había antenas parabólicas en algunos balcones. El complejo estaba diseñado para personas con diferentes ingresos económicos, cosa que significaba que un puñado de gente pobre vivía en las unidades menos deseadas, y que las demás se habían reservado para los ricos. Will pensó que algunos estudiantes de familias acomodadas vivirían allí, en lugar de en las residencias, donde se alojaba el hijo de Faith.

—Zell Miller Center —leyó Faith en una placa—. Clark Howell Community Building. Por aquí.

Redujo el coche a la mínima velocidad. Ya no necesitaba ver la dirección. Había dos coches patrulla bloqueando la calle. Una cinta amarilla impedía el paso a los residentes. Muchos estaban en bata o en pijama. Algunos que practicaban

jogging se habían detenido para ver qué sucedía.

Faith tuvo que recorrer algunas manzanas para encontrar un aparcamiento. Se subió a una acera y tiró del freno de mano. Luego se dirigió a Will y le preguntó:

—¿Te encuentras bien?

Pensaba ignorar la pregunta, pero no le pareció justo.

—Ya veremos —respondió.

Salió del coche antes de que ella pudiera decir nada más.

Las farolas de la calle aún estaban encendidas, suplementando la luz del amanecer. Dos helicópteros de prensa revoloteaban encima de sus cabezas. El zumbido de sus palas producía un sonido blanco. Había muchos periodistas acampados a pie de la calle. Tenían las cámaras apoyadas en sus trípodes. Las presentadoras se retocaban el maquillaje y revisaban sus notas.

Will no esperó a Faith. Retrocedió hasta la escena del crimen, donde vio a Amanda Wagner esperando.

Tenía el brazo en cabestrillo, la única señal de que había pasado la noche en el hospital. Estaba de pie, en la acera, vestida con su falda monocromática de costumbre, su blusa y su chaqueta. Dos corpulentos agentes de patrulla la miraban y asentían mientras ella les daba órdenes. Parecían jugadores de fútbol americano apiñados antes de iniciar una jugada de ataque.

Cuando Faith y Will se acercaron a ella, los agentes se alejaron a toda prisa hacia los transeúntes, probablemente para anotar algunos nombres, tomar algunas fotos y poderlas pasar por la base de datos. Amanda enfocaba sus investigaciones a la vieja usanza. No confiaba en las muestras de sangre o en mechones de pelo para convencer al jurado. Investigaba el caso hasta llegar a una conclusión que ningún ser humano pudiera refutar.

No perdió el tiempo en cortesías.

—No te quiero aquí.

—Entonces, ¿para qué me has llamado?

—Porque sabía que no te mantendrías al margen.

Amanda no esperó una respuesta. Se dio la vuelta y se dirigió al edificio comunitario. Will se puso a su altura con suma facilidad, a pesar de su andar ligero. Faith mantuvo la distancia, algo poco habitual.

—Nos están obstaculizando los trámites burocráticos —dijo Amanda—. Como sabes, esta zona solía ser un suburbio. El estado lo desalojó para los Juegos Olímpicos. El Ayuntamiento se llevó una parte del pastel. La Tech, otra. El Departamento de Parques también. La Autoridad de la Vivienda. El Registro Histórico, lo cual resulta irrisorio porque no ha existido nunca. Tenemos más jurisdicciones que furgonetas de prensa. El Departamento de Policía de Atlanta es el encargado de llevar el caso por el momento, pero son nuestros técnicos y nuestro médico forense los que están recopilando las pruebas.

—Quiero ver la autopsia.

—Pasarán horas antes de que…

—Esperaré.

—¿Crees que es buena idea?

Will pensó que era una idea horrible, pero eso no se lo iba a impedir.

—Tienes que interrogarle.

—¿Por qué crees que debo hacerlo?

El hecho de que su voz sonase tan razonable hizo que Will sintiera ganas de abofetearla.

—Tú has leído el expediente de mi padre.

Ella se detuvo y le miró.

—Sí.

—Entonces, ¿supongo que no creerás que es una coincidencia que él haya salido de prisión y se haya encontrado a una estudiante muerta en Techwood?

—Las coincidencias se dan en todo momento. —Su certeza de costumbre mostraba ciertas flaquezas—. No puedo arrestarle sin una causa probable, Will. ¿Has oído hablar de los procesos reglamentarios? ¿De la Cuarta Enmienda?

—Eso jamás ha sido un obstáculo para ti.

—He descubierto que está dentro del ámbito de los hombres ricos y blancos evitar esos aspectos tan desagradables.

Will se dio cuenta de que lo había arrinconado.

—Aun así…

—Basta —replicó Amanda. Continuó caminando—. Tenemos una identificación probable de Ashleigh Snyder. Han encontrado su bolso en el contenedor. Sus tarjetas de crédito estaban dentro, pero no su carné, ni el dinero.

—Eso me resulta familiar.

—Benditas sean las Leyes Shunshine.

La ley de libertad de información de Georgia era una de las más liberales del país. Los reclusos eran unos verdaderos fans de ella.

—Se aloja en el hotel Four Seasons —dijo Will.

—Ya lo sé. Le perdimos el rastro durante dos horas ayer por la tarde, pero ya me he asegurado de que no vuelva a ocurrir.

—Lleva fuera casi dos meses.

Amanda no respondió de inmediato.

—Nunca he comprendido que dejen en libertad a alguien por buen comportamiento. Si estás en prisión, ¿no debes comportarte bien todo el tiempo?

—Nadie me dijo que había salido.

—Eso es lo que pasa cuando se tiene un expediente de menores cerrado. No te lo pueden notificar a menos que preguntes.

—Se suponía que debía morir allí.

—Lo sé.

Uno de los agentes gritó:

—¿Doctora Wagner?

—Vosotros dos seguid.

Ella esperó hasta que el agente estuvo a su lado.

Will continuó caminando. Faith tuvo que apresurar el paso para alcanzarle.

—¿Qué sucede?

Él solo pudo mover la cabeza cuando entraron en el aparcamiento. Una cuesta los llevaba hasta la planta baja. En la parte de atrás, había un grupo de detectives formando un semicírculo alrededor del cuerpo. La mujer estaba delante de una enorme zona para los contenedores. Unas paredes de ladrillo circunvalaban el contenedor. Las enormes puertas metálicas estaban abiertas y el candado colgaba del pestillo, con la anilla rota. Alguien lo había marcado con una etiqueta amarilla para poderlo catalogar como prueba.

Will miró a su alrededor. Se sintió observado. O quizá solo estaba un poco paranoico. Registró detenidamente la zona. El centro comunitario estaba en el lado opuesto del aparcamiento. Había más apartamentos bordeando el perímetro. Las puertas blancas de los garajes parecían dientes que contrastaban con los ladrillos rojos. A lo lejos se veía una zona de juegos, con túneles y columpios de colores. El edificio de Coca-Cola dominaba el horizonte.

Si miraba por detrás de la interestatal, veía la fachada color salmón del hotel Four Seasons.

—Otro caso resuelto por el glorioso GBI —dijo Leo Donnelly riendo con el cigarrillo en la boca.

Como de costumbre, el detective de Homicidios vestía un traje color marrón claro que probablemente ya estaría arrugado cuando lo cogió del suelo esa mañana. Su nuevo compañero, un chico llamado Jamal Hodge, saludó a Faith.

Leo le guiñó un ojo.

—Veo que sigues teniendo unos buenos pechos, Mitchell. ¿Aún le estás dando de mamar?

—Vete a la mierda, Leo —respondió Faith, sacando su libreta del bolso—. ¿Cuándo hicieron la llamada?

Él también sacó la suya.

—A las cuatro y treinta y ocho de la madrugada. El conserje vino para hacer su turno, la vio y flipó. Se llama Otay Keehole.

—Utay Keo —corrigió Jamal.

—Vaya con el empollón este —respondió Leo lanzándole una mirada desagradable—. Ooo-Tay es un estudiante de la Tech. Tiene veinticuatro años. Vive con su mamá, de alquiler. Sin antecedentes.

—¿La estaba buscando? —preguntó Faith.

—No es probable —respondió Jamal.

Leo hizo ademán de cerrar su libreta de notas. Le dio una calada a su cigarrillo mientras miraba a Jamal.

—El chico ha estado dos años en Camboya. Se sacó la visa de estudiante. Presentó voluntariamente sus huellas dactilares y su ADN. No tiene antecedentes, ni motivos. Estoy seguro de que se fue de putas en sus buenos tiempos (quién no), pero no tiene ni coche. Cogió aquí el autobús.

—¿Has identificado a la víctima por sus tarjetas de crédito? —preguntó Will.

Jamal levantó las manos, indicando que Leo era quien debía responder.

—Estamos casi seguros de que es Snyder —dijo Leo—. Tiene la cara hecha un Cristo, pero su pelo rubio la delata.

—¿Se lo habéis notificado a la familia?

—Su madre está muerta. Su padre viene de regreso de un viaje de negocios en Salt Lake. Llegará esta tarde.

—Hemos pedido el historial dental —añadió Jamal.

—Bien hecho, gracias —murmuró Faith.

Probablemente, estaba pensando en el largo viaje de regreso de su padre, en el momento en que la viese en el depósito y su vida cambiase para siempre.

Todos se giraron hacia el contenedor. La multitud se había dispersado, por lo que los técnicos forenses podían empezar la ardua tarea de procesar la escena.

Will observó el cuerpo retorcido de la mujer. Su pelo rubio le cubría la cara. Estaba de espaldas, con los brazos abiertos y las muñecas mirando al cielo. Tenía el rostro hecho un desastre, probablemente irreconocible hasta para sus amigas más íntimas. Llevaba las uñas pintadas de rojo brillante. La sangre hacía que tuviera la ropa pegada al cuerpo. Will podía deducir lo que tenía debajo de su ajustada camiseta y de su falda estampada.

—Hay algo que no se ve todos los días: el asesino le ha aporreado el estómago hasta sacarle los intestinos. Eso no se ve ni en YouTube. —Se rio entre dientes—. Al menos hasta que aprenda a manejar la cámara de mi móvil.

—Que Dios se apiade de nosotros —murmuró Jamal. Se dirigió hacia Charlie Reed, el investigador de escenas criminales del GBI.

—Venga, Hodge —dijo Leo a sus espaldas—. Es gracioso.

—Usa el cerebro, Leo —advirtió Faith—. ¿O es que quieres cabrear al nieto del jefe adjunto?

Will miró a Faith. Su voz sonaba algo temblorosa. Jamás le había gustado estar cerca de los cadáveres, pero lograba dominarse. Si se derrumbaba, aunque fuese ligeramente, Leo, o alguien como él, haría que todo el mundo se riera de ella en el recuento de la mañana. En cierta ocasión, Faith le había dicho a Will que trabajar con Leo era como mirar a un monito que no sabía ni entrechocar los platillos.

Will se dio cuenta de que no era el momento oportuno para preguntarle si se encontraba bien. En su lugar, se arrodilló al lado del cuerpo, manteniendo la distancia para no contaminar la zona. Los fotógrafos de la escena criminal no esperaron a que saliera el sol. Sus ordenadores y sus cámaras digitales estaban sobre una mesa plegable. Una de las mujeres encendió el generador de diésel. Las luces de xenón parpadearon. La mano de la víctima contrastó con el asfalto. El esmalte rojo de sus uñas brillaba como si aún estuviese húmedo.

Faith se dirigió a Leo.

—¿Qué es ese edificio? ¿Continúa siendo el centro comunitario?

—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros—. Creo que lo llamaron así después de aquel tío de la radio.

Will se levantó demasiado rápido y sintió un leve mareo.

—Clark Howell era el editor del

Atlanta Constitution.

—¿De verdad?

—Hoy en día, está repleto de fascinantes banalidades —señaló Faith—. ¿Tienes alguna pista?

—¿Y a ti qué te importa?

Faith se puso en jarras.

—No seas capullo, Leo. Ya sabes que es un caso estatal. ¿Tienes alguna pista o tengo que preguntárselo a Jamal?

Leo continuó, aunque de mala gana.

—Hice algunas llamadas, lo consulté con la estación central. No hay nadie en nuestros archivos que, a base de golpes, le haya sacado los intestinos a una chica. —Se rio de su propio chiste—. Literalmente.

—¿Tenía la víctima algún enemigo?

—Sobre eso seguro que vosotros sabéis más que yo.

—¿Problemas con drogas?

Leo esnifó y se frotó la nariz.

—Por lo que sé, nada serio.

—¿Coca o metanfetaminas?

—Es una estudiante. ¿A ti qué te parece?

—Metanfetamina —concluyó Faith—. Y abstente de generalizar. Mi hijo va a la Tech y no toma nada más fuerte que Red Bull.

—Seguro.

—Faith —llamó Amanda. Estaba al final del aparcamiento, haciéndoles un gesto.

Faith le lanzó una mirada malévola a Leo mientras se dirigía hacia Amanda.

—No hace falta que me den las gracias, oficiales —les gritó Leo—. Ha sido todo un placer.

Amanda estaba rebuscando en su bolso cuando se aproximaron. Sacó su BlackBerry. La funda aún estaba rota por la caída. Miró los mensajes de correo mientras hablaba.

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