Criminal

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Capítulo doce

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—Un agente ha encontrado a un corredor que vio una furgoneta sospechosa, pequeña y verde, por la zona después de las cuatro de la madrugada.

—¿Y acaba de llegar? —preguntó Faith mirando la hora—. ¿Ha estado corriendo durante dos horas?

—Esa es una buena pregunta para empezar. Vive allí, en el apartamento 2-6-20. —Amanda señaló el edificio que había al otro lado de la calle—. Asegúrate de que escriba algo. Todas las T están cruzadas y las I llevan punto.

—Yo hablaré con él —dijo Will, haciendo ademán de marcharse, pero Amanda le detuvo.

—Faith, hazlo tú.

La mujer le lanzó una mirada de disculpa antes de dirigirse al edificio de apartamentos.

Amanda levantó el dedo para que Will mantuviera la boca cerrada. Leyó unos cuantos mensajes más antes de meter la BlackBerry en el bolso.

—Sabes de sobra que no puedes trabajar en este caso.

—No sé cómo me lo vas a impedir.

—Todo tiene que hacerse debidamente. No podemos permitir que nos lo desbaraten en el juicio.

—La última vez se sostuvo en el tribunal y, aun así, ha salido.

—Bienvenido al sistema de justicia criminal. Pensaba que ya lo conocías.

Will miró al otro lado de la interestatal. Pronto sería hora punta. Los coches empezaban a quedarse atascados en los catorce carriles. Vio una señal que indicaba el camino a uno de los hospitales Emory. Sara había ido a la Universidad de Emory. El Grady formaba parte de su sistema de enseñanza. En ese momento, se estaría arreglando para ir al trabajo, duchándose, secándose el pelo. Will normalmente les daba un paseo a los perros antes de que ella se marchase. Se preguntó si echaba de menos eso.

—Dame tiempo para hacer las cosas bien —dijo Amanda—. Tenemos que hacerlo como es debido.

Will negó con la cabeza. No le importaban los medios, solo el fin.

—Tenemos que trabajar en su caso desde el principio.

—¿Y qué crees que he estado haciendo? Tengo dos equipos en esto desde que me enteré. Estamos trabajando con un lapsus de más de treinta años en una ciudad que se derriba cada cinco. Su viejo refugio es ahora un edificio de oficinas de doce plantas.

—Lo comprobaré. Faith puede acompañarme.

—Ya lo han examinado de arriba abajo.

—Sí, pero yo no.

Amanda no le estaba mirando. Al igual que Will, observaba la interestatal. Móvil, medios y oportunidad: ese era su mantra.

—Sabes que él tenía esas tres cosas.

Amanda asintió con la cabeza. Si Will no la hubiera estado observando, no se habría percatado. La observó detenidamente. Parecía tan cansada como él. Tenía ojeras y el maquillaje se le había metido en las arrugas de la boca y de los ojos.

—Tengo que decir que me ha encantado lo que has hecho con el sótano.

Will apretó las manos. Los cortes se abrieron en sus dedos.

—¿Encontraste lo que andabas buscando?

Su mandíbula chasqueó cuando abrió la boca para hablar.

—¿Qué hacías allí?

—Eso es una pregunta interesante.

—¿Hace cuánto tiempo que sabes lo de mi padre?

—Trabajas para mí, Will. Mi obligación es saberlo todo de ti.

—¿Por qué te llamó ese periodista?

—Supongo que lo consideraba una buena historia, ya que tú escogiste el camino de la ley y el orden. Surgiste de las cenizas. El símbolo de Atlanta es el fénix. Te viene como anillo al dedo.

Will se giró y se dirigió de nuevo a North Avenue, hacia el puente que había sobre la interestatal. La zancada de Amanda era la mitad de pequeña que la de Will, por lo que tuvo que esforzarse para ponerse a su lado.

—¿Adónde vas? —preguntó.

—A hablar con mi padre.

—¿Para qué?

—Tú has leído el archivo. Ya sabes que tiene un patrón. Mata a una y se queda con otra. Probablemente, ya la habrá cogido.

—¿Debo emitir una orden de búsqueda por una prostituta desaparecida?

Se estaba mofando de él.

—Sabes que está buscando a otra chica.

—Ya te he dicho que lo estamos vigilando. No ha salido de la habitación.

—Excepto ayer por la tarde.

Amanda dejó de intentar alcanzarle.

—No vas a hablar con él.

Will se giró. Amanda jamás alzaba la voz, ni gritaba, ni pateaba, ni maldecía. Lograba asustar a todo el mundo con su reputación. Por primera vez desde hacía quince años, vio lo que realmente era. No era nada. Una anciana con un brazo en cabestrillo y un montón de secretos que se llevaría a la tumba.

—He emitido una orden de arresto contra ti si pones un pie en ese hotel. ¿Me entiendes?

Will la miró con odio.

—Debería haber dejado que te pudrieras en ese sótano.

—Oh, Will —dijo con voz de arrepentimiento—. Tengo la sensación de que, cuando todo esto acabe, ambos vamos a desear que lo hubieras hecho.

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