Criminal

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Capítulo catorce

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Lunes 14 de julio de 1975

Amanda se apoyó en su Plymouth mientras esperaba a Evelyn en el aparcamiento del edificio Sears. El aire no se movía en aquel subterráneo. El frío que desprendían las paredes de cemento no bastaba para mitigar el sofocante calor. Eran las siete de la mañana y ya podía notar cómo le caía el sudor por la nuca y se le metía por el cuello.

Ni Evelyn ni ella habían asistido a la barbacoa después de salir del depósito el sábado por la tarde. Hank Bennett. La chica sin identificar. Las uñas pintadas de rojo. El hioides fracturado. Había muchas cosas que procesar y ninguna de ellas parecía capaz de entablar una conversación coherente. Hablaron con monosílabos. Amanda por las cosas que había visto con Pete Hanson, y Evelyn —probablemente— por lo incómoda que se había sentido al ver de nuevo a Rick Landry. Las razones eran lo de menos. Evelyn regresó con su marido, y Amanda se marchó a su apartamento vacío.

El domingo trajo una agradable sensación de normalidad. Amanda le preparó el desayuno a su padre. Después fueron a la iglesia. Más tarde preparó la cena. Duke, durante todo el día, estuvo más animado. Incluso hizo algunas bromas sobre el predicador. Se sentía más optimista con respecto a su caso. Había hablado con su abogado una vez más y le había dicho que la reincorporación de Lars Oglethorpe era una buena noticia para todos los hombres que Reginald Eaves había despedido.

Amanda dudaba que lo fuese para ella.

La camioneta de Evelyn giró bruscamente, haciendo chirriar los neumáticos en el asfalto. Aparcó al lado del Plymouth y, por la ventanilla abierta, le preguntó:

—¿Te llamó Kenny ayer?

Amanda sintió una oleada de pánico.

—¿Para qué me iba a llamar?

—Le di tu teléfono.

Amanda estaba tan aturdida que se limitó a mirarla.

—¿Por qué le has dado mi número de teléfono?

—Porque me lo pidió, tonta. ¿Por qué te sorprende tanto? ¿Y por qué te quedas ahí pasmada?

Amanda movió la cabeza mientras entraba en el coche. Los hombres como Kenny Mitchell no pedían su número de teléfono.

—Es muy amable de tu parte que trates de incitarle, pero no pierdas el tiempo con devaneos inútiles.

—Tú puedes… —Evelyn se detuvo, pero solo por unos instantes antes de soltarle—: Tú puedes usar Tampax, ¿verdad que sí?

Amanda se llevó los dedos a los párpados, sin preocuparle si eso le estropearía el maquillaje.

—Si te digo que sí, ¿cambiarás de tema?

A Evelyn no resultaba fácil disuadirla.

—Pete es un médico de verdad. Puede prescribirte lo que quieras sin hacer preguntas, y si le das unos dólares al chico de la Plaza Pharmacy, no dirá nada.

Amanda se abanicó la cara. Dentro del coche, el calor resultaba incluso más sofocante. Intentó no pensar en la llamada que había recibido el día anterior en su apartamento vacío.

—Ya es legal, cariño. No tienes que estar casada para conseguir anticonceptivos.

Esta vez, la risa de Amanda fue de lo más genuina.

—Creo que estás sacando muchas conclusiones.

—Puede, pero es divertido, ¿verdad?

En realidad, resultaba humillante, pero Amanda intentó ocultar tal cosa mirando de nuevo su reloj.

—¿Eso te ha tenido ocupada todo el domingo o has tenido tiempo para pensar en lo que hemos estado haciendo?

Evelyn puso los ojos en blanco.

—¿Estás de broma? Es en lo único que he podido pensar durante la última semana. Esta mañana estaba tan distraída que le he puesto sal al café de Bill, en lugar de azúcar. El pobrecillo se tomó media taza antes de darse cuenta. —Se detuvo para respirar—. ¿Y tú?

—He estado revisando las notas de Butch —dijo sacando su libreta del bolso—. ¿Ves esto de aquí? —Señaló la página para que le resultase más fácil a Evelyn. Las letras «IC» estaban señaladas un par de veces con un círculo.

—Informante confidencial —dijo Evelyn. Pasó las páginas hacia atrás—. ¿Dice algo más? ¿Un nombre?

—No, pero muchos casos de Butch se basan en la información proporcionada por los informantes. —De hecho, sucedía así en la mayoría de ellos. Por lo visto, se le daba muy bien encontrar delincuentes y tipejos dispuestos a soltar lo que sabían con tal de no entrar en prisión—. Nunca menciona sus fuentes.

—Muy astuto por su parte. —Miró las páginas, deteniéndose en un dibujo rudimentario que había hecho del apartamento de Jane Delray—. Se ha saltado el cuarto de baño. ¿Registraría el lugar? —Ella misma respondió a su pregunta—. Por supuesto que no. ¿Para qué iba a hacerlo?

Amanda miró el reloj. No quería llegar tarde al recuento.

—Deberíamos revisar lo que vamos a hacer hoy. Yo puedo llamar a mi amiga en la Autoridad de la Vivienda cuando llegue al trabajo. Puede que averigüemos quién alquiló el apartamento.

Evelyn guardó silencio durante un instante mientras cambiaba de marcha.

—Yo llamaré a Cindy Murray en Five Points y veré si tiene tiempo para comprobar la caja de carnés confiscados y encontrar el de Lucy Bennett. Al menos tendríamos una fotografía de ella.

—No sé si servirá de algo. Pete tiene que firmar la identificación que proporcionó su propio hermano. —Ni Evelyn ni ella tuvieron el valor suficiente para rebatir la identificación de Hank Bennett—. Bennett no la había visto desde hace cinco o seis años. ¿Crees que se dio cuenta de que no era Lucy?

—Creo que lo único que le importaba era no llegar tarde a la cena.

Ambas se quedaron en silencio. Amanda tenía una sensación que iba y venía. Las ideas bailaban y desaparecían. Costaba trabajo poder asimilarlo todo.

Evelyn compartía la misma sensación.

—Bill y yo comenzamos un rompecabezas anoche: los puentes del Pacific Northwest —dijo—. Zeke lo escogió el mes pasado para el Día del Padre. Pensé: «Así es cómo me llevo sintiendo toda la semana. Hay muchas piezas sueltas y, si lograse ponerlas juntas, probablemente vería toda la imagen».

—Entiendo lo que quieres decir. Lo único que hago es hacerme preguntas, pero no encuentro una respuesta satisfactoria a ninguna de ellas.

—Escucha, tengo una idea descabellada.

—¿De verdad? No sabes lo que me sorprende.

Evelyn esbozó una mueca sarcástica y se giró para rebuscar en el asiento trasero de la furgoneta.

—¿Qué haces?

Apoyó el cuerpo en el asiento trasero y levantó las piernas. Amanda apartó los pies de su cara. Miró a su alrededor con la esperanza de que nadie las estuviese observando.

—Evelyn, ¿qué narices…?

—Ya lo tengo —dijo regresando a su asiento. Tenía un paquete de papeles de colores—. Las ceras de Zeke están aplastadas en la alfombra. Déjame un bolígrafo. —Abrió la puerta.

Amanda salió del coche y la siguió hasta la parte frontal de la camioneta. Evelyn cogió un trozo de papel de la parte superior del paquete y, con el bolígrafo de Amanda, escribió: «HANK BENNETT» en la página. Luego escribió: «LUCY BENNETT», y después «JANE DELRAY». Luego añadió a «MARY» y «KITTY TREADWELL» al grupo, y posteriormente a «HODGE», «JUICE/DWAYNE MATHISON» y, al final, a «ANDREW TREADWELL».

—¿Qué haces? —preguntó Amanda.

—Piezas de rompecabezas. —Esparció las páginas de colores sobre la capota del coche y añadió—: Vamos a juntarlas.

Amanda se dio cuenta de lo que pretendía. La idea no tenía nada de descabellada.

—Debemos hacerlo cronológicamente. —Movió los nombres mientras hablaba—. Hank Bennett vino a la comisaría, y luego el sargento Hodge nos envió a Techwood. Escribe otro papel con la palabra Tech. —Evelyn hizo lo que le pedía—. Tenemos que subcategorizar estas.

Amanda cogió el bolígrafo y empezó a rellenar los detalles: fechas, horas, lo que les habían dicho. El motor de la camioneta emitió un ruido seco por el calor. La capota de metal le quemaba la piel.

—Voy a hacer un cronograma —sugirió Evelyn.

Amanda le dio el bolígrafo. Señaló las diferentes páginas mientras relataba en voz alta la secuencia.

—Hank Bennett fue a ver al sargento Hodge el lunes pasado. Hodge nos envió a Techwood para tomar declaración de una violación. —Miró a Evelyn—. Hodge no nos dijo después por qué nos había enviado. Obviamente, no hubo violación alguna. ¿Por qué nos enviaría allí?

—Volveré a preguntárselo esta mañana, pero no me dijo nada las últimas cuatro veces.

Amanda sintió la necesidad de decirle:

—Ha sido muy valiente por tu parte.

—¿Para lo que ha servido? —Evelyn hizo caso omiso del cumplido—. Juice, el chulo, no debe estar aquí.

—A menos que fuese él quien mató a Jane.

—No creo que lo hiciera. Probablemente, estaría bajo arresto cuando sucedió. O recibiendo su merecido por haberse resistido al arresto.

—De acuerdo, pongámoslo aquí como una posibilidad remota —dijo Amanda desplazando a Juice a la periferia—. Estamos en el apartamento en Techwood. Jane nos dice que han desaparecido tres chicas: Lucy Bennett, Kitty, que más tarde descubrimos que es Treadwell, y Mary, cuyo apellido desconocemos.

—Así es.

Evelyn anotó la información, escribiendo sus nombres al lado del de Jane Delray.

—Días después, Jane es asesinada.

—Pero se la confunde con Lucy —corrigió Evelyn—. Pondré un asterisco al lado de su nombre, pero lo dejaremos así para verlo más claro.

—Vale. Una persona que se cree que es Lucy Bennett es asesinada.

—Me pregunto si su hermano tiene un seguro de vida a su nombre.

Amanda pensó que, por el hecho de estar casada con un hombre que se dedicaba a los seguros, pensaba en esas cosas.

—¿Hay alguna forma de comprobarlo? ¿Un registro?

—Se lo preguntaré a Bill, pero solo para informarme. Teniendo en cuenta la vida que llevaba Lucy, ¿para qué iba a matarla si probablemente moriría a causa de las drogas? —Evelyn miró el cronograma—. No es un móvil que valga la pena.

—Móvil. —Había algo que no habían tenido en cuenta—. ¿Por qué alguien querría asesinar a Jane?

—¿Estamos asumiendo que el asesino sabía que estaba matando a Jane?

A Amanda le empezaba a doler la cabeza.

—Creo que debemos pensar que fue así, al menos hasta que se demuestre lo contrario.

—De acuerdo. Entonces el móvil es que Jane era un estorbo.

—Sí, pero la última persona a la que molestó, aparte de nosotras, fue a Juice, y si hay algo que sé sobre los chulos es que no matan a sus chicas. Las prefieren tener trabajando. Eso les da más beneficios.

—Llamaré a la prisión para ver cuándo salió Juice, solo para asegurarme —dijo Evelyn, que se dio un golpecito en el mentón con el bolígrafo—. Es posible que el asesino fuese alguien que la vio hablando con nosotras en Techwood. El complejo se revolucionó cuando llegamos. Todo el mundo debía saber que estaba hablando con dos agentes de policía.

Amanda se sintió incómoda al pensar que podía haber sido responsable de su muerte.

—Anótalo como posibilidad.

—Odio pensar que tuvimos algo que ver con eso. Pero, desde luego, no se dedicaba a preparar galletas para la asociación de padres y profesores.

—No —dijo Amanda mostrando su acuerdo, pero Evelyn solo había visto las fotografías—. ¿Alguna vez te has hecho la manicura?

Evelyn se miró las uñas, que solo tenían una capa de esmalte transparente.

—Bill me pagó una sesión la Navidad pasada. La verdad es que no disfruté mucho viendo que una extraña me tocaba las manos.

—Las uñas de Jane eran perfectas. Las tenía limadas y pulidas. Yo no sería capaz de hacer un trabajo así.

—Aquella manicura fue ridículamente cara. No me imagino a Jane con dinero para pagarse algo así.

—No, y si lo tuviera, se lo gastaría en drogas, no en hacerse la manicura. —Amanda recordó algo y añadió—: Pete me comentó algo interesante sobre el agresor. Dijo que estaba furioso, descontrolado.

—¿Cómo lo sabe?

—Por el aspecto que tenía Jane. Le habían dado una paliza. —Amanda trató de recordar todos los detalles, pero le resultaba más fácil hablar de ellos con Evelyn—. Creo que debemos seguir preguntándonos qué clase de persona puede hacer algo así. Y luego cómo lo hizo. Obviamente, utilizó los puños, pero también tenía un martillo. Rompió el cerrojo para acceder al tejado. Eso nos obliga a plantearnos cómo pudo engañarla. No es que fuese una chica muy brillante, pero sabía cuidar de sí misma.

—Quién, cómo y por qué —resumió Evelyn—. Son buenas preguntas. Si Juice no es la respuesta, entonces ¿quién? Puede que fuese alguien que Jane conocía de antes, un cliente que sabía dónde vivía. —Evelyn volvió a dar golpecitos con el bolígrafo—. De momento, esto es lo que sabemos: llamó a la puerta, le hizo la manicura y luego la tiró por el tejado.

—La estranguló antes de tirarla.

—¿Te lo dijo Pete? —preguntó Evelyn—. Eso parece lo más plausible. Jane chilló como un cerdo cuando la pateaste, y apenas fue un golpecito.

—No dijiste lo mismo entonces.

—Estaba asustada —admitió Evelyn—. Lo siento.

—No pasa nada. Quizá podamos preguntar y ver si hay algún chulo que se dedica a estrangular.

—Conozco a una mujer que trabaja de agente encubierta en el centro. Le preguntaremos para ver qué sabe. Pero, aunque haya un tipo al que le gusta estrangular, y algo me dice que hay más de uno, ¿cómo vamos a saber su verdadero nombre? Y si descubrimos cómo se llama, ¿cómo lo vamos a vincular con Jane?

—Pete sacó un trozo de piel de debajo de la uña de Jane. Dijo que se podía comparar con el grupo sanguíneo del sospechoso y ver si es un secretor o no.

—El ochenta por ciento de la población son secretores. Y casi el cuarenta por ciento son cero positivo. Eso no nos servirá de mucho.

—No lo sabía —admitió Amanda. A Evelyn se le daban mucho mejor las estadísticas que a ella—. Revisemos de nuevo el rompecabezas, antes de que lleguemos tarde al trabajo. —Amanda continuó donde lo habían dejado—. Después nos encontramos con el señor del traje azul, alias Hank Bennett, en el depósito. Admitió no haber visto a su hermana desde hacía muchos años, lo que explica que no pudiera identificarla.

—Bueno, supongo que es un tipo demasiado arrogante para admitir que no puede.

Esa también era una posibilidad.

—Aun así me extraña que Lucy Bennett no tuviera antecedentes. Lleva trabajando en las calles al menos un año, puede que más.

—Ni tampoco Kitty Treadwell —dijo Evelyn, avergonzada—. Pedí un informe por radio mientras venía hacia aquí. Comprobaron todas las variaciones posibles. No había ningún dato sobre Kitty Treadwell.

—¿Y de Jane Delray?

—La arrestaron dos veces hace años, pero nada recientemente.

—Entonces tendrán sus huellas en los archivos.

—No —respondió Evelyn frunciendo el ceño—. Han limpiado muchos archivos viejos.

—Muy conveniente. —Amanda actualizó la información debajo del nombre de cada chica—. Tenemos que centrarnos en Andrew Treadwell. Es abogado. Amigo del alcalde. ¿Qué más sabemos de él?

—Jane nos dio a entender que era tío de Kitty. Dijo claramente que Kitty era rica, y que su familia tenía contactos.

—En aquel artículo de periódico, se decía que Andrew Treadwell solo tenía una hija —recalcó Amanda.

—Es uno de los mejores abogados de la ciudad. Y políticamente tiene mucho poder. Si tenía una hija chuleada por un negro, ¿crees que lo diría? En mi opinión, lo más probable es que utilizara su dinero y su influencia para ocultarlo.

—Tienes razón —afirmó Amanda. Miró el diagrama—. ¿No te resulta extraño que Lucy y Kitty trabajen en la calle y que una de ellas tenga un hermano que trabaja para el tío de la otra?

—Quizá se conocieron en un grupo de autoayuda —bromeó Evelyn—: Prostitutas Anónimas.

Amanda puso los ojos en blanco.

—¿Seguimos asumiendo que Andrew Treadwell fue el que envió a Hank Bennett para que hablase con Hodge el lunes pasado?

—Yo sí. ¿Y tú?

Amanda también asintió.

—Lo que respalda tu teoría de que Andrew Treadwell no quiere que se le relacione con Kitty. Pero puede que nos equivoquemos. ¿A quién querría ocultar su relación si no es a sus compinches del Ayuntamiento?

—Bennett es un tipo difícil —farfulló Evelyn—. Es uno de los hombres más arrogantes que he conocido. Y eso es mucho teniendo en cuenta las personas para las que trabajamos.

Amanda intentó recordar las respuestas escuetas de Hank Bennett fuera del depósito. Debería haberlas anotado.

—Bennett dijo que le había enviado una carta a su hermana a la Union Mission. ¿Te acuerdas si mencionó cuándo?

—Sí, cuando su padre falleció, el año pasado, por esta misma época. Lo que me recuerda que Jane dijo que Lucy llevaba desaparecida cosa de un año.

Amanda anotó esa información debajo del nombre de Lucy.

—Cuando le preguntaste si conocía el nombre de Kitty Treadwell, nos dijo que tuviéramos cuidado sobre dónde metíamos las narices.

—Trask —recordó Evelyn—. Así se llamaba el hombre con el que habló en la Union Mission.

—Dijo Trask o Trent —corrigió Amanda. Recordaba ese nombre porque el apellido de soltera de su madre era Trent.

—Bueno, de momento lo llamaremos como sea —dijo Evelyn.

—Trask —sugirió Amanda.

—Vale. Trask le dijo a Bennett que le había dado la carta a Lucy, lo que significa que debía de conocerla. Si trabaja en la Union Mission, tiene que conocer a todas las chicas. Joder, Amanda —dijo con tono de estar devastada—, ¿por qué no pensamos primero en ir a la Union Mission? Todos los drogadictos van allí cuando necesitan un descanso. Es su Acapulco.

—La Mission está al subir la calle —le recordó Amanda—. Aún podemos hablar con Trask y ver si recuerda algo de Lucy o de Jane.

—Si recuerda algo, puede que nos diga si Lucy está viva y en qué esquina trabaja, y por qué la gente anda diciendo que ha sido asesinada. —Evelyn miró su reloj—. Tengo que presentarme en Model City, pero podemos vernos allí dentro de media hora.

—Eso me dará tiempo de sobra para llamar a la Autoridad para la Vivienda y para pensar qué voy a hacer con Peterson.

—Estoy segura de que a Vanessa no le importará irse con él.

Amanda guardó el bolígrafo en su bolso.

—Tengo la sensación de que se está cociendo algo malo.

—Es posible. Intentaré preguntarle de nuevo a Hodge, pero dudo que me diga algo. —Cogió el puñado de papeles de colores y los agrupó—. Yo también tengo un mal presentimiento sobre todo esto.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que, en cualquier caso, Lucy Bennett está muerta.

—Sí, pero puede que sea por las drogas, no por ningún delito.

—¿Te has enterado de las chicas de Texas que desaparecieron en la autopista I-45?

—No. ¿Qué ha pasado?

—Una docena o más —dijo Evelyn—. No saben seguro ni dónde están los cuerpos.

—¿Cómo te enteras de esas cosas?

Sonrió sin ninguna vergüenza.

—En la revista

True Crime.

Amanda suspiró mientras la observaba subir a la camioneta.

—Te veo en la Mission —dijo.

—De acuerdo. —Evelyn salió despacio del aparcamiento—. Yo no me preocuparía mucho por Vanessa —dijo a través de la ventanilla abierta—. ¿Quién crees que me habló del chico de la plaza Pharmacy?

—¡Mandy! —gritó Vanessa en cuanto entró en la comisaría.

Amanda se abrió camino entre la multitud. La comisaría estaba llena. Faltaban unos minutos para el recuento. Amanda miró en la oficina del sargento, pero estaba vacía.

—¡Date prisa!

Vanessa estaba una vez más sentada en la parte de atrás, dando brincos en la silla. Llevaba puestos unos pantalones, una blusa estampada y la pistola enfundada en la cintura. Llevaba zapatos de hombre. Amanda empezaba a preguntarse si debería preocuparse por el sexo al que pertenecía Vanessa. Al menos llevaba sostén.

—Mira lo que tengo.

Le mostró una tarjeta de crédito como si fuese un lingote de oro. Amanda reconoció el logotipo de los almacenes Franklin Simon. Luego se quedó boquiabierta al ver las letras ribeteadas en oro que decían: VANESSA LIVINGSTON.

—¿Cómo la has…? —Amanda se dejó caer en la silla. Casi tenía miedo de tocar la tarjeta—. ¿Es de verdad?

—Por supuesto —exclamó Vanessa.

Amanda no podía dejar de mirar la tarjeta.

—¿Me estás tomando el pelo? —Miró a su alrededor para ver si alguien las observaba. Nadie parecía interesado—. ¿Cómo la has conseguido?

—Rachel Foster, que trabaja de operadora, me habló de ella. Lo único que tienes que hacer es presentarles seis meses de tus recibos de nómina.

—¿Me tomas el pelo? —Amanda no había podido alquilar su apartamento sin el aval de Duke. Si no fuese porque el Ayuntamiento le proporcionaba un coche, tendría que ir a pie—. ¿Te la dan solo con eso? ¿Así de sencillo?

—Sí.

—No te pidieron que hablases con tu marido, ni con tu padre ni…

—No.

Amanda seguía sin creérselo. Le devolvió la tarjeta. Franklin Simon era de lo mejor, pero estaban destinados a la bancarrota si concedían créditos de forma tan sencilla.

—Perdona, ¿puedes hacerme el favor de patrullar con Peterson hoy?

—Por supuesto.

—¿No me preguntas por qué?

El sonido gutural de alguien vomitando resonó en la sala. Otros hombres le imitaron. Butch Bonnie entró en la comisaría, con los puños en alto, como si fuese Mohamed Alí. Amanda se había olvidado de lo enfermo que se había puesto en la escena del crimen el viernes anterior. Al parecer, al resto de los agentes no les había sucedido eso. Aplaudieron y se rieron. Incluso se oyeron ovaciones por parte de los negros que había en la sala. Butch dio la vuelta en señal de victoria mientras se dirigía hacia Amanda.

Se apoyó en la mesa.

—Hola, muñeca, ¿tienes lo mío?

Amanda buscó el informe en su bolso. Dejó las hojas en la mesa, a su lado.

—¿Qué te pasa? ¿Estás con el periodo?

—Es por lo que tu compañero le hizo a Evelyn Mitchell —replicó Amanda—. Es un salvaje.

Butch se rascó la mejilla. Parecía cansado, llevaba la ropa arrugada e iba sin afeitar. Sus poros desprendían un fuerte olor a alcohol y tabaco.

Amanda le devolvió la mirada.

—¿Quieres algo más?

—Por Dios, Mandy. No seas tan dura. Su mujer ya le da bastante la monserga en su casa. No necesita que otra le esté buscando las vueltas en el trabajo.

Amanda no se amilanó.

—Tus notas tienen un error material.

Butch se puso un cigarrillo en la boca.

—¿De qué hablas?

—Dices que identificaste a Lucy Bennett por un carné que había en su bolso. La lista de pruebas no menciona ningún carné.

—Joder —farfulló. Comparó las notas de su libreta con el informe mecanografiado—. Sí, tienes razón.

—¿Cómo identificaste a la víctima?

Butch bajó el tono de voz.

—Por un confidente.

—¿Quién?

—Eso no es asunto tuyo. Tú limítate a corregir el informe.

—Ya sabes que no se puede cambiar la lista de pruebas. La copian por triplicado.

—Entonces di que alguien la reconoció —dijo devolviéndole el informe—. Había un testigo en la escena. Llámale Jigaboo Jones. O como quieras. Pero que funcione.

—¿Estás seguro? Tú eres el que tienes que firmar en la parte de abajo.

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