Criminal

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Capítulo catorce

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Parecía nervioso, pero dijo:

—Sí, seguro. Tú hazlo.

—Butch. —Amanda le detuvo antes de que se marchase—. Dime una cosa: ¿cómo supo Hank Bennett que su hermana estaba muerta? Normalmente, lo especificas en tus notas, pero esta vez lo has omitido. —Amanda le presionó un poco más—. Lucy no tenía antecedentes, por eso me extraña que Landry y tú encontraseis a un pariente cercano tan rápido.

Butch la miró fijamente, sin parpadear. Ella casi podía ver cómo su cabeza empezaba a maquinar. No sabía si él se estaba haciendo esa pregunta o preguntándose por qué se la hacía ella. Al final, dijo:

—No lo sé.

Ella le observó, tratando de detectar duplicidad.

—Me parece que me estás ocultando algo.

—Joder, Mandy, desde que andas con Evelyn Mitchell no hay quien te aguante. —Se levantó de la mesa—. Devuélveme el informe mañana a primera hora. —Esperó a que ella asintiera y luego se dirigió a la parte delantera de la sala.

—Guau —dijo Vanessa, que había estado inusualmente callada—. ¿Qué pasa entre tú y Butch?

Amanda negó con la cabeza.

—Tengo que hacer una llamada telefónica.

Había dos teléfonos en la parte delantera de la sala, pero Amanda no quiso abrirse paso entre la multitud, ni encontrarse con Rick Landry, que acababa de entrar en la comisaría. El reloj de la pared marcaba las ocho en punto. El sargento Woody aún no había llegado, cosa que no le sorprendió. Tenía fama de echar un trago antes del trabajo, así que decidió utilizar su oficina.

Poca cosa había cambiado desde que Luther Hodge había dejado vacante la oficina. Había muchos papeles esparcidos encima de la mesa. El cenicero estaba a rebosar. Woody ni siquiera se había molestado en conseguir una nueva taza de café.

Amanda se sentó a la mesa y buscó en el bolso su libreta de direcciones. La piel de cuero estaba agrietada. Buscó la C y deslizó el dedo hasta encontrar el número de Pam Canele en la Autoridad para la Vivienda. No es que fuesen amigas íntimas —Pam era italiana—, pero Amanda había ayudado a su sobrina cuando se metió en problemas unos años antes. Amanda esperaba que le devolviese el favor.

Miró la sala de recuento antes de marcar el número de Pam, y luego esperó mientras transferían la llamada.

—Canale —dijo Pam, pero Amanda colgó.

El sargento Luther Hodge se dirigía hacia la oficina. Su oficina.

Amanda se levantó tan rápido que la silla chocó contra la pared.

—Señorita Wagner —dijo Hodge—, ¿ha habido algún ascenso del cual no se me ha informado?

—No —respondió Amanda. Luego añadió—: señor. —Dio la vuelta a la mesa—. Disculpe, señor. Estaba haciendo una llamada. —Se detuvo, tratando de no parecer tan nerviosa, pero estaba anonadada—. ¿Lo han vuelto a trasladar aquí?

—Sí. —Esperó a que ella se apartase de su camino para poder ocupar su asiento—. Supongo que pensará que me quiero quedar con el puesto de su padre.

Amanda estaba a punto de marcharse, pero se quedó paralizada.

—No, señor. Solo estaba haciendo una llamada telefónica. —Recordó lo valiente que había sido Evelyn al plantarle cara—. ¿Por qué nos envió a Techwood la semana pasada?

Hodge estaba a punto de sentarse, pero se quedó a medio camino, con la mano en la corbata.

—Nos dijo que investigásemos una violación, pero no hubo ninguna.

Él se sentó, pausadamente. Le señaló la silla.

—Siéntese, señorita Wagner.

Amanda hizo ademán de cerrar la puerta.

—No, déjela abierta.

Obedeció y se sentó al otro lado de la mesa.

—¿Está tratando de intimidarme, señorita Wagner?

—Yo…

—Ya sé que su padre aún tiene muchos amigos en este departamento, pero quiero que sepa que yo no me dejo intimidar. ¿Le queda claro?

—¿Intimidar?

—Señorita Wagner, puede que no sea de aquí, pero puedo asegurarle una cosa, y puede decírsela a su padre: este negro no va a volver a trabajar en los campos.

Amanda notó que la boca se le abría, pero no pudo pronunciar ni una palabra.

—Y ahora váyase.

Amanda se quedó inmóvil.

—¿Tengo que ordenárselo de nuevo?

Amanda se levantó. Se dirigió hacia la puerta abierta. Sus emociones contrapuestas la obligaban a seguir andando, reflexionar sobre el asunto en privado y formular una respuesta más razonable de la que salió de su boca.

—Solo intentaba hacer mi trabajo.

Hodge había empezado a escribir algo en un trozo de papel. Probablemente, una solicitud para transferirla a Perry Homes. Se detuvo, la miró y permaneció a la espera.

Las palabras salieron aturulladas de su boca.

—Yo quiero trabajar. Ser buena… Hacer bien… —Trató de detenerse para poner en orden sus ideas—. La chica que nos dijo que interrogásemos. Se llamaba Jane Delray. No fue violada ni maltratada. No tenía ni el más mínimo arañazo. Estaba perfectamente.

Hodge la observó durante unos instantes. Dejó el bolígrafo. Se recostó sobre la silla y cruzó las manos sobre el estómago.

—Su chulo entró. Le apodan Juice. Echó a Jane del apartamento. Intentó acercarse de forma sugestiva a mí y a Evelyn. Lo arrestamos.

Hodge continuaba mirándola fijamente. Al final, asintió.

—El viernes pasado encontraron a esa mujer muerta en Techwood Homes. Jane Delray. Dijeron que se había suicidado, pero el forense me dijo que la habían estrangulado y que luego la arrojaron desde el tejado.

Hodge seguía mirándola.

—Creo que se confunde.

—No, no me confundo.

A pesar de haber pronunciado esas palabras, se cuestionó a sí misma. ¿Estaba segura de que la víctima no era Lucy Bennett? ¿Era posible afirmar que el cadáver que había en el depósito era el de Jane Delray? Hank Bennett estaba seguro de haber identificado a su hermana, pero la cara, las marcas en su cuerpo y las cicatrices en las muñecas lo contradecían.

—La víctima no era Lucy Bennett, sino Jane Delray —concluyó.

Sus palabras flotaron en la enrarecida atmósfera. Amanda evitó utilizar evasivas. Fue la lección más difícil que tuvo que aprender en la academia. Por naturaleza, las mujeres tienden a restarle importancia a las cosas, a pacificar. Habían pasado horas levantando la voz, aprendiendo a dar órdenes en lugar de hacer peticiones.

Hodge levantó el dedo.

—¿Qué piensa hacer ahora?

Amanda dejó salir el aire de sus pulmones.

—Voy a reunirme con Evelyn Mitchell en la Union Mission. Todas las prostitutas terminan allí más tarde o más temprano. Es su México.

Hodge frunció el ceño al oír la analogía. Amanda prosiguió:

—Tiene que haber alguien en la Union Mission que conociera a las chicas.

Hodge continuaba observándola.

—¿Por qué habla en plural?

Amanda se mordió el labio. Echaba de menos la presencia de Evelyn. A ella se le daban mucho mejor esas cosas. Aun así, no estaba dispuesta a rendirse.

—El hombre con el que usted habló el lunes pasado. El abogado con traje azul. Se llama Hank Bennett. Usted pensó que lo enviaba Andrew Treadwell. —Hodge no la contradijo, por eso ella prosiguió—: Creo que vino buscando a su hermana, Lucy Bennett.

—Vaya. Y una semana más tarde la encuentra.

La afirmación de Hodge los dejó en silencio. Amanda intentó analizar qué significaba, pero algo más importante le vino a la cabeza. Rick Landry entró apresuradamente en la oficina. Apestaba a whisky. Tiró el cigarrillo al suelo.

—Dígale a esta puñetera zorra que no meta las narices en mi caso.

Si Hodge se sintió intimidado, no lo mostró en absoluto. Con un tono de voz razonable, preguntó:

—¿Quién es usted?

Landry se quedó visiblemente perplejo.

—Rick Landry. De Homicidios. —Miró a Hodge—. ¿Dónde está Hoyt?

—Imagino que el sargento Woody se estará bebiendo su desayuno en la central.

Una vez más, lo cogió desprevenido. En el cuerpo de policía, lo normal era no meterse en los problemas que pudiera tener alguien con la bebida.

—Esto es un caso de homicidio. No tiene nada que ver con ella. Ni con la zorra y bocazas con la que anda.

—¿Homicidio? —Hodge se detuvo más de lo necesario—. Tenía la impresión de que la señorita Bennett se había suicidado. —Rebuscó entre los papeles de su escritorio hasta encontrar el que estaba buscando—. Sí, aquí está su informe preliminar. Suicidio. —Le tendió el papel—. ¿Es esa su firma, oficial?

—Detective. —Landry le quitó el informe de la mano—. Y, como usted dice, preliminar. —Hizo una bola con el papel y se la metió en el bolsillo—. Le daré el informe final después.

—Entonces, ¿el caso sigue abierto? ¿Usted cree que Lucy Bennett fue asesinada?

Landry miró a Amanda.

—Necesito más tiempo.

—Tómese todo el tiempo que necesite, detective. —Hodge abrió las manos como si estuviera poniéndole el mundo a los pies. Al ver que no se marchaba, añadió—: ¿Algo más?

Landry le lanzó una mirada fulminante a Amanda antes de marcharse. Cerró de un portazo. Hodge miró la puerta cerrada, y luego a Amanda.

—¿Por qué vino Hank Bennett el lunes pasado? —preguntó Amanda.

—Esa es una buena pregunta.

—¿Por qué quería que fuésemos al apartamento de Kitty?

—Otra buena pregunta.

—Usted no nos dio ningún nombre, solo una dirección.

—Así es —señaló cogiendo el lápiz—. Usted puede saltarse el recuento.

Amanda permaneció sentada, sin comprender.

—Le he dicho que puede saltarse el recuento, señorita Wagner. —Continuó con el papeleo. Al ver que Amanda no se marchaba, levantó la cabeza y añadió—: ¿No decía que tenía que investigar un caso?

Amanda se levantó, ayudándose del brazo de la silla. La puerta estaba atascada. Tuvo que empujar para abrirla. Mantuvo la mirada hacia delante mientras recorría la sala de recuento y salía por la puerta. Su determinación casi se vino abajo cuando sacaba su Plymouth del aparcamiento. Podía ver a los agentes a través del panel de cristal roto. Algunos agentes patrulla la observaron marcharse.

Amanda se dirigió a Highland. Su respiración no se normalizó hasta que llegó a Ponce de León y tomó la dirección hacia la Union Mission. Todavía faltaban diez minutos para que Evelyn se reuniera con ella. Quizá podía utilizar ese tiempo para procesar lo que acababa de suceder. El problema es que no sabía por dónde empezar. Necesitaba tiempo para asimilarlo. Y aún tenía que hacer esa llamada.

La Trust Company que había en la esquina de Ponce y Monroe tenía algunas cabinas fuera del edificio. Amanda entró en el aparcamiento. Metió el coche marcha atrás y se quedó sentada con las manos pegadas al volante. No había nada que tuviera el menor sentido. ¿Por qué Hodge le hablaba en clave? No parecía estar asustado. ¿Intentaba ayudarla o desanimarla?

Encontró algunas monedas en la cartera y cogió su libreta de direcciones. Había dos cabinas que no funcionaban. La última aceptó la moneda. Volvió a marcar el número de Pam y escuchó el timbre. Después de sonar veinte veces, cuando ya estaba a punto de colgar, finalmente respondió.

—Canale.

Parecía más agobiada incluso que antes.

—Pam, soy Amanda Wagner.

Transcurrieron unos segundos hasta que Pam pareció reconocerla.

—Mandy. ¿Cómo estás? Joder, no me digas que Mimi se ha metido en algún lío.

Se refería a Mimi Mitideri, la sobrina que casi se escapa con un cadete de la armada.

—No, no es nada de eso. Te llamo para ver si me puedes hacer un favor.

Parecía aliviada, aunque seguro que se pasaba el día escuchando a gente que le pedía favores.

—Dime.

—Me preguntaba si podías buscar un nombre o un apartamento. —Amanda se percató de que no estaba siendo suficientemente clara. No había pensado en la conversación—. Es un apartamento de Techwood Homes; apartamento C. Está en la quinta planta en la hilera de edificios…

—Espera un momento. No hay letra C en Techwood. Solo números.

Amanda controló la tentación de preguntarle dónde podía averiguar esos números.

—¿Puedes mirar entonces un nombre? ¿Una tal Katherine, Kate o Kitty Treadwell?

—No buscamos por nombres. Buscamos por el número de asignación.

Amanda suspiró.

—Temía que dijeras algo así. —Se sintió impotente—. Ni siquiera estoy segura de saber su nombre correcto. Hay, o mejor dicho, había tres chicas viviendo allí. Puede que más.

—Espera un momento —dijo Pam—. ¿Son parientes?

—Lo dudo. Son prostitutas.

—¿Todas en el mismo apartamento? Eso no se permite a menos que sean parientes. E, incluso si lo son, rara vez quieren compartir piso. Mienten todo el tiempo.

Se oyó un ruido al otro extremo de la línea. Pam tapó el micrófono mientras mantenía una conversación con alguien. Cuando volvió a hablar, su voz sonó más clara:

—Háblame del apartamento. ¿Has dicho que estaba en la última planta?

—Sí, en la quinta.

—Son apartamentos de una sola habitación. A una chica sola no se le asignaría un apartamento así a menos que tuviera un hijo.

—No había ningún niño. Solo tres mujeres. Creo que eran tres. Puede que más.

Pam gruñó. Cuando habló, lo hizo susurrando.

—En ocasiones, a mi supervisor se le puede persuadir.

Amanda estuvo a punto de preguntarle qué quería decir, pero luego se dio cuenta.

Pam habló más fríamente.

—Deberían ponerme al cargo. Yo no cambiaría un apartamento en la planta de arriba por una mamada.

Amanda soltó una carcajada consternada, si es que eso era posible.

—Bueno, gracias, Pam. Sé que tienes mucho trabajo.

—Si consigues el número del apartamento, dímelo. Quizá pueda buscarlo. Me llevaría una o dos semanas, pero lo haré por ti.

—Gracias —repitió Amanda.

Colgó el teléfono, pero dejó la mano pegada al auricular. Había estado pensando en otras cosas mientras hablaba con Pam Canale. Era una situación parecida a cuando pierdes las llaves. Cuando dejas de buscarlas, te acuerdas de dónde están.

Pero solo había una forma de asegurarse.

Metió otra moneda en la ranura. Marcó un número que sabía de memoria. Duke Wagner nunca dejaba que el teléfono sonara más de dos veces. Lo cogió casi de inmediato.

—Hola, papá —dijo haciendo un esfuerzo, aunque no supo qué más decir.

Duke pareció alarmarse.

—¿Te encuentras bien? ¿Ha ocurrido algo?

—No, no —respondió, preguntándose por qué le había llamado. Era una completa locura.

—¿Mandy? ¿Qué sucede? ¿Estás en el hospital?

Amanda raras veces había visto a su padre asustado. Y no es que no se preocupase por el trabajo que desempeñaba, especialmente desde que no estaba allí para protegerla.

—¿Mandy? —Oyó que arrastraba una silla por el suelo de la cocina—. Dime qué sucede.

Aunque la invadió una sensación incómoda, se dio cuenta de que, por un momento, había disfrutado asustando a su padre.

—Estoy bien, papá. Solo quería hacerte una pregunta sobre… —No sabía cómo llamarla— política.

Duke parecía más aliviado, aunque algo irritado, cuando respondió:

—¿Y no podías esperar hasta la noche?

—No. —Amanda miró la calle. Los coches tenían encendidas las luces. Los hombres de negocios iban al trabajo. Las mujeres llevaban los niños a la escuela.

—Tuvimos un sargento nuevo la semana pasada. Uno de los muchachos de Reggie.

Duke hizo un comentario mordaz, como si ella no conociera de sobra sus sentimientos.

—Lo trasladaron al día siguiente. Hoyt Woody ocupó su puesto.

—Hoyt es un buen hombre.

—Bueno… —Amanda no terminó la frase. El comentario de Duke le resultó empalagoso y desalentador, pero no tenía sentido hablar de eso—. El caso es que, a los pocos días, Hoyt fue trasladado de nuevo, y ahora, el antiguo sargento, el hombre de Reggie, ha vuelto.

—¿Y qué?

—¿No te resulta extraño?

—No tiene nada de particular. —Amanda oyó que encendía un cigarrillo—. Así funciona el sistema. Buscas a un hombre para hacer un trabajo determinado y luego lo trasladas para que se ocupe de algo distinto.

—No estoy segura de entenderte.

—Es como un lanzador. —A Duke siempre le gustaba usar el béisbol para sus metáforas—. No sabe batear. ¿Me comprendes?

—Sí.

—Por eso lo cambias por un bateador.

—Ya veo —dijo Amanda asintiendo.

Duke pensó que seguía sin comprenderle.

—Algo pasa en tu brigada. El muchacho de Reggie no cumple las órdenes, así que envían a Hoyt para que se encargue del asunto. —Se rio—. Es típico. Envían a un hombre blanco cuando necesitan que las cosas se hagan como es debido.

Amanda alejó el teléfono de su boca para que no la oyese suspirar.

—Gracias, papá. Tengo que volver al trabajo.

Duke no estaba dispuesto a olvidarse del asunto tan fácilmente.

—¿No te estarás metiendo en algo que no debes?

—No, papá. —Intentó cambiar de tema—. No te olvides de meter el pollo en la nevera sobre las diez. Se estropeará si lo dejas fuera todo el día.

—Lo capté cuando me lo dijiste por sexta vez —replicó bruscamente, pero en lugar de colgar, añadió—: Ten cuidado, Mandy.

Amanda raras veces escuchaba ese tono compasivo en su padre. De forma inexplicable, los ojos se le llenaron de lágrimas. Butch Bonnie tenía razón en una cosa: estaba a punto de tener la menstruación.

—Nos vemos esta noche —dijo.

Oyó un ruido seco cuando Duke colgó el teléfono.

Amanda hizo lo mismo. Cuando regresó al coche, sacó un pañuelo del bolso y se limpió la mano. Luego se secó la cara. El sol abrasaba sin piedad; sentía que se estaba derritiendo.

El sonido de una bocina rompió el silencio que reinaba en el coche. El Ford Falcon de Evelyn Mitchell se había detenido en un semáforo ámbar. Un camión de reparto le adelantó. El conductor le hizo un gesto obsceno.

—Dios santo —murmuró Amanda, metiendo la llave en el contacto.

Salió a la carretera y siguió a Evelyn por Ponce de León en dirección a la Union Mission. Evelyn giró lentamente para meterse en el aparcamiento. Amanda hizo lo mismo y salió del coche cuando Evelyn apagó el motor.

—No te matarás conduciendo así de lento —dijo Amanda.

—¿Te refieres a no superar el límite de velocidad? Ese camionero…

—Casi te mata —la interrumpió Amanda—. Este fin de semana te voy a llevar al estadio para darte una clase.

—Oh —respondió Evelyn, agradecida—. Aprovecharemos el día. Podemos comer juntas e ir de compras.

Amanda se quedó sorprendida por su entusiasmo. Cambió de tema.

—Hodge ha regresado a mi comisaría.

—Me extrañó no verle en Model City esta mañana —respondió Evelyn cerrando la puerta del coche—. ¿Por qué lo han trasladado de nuevo?

Amanda dudó sobre si debía contarle que había llamado a su padre. Finalmente, decidió que no.

—Es posible que los jefazos transfirieran a Hoyt Woody para hacer el trabajo sucio.

—¿Por qué iban a mandar a un hombre blanco? ¿No sería más apropiado enviar a uno de los hombres de Reggie y dejar que el asunto quedase en familia?

Era una buena pregunta, pero Evelyn no padecía el daltonismo de Duke. Hoyt Woody haría lo que le ordenasen con tal de congraciarse con los altos cargos. Luther Hodge puede que no fuese tan manipulable.

—Imagino que enviaron a Woody por la misma razón que Hodge envió a dos mujeres para hablar con Jane. Somos prescindibles. Nadie nos presta atención.

—Eso es verdad —respondió Evelyn. Se encogió de hombros en señal de resignación—. Entonces sustituyeron a Hodge durante unos días para que otro hiciera el trabajo sucio, y luego lo devolvieron a su puesto.

—Así es. Tu amiga en Five Points dijo que llamó a Seguridad cuando Jane Delray trató de cobrar los vales de Lucy. Seguridad está fuera del recinto de Five Points. La persona que la echó del edificio habrá escrito una nota de incidente. —Las notas de incidentes formaban parte de un sistema mayor que se utilizaba para hacer un seguimiento de los delincuentes sin importancia que aún no merecía la pena que fuesen arrestados—. Las notas se incluyen en un informe diario que llega a los cargos más altos. Alguien debió descubrir que Jane intentaba utilizar el nombre de Lucy.

Evelyn llegó a la misma conclusión que Amanda.

—Nos enviaron a Techwood para amedrentar a Jane.

—Hicimos un buen trabajo, ¿verdad que sí?

Evelyn se llevó la mano a la cabeza.

—Necesito una copa. Todo esto me está dando migrañas.

—Con eso te dolerá aún más.

Amanda le habló de su conversación telefónica con Pam Canale, del punto muerto al que había llegado. Luego le mencionó la conversación tan críptica que había mantenido con el sargento Hodge.

—Qué extraño —dijo Evelyn—. ¿Por qué Hodge no responde a nuestras preguntas?

—Creo que quiere que sigamos llevando el caso, pero no quiere que nadie crea que nos anima.

—Tienes razón. Es posible que Kitty no consiguiera ese apartamento en la planta de arriba haciendo favores sexuales. Puede que su tío o su padre tuvieran algo que ver.

—Si Kitty es la oveja negra de la familia Treadwell, no me cuesta trabajo imaginar a Andrew Treadwell haciendo lo posible para impedir que provocase algún problema. Le buscó un apartamento para ella sola. Consiguió que recibiera una asistencia social. Se aseguró de que tuviera bastante dinero para que no le molestase.

—No hay forma de que podamos hablar con Andrew Treadwell. No nos dejarían pasar de la entrada.

Amanda no se molestó en recalcar lo obvio.

—He hablado con mi amiga encubierta —dijo Evelyn—. Es justo lo que pensaba: sería más fácil encontrar a un hombre al que «no le gusta» estrangular a sus putas.

—Es deprimente.

—Lo sería si fueras una puta. Le dije que preguntase por si alguien conocía a uno que le gustase pintar las uñas.

—Muy inteligente de tu parte.

—Ya veremos si funciona. Le dije que me llamase a casa. Odiaría que alguien se enterase por la radio.

—¿Has averiguado si Juice estaba en prisión cuando asesinaron a Jane?

—Estaba en el Grady haciéndose un turbante por haberse resistido al arresto.

Amanda había oído ese término con anterioridad. Había muchos prisioneros que se despertaban en la sala de urgencias del Grady sin recordar cómo habían llegado hasta allí.

—Eso no es una coartada. Podría haber salido del hospital sin que nadie se diera cuenta.

—Tienes razón —admitió Evelyn.

Amanda parpadeó por la intensa luz del sol.

—No podemos pasarnos el día dándole vueltas al asunto.

—En eso también tienes razón. Acabemos con esto.

Evelyn señaló el feo edificio de una sola planta que tenían enfrente. La Union Mission fue en su época una carnicería.

—Acapulco. ¿De dónde has sacado eso?

—Vi un anuncio en la revista

Life. Johnny Weissmuller tenía una casa allí. Era maravillosa.

—Tú y tus revistas.

Evelyn sonrió, pero luego se puso seria al mirar al edificio.

—¿Cómo vamos a llevar este asunto? Por lo que se sabe, Lucy Bennett se suicidó.

—Creo que debemos ceñirnos a eso, ¿no te parece?

—No tenemos otra opción.

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