Criminal

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Capítulo quince

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Suzanna Ford

En la actualidad

Zanna se despertó sobresaltada. No podía moverse. Ni ver. Le dolía la garganta, y apenas podía tragar. Movió la cabeza de un lado a otro. La tenía sobre una almohada. Estaba tendida. En una cama.

Intentó pedir «socorro», pero no pudo mover los labios. La palabra no salió de su boca. Lo intentó de nuevo.

—Socorro…

Tosió. Tenía la garganta seca. Los ojos le palpitaban. Cada vez que se movía, el dolor le recorría todo el cuerpo. Tenía los ojos vendados, y no sabía dónde se encontraba. Lo único que recordaba era el hombre.

El hombre.

La cama se movió cuando él se levantó. Ya no estaban en la habitación del hotel. El débil zumbido del tráfico yendo de un lado para otro de la ciudad había sido sustituido por dos ruidos. El primero era un zumbido, como el que emitía la máquina que le habían comprado a su abuela por Navidad, que producía un ruido uniforme.

«Calla, pequeña…, no digas nada…».

El otro ruido era más difícil de distinguir. Le resultaba familiar, pero, cada vez que creía distinguirlo, cambiaba. Era un sonido silbante. No como un tren, sino como si el aire pasara por un túnel. Un túnel debajo del agua. Un tubo neumático.

No había ninguna regularidad en ese ruido. Y solo servía para que se sintiera más lejos de su cuerpo, más fuera de lugar. Ni siquiera sabía si aún estaba en Atlanta, o en Georgia, o en Estados Unidos. No tenía la menor idea de cuánto tiempo había estado inconsciente, y había perdido el sentido del tiempo y del espacio. Lo único que sentía es el miedo a lo que pudiera venir.

El hombre empezó a farfullar de nuevo. Oyó abrir un grifo, el chasquido del agua en un recipiente metálico.

Los dientes empezaron a castañetearle. Quería tomar su dosis de metanfetaminas. La necesitaba. Su cuerpo empezaba a sufrir convulsiones y comenzaba a perder el control, a sentir deseos de gritar. Quizá debería hacerlo. Quizá debería gritar tan alto que tuviera que matarla, ya que estaba segura de que eso es lo que iba a hacer con ella. Aunque primero se las haría pasar canutas.

Ted Bundy. John Wayne Gacy. Jeffrey Dahmer. El acosador nocturno. El asesino de Green River.

Zanna había leído todos los libros escritos de Ann Rule, y cuando no tenía un libro, veía alguna película en la televisión o en Internet, o una

Dateline, o un

20/20 o un

48 horas. Por eso recordaba todos los detalles morbosos que utilizaban los sádicos que habían secuestrado a una mujer para sus demoniacos placeres.

Y ese hombre era el mismo demonio. De eso no cabía duda. Los padres de Zanna habían dejado de ir a la iglesia cuando ella era una niña, pero había vivido en Roswell lo suficiente para reconocer un versículo, la cadencia de las escrituras. El hombre rezaba sus oraciones y le rogaba a Dios que le perdonara, pero Zanna sabía que el único que le escuchaba era el mismo demonio.

El grifo se cerró. Con solo dar dos pasos, estuvo de nuevo en la cama. Notó su peso al sentarse a su lado. Oyó gotear el agua. El chasquido que emitía al caer en un recipiente.

Suzanna se estremeció cuando aquel paño húmedo y tibio le recorrió la piel.

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