Criminal

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Capítulo dieciocho

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Era una buena pregunta. Amanda jamás había entrevistado a un sospechoso en una sala de interrogatorios. Normalmente, lo hacía en casa del sospechoso, con sus padres en la habitación, y a veces incluso con un abogado presente. Los muchachos siempre se mostraban arrepentidos y asustados al tener que hablar con un agente de policía, pero se sentían más cómodos si era una mujer. Sus padres le prometían que no volvería a suceder, sus madres hacían comentarios lascivos sobre la chica que les había denunciado y, por regla general, al cabo de menos de una hora, el muchacho seguía con su vida normal.

Entonces, ¿qué estaba haciendo allí?

Amanda se llevó la libreta al pecho, pero luego se arrepintió del gesto. Juice podría pensar que se lo estaba tapando. Creería que estaba asustada. Ambas cosas eran ciertas, pero no podía mostrárselo. Bajó los brazos mientras se acercó hasta la mesa. La habitación era muy pequeña, apenas unos metros. Cogió la silla vacía y se sentó. Juice la miraba igual que un animal observa su presa. Amanda acercó la silla, aunque cada músculo de su cuerpo ansiaba salir huyendo.

En cuestión de segundos, él podía darle la vuelta a la mesa y romperle el cuello, o propinarle un puñetazo, o golpearla, o tratar de violarla de nuevo. Amanda siempre había pensado que si algo malo le sucedía, como, por ejemplo, que un hombre entrase en su apartamento por la noche o alguien la atacase en un callejón, no podría gritar. Y no lo había hecho cuando Juice la amenazó. ¿Gritaría ahora si la atacaba? ¿Le oiría Phillip? Y si lo hiciera, ¿encontraría la llave antes de que sucediese lo peor?

Amanda no podía producir bastante saliva para tragar. Abrió la libreta.

—Señor Mathison, ¿ha confesado usted el asesinato de Lucy Bennett?

Él no respondió.

Caía agua de un agujero que había en el techo. Las gotas habían terminado por encharcar el suelo. Había una rata muerta en un rincón, con el cuello roto por una trampa. Las esquinas estaban plagadas de telarañas. Olía a sudor y a orina seca.

—Señor Math…

—Mm-mm —respondió Juice pasándose la lengua por el labio superior—. Aún me gustas. —Chasqueó la lengua—. Debería haberte pillado cuando tuve la oportunidad.

De forma incongruente, Amanda notó que una sonrisa se le venía a los labios. Podía oír la voz de Evelyn, la forma en que le imitó cuando estaban en el Varsity.

Empleó un tono sorprendentemente brusco cuando dijo:

—Bueno, perdiste tu oportunidad. —Amanda abrió la libreta y sacó el bolígrafo para poder tomar notas—. ¿Qué le pasó a Jane Delray?

Juice hizo un ruido entre un gruñido y un gemido.

—¿Por qué me preguntas por esa puta?

—Porque quiero saber dónde está.

Levantó la mano por encima de la cabeza y silbó como una bomba tirada por un avión mientras la dejaba caer sobre la mesa.

Amanda miró su mano. Tenía dos dedos unidos por un esparadrapo. No tenía arañazos en las manos ni en los brazos.

—Confesaste haber matado a Lucy Bennett.

—Lo hice para librarme de la silla eléctrica.

—La pena de muerte ya no es legal.

—Me dijeron que la implantarían de nuevo solo para mí.

Dadas las circunstancias, a Amanda no le extrañaba que el Estado lo intentase. Todo el mundo sabía que era cuestión de tiempo que volviera a estar vigente.

—Ambos sabemos que tú no mataste a esa mujer.

—Ojalá lo hubiera hecho.

—¿Por qué no lo hiciste?

—¿Por qué coño estás aquí, perra? ¿Por qué te preocupa lo que le pase a un negro?

—La verdad es que no me preocupa. —Amanda se quedó sorprendida por sus propias palabras—. Me preocupo por las chicas.

—Porque son blancas.

—No. —Una vez más le dijo la verdad—. Porque son chicas, y nadie se preocupa de ellas.

La miró. No se había dado cuenta de que hasta ese momento él había estado evitando su mirada. Amanda le devolvió la mirada, preguntándose si era la primera mujer que tenía el valor de hacer eso. Debía de tener una madre en algún lugar. Una hermana. No podía violar y chulear a todas las mujeres que se le pusieran por delante.

Juice puso la mano en la mesa. Amanda no apartó la mirada, pero él sí.

—Eres como ella —dijo.

—¿Como quién?

—Como Lucy. —Siguió dando golpecitos con los dedos en la mesa—. Era fuerte, muy fuerte. Yo la doblegué, pero ella siempre se rebelaba.

—¿Kitty también era así?

—Kitty. —Bufó—. Esa zorra casi puede conmigo, ¿entiendes lo que digo? Tuve que pegarle y mantenerla a raya. —Señaló a Amanda—. Cuando llevas mucho tiempo trabajando con chicas, sabes que la más fuerte es la más leal. Lo único que tienes que hacer es engatusarla.

—Lo tendré en cuenta si alguna vez decido convertirme en chulo.

Él puso las palmas de las manos en la mesa y se inclinó hacia delante.

—Contigo puedo hacer lo mismo. Dame cinco minutos y verás cómo te pongo ese culito blanco. —Empezó a dar embestidas con sus caderas, haciéndolas chocar contra la mesa—. Te metería la mano en ese jugoso coñito blanco hasta que te hiciera chillar. —Golpeó la mesa con más fuerza, acompañando cada envite con un gemido. Era un sonido gutural que le permitió ver los moratones que tenía en el cuello.

—¿Me estrangularías?

—Seguro que sí, zorra. —Empujó una vez más la mesa—. Te apretaría el cuello hasta que te desmayases.

—¿Te gusta que te estrangulen?

—Y una mierda. —Cruzó los brazos sobre el pecho. Tenía unos enormes bíceps—. Nadie tiene cojones de estrangularme.

Amanda recordó algo que Pete le había dicho en el depósito.

—¿Te measte encima?

—Yo no me meo encima —respondió levantando la barbilla en actitud defensiva—. ¿Quién te ha dicho eso?

Amanda esbozó una sonrisa petulante. Había logrado humillarle sin ni siquiera intentarlo.

—Sí, lo hiciste.

Él miró a la pared.

—El apartamento que hay en Techwood es de Kitty, ¿verdad?

Juice no respondió.

—Puedo pasarme aquí todo el día —dijo ella, y en ese momento se sintió capaz de hacerlo. Bubba Keller la tendría que sacar a rastras de esa habitación. Se quedaría allí sentada mirando a ese chulo repugnante todo el tiempo que quisiera—. El apartamento en Techwood pertenecía a Kitty, ¿no?

Juice pareció darse cuenta de su determinación.

—Era un sitio que las chicas usaban para trabajar por su cuenta. Ella les cobraba un porcentaje. Tuve que pararle los pies.

Amanda no podía imaginar a una mujer cobrándoles una renta a las putas, pero en los últimos días su perspectiva del mundo se había ampliado considerablemente.

—Háblame de Hank Bennett.

—¿Qué te ha dicho?

—Tú háblame de él.

—El muy gilipollas se presentó en mi esquina dándome órdenes. —Tenía el puño apretado cuando golpeó la mesa—. Alguien tenía que pararle los pies.

—¿Cuándo ocurrió eso?

—Y yo qué sé, zorra. No llevo un diario.

Amanda dibujó una raya oblicua en el papel. Si le dieran un dólar por cada vez que un hombre la había llamado «zorra» en los últimos días, podría jubilarse.

—¿Fue a verte antes o después de que Lucy desapareciese?

Sacó la lengua mientras reflexionaba.

—Antes. Sí, fue antes. La muy puta desapareció una semana o dos después. Pensé que él se la había llevado. Lucy hablaba de él todo el tiempo.

Amanda estaba un poco oxidada de no tomar notas, pero no tardó en recuperar sus habilidades.

—Entonces, ¿Hank Bennett fue a verte antes de que desapareciera Lucy? —Otra mentira del abogado—. ¿Qué quería?

—Me dijo lo que debía hacer. El muy capullo debería estar contento de que no le patease su culito blanco.

—¿Hacer el qué?

—Que me desentendiera de Kitty. Dijo que me daría dinero si dejaba de darle caballo.

Amanda pensó que no había oído bien.

—¿A Kitty? Querrás decir a Lucy.

—Que no, zorra. Era con Kitty con quien quería hablar. El tío estaba encaprichado con ella.

—¿Por qué se iba a interesar Hank Bennett por Kitty?

Él se encogió de hombros, pero respondió:

—Su papaíto es un abogado muy importante. Repudió a la muy puta cuando se enteró de que trabajaba para mí. —Esbozó una sonrisa morbosa para asegurarse de que Amanda entendía lo que quería decir—. Ella tenía otra hermana en algún sitio. Era la buenecita. Kitty, siempre la mala.

—El padre de Kitty es Andrew Treadwell.

Él asintió.

—Veo que lo vas pillando, zorra. ¿No te lo había dicho ya el alcalde?

Amanda revisó las notas.

—Hank Bennett te ofreció dinero para que dejases de darle heroína a Kitty.

—¿Por qué coño repites todo lo que digo?

—Porque no tiene sentido —admitió Amanda—. Hank Bennett te busca para preguntarte sobre Kitty. ¿No te pregunta sobre su hermana? ¿No te dice que quiere verla? —Juice negó con la cabeza—. ¿No le preocupa Lucy? —El tipo repitió el gesto—. ¿Y una semana después desaparece Lucy?

—Exacto, una semana después desapareció Kitty —dijo chasqueando los dedos.

Amanda recordó las palabras de Jane. «Sencillamente, desaparecieron».

—Eso es.

—¿Y qué pasó con Mary?

—La muy puta también desapareció —bufó—. Unos tres meses después. Llevaba mucho tiempo sin perder tantas chicas de golpe. Normalmente, otro chulo intenta quitármelas.

—Has perdido tres chicas en pocos meses. —Amanda no estaba preguntando, sino tratando de comprender lo que había pasado—. ¿Alguna vez viste a Lucy con una carta de su hermano?

Asintió bruscamente.

—La llevaba en el bolso.

—¿Sabes leer?

—¿Qué te has creído, zorra, que soy un analfabeto?

Amanda esperó.

—Tonterías como que la echaba de menos, cuando yo sabía que no era así. Que quería reunirse con ella. —Juice tamborileó la mesa con los dedos—. Y una mierda. Si la hubiera querido ver, podría haberse quedado en mi esquina cinco minutos más. Le dije que vendría.

Amanda anotó lo que decía mientras trataba de pensar en la siguiente pregunta.

—¿Había alguien por allí que fuese…? —«Aterrador» no era la palabra adecuada para un hombre como Juice—. ¿Alguien que fuese violento o peligroso? ¿Alguien con quien tus chicas corrieran peligro?

—Zorra, yo cobro extra por eso —dijo sonriendo. Le faltaba uno de los dientes de delante. Tenía las encías en carne viva—. Siempre hay cabrones raros por ahí sueltos. —Se aclaró la garganta—. Disculpe.

Amanda aceptó la disculpa.

—¿Cómo de raros?

—Hay un tipo al que le gusta pegar. —Levantó el puño en el aire. Amanda dedujo que se refería a golpear a las chicas—. Hay otro que lleva una navaja, pero no hace daño. Nunca se la clava a nadie. Al menos la hoja.

—¿Alguien más?

—Hay otro tipo alto que dirige el comedor social.

—He oído hablar de él.

—Es muy amigo del tipo que lleva la Mission.

Al parecer, Trey Callahan también había mentido.

—El tipo siempre venía por la noche, tratando de sermonear a mis chicas.

—¿El hombre del comedor?

Juice asintió.

—¿Le tenían miedo las chicas?

—Joder. Ellas no tienen miedo de nada cuando yo estoy cerca. Ese es mi trabajo, zorra.

Amanda dibujó otra raya oblicua en el papel.

—El hombre de la iglesia venía por la noche a tu esquina y trataba de sermonear a Lucy, Kitty y…

—No. Ellas ya habían desaparecido. Y Mary también. —Se irguió—. Escucha, toda esa mierda de la salvación está bien por el día, pero no me vengas hablando de Jesús cuando hago mi trabajo. ¿Me comprendes?

—Sí. —Amanda se inclinó hacia delante—. Dime quién mató a Jane Delray.

—¿Me vas a sacar de aquí?

Amanda empezaba a darse cuenta de cómo era el juego, pero aún no dominaba ese tira y afloja. Juice se dio cuenta por su expresión.

—Mierda —dijo echándose sobre el respaldo de la silla—. No puedes hacer nada, zorra.

—Si encuentro a alguien del Ayuntamiento que quiera hablar contigo, ¿me dirás quién mató a Jane?

—¿Otro chochete?

—No, un hombre. Alguien con un cargo importante. —Amanda no conocía a nadie en el Ayuntamiento, salvo a unas cuantas secretarias. Aun así, se mantuvo firme y empleó un tono amenazante cuando añadió—: Pero tienes que decirle algo importante. Tienes que darle un nombre que pueda seguir. En caso contrario, el trato que has hecho con Butch y Landry no servirá de nada. Te prometo una cosa: el estado implantará de nuevo la pena de muerte. Cuando tu caso llegue al Tribunal Supremo, serás hombre muerto.

Se oyeron unos golpecitos. Su pierna empezó a moverse arriba y abajo. El tacón de su zapato de charol repiqueteaba en el cemento.

—Ya he hecho un trato. Y he confesado.

—Eso no importa.

—¿Qué quieres decir?

—Que has confesado haber matado a Lucy Bennett, no a Jane Delray. Cuando les diga que han cometido un error… —Se encogió de hombros—. Espero que se acuerden de afeitarte la cabeza antes de ponerte la gorra de metal.

Juice estaba nervioso. Respiraba con dificultad a través de la nariz rota.

—¿Qué quieres decir, zorra?

—¿No has oído hablar del último hombre al que ejecutaron? Su pelo empezó a arder. El interruptor se calentó demasiado y no pudieron desconectarlo. Lo quemaron vivo. Las llamas llegaron al techo. Estuvo gritando durante dos minutos antes de que pudieran encontrar la caja de fusibles y desconectar la luz.

Juice tragó saliva. La pierna le temblaba tanto que golpeaba la mesa con la rodilla.

—Dame un nombre, Juice. Dime quién mató a Jane.

Apretaba y aflojaba el puño. La mesa tembló.

—Dame un nombre.

Juice dio un puñetazo encima de la mesa.

—¡No tengo ningún nombre!

Amanda chasqueó el bolígrafo y cerró la libreta. No se había estremecido. Se mantuvo completamente tranquila, a la espera.

—Maldita sea —dijo Juice con los dientes apretados—. Malditas perras. Me tienen pillado por esta mierda.

—¿Quién quería matar a Jane?

—Todo el mundo. Se pasaba el tiempo criticando, y se buscaba muchos enemigos en la calle.

—¿Cualquiera podría haberla matado?

—No sin que ella le cortase el cuello. La muy perra llevaba un cuchillo en el bolso. Todas lo llevan, y saben cómo utilizarlo. No se les puede dar la espalda ni un minuto. Son como serpientes.

—Eso resulta gracioso viniendo de su chulo.

Juice no respondió. Arqueó los hombros y puso las manos sobre su regazo.

—¿Qué dijo la otra perra? ¿Sobre si Kitty conocía al alcalde? ¿Crees que le puede echar un cable a un hermano? ¿Puede sacarme de esta mierda?

—Ya te he dicho que, si me dices la verdad, quizá pueda ayudarte.

Él la miró, de arriba abajo, como si estuviera leyendo un libro.

—Joder —farfulló—. ¿Crees que te escucharán? —Se levantó de la mesa. El cuerpo de Amanda se puso tenso, pero permaneció quieta mientras él se acercaba—. Mira a tu alrededor, zorra —dijo alzando las manos—. Preferirán dejar que un hombre negro dirija este mundo antes que permitírselo a una mujer.

Amanda apareció en la puerta principal de la casa de Evelyn con una botella de vino en la mano. No era de los baratos, pero no sabía si el precio tenía algo que ver con la calidad. Una vez más se sentía fuera de lugar, especialmente cuando Kenny Mitchell abrió la puerta.

El tipo esbozó una amplia sonrisa. Tenía unos dientes perfectos. Su rostro era perfecto. No cambiaría nada de él. Y no es que fuera a tener tal oportunidad.

—Amanda —dijo—. Me alegro de verte.

Se acercó para besarla, pero ella, sin pensarlo, retrocedió.

—Oh —dijo.

Luego avanzó, más como un pato que esconde la cabeza que como una mujer madura. El momento no podía ser más incómodo, pero Kenny se echó a reír, le puso la mano en la cara y la besó en la mejilla. Amanda notó el áspero tacto de su piel, los puntiagudos pelos de su bigote. Su otra mano reposaba ligeramente sobre su brazo. Una oleada de calor le recorrió el cuerpo.

—Vamos, pasa —dijo sosteniendo la puerta. Amanda entró en la casa y enseguida se sintió envuelta por el aire fresco—. Es agradable, ¿verdad? —Kenny cogió la botella de vino. Se movía con mucha soltura, como un atleta en el estadio—. Ev está en la parte de atrás durmiendo al niño. Siento decirte que el olor tan desagradable que hay es porque Bill y yo hemos intentado preparar la cena. ¿Te sirvo una copa de vino? —Miró la botella y silbó débilmente—. Un buen vino. Quizá la guarde para mí solo.

—De acuerdo —respondió Amanda, sin saber qué pregunta estaba respondiendo. Miró al suelo, sorprendida de que sus pies siguieran allí, que no se estuviera derritiendo como una estúpida adolescente—. Como quieras.

Kenny pareció no darse cuenta, o quizás estaba acostumbrado a que las mujeres se comportasen de forma tan estúpida en su presencia. Señaló el pasillo.

—La primera puerta a la derecha.

Amanda notó su mirada mientras se dirigía al pasillo. Por extraño que parezca, pensó en Juice, en las cosas que le había dicho sobre su trasero. Se mordió el labio. ¿Por qué de todas las cosas que le había dicho ese chulo se le había quedado grabada esa en particular? Seguro que Kenny no era así. No era grosero ni ordinario. Ni tampoco Amanda, por eso no se explicaba las imágenes tan obscenas que se le venían a la cabeza mientras llamaba suavemente a la puerta del dormitorio.

—Entra —susurró Evelyn.

Amanda abrió la puerta. Evelyn estaba sentada en una mecedora, con Zeke en los brazos. El niño tenía la cabeza echada hacia atrás, y un brazo colgando a uno de los lados. Tenía el pelo rubio, las mejillas rosas y una nariz chata. No era de extrañar que Evelyn tuviese un hijo tan hermoso, ni que su habitación estuviese tan bien decorada. Las paredes de color azul claro estaban repletas de ovejitas blancas. La cuna estaba esmaltada de blanco brillante. Las sábanas amarillas hacían juego con la moqueta, que a su vez lo hacía con la lámpara que iluminaba la habitación.

—Estás muy guapa —susurró Evelyn.

—Gracias —dijo pasándose la mano por el pelo. Se lo había lavado cuatro veces para quitarse el hedor de la cárcel, y luego se echó algunas gotas de Charlie en las muñecas y el cuello por otras razones.

—¿Quieres que te ayude en la cocina?

—No. Esta noche se encarga Bill.

Evelyn rezongó al levantarse de la silla. Meció al niño mientras lo llevaba a la cuna. Se desplomó sobre el colchón como una muñeca de trapo. Evelyn tiró de las sábanas y las plegó sobre sus estrechos hombros. Le echó el pelo hacia atrás con los dedos. Se inclinó y le besó en la mejilla antes de hacerle a ella una señal para marcharse.

En lugar de dirigirse hacia la cocina, Evelyn la llevó a la habitación de al lado. Llevaba un traje de crinolina azul que parecía susurrar cuando caminaba. Encendió la luz de arriba y vio que estaban en un despacho. Había dos escritorios en las paredes opuestas, ambos muy ordenados. Amanda dedujo que el de metal negro sería el de Bill Mitchell, pues dudaba que utilizase el escritorio blanco y elegante de estilo rococó con los tiradores de cristal color rosa. La libreta de Evelyn estaba colocada justo en el borde. Había una lista de la compra a su lado. Lo que destacaba por encima de todo es que el rompecabezas estaba desplegado en la pared. Había utilizado chinchetas para sujetar los diferentes papeles

kraft de colores.

—Pensé que así sería más fácil —dijo acercando la silla de Bill para que Amanda se sentase. Evelyn tomó asiento frente a su escritorio y abrió el cajón de arriba—. He encontrado esto en Five Points.

Amanda cogió los carnés: Lucy Anne Bennett, Kathryn Elizabeth Treadwell, Mary Louise Eitel, Donna Mary Halston y Mary Abigail Ellis.

Observó las fotos cuidadosamente y apartó las que pertenecían a las dos Marys y se quedó con la de Donna Mary Halston.

—Esta se parece a Kitty y a Lucy.

—Eso es lo que pensé.

—Por lo que se ve él tenía un tipo de chica.

Amanda no había pensado en eso, pero tenía sentido. Todos los hombres tienen un determinado tipo de mujeres que les atraen. ¿Por qué iba a ser diferente el asesino?

—Todas parecen chicas muy normales. Nunca sabría a qué se dedicaban.

Amanda miró las fotografías. Parecían normales. Nada indicaba que fuesen prostitutas, nada mostraba que hubiesen caído hasta los niveles más bajos de la depravación para pagarse una adicción.

Sin embargo, lo más sorprendente era su parecido. Tenían el pelo rubio y los ojos azules. Eran altas y delgadas, con los labios carnosos y exuberantes, y una mirada expresiva. No solo eran guapas, sino hermosas.

—Todas tenían la misma dirección —señaló Amanda—. Techwood Homes. Volveré a llamar a Pam Canale y ver si puede localizar el apartamento por el número. Me parece que pertenecía a Kitty, pero no creo que nos sirva de mucho saberlo. —Se le ocurrió una idea—. Podemos llevar mañana las fotos de carné a Techwood. Como dijiste, el noventa por ciento de los que viven allí son negros. Todo el mundo conocería a tres chicas blancas.

—De acuerdo. Quédate con ellas. —Evelyn cogió la libreta del escritorio, pero no la abrió—. Comprobé todos los archivos de personas desaparecidas. No había nada de Lucy o Jane, pero encontré uno de Mary Halston. Tiene una hermana en Virginia que lleva buscándola más de un año.

—Podemos llamarla —dijo Amanda guardando las fotos en su bolso—. Seguro que hablará con nosotras.

—Tenemos que hacerlo desde aquí. Si ponemos una conferencia desde la comisaría, nos despellejarán.

Su pellejo ya estaba en peligro.

—¿Hay algo más que te haya llamado la atención?

—Comprobé el archivo de negros muertos —dijo mirando la libreta—. Ninguno parece cuadrar con nuestro caso. Pero todas esas chicas desaparecidas…, al menos veinte, y a nadie se le ha ocurrido hacer nada más que meterlas en un archivo.

Movió la cabeza con lentitud. Amanda se sintió avergonzada por haberle hablado de eso. Evelyn prosiguió:

—Están muertas, secuestradas o les han hecho daño, y nadie se preocupa, o al menos eso parece. Deben de tener familias que las están buscando, pero apenas hay expedientes de mujeres negras desaparecidas. Imagino que sus familias saben que eso no importa. Al menos no… —Su voz se apagó mientras abría el cuaderno—. Anoté todos sus nombres. No sé por qué. Pensé que alguien debería saber que han desaparecido.

Amanda miró la larga lista de nombres. Todas muertas. Y todas habían acabado en un archivo que nadie miraba.

Evelyn soltó un prolongado suspiro. Volvió a poner el cuaderno encima de la mesa.

—¿Cómo te fue en la cárcel?

—Fue repugnante. —Amanda buscó en su bolso, aunque apenas necesitaba consultar sus notas—. Juice confesó haber matado a Lucy Bennett, pero solo para evitar la pena de muerte.

—¿No le ha explicado nadie que ya no hay pena de muerte?

—Le dijeron que la impondrían de nuevo por él.

—Entonces supongo que ha sido muy inteligente por su parte.

—Si no te importa pasar el resto de tu vida en prisión. —Amanda abrió el cuaderno—. Me confirmó que Kitty es la hija de Andrew Treadwell.

—Bien —dijo Evelyn con una sonrisa de suficiencia—. Nuestra teoría de la oveja negra era correcta.

—Yo no esperaría una medalla por eso —le aconsejó Amanda—. Aquí viene la mejor parte: Juice me dijo que Hank Bennett fue a verle, más o menos una semana antes de que Lucy desapareciese.

Evelyn soltó un gruñido.

—Joder, ese tío miente más que habla.

Cogió el bolígrafo de su mesa y se levantó para escribir en el rompecabezas que había en la pared. «Vio a su hermana una semana antes de su desaparición», dijo en voz alta mientras ponía esas palabras debajo del nombre de Hank Bennett.

—¿Qué más te dijo Juice?

—Que Hank Bennett le pidió que no le diese más heroína a Kitty.

—¿Querrás decir a Lucy?

—No, a Kitty.

Evelyn se giró.

—¿Y por qué iba a querer Hank Bennett que Juice no le diese más heroína a Kitty?

Amanda imitó al sargento Hodge.

—Esa es una buena pregunta.

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