Criminal

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Capítulo dieciocho

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Evelyn gruñó mientras miraba el rompecabezas.

—Puede que Andrew Treadwell enviase a Hank Bennett para desintoxicar a Kitty.

—Es posible.

Evelyn no parecía muy convencida.

—De acuerdo, probemos una cosa: Trey Callahan de la Union Mission dijo que Kitty sobresalía por encima de las demás chicas. Obviamente, pertenecía a la clase alta. No sería difícil averiguar quién era su familia. A lo mejor Juice intentó chantajear a Treadwell, y este envió a Hank Bennett para que le hiciera el trabajo sucio. —Consultó sus notas—. Juice me dijo que Bennett le ofreció dinero para que no le diese caballo a Kitty.

Evelyn soltó un prolongado suspiro.

—Entonces, ¿es que Bennett fue a sobornar a Juice por Kitty y se encontró con que su hermana estaba allí?

—Juice me dijo que Bennett no llegó a ver a Lucy, pero ¿quién sabe? Todos mienten.

—Así es. —Evelyn se inclinó y estudió la hoja amarilla donde había dibujado el cronograma—. Tenemos que actualizar esto. Yo me encargo.

—Gracias por quedarte con lo más difícil. —Amanda revisó sus notas mientras Evelyn esperaba—. Veamos. La carta para Lucy Bennett llegó a la Union Mission. Tanto Trey Callahan como Juice lo han confirmado.

Evelyn cogió una nueva hoja azul, la pegó en la pared y escribió LA CARTA en el centro.

—¿Juice sabe lo que decía la carta?

—Sí. Que quería ver a su hermana, que la echaba de menos. Juice pensó que se trataba de una sarta de estupideces.

—Vaya, por una vez estoy de acuerdo con ese chulo.

Amanda continuó:

—Hank Bennett se presentó en la Mission pocos días después y habló con Trey Callahan. Luego, al poco, va a ver a Juice en su esquina, pero, en su lugar, ve a Kitty. Le dice a Juice que deje de pasarle caballo a Kitty, pero no pregunta por su hermana. —Entrecerró los ojos para leer sus notas—. Juice me comentó que le dijo a Bennett que esperase unos minutos porque Lucy estaba a punto de llegar, pero él no la esperó.

—Quizá ver a Kitty hizo que buscar a Lucy pasara a un segundo plano.

—Eso parece —señaló Amanda—. Dos semanas después, Lucy desaparece. Y una semana después, también Kitty. Y, posteriormente, Mary. —Amanda levantó la vista del cuaderno—. Tres chicas en cuestión de pocos meses. Pero ¿por qué?

—Dímelo y así puedo dejar de escribir.

Evelyn sacudió la mano antes de terminar la actualización. Al final, se echó hacia atrás y miró el cronograma. Ambas lo hicieron. El rompecabezas se estaba haciendo más grande por los retazos de información que no parecían tener conexión alguna.

—Me da la impresión de que se nos escapa algo.

—Veamos —dijo Amanda levantándose. A veces, moverse la ayudaba a reflexionar—. Mirémoslo de esta forma: Bennett intentaba ponerse en contacto con su hermana. Su padre había fallecido. Su madre quería ver a su hija para decirle lo ocurrido. Hank sale en busca de Lucy, pero encuentra a Kitty Treadwell.

—Vale.

—Bennett dijo que le envió la carta a Lucy en agosto. Lo recuerda porque acababa de graduarse en la Facultad de Derecho y su padre acababa de fallecer. Luego nos dijo que era su primer año como asociado en Treadwell-Price.

Vaaaya —soltó Evelyn alargando la palabra. Cogió el bolígrafo y escribió las fechas aproximadas—. ¿Vio Bennett a Kitty trabajando de prostituta en la calle y se valió de ello para obtener un trabajo en Treadwell-Price? —Sonrió—. Es uno de los mejores bufetes. Y un trabajo así te soluciona la vida. Puedo imaginar fácilmente a esa comadreja tratando de aprovecharse de la tragedia de su hermana.

—Por supuesto.

Evelyn se echó sobre el respaldo de la silla.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con Jane Delray? ¿Y por qué ha mentido Bennett sobre su identificación? ¿Qué gana con la muerte de Lucy? ¡Sí! —Agitó el bolígrafo en el aire—. Un seguro. Lo estaba viendo desde una perspectiva equivocada. Obviamente, no hay una póliza a nombre de Lucy. El propio Bennett nos lo dijo; su padre muere, su madre también, por lo que los inmuebles y cualquier póliza pasan a nombre de los hijos. —Se irguió en la silla—. Quizá Bennett quería ver a Lucy para que renunciase a los inmuebles. Vi algo parecido con uno de los clientes de Bill el año pasado. El anciano estaba loco de remate. Sus hijos consiguieron que renunciase a todos sus inmuebles.

—A mí, desde luego, Hank Bennett me parece todo un oportunista.

—Además, ¿cuál sería la otra alternativa? —preguntó Evelyn—. ¿Que Bennett mató a Jane Delray? Lo vimos hace dos días, y sus manos estaban completamente limpias. No tenía los cortes ni los moratones típicos de haber atacado a alguien.

Amanda recordó el trozo de piel que encontraron en las uñas de Jane Delray.

—Ella arañó a su atacante. Tendría alguna marca en el reverso de sus manos, en el cuello o en la cara.

—A no ser que le arañase en el brazo o en el pecho. Llevaba un traje de tres piezas. ¿Quién sabe lo que hay debajo? —Evelyn resopló—. No me imagino a Hank Bennett estrangulando a una prostituta y tirándola luego del tejado de una casa en Techwood Homes.

Amanda, sin embargo, no sabía de lo que era capaz ese hombre.

—A mí ese hombre me da mala espina.

—Y a mí también.

Ambas miraron a la pared. Amanda dejó que sus ojos deambularan por los diferentes nombres.

—Juice me dijo que Kitty alquilaba su apartamento a otras chicas.

—Imagino que heredó el espíritu empresarial de su padre.

—El próximo paso y el más lógico sería interrogar a Andrew Treadwell y a Hank Bennett.

—O agitar las manos y salir volando.

—Tenemos que hablar otra vez con Trey Callahan en la Union Mission. Juice me dijo que es amigo del que dirige el comedor social.

Evelyn se quedó boquiabierta por la sorpresa.

—¿Es mi impresión o todo el mundo nos está mintiendo?

—También engañaron a los hombres. Nadie te dice la verdad si llevas una placa.

—Bueno, entonces debemos decirle a Betty Friedan[12] que por fin hemos logrado cierta igualdad.

Amanda sonrió.

—También deberíamos hablar con el hombre del comedor social.

—Aún no sabemos quién es el confidente de Butch. Alguien de Techwood identificó a Jane Delray como Lucy Bennett.

Evelyn cogió un papel en blanco del cajón de su escritorio.

—De acuerdo. Lo primero que debemos hacer mañana es ir a la Union Mission, luego al comedor social y después a Techwood para enseñar las fotografías de las chicas. ¿Crees que podemos incluir una foto de Hank Bennett? —Dio golpecitos con el bolígrafo en la mesa—. Conozco a una chica en la oficina de permisos de conducir. Seguro que allí podremos conseguir una foto suya.

Amanda miró a su amiga. Mostraba esa mezcla de excitación y determinación que ella misma había sentido durante toda la semana. Trabajar en ese caso les hacía olvidarse del peligro que corrían.

—Hoy dos personas han tratado de disuadirme.

—¿Landry?

—Bueno, con él son tres. Me refería a Holly Scott y a Deena Coolidge. Ambas me dijeron que era una locura hacer esto.

Evelyn se mordió el labio. No necesitó añadir que pensaba que ambas tenían razón.

—¿Vamos a seguir con esto? —preguntó Amanda.

Evelyn le devolvió la mirada, en lugar de responderle. Ambas sabían que debían poner fin a sus investigaciones, y lo que se jugaban: no solo sus trabajos, sino sus vidas y su futuro. Si las expulsaban del cuerpo de policía, nadie las volvería a contratar. Serían unas parias.

—¡Chicas! —gritó Bill Mitchell—. La cena está lista.

Evelyn se levantó. Apretó la mano de Amanda.

—Simula que está deliciosa, sea lo que sea.

Amanda no sabía si se refería a la cena de Bill o al embrollo en que se estaban metiendo. En cualquier caso, solo pudo sentir admiración por ella mientras la seguía por el pasillo. Evelyn era, o bien la persona más optimista que había conocido, o bien la más delirante.

—Señoritas —dijo Kenny, que estaba de pie, al lado del tocadiscos, con un LP en la mano—. ¿Qué os apetece escuchar?

Evelyn sonrió a Amanda mientras se dirigían a la cocina y dejó que ella respondiera a la pregunta.

Kenny sugirió:

—¿Skynyrd? ¿Allman Brothers? ¿Clapton?

Amanda pensó que era mejor quitarse ese dilema de encima diciendo:

—Lamento decir que yo soy más de Sinatra.

—¿Sabes que fui a verlo el año pasado al Madison Square Garden? —Kenny sonrió al ver su expresión de sorpresa—. Fui hasta Nueva York solo para verle. Me senté en la tercera fila. Subió al cuadrilátero como un campeón y cantó a pleno pulmón durante horas. —Rebuscó entre los discos y añadió—: Aquí está. Se lo dejé a Bill hace seis meses, aunque dudo que lo haya escuchado. —Le mostró a Amanda la funda del disco:

The Main Event. Live.

—La cena se está enfriando —dijo Bill.

Amanda esperó hasta que Kenny puso el disco. Los primeros compases sonaron suavemente por los altavoces. Kenny alargó el brazo y la escoltó hasta el comedor. Evelyn estaba sentada en el regazo de su marido. Él le dio unas palmaditas en el trasero y ella le besó antes de levantarse.

—Amanda, el vino está delicioso —dijo dando un buen sorbo a la copa—. No hacía falta que trajeras nada.

—Me alegro de que te guste. Tuve la impresión de que el hombre de la tienda me estaba engañando.

—Estoy seguro de que eres una excelente sumiller —dijo Kenny acercándole una silla.

Amanda se sentó y dejó que el bolso se deslizara hasta el suelo. Kenny le pasó la mano por el hombro antes de sentarse enfrente de su hermano.

Amanda se llevó la copa a la boca y exhaló.

—¿Qué estáis tramando? —preguntó Bill—. ¿Debo preocuparme porque vayáis a empapelar la casa con cartulinas de colores?

—Puede —respondió Evelyn enarcando una ceja y dando otro sorbo a la copa de vino—. Estamos llevando un caso que probablemente hará que nos despidan.

—Entonces tendré más tiempo para estar con mi chica —exclamó Bill. Apenas parecía preocupado mientras ponía un trozo de asado con aspecto de estar seco en el plato de Evelyn—. ¿Os habéis estado quejando o causando problemas? —Cogió otro trozo de asado para Amanda—. ¿O ambas cosas?

—Probablemente, vamos a sacar a un negro de la cárcel —dijo Evelyn.

Kenny se rio.

—Vaya. Veo que hacéis amigos por todas partes.

—No lo digo en broma —respondió Evelyn terminándose la copa de vino—. Ese tipo se llama Juice.

—¿Cómo el jugador de fútbol americano? —Bill llenó el vaso de Amanda y luego el de Evelyn—. Corrió mil setecientas yardas en el 68.

—Mil setecientas nueve —corrigió Kenny—. Corrió ciento setenta y una contra el Ohio State en la Rose Bowl.

—Por el fútbol americano —dijo Bill levantando la copa.

—Eso, eso —añadió Kenny haciendo otro tanto. Todos brindaron. Amanda notó una ola de calor recorrerle el cuerpo. No se había percatado de lo tensa que estaba hasta que el vino empezó a relajarla.

—Bueno, el Juice que no es jugador de fútbol americano se ha enamorado de Amanda —dijo Evelyn guiñando un ojo desde el otro lado de la mesa—. Dice que es una mujer muy guapa.

—Vaya, un tipo astuto —dijo Kenny haciéndole un gesto a Amanda.

Ella le dio un buen sorbo al vino para ocultar su vergüenza.

—Es un chulo —añadió Evelyn—. Le conocimos la semana pasada en Techwood Homes.

Amanda notó cómo le palpitaba el corazón, pero Evelyn continuó hablando.

—Sus prostitutas son todas mujeres blancas.

—Mis favoritas —añadió Bill, volviendo a llenar el vaso de Amanda.

No se había dado cuenta de que ya se había tomado la primera copa. Amanda miró la comida que tenía en el plato. Obviamente, las verduras eran congeladas y la carne estaba demasiado hecha, incluso quemada un poco por los bordes.

—Jane, la prostituta —prosiguió Evelyn poniendo los ojos en blanco—, no era lo que se puede decir una persona ordenada. Al entrar, ¿qué es lo que dijiste, Amanda? Ah, sí: «Buscaré ediciones pasadas de

Good Housekeeping».

Los hombres se echaron a reír. Evelyn prosiguió contando su historia.

—Era una completa pesadilla.

Amanda le dio un sorbo al vino y mantuvo la copa pegada a su pecho mientras Evelyn hablaba del apartamento en Techwood y de aquella respondona prostituta. Todos se rieron cuando imitó el acento sureño de Jane Delray. Había algo en su forma de contar lo sucedido que lo hacía parecer gracioso en lugar de aterrador. Parecía estar describiendo el argumento de una comedia de televisión en la que dos chicas valientes meten las narices donde no deben, pero terminan saliendo del embrollo con humor e ingenio.

—Venga, déjalo ya —dijo Amanda.

Todos se echaron a reír, aunque la sonrisa de Evelyn no era del todo sincera. Se tiró del pelo hacia atrás.

Bill alargó el brazo y le apartó la mano cariñosamente.

—Te vas a quedar calva.

—¿Te dolió tener que cortarte el pelo? —preguntó Amanda.

Evelyn se encogió de hombros. Obviamente, sí, pero respondió:

—Después de tener a Zeke, no tenía tiempo para ocuparme del pelo.

El vino había hecho que Amanda se desinhibiera.

—¿Te importó? —le preguntó a Bill.

Cogió la mano de Evelyn y respondió:

—Cualquier cosa que contente a mi chica.

—Lloré durante una hora —prosiguió Evelyn riéndose, aunque obviamente no le había hecho ninguna gracia.

—Yo creo que fueron seis —la corrigió Bill—. Pero me gusta.

—Te queda muy bien —añadió Kenny—. Aunque también te sienta bien el pelo largo.

Amanda acarició la parte de atrás de su cabello. El suyo era mucho peor que el de Evelyn.

—¿Por qué no te lo sueltas? —pregunto Kenny.

Amanda se quedó sorprendida y avergonzada. También estaba a punto de estar completamente ebria, razón por la que accedió.

Se quitó las horquillas. Cinco, seis, siete, ocho en total, además de la laca que le dejó los dedos pegajosos al soltarse el pelo. Su melena cayó hasta la mitad de la espalda. Se cortaba las puntas una vez al año, y solo se lo soltaba en invierno o por la noche, cuando estaba sola.

Evelyn suspiró.

—Estás guapísima.

Amanda se terminó el vino. Se sentía mareada. Al menos debería comer un poco de carne para que absorbiera el alcohol, pero no quería oír el sonido de la masticación. La habitación estaba en silencio, salvo por la música de Sinatra cantando

Autumn in New York.

Bill cogió la botella y les llenó la copa a todos. Amanda pensó en tapar la suya con la mano, pero no pudo moverse.

El teléfono sonó en la cocina. Evelyn se sobresaltó.

—Dios santo, ¿quién puede llamar a estas horas?

Amanda no podía quedarse en la habitación sola y la siguió hasta la cocina.

—Residencia de los Mitchell.

Amanda se echó el pelo hacia atrás y se hizo un moño en la coronilla. Volvió a ponerse las horquillas. Se movía con torpeza. Había bebido demasiado vino y había acaparado demasiada atención.

—¿Dónde? —preguntó Evelyn. Tiró del cable del teléfono para coger un papel y un lápiz de uno de los cajones—. Repita —dijo mientras anotaba—. ¿Cuándo ha sucedido? —Hizo algunos ruidos para meterle prisa a la persona que hablaba. Finalmente, dijo—: Vamos para allá.

—¿Adónde vamos? —preguntó Amanda, con la mano apoyada en la encimera. El vino se le había subido a la cabeza—. ¿Quién era?

—Deena Coolidge. —Evelyn dobló el papel por la mitad—. Acaban de encontrar otro cadáver.

Amanda notó que recuperaba la concentración.

—¿Quién?

—Aún no lo saben, pero es rubia, delgada y guapa.

—Vaya, eso me resulta familiar.

—La han encontrado en Techwood Homes. —Evelyn abrió la puerta del comedor—. Lo siento, muchachos, pero tenemos que irnos.

Bill sonrió.

—Lo que pasa es que no quieres lavar los platos.

—Los lavaré por la mañana.

Intercambiaron una mirada. Amanda se percató de que Bill Mitchell no era tan ingenuo como ella había pensado. Al igual que Amanda, no se dejaba engañar por las historias graciosas de su mujer. Levantó la copa como si fuese a brindar y dijo:

—Te estaré esperando, amor mío.

Evelyn cogió el bolso de Amanda antes de dejar que la puerta se cerrase.

—Estoy borracha como una cuba —murmuró—. Espero que no acabemos dándonos un tortazo con el coche.

—Yo conduciré —dijo Amanda siguiéndola fuera de la cocina.

En lugar de dirigirse al coche, Evelyn entró en el cobertizo. Los hombres habían terminado, solo quedaba pintarlo. Pasó la mano por el borde superior de la puerta y cogió la llave. Tiró de la cadena para encender la luz. Había una caja fuerte en el suelo. Intentó la combinación tres veces antes de poder abrirla.

—Creo que nos hemos bebido la botella entera entre las dos.

—¿Por qué te ha llamado Deena?

—Le dije que lo hiciera si algo sucedía.

Evelyn sacó el revólver. Comprobó si tenía munición en el tambor y luego lo volvió a poner en su sitio. Sacó el cargador rápido y cerró la caja de seguridad.

—Vámonos.

—¿Crees que vamos a necesitar eso?

Evelyn guardó el revólver en su bolso.

—No pienso ir a ningún sitio sin él —dijo agarrándose a la estantería para levantarse. Cerró los ojos mientras se orientaba—. Probablemente, nos arrestarán por conducir bajo la influencia del alcohol.

—Bueno, eso no nos hará destacar.

Evelyn apagó la luz y cerró la puerta. Amanda respiró profundamente mientras se dirigía al coche, intentando despejar la cabeza.

—Ya sabes que esto implica que Juice no lo hizo.

—¿Hemos creído alguna vez que lo hiciera?

—No, pero ahora los demás también lo sabrán.

Amanda se subió al coche. Echó el bolso al asiento trasero mientras esperaba a que Evelyn entrase. El trayecto hasta Techwood no era muy largo, especialmente a las ocho de la noche. No había tráfico en la carretera. Las únicas personas que se quedaban en Atlanta después de anochecer eran los que no tenían nada que hacer allí. Eso resultaba muy positivo, dado el estado de embriaguez de Amanda. Si atropellaba a un peatón accidentalmente, no le importaría a nadie.

Los semáforos estaban en color ámbar mientras subieron por Piedmont Road. Amanda tomó la curva que las llevaba a Fourteenth Street, y luego redujo al ver la luz parpadeante antes de torcer a la izquierda en Peachtree. Giró de nuevo a la derecha en North, siguiendo el mismo recorrido de la semana pasada: pasar el Varsity, cruzar la interestatal, torcer a la izquierda en Techwood Drive e ir directamente a los suburbios.

Había varios coches patrulla bloqueando el camino. Amanda aparcó detrás de un Plymouth Fury que le resultó conocido. Miró en el interior del coche al pasar. Había paquetes de cigarrillos arrugados, media botella de Johnnie Walker y latas aplastadas de cerveza. Siguió a Evelyn hasta el edificio. Una vez más, Rick Landry estaba de pie en el centro del patio. Tenía las manos en las caderas. Esbozó una mueca de rabia al ver a Amanda y a Evelyn.

—¿Qué tengo que hacer? ¿Pegaros una patada en el coño?

Parecía dispuesto a hacerlo, pero Deena Coolidge le detuvo.

—¿Estáis listas?

Landry la miró.

—A ti nadie te ha dado vela en este entierro, negrita.

Ella sacó pecho.

—Más vale que apartes tu jodido culo antes de que te ponga a trabajar para Reggie.

Landry trató de mirarla con desprecio, pero Deena, que era mucho más baja que él, se mantuvo firme. Finalmente, Landry retrocedió, pero antes de marcharse dijo:

—Putas de mierda.

—Imagino que os preguntaréis qué hacen aquí Butch y Landry, cuando trabajan en el turno de día. Yo me he preguntado lo mismo.

Amanda miró a Evelyn, que asintió. Era extraño.

—Pete está en la parte de atrás con el cuerpo —dijo Deena—, pero antes hay alguien que quiere hablar con vosotras.

Ninguna de las dos dijo nada mientras seguían a Deena hasta el interior del edificio. El vestíbulo estaba repleto de mujeres y niños vestidos con sus pijamas y sus batas. Tenían una expresión de miedo y cautela en el rostro. Probablemente, estaban preparándose para pasar la noche cuando habían aparecido los coches de policía. Todos habían dejado la puerta principal de sus casas abierta. Las luces de los coches patrulla iluminaban los apartamentos. Amanda era más que consciente de que Evelyn y ella eran las únicas blancas en el interior del edificio.

Solamente la puerta de un apartamento estaba cerrada. Deena llamó. Esperaron a que quitasen la cadena y le dieran la vuelta al cerrojo. La anciana que abrió la puerta llevaba una falda y una chaqueta negras. La blusa blanca estaba almidonada. Vestía un elegante sombrero negro con un velo corto que le caía hasta las cejas.

—¿Qué hace vestida para ir a la iglesia, señorita Lula? —preguntó Deena—. Ya le he dicho que estas chicas solo quieren hablar. No la van a llevar a prisión.

La anciana miró al suelo. Su presencia la intimidaba, eso era evidente. Incluso cuando retrocedió para que pudiesen entrar, lo hizo a regañadientes. Amanda se sintió muy avergonzada al pasar a su apartamento.

—¿Por qué no nos prepara una taza de té, cariño? —sugirió Deena.

La señorita Lula asintió mientras fue hacia la otra habitación. Deena les señaló el sofá, que era de color amarillo claro y estaba inmaculado. De hecho, el salón estaba sumamente ordenado. La única silla que había delante del pequeño televisor tenía una falda y un tapete. Encima de la mesa había una serie de revistas ordenadas. La alfombra del suelo estaba muy limpia. Había fotografías de Martin Luther King, Jr y de Jack Kennedy colgadas en la pared, una frente a otra. No se veían telarañas por ningún lado. Ni siquiera el hedor del edificio había podido colarse allí.

Aun así, ni Amanda ni Evelyn se sentaron. Eran muy conscientes de dónde estaban. Por muy limpio que pareciese el apartamento de aquella mujer, estaba rodeado de mugre. No se puede pasar una manta limpia por un charco de barro y esperar que no se manche.

Oyeron cómo el agua de la tetera hervía.

Deena habló con firmeza.

—Más vale que tengáis vuestro culito blanco sobre el sofá cuando regrese.

Deena se sentó en la silla que había al lado del televisor. Evelyn, de mala gana, tomó asiento en el sofá. Amanda hizo lo mismo, con el bolso pegado al regazo. Ambas estaban sentadas en el borde, pero no por miedo a contaminarse, sino porque estaban de servicio. Después de tantos años de llevar cargando todas esas cosas en el cinturón, les resultaba imposible recostarse en un sofá.

—¿Quién llamó? —preguntó Amanda.

Deena señaló la cocina.

—La señorita Lula. Vive aquí desde que reformaron el lugar. La trasladaron desde Buttermilk.

—¿Por qué cree que la vamos a arrestar?

—Porque sois blancas y lleváis una placa.

—Eso no ha impresionado a nadie hasta ahora —farfulló Evelyn.

La señorita Lula regresó. Se había quitado el sombrero y mostraba una mata de pelo blanco. Las tazas chinas y los platillos que había sobre la bandeja tintinearon mientras los llevaba hasta el salón. Instintivamente, Amanda se levantó para ayudarla. La bandeja pesaba y la colocó sobre la mesilla de café. Deena cedió su lugar a la anciana. Bien pensado. Deena se alisó la parte trasera de sus pantalones, probablemente para comprobar si se le había pegado algún insecto. Una cucaracha andaba por la pared que había a su espalda. Se estremeció.

—¿Quieren algunas pastas? —ofreció la señorita Lula con una voz inesperadamente refinada. Habló con cierto acento inglés, como el de Lena Horne[13].

—Gracias —respondió Evelyn—, pero acabamos de cenar. —Alargó la mano para asir la tetera y añadió—: ¿Puedo servirme?

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