Criminal

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Capítulo veinte

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En la actualidad. Martes

Will se despertó sobresaltado. El cuello le crujió cuando lo movió de un lado a otro. Estaba en su casa, sentado en el sofá.

Betty estaba a su lado, echada de espaldas, con las piernas levantadas y el hocico señalando la puerta principal. Miró a su alrededor, buscando a Faith. Le había llevado a casa desde el depósito. Fue a traerle un vaso de agua y, juzgando por el reloj de la televisión, habían transcurrido casi dos horas.

Aguzó el oído para ver si se oía algo en la casa. Estaba en silencio. Faith se había marchado. No sabía cómo debía sentirse. ¿Aliviado? ¿Debía preguntarse dónde había ido? No había un manual de instrucciones que pudiera seguir.

Intentó cerrar los ojos y dormirse de nuevo. Quería despertarse dentro de un año, cuando todo hubiese acabado.

Sin embargo, no podía mantener los ojos cerrados. Cada vez que lo intentaba, terminaba mirando al techo. ¿Así se había sentido su madre? De acuerdo con el informe de la autopsia, no siempre había tenido los ojos cosidos. A veces se los habían abierto. El forense señaló que el padre de Will tuvo que estar a su lado durante esos periodos, y que utilizó un cuentagotas para impedir que se le secaran.

El doctor Edward Taylor. Así se llamaba el médico forense. Había muerto en un accidente de tráfico hacía quince años. Fue el primer investigador al que Will había tratado de localizar, el primer punto muerto y la primera vez que se había sentido aliviado de que no hubiese nadie que pudiera explicarle exactamente lo que le había sucedido a su madre.

—Hola —dijo Faith saliendo de la habitación de invitados.

Will vio que las luces aún estaban encendidas. Allí estaban sus libros, sus CD, las revistas de coches que había coleccionado durante años, los álbumes con fotos de su vida anterior. Faith no habría tardado ni diez segundos en darse cuenta de los objetos que estaban fuera de lugar. Llevaba los libros en la mano.

La nueva hegemonía feminista. Modelos aplicados de estadística. Teoría y aplicación. Una reivindicación de los derechos de la mujer.

—Si quieres, puedes irte a casa —dijo Will.

—No pienso dejarte solo.

Puso los libros de texto de su madre encima de la mesa mientras se sentaba en el sillón. Su archivo también estaba en la mesa, donde él lo había dejado esa mañana. Probablemente, Faith lo había hojeado mientras él dormía. Debería sentirse enfadado porque ella hubiera estado husmeando en sus cosas, pero no tenía fuerzas para nada. Se sentía desprovisto de toda emoción. Todo lo contrario que le había ocurrido cuando vio a Sara en el depósito. Su primer impulso fue tirarse a sus pies y echarse a llorar. Contárselo todo y pedirle que le entendiera.

Pero luego… nada.

Fue como si le hubiesen quitado el tapón a un fregadero. Todos sus sentimientos se habían ido por el desagüe.

El resto pasaba por su cabeza como un tráiler que revelaba todos los detalles del argumento: la chica apaleada, las uñas pintadas, la piel desgarrada, el suspiro entrecortado de Sara cuando Will le dijo a ella, y a todos, que su padre era el culpable.

Sara era una mujer verbal, directa, que no solía guardarse su opinión. Sin embargo, esa vez, no dijo nada. Después de casi dos semanas de estar viviendo con esa mirada inquisitiva, no quiso hacerle ninguna pregunta ni saber nada. Todo estaba allí, delante de sus ojos. Amanda tenía razón sobre la autopsia. Will no debería haber estado presente. Había sido como ver a su madre mientras la examinaban, la procesaban y la catalogaban.

Y Angie tenía razón con respecto a Sara. Todo aquello era demasiado para ella.

¿Por qué había pensado por unos instantes que Angie estaba equivocada? ¿Por qué había pensado que Sara era diferente?

Will había estado en el depósito, congelado en el tiempo y en el espacio. Mirando a Sara, esperando que dijera algo, que gritase, chillase o tirase algo. Probablemente, se habría quedado allí, pero Amanda le ordenó a Faith que lo llevase a casa. Faith tuvo que cogerle del brazo y arrastrarle físicamente para sacarlo de la sala.

Miró a Sara. Estaba pálida, movía la cabeza y parecía a punto de desvanecerse.

Era el fin.

—¿Will? —preguntó Faith.

Él levantó la mirada.

—¿Cómo entraste en el GBI?

Sopesó la pregunta, intentando descifrar por qué le preguntaba eso.

—Me contrataron.

—¿Cómo?

—Amanda vino a mi facultad.

Faith asintió, pero él se dio cuenta de que buscaba una respuesta que él no podía dar.

—¿No solicitaste el puesto?

Will se frotó los ojos. Aún tenía restos blancos en las comisuras de haber estado demoliendo el sótano.

Faith continuó presionando.

—Y el historial de antecedentes. Y la documentación.

Ella conocía su dislexia, pero también sabía que era capaz de trabajar tan duro como cualquiera.

—Casi todo fueron entrevistas orales. Me dejaron que el resto me lo llevase a casa. Igual que tú, ¿no?

Faith levantó la barbilla. Finalmente, respondió:

—Sí.

Will puso la mano sobre el pecho de

Betty. Podía notar el latido de su corazón. Ella suspiró y sacó la lengua.

—¿Por qué ese periodista del

Atlanta Journal llamó a Amanda?

Faith se encogió de hombros.

—No te preocupes de eso. Ya te dije que he paralizado esa historia.

Will había estado demasiado ciego. Amanda le había proporcionado la información esa mañana, pero estaba tan cansado que fue incapaz de procesarla.

—Mi historial está cerrado. No hay manera de que un periodista u otra persona pueda descubrir quién es mi padre. Al menos de forma legal. —Observó a Faith—. Además, si alguien lo hiciera, ¿por qué iba a llamar a Amanda? ¿Por qué no llamarme a mí directamente? Mi teléfono sale en la guía. Igual que mi dirección.

Faith se mordió el labio inferior. Ella podía decírselo. Sabía algo, pero no pensaba compartirlo.

Will se acercó.

—Quiero que vayas al hotel. Está en libertad condicional. Por ley, no tiene derecho a la intimidad.

A Faith no le hacía falta preguntarle a qué hotel se refería.

—¿Para qué?

Will apretó los puños. Los cortes se le volvieron a abrir.

—Quiero que pongas su habitación patas arriba, que le interrogues y que le presiones hasta que no pueda más.

Faith le miró durante unos segundos.

—Ya sabes que no puedo hacer eso.

—¿Por qué?

—Porque tenemos que construir un caso, no que nos denuncien por acoso.

—No me importa el caso. Quiero que se sienta tan mal que salga del hotel con tal de huir de ti.

—¿Y después qué?

Sabía lo que sucedería después. Will se le echaría encima como un perro rabioso.

—No voy a hacer tal cosa —dijo Faith.

—Puedo estudiar el diseño del hotel, ir a los juzgados o encontrar la forma de…

—Vaya. Un buen modo de encontrar documentación.

A Will no le importaba nada de eso.

—¿Cuántos hombres hay en el hotel?

—Cinco veces más de los que hay fuera de tu casa en este momento.

Will fue a la ventana de delante. Abrió la persiana. Había un coche de la policía de Atlanta bloqueando la entrada, y otro camuflado en la calle. Golpeó la persiana.

Betty empezó a ladrar y saltó del sofá.

Luego fue a la parte de atrás de la casa. Abrió la puerta de la cocina. Había un hombre sentado en el cenador que había construido el verano pasado. Vestía el uniforme del GBI. Llevaba la Glock en la cintura. Tenía los pies apoyados en la barandilla. Le saludó mientras Will cerraba de un portazo.

—No me puede hacer esto —dijo—. No me puede retener en mi casa como si fuese un delincuente.

—¿Por qué no me habías hablado nunca de él? —preguntó Faith.

Will iba de un lado a otro de la habitación. Parecía rebosar adrenalina.

—¿Para que puedas añadir otra muesca a tu colección de asesinos en serie?

—¿De verdad crees que puedo convertir tu vida en un juego?

—¿Dónde está mi pistola? —Las llaves y el teléfono reposaban sobre su escritorio, pero su Glock había desaparecido—. ¿Has cogido mi pistola?

Faith no respondió, pero él se percató de que ella tampoco llevaba su pistolera. Había guardado su arma en el coche. No confiaba en él, y creía que podía quitársela.

Se le pasaron muchas cosas por la cabeza: pegarle un puñetazo a la pared, soltar una patada sobre el escritorio, romper las ventanillas del coche de Faith, darle una paliza al capullo que estaba sentado en su cenador, pero, al final, lo único que pudo hacer es quedarse allí, sin hacer nada. Era lo mismo que le había pasado en el depósito. Estaba demasiado cansado, demasiado abrumado, demasiado afectado.

—Vete, Faith. No necesito que cuides de mí. Quiero que te vayas.

—De eso nada.

—Vete a tu casa. Vete con tu estúpido hijo y no te metas en mis asuntos.

—Si crees que portándote como un cretino me vas a echar, entonces es que no me conoces. —Se echó sobre el respaldo del sillón, con los brazos cruzados—. Sara encontró semen en el pelo de la chica.

Will esperó a que continuase.

—Hay suficiente para un perfil de ADN. Una vez que esté en el sistema, lo podremos cotejar con el suyo.

—Eso tardará semanas.

—Cuatro días. La doctora Coolidge les ha dicho que se diesen prisa.

—Entonces arréstale. Puedes retenerlo durante veinticuatro horas.

—Pagaría la fianza y desaparecería antes de que podamos cogerlo de nuevo. —Hablaba con ese tono molesto de alguien que trata de ser razonable—. El Departamento de Policía de Atlanta ha puesto cinco hombres en el hotel y, probablemente, Amanda habrá puesto otros diez más. No podrá hacer nada sin que lo sepamos.

—Quiero estar presente cuando lo arrestes.

—Ya sabes que Amanda no lo permitirá.

—Cuando lo interrogues. —Will no pudo contenerse y empezó a suplicarle—. Por favor, deja que lo vea, tengo que hacerlo. Quiero mirarle a los ojos, ver su cara y que se dé cuenta de que logré escapar, que no ganó.

Faith se llevó la mano al pecho.

—Te lo juro por Dios, Will. Te lo juro por la vida de mis hijos que haré lo posible para que así sea.

—Eso no es suficiente. —Will no solo quería ver la cara de su padre. Quería abofetearle, patearle la boca, arrancarle los huevos, coserle la boca, los ojos y la nariz, y pegarle hasta que se ahogase en su propio vómito—. Eso no es suficiente.

—Lo sé —dijo Faith—. Nunca lo será, pero así son las cosas.

Llamaron a la puerta. ¿Quién podía ser? Amanda, Angie, algún policía diciéndole que su padre había vuelto a asesinar. Cualquiera menos la persona que vio cuando Faith abrió.

—¿Va todo bien? —le preguntó Sara a Faith.

Esta asintió y cogió su bolso antes de ir hacia la puerta.

—Te llamaré en cuanto sepa algo. Te lo prometo —dijo.

Sara cerró la puerta. Llevaba el pelo suelto; le caía en suaves rizos sobre los hombros. Vestía un traje negro ceñido al cuerpo. Él la había visto ponerse elegante en alguna ocasión, pero no tanto. Llevaba unos zapatos de tacón muy alto, con un estampado negro de leopardo. Le daban tal efecto a sus pantorrillas que notó una ligera excitación.

—Hola —dijo.

Will tragó saliva. Todavía notaba el sabor de la escayola.

Sara dio la vuelta al sofá y se sentó. Se quitó los zapatos y dobló las piernas debajo de ella.

—Acércate.

Will se sentó en el sofá.

Betty estaba entre ellos. Dio un salto y sus uñas chasquearon mientras se dirigía a la cocina.

Sara le cogió la mano. No había duda de que había visto los cortes y las ampollas que tenía, pero no dijo nada. Will no podía mirarla. Era tan bella que resultaba casi dolorosa. En su lugar, miró la mesilla de café, la carpeta de su madre, sus libros.

—Imagino que Amanda te lo ha contado todo —dijo.

—No, no lo ha hecho.

A Will no le sorprendió, porque sabía que Amanda disfrutaba torturándole. Señaló las cosas de su madre.

—Si quieres… —Se detuvo, intentando que su voz no se quebrara—. Ahí está todo. Léelo.

Sara miró la carpeta.

—No quiero leerla.

Will movió la cabeza. Se sentía desconcertado.

—Ya me lo contarás todo cuando estés preparado.

—Sería más sencillo si…

Ella alargó los brazos para tocarle la cara. Le acarició las mejillas con los dedos. Se acercó. Notó el calor de su cuerpo cuando lo abrazó. Will le puso la mano en la pierna, y notó la firmeza de los músculos de su muslo. Volvió a percibir una erección. La besó. Sara le puso las manos en la cara cuando le devolvió el beso. Se sentó a horcajadas sobre él. Su pelo le acarició el rostro y notó su aliento en el cuello.

Por desgracia, hasta ahí llegaban sus sentimientos.

—¿Quieres que me…?

—No —respondió quitándosela de encima—. Lo siento. Estoy…

Ella le puso los dedos en los labios.

—¿Sabes lo que realmente quiero? —Se quitó de encima de él, pero permaneció a su lado—. Quiero ver una película en que los robots se peguen entre sí. O donde vuelen las cosas. Aunque prefiero que los robots se peguen entre sí. —Cogió el mando a distancia y encendió el televisor. Buscó el canal Speed—. Mira, esto es incluso mejor.

Will no recordaba ningún momento en su vida en que se hubiera sentido tan triste. Si Faith no le hubiese quitado la Glock, se pegaría un tiro en la cabeza.

—Sara, no…

—Shh. —Le cogió del brazo y se lo pasó por encima de los hombros. Apoyó la cabeza en su pecho, y la mano en su pierna.

Betty regresó. Saltó sobre el regazo de Will y se acomodó.

Miró la televisión. Hablaban del Ferrari Enzo. Un italiano utilizaba un torno para ahuecar una pieza de aluminio. Will no era capaz de prestar atención. Se le caían los párpados. Soltó un lento suspiro.

Finalmente, cerró los ojos.

Cuando se despertó, vio que no estaba solo. Sara estaba echada en el sofá junto a él. Tenía el cuerpo acurrucado junto al suyo. Su pelo le acariciaba la cara. La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz que desprendía el televisor, a la que le habían quitado el sonido. En la pantalla se veía una carrera de camiones. El reloj marcaba las doce y doce minutos.

Había pasado otro día. Otra noche. Una página más en el calendario de su padre.

Will no podía quitarse ciertas ideas de la cabeza. Se preguntó si Faith aún tendría su pistola, si el coche patrulla seguía bloqueando la entrada, si el capullo ese continuaba sentado en su cenador.

Tenía una Sig Sauer en una caja, guardada en su armario. Su rifle Colt AR-15 estaba desarmado, a su lado. Tenía munición para los dos en una caja de plástico. Montó mentalmente el rifle: la recámara, el pistón, el seguro del gatillo, las balas Winchester 55.

No. Con la Sig sería mejor. Le dispararía a bocajarro. Pondría el silenciador en la cabeza y el dedo en el gatillo. Luego observaría el miedo en los ojos de su padre; después, la mirada vacía y vidriosa de un hombre muerto.

Sara se movió. Echó la mano hacia atrás y le acarició la mejilla. Sus uñas le arañaron ligeramente. Soltó un suspiró contenido.

Sin razón alguna, la furia de Will empezó a desaparecer. Era lo mismo que le había sucedido en el depósito, pero, en lugar de sentirse vacío, se sintió pleno. La calma se apoderó de él. La presión que tenía en el pecho empezó a disiparse.

Sara se apoyó en él. Con la mano, lo atrajo a su lado. El cuerpo de Will se mostró más receptivo. Le puso su boca en el cuello; a ella se le erizó el pelo. Podía sentir su carne ardiendo bajo su lengua.

Ella giró la cabeza para mirarle y esbozó una sonrisa somnolienta.

—Hola.

—Hola.

—Esperaba que fueses tú.

Él la besó en la boca. Ella se dio la vuelta para mirarle de frente. Aún sonreía. Notaba la curva de sus labios en su boca. Tenía el pelo enredado debajo de ella. Él se movió y sintió un dolor agudo en la pierna. No era un tirón muscular, sino el anillo de Angie. Aún lo llevaba en el bolsillo.

Sara malinterpretó su reacción y pensó que otra vez se sentía desganado.

—Vamos a jugar a algo —dijo.

Will no quería jugar a nada. Lo que deseaba es quitarse a Angie de la cabeza, pero no podía decírselo.

Ella levantó la mano.

—Me llamo Sara.

—Lo sé.

—No —respondió ella aún con la mano levantada—. Me llamo Sara Linton.

Reaccionó como un imbécil, pues le estrechó la mano.

—Y yo Will Trent.

—¿En qué trabajas, Will Trent?

—Soy un… —Se le ocurrió una idea—. Soy camionero.

Ella miró el televisor y se rio.

—Vaya, veo que eres muy creativo.

—¿Y tú?

—Soy

stripper. —Volvió a reírse, como si estuviera sorprendida de sí misma—. Pero solo lo hago para pagarme la universidad.

Si no hubiera tenido aquel estúpido anillo de boda en el bolsillo, la hubiera invitado a que metiese la mano y cogiese algo de dinero para que bailase para él. En su lugar, se limitó a decir:

—Eso es muy encomiable. —Se movió hacia su lado para liberar la mano—. ¿Qué estás estudiando?

—Umm… —Sonrió abiertamente—. Para ser mecánica de camiones.

Will le pasó el dedo entre los pechos. Su traje era muy escotado y estaba diseñado para poderse abrir con facilidad. Will se percató de que se lo había puesto para él. Al igual que se había soltado el pelo y se había puesto unos zapatos de tacón alto tan estrechos que probablemente le romperían los dedos.

Y también por él había estado presente en la autopsia. Y también estaba allí por él en ese momento.

—Bueno, en realidad, no soy camionero.

—No. —Retuvo el aliento mientras deslizaba los dedos por su desnudo estómago—. Entonces, ¿qué eres?

—Soy un exconvicto.

—Vaya, eso me gusta. ¿Ladrón de joyas o de bancos?

—No. Un ladrón de poca monta. Destrucción de la propiedad privada. Cuatro años de libertad condicional.

Sara dejó de reírse. Se dio cuenta de que ya no estaba jugando.

Will respiró profundamente e inspiró poco a poco. Se lo estaba diciendo ahora, y ya no había forma de dar marcha atrás.

—Me arrestaron por robar comida. —Tuvo que aclararse la voz para poder seguir hablando—. Sucedió cuando tenía dieciocho años.

Ella puso la mano encima de la suya.

—Había salido del sistema. —La señora Flannigan había muerto el verano que él cumplió los dieciocho. El tipo nuevo que dirigía el orfanato le dio cien dólares y un mapa de un albergue para personas sin techo—. Acabé en la misión del centro. Algunos chicos no estaban mal, pero otros eran mayores y… —No terminó la frase. Sara comprendía por qué un adolescente no podía sentirse seguro allí—. Viví en las calles… —Una vez más su voz se apagó—. Me pasaba por la ferretería que había en Highland, porque los contratistas buscaban trabajadores allí por la mañana.

Sara utilizó el pulgar para acariciarle el dorso de la mano.

—¿Así aprendiste a reparar cosas?

—Sí. —Jamás había pensado en eso, pero era cierto—. Ganaba un buen dinero, pero no sabía cómo gastarlo. Debería haber ahorrado para un apartamento, o para un coche, o para algo, pero me lo gastaba en caramelos, en un walkman y en cintas. —Nunca antes había tenido dinero, ya que entonces no existían las subvenciones—. Dormía en Peachtree, donde solía estar la biblioteca. Un grupo de tíos mayores me rodearon. Me golpearon, me rompieron la nariz y algunos dedos. Me lo quitaron todo. Y creo que tuve suerte, porque no me hicieron nada más.

Sara le apretó la mano.

—No podía trabajar. Llevaba la ropa sucia y no tenía un lugar donde bañarme. Intenté pedir limosna, pero la gente se asustaba de mí. Me tomaban por un yonqui, aunque no lo era. Jamás tomé drogas.

Ella asintió.

—Tenía tanta hambre que el estómago me dolía todo el tiempo. Me mareaba de no comer. Estaba enfermo. Me daba miedo dormirme y que volviesen a pegarme de nuevo. Entré en la tienda que estaba abierta toda la noche, la que solía estar en Ponce de León, en la plaza Drugs, justo al lado del cine. —Sara asintió—. Entré directamente y empecé a coger comida de los estantes. Golosinas, bizcochitos, cualquier cosa que estuviera envuelta. Rompía el envoltorio con los dientes y me los metía en la boca. —Tragó saliva, aunque le costó trabajo—. Llamaron a la policía.

—¿Te arrestaron?

—Lo intentaron. —Sintió una oleada de vergüenza—. Empecé a levantar los puños, a golpear todo lo que se me ponía por delante. Me detuvieron, claro.

Sara se echó el pelo hacia atrás con los dedos.

—Me pusieron las esposas y me llevaron a la cárcel. Luego… —Movió la cabeza—. Se presentó mi asistente social. No la había visto desde hacía seis o siete meses. Dijo que me había estado buscando.

—¿Por qué?

—Porque la señora Flannigan me había dejado algo de dinero. —Will aún recordaba su sorpresa cuando se enteró—. Solo podía utilizarlo para ir a la universidad. Por eso… —Se encogió de hombros—. Fui a la primera facultad que me aceptó. Viví en la residencia, comía en la cafetería y trabajaba a media jornada en los alrededores. Luego me contrató el GBI.

Sara guardaba silencio, probablemente trataba de asimilarlo todo.

—¿Cómo lo conseguiste teniendo antecedentes?

—La jueza dijo que eliminaría mis antecedentes si me graduaba. —Por suerte, ella no había especificado nada sobre sus notas—. Y eso hice. Y ella también cumplió.

Una vez más, Sara guardó silencio.

—Sé que no estuvo bien —dijo Will, que se rio—, pero, dadas las circunstancias, no es lo peor que hoy has sabido de mí.

—Tuviste suerte de que te arrestaran.

—Sí.

—Y yo tuve la suerte de que ingresaras en el GBI, porque, de no ser así, no te habría conocido.

—Lo siento mucho, Sara. Siento haberte causado tantos problemas. Yo no… —Notó que las palabras se le embrollaban—. No quiero que tengas miedo de mí. No quiero que pienses que puedo parecerme a él.

—Por supuesto que no —respondió cogiéndole la mano—. ¿Acaso no sabes que siento admiración por ti?

Will la miró.

—Por todo lo que has pasado, por todo lo que has soportado, y por el hombre en que te has convertido. —Puso una mano en su pecho—. Escogiste ser una buena persona y ayudar a los demás. Hubiera sido muy fácil descarriarte, pero siempre escogiste hacer lo correcto.

—No siempre.

—Pero sí con frecuencia. Con la suficiente frecuencia como para que, cuando te miro, vea lo bueno que eres, lo mucho que te quiero y te necesito en mi vida.

Los ojos de Sara tenían un tono verde claro por el resplandor del televisor. Will no podía creer que aún siguiera allí, a su lado, que quisiera continuar con él. Angie se había equivocado. Sara no tenía maldad ni acumulaba rencor alguno.

Si realmente fuese un hombre bueno, le contaría lo sucedido con Angie. Se lo confesaría y aceptaría las consecuencias. Sin embargo, optó por besarla. La besó en los párpados, en la nariz y en la boca. Sus lenguas se rozaron. Will se puso encima de ella. Ella lo estrechó con su pierna y le besó intensamente. Él noto que la culpabilidad se desvanecía con facilidad, con suma facilidad. En lo único que pensaba era en su deseo, en su necesidad de penetrarla. Estaba casi frenético cuando empezó a desnudarla.

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