Criminal

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Capítulo veintidós

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15 de julio de 1975

Amanda se sentó en el reservado que había en la parte de atrás del Majestic Diner en Ponce de León. Se contuvo para no bostezar. Después de marcharse la noche anterior de Techwood, se sentía demasiado inquieta como para poder dormir. Ni siquiera Mary Wollstonecraft fue capaz de adormecerla. Dio vueltas y más vueltas en la cama, pero no podía apartar algunas imágenes del rompecabezas que habían hecho con los papeles de colores. Añadió mentalmente nuevos detalles: Hank Bennett era un mentiroso; y Trey Callahan, otro.

Y Ofelia. ¿Qué hacer con Ofelia?

La camarera volvió a llenarle la taza. Miró el reloj. Evelyn debería haber llegado hacía quince minutos. Resultaba un tanto inquietante, pues no solía retrasarse. Había utilizado la cabina que había en la parte de atrás para llamar al Model City, pero nadie respondió al teléfono. Su recuento había terminado media hora antes. Le habían asignado como compañera a Vanessa, cosa que les venía muy bien a las dos, ya que había decidido dedicar el día a ir de compras. La nueva tarjeta de crédito le quemaba los bolsillos.

La puerta se abrió. Evelyn entró a toda prisa.

—Lo siento —dijo—. Pero he recibido una llamada muy extraña de Hodge.

—¿De mi Hodge?

Evelyn le hizo un gesto a la camarera para que se acercara a tomar nota.

—Me ordenó que me presentara en la Zona Uno.

—¿Alguien te ha visto?

—No. La comisaría estaba vacía. Solo estábamos yo, Hodge y su puerta abierta. —Se echó sobre el respaldo del asiento. Estaba muy nerviosa—. Me pidió que le contase lo que hemos hecho.

Amanda notó que el pánico empezaba a invadirla.

—No pasa nada. No estaba molesto. Al menos eso creo, pues nunca se sabe con ese hombre. Tenías razón sobre su hermetismo. Es desquiciante.

—¿Te dijo algo?

—Nada. No me hizo preguntas ni comentarios. Se limitó a asentir, y luego me dijo que continuase haciendo mi trabajo.

—Lo mismo que me dijo a mí ayer. Que hiciera mi trabajo. ¿Crees que estaba comparando nuestras historias?

—Es posible.

—¿No te has guardado nada?

—No he mencionado a Deena ni a la señorita Lula. No quiero meterlas en problemas.

—¿Le has hablado de Ofelia?

—No. Le dije que íbamos a volver a ver a Trey Callahan, pero no le dije el porqué. No creo que Luther Hodge sea un devoto de William Shakespeare.

—Yo tampoco entiendo mucho lo que pasa, Evelyn. Puede que estemos sacando conclusiones precipitadas. Trey Callahan citó una frase de

Hamlet. Y, al ver la víctima anoche, quizás hayamos puesto algo de nuestra cosecha. Me parece demasiada coincidencia.

—¿Existen las coincidencias en una investigación policial?

Amanda no supo qué responder.

—¿Crees que Hodge nos meterá en problemas?

—¿Quién sabe? —Levantó las manos—. Debemos ir otra vez a la Mission. Repasar las cosas con Hodge me ha hecho pensar en algo.

Amanda se levantó del asiento. Dejó el dinero del café y una propina generosa.

—¿En qué?

—En todo. —Evelyn esperó hasta que salieron para seguir hablando—. En la situación de Hank Bennett. Creo que tienes razón. Es un aprovechado y utilizó la información que tenía acerca de Kitty Treadwell para conseguir un trabajo con su padre.

Se subieron al coche de Amanda.

—¿Cómo descubriría Bennett que había una relación? —preguntó.

—Su nombre estaba en la puerta del apartamento —le recordó Evelyn—. Además, Kitty hablaba mucho de su padre. Hasta la señorita Lula sabía que su padre tenía contactos. Y Juice también. Incluso mencionó a otra hermana, que era la favorita. Todo el mundo lo sabía.

—Pero no los altos cargos —dedujo Amanda—. Andrew Treadwell se graduó en Georgia. Recuerdo que lo leí en el periódico.

Evelyn sonrió.

—Hank Bennett llevaba un anillo de la UGA.

—Georgia Bulldogs, clase de 1974. —Una vez más, Amanda se dirigió hacia Ponce de León Avenue—. Puede que se conocieran en un baile o en un evento social. Todos esos estudiantes son amigos íntimos. —Ella los había entrevistado para su unidad de delitos sexuales. Eran todos unos mentirosos.

—¿Qué sucede allí? —dijo Evelyn señalando la Union Mission.

Un coche patrulla del Departamento de Policía de Atlanta bloqueaba la entrada.

—Ni idea.

Amanda se subió a la acera y se bajó del auto. Reconoció al agente que salía del edificio, aunque no sabía su nombre. Él, sin duda, las conocía a las dos. Aligeró el paso cuando se dirigió hacia su coche.

—Disculpe…

Amanda intentó detenerle, pero era demasiado tarde. El hombre se subió y se marchó a toda velocidad, haciendo derrapar las ruedas.

—Otro igual —dijo Evelyn.

No parecía demasiado intimidada mientras caminaba hasta la entrada. En lugar de encontrarse con Trey Callahan, vieron a un hombre regordete con un alzacuellos de sacerdote. La ventana de delante estaba rota; había un ladrillo entre los cristales.

—¿Desean algo? —preguntó.

Evelyn fue la que habló.

—Estamos con el Departamento de Policía de Atlanta. Buscamos a Trey Callahan.

El hombre parecía confuso.

—Yo también.

Amanda dedujo que algo se les escapaba.

—¿No está aquí?

—¿Quién cree que causó este estropicio? —preguntó el tipo señalando la ventana rota—. Se suponía que abriría el albergue anoche, pero no apareció y una de las chicas le tiró un ladrillo a la ventana. —Se apoyó en el cepillo—. Lo siento. Nunca he tratado con la policía. ¿Son ustedes secretarias? El agente que acaba de marcharse dijo que necesitaría una declaración por escrito.

Amanda reprimió un gruñido. El agente le había dado largas.

—No somos secretarias. Somos agentes secretos.

—Detectives —interrumpió Evelyn, muy segura de sí misma—. Y no mecanografiamos declaraciones. ¿Cómo se llama, señor?

—Soy el padre Bailey. Trabajo en el comedor social que hay al bajar la calle.

No encajaba con la descripción que le habían dado. Apenas era unos centímetros más alto que Amanda.

—¿Usted es el único que trabaja en el comedor?

—No, mi compañero prepara la comida. Yo ayudo con la limpieza, pero mi obligación principal es proporcionar apoyo espiritual. —Miró el reloj que había en la pared—. De hecho, ya llego tarde, así que si no les importa.

—Si trabaja en el comedor, ¿qué hace aquí? —preguntó Evelyn.

—Había quedado con Trey esta mañana. Nos reunimos una vez al mes para coordinarnos, para hablar de las chicas, de las que pueden tener problemas y de las que debemos vigilar.

—¿Y entró y vio la ventana rota?

—Y a un montón de chicas durmiendo, cuando deben dejar el edificio por la mañana. —Señaló la habitación trasera—. Han robado en la oficina de Trey. Probablemente, habrá sido alguna de las chicas.

—¿Alguna vio algo?

—Lo que voy a decir suena un poco duro, pero ninguna de ellas ayuda a nadie a no ser que obtenga algún beneficio.

—¿Y la novia de Callahan? —preguntó Amanda—. Está estudiando Enfermería en Georgia Baptist.

El hombre se la quedó mirando unos instantes.

—Sí, la he llamado. Eileen Sapperson. Me dijeron que tampoco se presentó al turno de noche.

—¿Tiene su número?

—No tiene teléfono en casa.

—Le importa si nosotras… —Amanda señaló la oficina de Callahan.

El sacerdote se encogió de hombros. Continuó barriendo mientras aquellas dos agentes iban a la habitación trasera.

Era obvio que habían puesto la oficina patas arriba, pero Amanda no estaba segura de si el que lo había hecho era una yonqui buscando dinero o un hombre tratando de salir de la ciudad a toda prisa. En el escritorio de Callahan no había ninguno de sus objetos personales. Ni la foto de su novia y su perro, ni el muelle de juguete, ni los pósteres de música funk, ni la radio. En el cenicero vio los restos de unos cuantos porros que se habían fumado hasta el último centímetro. Los cajones estaban abiertos. Y lo más importante, el montón de papeles había desaparecido.

Evelyn también se percató.

—¿Dónde está su manuscrito?

—No creo que a una puta le sirva para nada, salvo para limpiarse el trasero.

—Callahan se ha marchado a toda prisa. Y su novia se habrá ido con él.

—La misma noche en que encuentran muerta a Mary Halston en Techwood.

—¿Coincidencia?

Amanda no sabía qué decir.

—Vamos a hablar con el hombre del comedor.

—Al menos podremos preguntarle el nombre del párroco.

Regresaron a la sala principal, pero el sacerdote se había marchado.

—¿Hola? —gritó Evelyn, aunque podía ver toda la sala.

Amanda la siguió al exterior. La acera estaba vacía, y no había nadie en el aparcamiento. Miraron incluso detrás del edificio.

—Bueno, al menos no nos ha mentido.

—Que sepamos —dijo Amanda mientras se dirigía al Plymouth. El interior del coche ya estaba ardiendo. Encendió el contacto—. Estoy harta de estar en este coche.

—¿Nunca has visto el coche de Colombo?

—Prefiero el de Ironside.

—Me gustaría ver cómo reaccionarían en Techwood Homes si vieran a un paralítico bajarse de una camioneta del pan.

Amanda salió a la calle.

—Pepper Anderson aparece como por arte de magia cada vez que se la necesita.

—Una semana es enfermera de hospital, la siguiente participa en una carrera de lanchas, la otra se convierte en una bailarina y la siguiente es una azafata que flirtea con un piloto guapo y apuesto. Por cierto…

—Cállate.

Evelyn se rio mientras apoyaba el brazo en la puerta. Ambas guardaron silencio mientras Amanda avanzaba unas cuantas manzanas hasta Juniper Street.

—¿Izquierda o derecha? —preguntó.

—Escoge una.

Amanda giró a la izquierda. Redujo la marcha mientras miraba cada edificio de la izquierda. Evelyn observaba los de la derecha.

Habían llegado casi a Pine Street cuando Evelyn dijo:

—Creo que es ese.

El edificio estaba abandonado y no tenía nada que indicase que fuese una iglesia, salvo la cruz clavada que vieron en su pequeña entrada. Estaba pintada de negro. Alguien había dibujado unas uñas donde se suponía que Jesús tenía las manos y los pies. Había puntos de color rojo para mostrar su sufrimiento.

—Vaya ruina.

Evelyn tenía razón. La fachada de ladrillo estaba desmoronada y había enormes grietas en el cemento. La entrada, construida con bloques de hormigón, estaba cubierta de grafiti. Dos de las cuatro ventanas de la planta de abajo estaban entablilladas, pero las de arriba parecían intactas.

Ambas se bajaron del coche y se encaminaron hacia el edificio. Amanda notó una brisa al pasar un coche. Era un coche patrulla de la Policía de Atlanta. La luz azul se encendió para saludarlas, pero el conductor no se detuvo.

La puerta principal del comedor social estaba abierta. Nada más cruzar el umbral de la puerta, Amanda notó un olor intenso a hierbas y a especias. Había mesas de picnic por toda la sala. Todo estaba preparado: los platos, los cuencos, las servilletas y las cucharas.

—No hay objetos afilados —señaló Evelyn.

—Muy inteligente por su parte. —Amanda levantó la voz—. ¿Hay alguien?

—Un momento —respondió una voz áspera.

Oyeron el ruido de los platos, y luego unas fuertes pisadas cruzando la sala. El hombre salió de la cocina. Amanda se sintió sobrecogida. Había aprendido en la academia que una puerta normal mide uno noventa de altura y setenta y cinco centímetros de anchura. El hombre ocupaba toda la puerta. Sus espaldas eran tan anchas como el espacio entre las jambas. Su cabeza rozaba el travesaño superior.

Sonrió. Tenía torcido un diente de abajo. Los labios, llenos. Los ojos, almendrados.

—¿En qué puedo ayudarles, agentes?

Por un instante, las dos se quedaron paralizadas. Amanda buscó en su bolso y sacó la placa. Se la enseñó al hombre, aunque él ya sabía que eran policías. Sin embargo, ella quería pronunciar esas palabras.

—Soy la detective Wagner. Ella es la detective Mitchell.

—Por favor —dijo el hombre señalando una mesa—. Siéntense.

El hombre esperó educadamente a que lo hicieran, y luego ocupó el banco de enfrente. Amanda, una vez más, no pudo evitar hacer comparaciones. Aquel tipo era tan ancho como ellas dos juntas. Tan solo el tamaño de sus manos, que tenía entrelazadas sobre la mesa, daba miedo. No le costaría mucho envolverles las manos con ellas.

Evelyn sacó la libreta.

—¿Cómo se llama, señor?

—James Ulster.

—¿Conoce a Trey Callahan?

Soltó un suspiro. Su voz era tan roca que parecía un gruñido.

—¿Es sobre el dinero que robó?

—¿Le ha robado dinero? —preguntó Amanda, aunque resultaba evidente que lo había hecho.

—El padre Bailey se ocupa más de las relaciones públicas que yo —explicó Ulster—. Uno de los donantes observó en la junta que faltaban algunos fondos. Le pedimos a Trey que se presentara esta mañana a primera hora, pero, por lo que se ve, tenía otros planes.

Amanda recordó la llamada que había recibido Callahan el día anterior, cuando ellas estaban en su oficina. Dijo que un donante estaba al teléfono.

—¿Están seguros de que fue Trey quien se llevó el dinero?

—Sí.

Ulster puso las manos a ambos lados del banco. Tenía la espalda encorvada, probablemente un gesto habitual en él. Un hombre así de grande estaría acostumbrado a ver que la gente se intimidaba ante su presencia. No obstante, teniendo en cuenta que dirigía un comedor social para los más necesitados de Atlanta, su tamaño era más bien una ventaja.

—¿Tiene alguna idea de dónde puede haber ido Callahan? —preguntó Amanda.

Ulster negó con la cabeza.

—Creo que tiene una novia.

Tenían que ir después a Georgia Baptist, aunque Amanda estaba convencida de que no serviría de mucho.

—¿Es usted amigo del señor Callahan?

—¿Él le ha dicho eso?

Amanda mintió.

—Sí. ¿No es cierto?

—Hablábamos de teología y de otras muchas cosas.

—¿De Shakespeare?

Lo dijo al azar, pero funcionó.

—A veces —admitió Ulster—. Muchos autores del siglo XVII escribían en una lengua codificada. En esa época, los subversivos no estaban muy bien vistos.

—¿Como en

Hamlet? —preguntó Evelyn.

—No es el mejor ejemplo, pero sí.

—¿Y Ofelia?

Ulster respondió con un tono tajante.

—Ella era una mentirosa y una prostituta.

Amanda notó que Evelyn se ponía rígida.

—Parece usted muy seguro de eso —dijo.

—Lo siento, pero me aburre ese tema. Trey estaba obsesionado con esa historia. No se podía mantener una conversación con él sin que te soltara una cita oscura.

Parecía decir la verdad.

—¿Sabe por qué?

—Bueno, todo el mundo sabía que estaba especialmente interesado en las mujeres perdidas, en la redención y la salvación. Estoy seguro de que les dio una de sus charlas sobre cómo se podían salvar esas chicas. Era bastante rígido al respecto, y se lo tomaba personalmente si ellas fracasaban. —Ulster movió la cabeza—. Y, por supuesto, fracasaban. Lo hacen siempre, porque forma parte de su naturaleza.

—¿Lo vio alguna vez comportarse de forma inapropiada con las chicas? —preguntó Evelyn.

—Yo no iba con mucha frecuencia a la Mission. Mi trabajo está aquí, pero no me extrañaría que se hubiera aprovechado. Robó dinero de una organización caritativa. ¿Por qué no iba a explotar a las prostitutas?

—¿Lo vio alguna vez enfadado?

—No con mis propios ojos, pero me han dicho que tiene un carácter muy fuerte. Algunas chicas comentaron que a veces se ponía violento.

Amanda miró la libreta de Evelyn. No estaba anotando nada de lo que decía Ulster. Puede que pensara lo mismo que Amanda. Trey Callahan probablemente se pasaba el día colgado, y resultaba difícil imaginar que se dejase llevar por la cólera. Y, por supuesto, tampoco lo habían tomado por un ladrón.

—Trey Callahan estaba escribiendo un libro —dijo Evelyn.

—Sí —respondió Ulster alargando la consonante—. Su obra. Pero no era muy buena.

—¿La ha leído?

—Unas cuantas páginas. A Callahan se le daba mejor el trabajo que desempeñaba que el que deseaba. —Esbozó una sonrisa—. Muchas personas encontrarían la paz si aceptasen los planes que Dios les ha encomendado.

Amanda tuvo la impresión de que les estaba lanzando una indirecta.

Evelyn debió de pensar lo mismo, pues empleó un tono cortante cuando le preguntó:

—¿Qué trabajo realizan ustedes aquí exactamente?

—Está claro: dar de comer a la gente. Servimos el desayuno a las seis de la mañana. La hora de comer empieza al mediodía, aunque verá que las mesas comienzan a llenarse mucho antes.

—¿Esas son las únicas comidas?

—No, también damos de cenar. Se empieza a las cinco y termina a las siete.

—¿Y luego toda la gente se marcha?

—La mayoría. Hay gente que se queda a pasar la noche. Hay veinte camas en la planta de arriba. Y una ducha, aunque no siempre hay agua caliente. Y solo aceptamos mujeres, por supuesto. —Hizo ademán de levantarse—. ¿Quieren que se lo muestre?

—No hace falta —respondió Amanda, que no quería quedarse atrapada en la planta de arriba con ese hombre—. ¿Usted se queda aquí por la noche?

—No. La parroquia del padre Bailey está al bajar la calle. Viene todas las noches a eso de las once para encerrarlas; luego las deja salir, a las seis de la mañana.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí? —preguntó Amanda.

—En otoño hará dos años —respondió tras pensárselo un momento.

—¿A qué se dedicaba antes?

—Era capataz en la línea de ferrocarril.

Evelyn señaló el edificio.

—Disculpe que se lo diga, pero no creo que aquí reciba el mismo sueldo.

—No, por supuesto, y lo poco que cobro intento devolverlo.

—¿No recibe ningún salario por trabajar trece horas al día en este sitio? —preguntó Evelyn.

—Como le he dicho, me quedo con lo que necesito. Pero son dieciséis horas al día, siete días a la semana. —Se encogió de hombros—. ¿Para qué necesito riquezas terrenales si mi recompensa está en el Cielo?

Evelyn se agitó en el banco. Parecía tan incómoda como Amanda.

—¿Alguna vez conoció a una prostituta llamada Kitty Treadwell?

—No. —Se las quedó mirando sin comprender—. No que yo recuerde, pero por aquí vienen muchas prostitutas.

Amanda abrió el bolso y buscó el carné. Le mostró la fotografía de Kitty.

Ulster alargó la mano para cogerlo, pero tuvo mucho cuidado de no tocarle la mano. Estudió la fotografía y luego leyó el nombre y la dirección. Movía los labios, como si estuviera pronunciando las palabras. Finalmente, dijo:

—Tiene mucho mejor aspecto en esta foto. Supongo que se la tomaron antes de que cayera en la maldita droga.

—Entonces, ¿conoció a Kitty? —preguntó Evelyn.

—Sí.

—¿Cuándo la vio por última vez?

—Hace un mes. Puede que algo más.

Aquello no tenía sentido. Amanda sacó el carné de Lucy Bennett y luego el de Mary Halston.

—¿Conoce a estas chicas?

Se inclinó sobre la mesa y examinó las fotografías una a una. Se tomó su tiempo. Una vez más, sus labios se movieron mientras leía sus nombres. Amanda oía su respiración, el modo uniforme de inhalar y exhalar. Podía verle la coronilla. Su pelo castaño claro estaba cubierto de caspa.

—Sí —dijo levantando la cabeza—. Esta chica estuvo aquí algunas veces, aunque prefería la Mission. Puedo imaginarlo porque se traía algo con Trey. —Señalaba a Mary Halston, la víctima de asesinato de la noche anterior. Luego señaló a Lucy—. Sobre esta chica no estoy muy seguro. Se parecen mucho, y las dos son drogadictas. Es el azote de nuestra generación.

—¿Reconoce a Lucy Bennett y a Mary Halston como las chicas que venían al comedor social? —le preguntó Evelyn para asegurarse.

—Creo que sí.

Tomó nota.

—¿Y Mary como la favorita de Trey Callahan?

—Así es.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Lucy o Mary?

—Hace unas semanas. Quizás haga un mes. —Una vez más, examinó las fotografías—. Las dos tienen un aspecto mucho más saludable en estas fotos. —Levantó la cabeza. Miró a Evelyn y luego a Amanda—. Ustedes son agentes de policía, y estarán más acostumbradas a ver los estragos que causan las drogas. Pobres chicas. —Movió la cabeza con tristeza—. Las drogas son un veneno, y no sé por qué el Señor las ha puesto en nuestro camino, pero hay cierto tipo de personas que sucumben a esa tentación. Tiemblan ante las drogas cuando deberían hacerlo ante el Señor.

Su voz retumbaba en aquella sala abierta. Amanda lo podía imaginar hablando desde un púlpito. O en las calles.

—Hay un proxeneta al que apodan Juice.

—Sí, conozco a ese pecador.

—Dice que usted sermonea a las chicas cuando están trabajando. ¿Es cierto?

—Yo hago el trabajo que el Señor me ha encomendado, no me importa lo peligroso que sea.

Amanda no podía imaginar que sintiera mucho miedo. A ninguna persona en su sano juicio le gustaría encontrarse con un hombre tan grande como James Ulster en un callejón oscuro.

—¿Ha estado alguna vez en Techwood Homes?

—Muchas veces. Les llevo sopa a los enfermos. Voy a Techwood Homes los lunes y viernes. Y a Grady Homes, los martes y jueves. Hay otro comedor que reparte en Perry Homes, Washington Heights…

—Gracias —interrumpió Evelyn—, pero solo nos interesa Techwood.

—Me han dicho que han ocurrido cosas horribles allí. —Juntó las manos—. Se te encoge el alma al ver cómo viven esas personas. Pero supongo que todos nos liberamos de nuestros problemas al morir.

Amanda notó que el corazón le daba un vuelco.

—Trey Callahan utilizó esa misma frase. Es de Shakespeare.

—¿De verdad? Quizá se me haya pegado su manera de hablar. Como les he dicho, estaba obsesionado con ese tema.

—¿Recuerda a una prostituta llamada Jane Delray?

—No. ¿Está en peligro?

—¿Y a Hank Bennett? ¿Le conoce? —Evelyn esperó, pero Ulster negó con la cabeza—. Tiene el pelo de su mismo color. Un metro ochenta de altura. Muy elegantemente vestido.

—No, hermana, lo siento.

La radio que tenía Evelyn en el bolso emitió un ruido. Se oyó una llamada amortiguada, seguida de varios clics. Metió la mano en el bolso para bajar el volumen, pero se detuvo al oír su nombre.

—¿Mitchell?

Amanda reconoció la voz de Butch Bonnie.

—Disculpe —dijo Evelyn, sacando la radio—. Mitchell, diez-cuatro.

—Veinte-cinco. Dígame dónde se encuentra. Ahora —ordenó Butch.

Se oyeron más clics en la radio; una respuesta colectiva de mofa. Butch les estaba diciendo a ambas que se reunieran con él fuera.

Evelyn se dirigió a Ulster.

—Gracias por hablar con nosotras. Espero que no le moleste si le llamamos para hacerle algunas preguntas más.

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