Criminal

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Capítulo veintidós

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—Por supuesto que no. ¿Quieren que les dé mi número de teléfono?

El bolígrafo de Evelyn casi desaparece en la mano izquierda de Ulster. Lo aferró con su puño; no lo colocó entre el pulgar y el índice mientras escribía los siete dígitos. Encima de ellos, anotó su nombre. Tenía la escritura de un niño. Al escribir la última letra, rasgó el papel.

—Gracias —dijo Evelyn.

Parecía bastante reacia a coger de nuevo el bolígrafo. Le puso el capuchón y cerró la libreta. Ulster se levantó después de ellas. Les tendió la mano a las dos. Todos las tenían sudadas por el calor, pero la piel de Ulster estaba especialmente pegajosa. Él estrechó sus manos con delicadeza, pero solo sirvió para que Amanda recordase que podría romperle todos los huesos si se le antojaba.

Evelyn respiraba superficialmente cuando se dirigieron hacia la puerta.

—Dios santo —suspiró.

Por muy aliviadas que se sintieran al dejar a Ulster, al ver a Butch Bonnie sintieron deseos de volver a entrar. Estaba lívido.

—¿Qué coño hacéis aquí?

Cogió a Evelyn por el brazo y la arrastró por la escalera.

—No se te ocurra… —soltó Amanda.

—¡Tu cierra el pico! —La empujó contra la pared. Levantó el puño, pero no la golpeó—. ¿Cuántas veces tengo que decíroslo? —Retrocedió. Sus pies rasparon en la acera—. Maldita sea.

Amanda se llevó la mano sobre el pecho. Notó que el corazón le latía con fuerza. Vio que Evelyn se había caído y corrió a ayudarla.

—No —dijo Evelyn levantándose por sí misma.

Le golpeó a Butch en el pecho con ambas manos.

—¿Qué coño…? —exclamó él tambaleándose hacia atrás.

Evelyn volvió a golpearle, una y otra vez, hasta que lo tuvo arrinconado contra la pared.

—Si vuelves a tocarme, te pegó un tiro en la cabeza. ¿Me has oído?

Butch se quedó estupefacto.

—¿Qué narices te pasa?

Evelyn andaba de un lado para otro. Parecía un animal enjaulado.

—Estoy harta de ti, capullo.

—¿De mí? —Butch sacó sus cigarrillos—. ¿Y vosotras qué? ¿Cuántas veces hay que deciros que no os metáis en este asunto? —Metió el dedo en el paquete—. He intentado ser amable, advertiros de la mejor forma. Pero luego me entero de que estáis buscando a mi confidente y causando problemas. Así que se han acabado las amabilidades. ¿Qué se supone que debo hacer?

—¿Quién es tu confidente?

—Eso no es asunto vuestro.

Evelyn le tiró los cigarrillos de un manotazo. Estaba tan fuera de sí que le costaba hablar.

—Tú sabes que la mujer muerta es Jane Delray.

Apartó la mirada.

—Yo no sé nada de nada.

—¿Quién te ordenó que dijeras que era Lucy Bennett?

—A mí nadie me dice lo que tengo que hacer.

Evelyn no estaba dispuesta a rendirse.

—Juice no mató a Lucy Bennett.

—Más te valdría tener cuidado con proteger a un negro que está en la cárcel. —La miró con condescendencia mientras recogía el paquete de Marlboro—. Dios santo, Eve, ¿por qué no dejas de acosarme como si fueras un toro? —Miró a Amanda en busca de ayuda—. Vamos, Wag. Trata de que esta Annie Oakley recupere el sentido.

Amanda tenía un sabor amargo en la garganta. Soltó lo más horrible que se le pasó por la cabeza en ese momento.

—Que te jodan, mamón.

Butch soltó una sonora carcajada.

—¿Cómo dices? ¿Que me jodan? —Rebuscó en su bolsillo para coger el mechero—. ¿Sabes a quién van a joder? —Encendió el cigarrillo—. A ti —dijo señalando a Amanda—, por ir a la cárcel ayer, y a ti —señaló a Evelyn—, por meterla en todo esto.

—¿Por meterme en qué? —preguntó Amanda—. Ella no es mi madre.

Butch soltó una bocanada de humo.

—Mañana os trasladarán a las dos. Espero que tengáis vuestros guantes blancos porque os veo de agentes de tráfico, regulando la circulación.

—Y yo espero que a ti te pongan un pleito por discriminación sexual —replicó Evelyn—. A ti y a Landry.

Soltó el humo por la nariz.

—Estúpidas zorras, habéis tratado de joderme todo el tiempo, pero ¿sabéis una cosa? Conmigo no se acaba tan fácilmente. Espero que lo paséis bien dirigiendo el tráfico.

Hizo un gesto de despedida mientras se marchaba.

Evelyn se quedó observándole, mientras apretaba y aflojaba los puños. Por un instante, Amanda pensó que saldría detrás de él y saltaría sobre su espalda, pero no sabía lo que ocurriría si se dejaba llevar. Sus uñas no eran muy largas, pero sí fuertes. Trataría de arrancarle los ojos. Y, si no podía, le mordería cualquier cosa que le cupiera en la boca.

—Estoy harta de esto —dijo Evelyn empezando a deambular de un lado para otro—. Estoy harta de aguantar la mierda de esta gente, de que me mientan. —Le dio una patada al neumático del Plymouth—. Estoy harta de no tener un coche, de que la gente crea que soy una especie de secretaria. —Agarró el bolso—. ¿Por qué no le he pegado un tiro? Dios, cómo me gustaría pegárselo.

—Podemos pegárselo ahora. —Amanda nunca había estado tan dispuesta en su vida a hacer algo—. Vamos a buscarle y se lo pegamos ahora mismo.

Evelyn se colgó el bolso en el hombro y se cruzó de brazos.

—No pienso ir a la cárcel por ese… —Se detuvo—. ¿Cómo lo llamaste? ¿Mamón? —Soltó una risa de sorpresa—. No sabía ni que conocieras esa palabra.

Amanda se dio cuenta de que ella también tenía los puños cerrados. Estiró los dedos uno a uno.

—Supongo que una aprende esas cosas cuando se junta con putas y chulos.

—Agentes de tráfico —dijo Evelyn, enfadada—. Es verano. Tendremos que soportar a todos esos niños estúpidos que no estudiaron durante el resto del curso.

Amanda abrió la puerta del coche.

—Vamos a Georgia Baptist para ver si podemos encontrar a la novia de Trey Callahan.

—¿Estás de broma? Ya has visto lo que ha dicho Butch.

—Eso será mañana. Ahora preocupémonos de hoy.

Evelyn dio la vuelta al coche.

—¿Y después qué, Scarlett O’Hara?

—Luego iremos a Techwood para ver si la señorita Lula ha encontrado a alguien que recordase haber visto a Hank Bennett. —Amanda giró la llave del contacto—. Y luego le preguntaremos si alguna vez ha visto a un gigante repartiendo sopa a los enfermos.

Evelyn puso el bolso sobre su regazo.

—Ulster admitió que venía con frecuencia a Techwood Homes. Los lunes y los viernes. Los mismos días en que encontraron a nuestras víctimas.

—Nos mintió. —Amanda salió a la calle—. Cómo iba a leer la obra de Trey Callahan si apenas podía leer los nombres de los carnés.

—¿Tú también te diste cuenta? —preguntó Evelyn—. No parecía analfabeto.

—Puede que no sepa leer bien.

—Butch dijo que estábamos tratando con su confidente. ¿Quién crees que es? ¿Ulster? ¿El padre Bailey? Me pregunto dónde se metió esa comadreja. Cerrando a las chicas por la noche. Es una fábrica de costura.

—Ulster parecía muy dispuesto a poner a Trey Callahan en el centro de la diana. La frase de Ofelia. Sus comentarios sobre su carácter.

—Veo que también te diste cuenta. —Evelyn apoyó el codo en la puerta—. Sé que por aquí todos somos cristianos, pero no me gusta la forma en que lo usa Ulster. Se cree mejor que nadie. ¿Te has fijado?

Amanda solo sabía una cosa.

—Creo que James Ulster es el tipo más aterrador que he conocido en mi vida. Hay algo siniestro en él.

—Exacto —dijo Evelyn—. ¿Viste lo grandes que eran sus manos?

Amanda sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—Un alto cargo está trabajando en nuestra contra —dijo Evelyn.

—Lo sé —masculló Amanda.

—Butch tiene contactos, pero no los suficientes como para hacer que nos trasladen. Tiene que ser alguien que supiera que ayer estuviste hablando con Juice en la cárcel. Y que sabía que hoy íbamos a hablar con Ulster. Y con el padre Bailey y Trey Callahan. Puede que yo removiera algún asunto mientras comprobaba los expedientes de negros desaparecidos. —Se mordió el labio—. Hemos hecho algo que ha cabreado a alguien lo bastante para quitarnos de la calle y ponernos a dirigir el tráfico.

—Lo sé —repitió Amanda.

Esperó a que Evelyn continuase, pero probablemente había llegado a la misma conclusión que ella. Duke Wagner no había recuperado su cargo de forma oficial, pero ya estaba tirando de los hilos.

Amanda miró su reloj. Eran las ocho y cuarto de la noche. Al oscurecer no disminuía el calor del verano. Todo lo contrario, le daba a la humedad una razón para levantarse y hacerlo aún más sofocante. Amanda sintió como si su sudor estuviese sudando. Los mosquitos revoloteaban por su cabeza mientras permanecía al lado de la cabina que había en la esquina de Juniper y Pine. Dejó la puerta abierta para que la luz no se encendiera. La moneda parecía escurrirse entre sus dedos. La metió en la ranura y, lentamente, marcó el número de su padre.

Había salido de la casa de Duke hacía quince minutos. Le había preparado la cena. Había escuchado a medias cómo le repetía las noticias del día y le hablaba de los últimos pormenores sobre su caso. Era cuestión de tiempo que recuperase su puesto, y que ella tuviera que hacer lo que él le pidiese. Amanda se había limitado a asentir mientras le observaba comer, y había lavado los platos. Sintió una inmensa tristeza. Cada vez que abría la boca para decir algo, la cerraba para no echarse a llorar.

Duke respondió al primer timbre. Tenía la voz ronca, probablemente de haber fumado muchos cigarrillos después de cenar.

—¿Dígame?

—Soy yo, papá.

—¿Estás en casa?

—No.

Duke esperó, y luego preguntó.

—¿Se te ha averiado el coche?

—No, señor.

Oyó cómo chirriaba su mecedora.

—¿Qué sucede? Sé que te pasa algo. Has estado enfurruñada toda la noche.

Amanda vio su reflejo en el cromo de la cabina. Tenía veinticinco años. Había tocado un cadáver el pasado fin de semana. Había despreciado a un proxeneta el día anterior. La última noche había ayudado a examinar el cadáver de una chica. Se había enfrentado a Butch Bonnie en la calle. Debería poder tener una conversación sincera con su padre.

—¿Por qué has hecho que me trasladen a un servicio de tráfico?

—¿Cómo dices? —Parecía sorprendido—. Yo no te he trasladado. ¿Quién demonios lo ha hecho? —Oyó el ruido de papeles y el clic de un bolígrafo—. Dame el nombre de ese gilipollas. Ya le diré yo a quién debe trasladar.

—¿No has sido tú?

—¿Por qué iba a trasladarte cuando voy a estar con mi antigua brigada dentro de menos de un mes?

Tenía razón. Además, si Duke estaba descontento con alguien, normalmente se lo decía a la cara.

—Mañana estaré haciendo un servicio de tráfico. —Había telefoneado para verificar si era cierto—. Junto con Evelyn Mitchell.

—¿Mitchell? —preguntó cambiando de tono—. ¿Qué haces tú con esa zorra? Te dije que te apartases de ella.

—Lo sé, pero estamos trabajando juntas en un caso.

Duke gruñó.

—¿Qué tipo de caso?

—Han asesinado a dos chicas. Chicas blancas. Vivían en Techwood Homes.

—¿Prostitutas?

—Sí.

Duke guardó silencio. Estaba pensando.

—¿Tiene algo que ver con ese negro que ha asesinado a esa chica blanca?

—Sí, señor.

Oyó el chasquido de su mechero, y luego cómo soltaba el humo.

—¿Por eso fuiste a la cárcel ayer por la mañana?

Se le hizo un nudo en la garganta. Vio que su vida desaparecía antes sus ojos: su apartamento, su trabajo, su libertad.

—Me he enterado de que pusiste a raya a ese negro. Que estuviste sola con él en una habitación.

Amanda no respondió. Oír a Duke decir esas palabras hizo que se diera cuenta de lo loca y estúpida que había sido. Tenía suerte de haber salido sana y salva de una situación como esa.

—¿Tuviste miedo? —preguntó Duke.

Sabía que se daría cuenta si le mentía.

—Estaba aterrorizada.

—Pero no se lo dejaste ver.

—No, señor.

Oyó que le daba una larga calada al cigarrillo.

—¿Piensas quedarte hasta muy tarde esta noche?

—Yo… —Amanda no sabía qué decir. Miró hacia la calle. Una luna casi llena dominaba el cielo. La cruz negra de madera proyectaba una sombra en la acera, justo delante del comedor social—. Tenemos a un posible sospechoso.

—¿Tenéis?

Amanda no respondió.

—¿Hay pruebas?

—Nada —admitió. Buscó una mejor explicación, pero solo se le ocurrió una—: Es solo intuición femenina.

—No lo llames así —ordenó Duke—. Llámalo presentimiento. Es algo que se siente en las entrañas, no entre las piernas.

—De acuerdo. —Fue lo único que se le ocurrió responder.

Duke tosió varias veces.

—Estáis investigando el caso de Rick Landry, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Ese idiota no sería capaz ni de encontrar su propio culo. —Su risa se transformó en una tos seca—. Si te quedas hasta muy tarde, vete luego a dormir. Yo me prepararé el desayuno.

El teléfono emitió un ruido seco. Amanda se quedó mirando el auricular, como si el micrófono pudiera explicarle lo que acababa de suceder. No levantó la cabeza hasta que un par de luces llamaron su atención.

La camioneta de Evelyn olía a caramelo y vino barato. Sonrió mientras Amanda ocupaba el asiento del pasajero.

—¿Te encuentras bien?

—Desconcertada.

Le contó a Evelyn la conversación telefónica que había mantenido con su padre.

—Bueno —respondió Evelyn con tono circunspecto—, ¿crees que está diciendo la verdad?

—Sí.

Duke podía ser muchas cosas, pero no era un mentiroso.

—Entonces debe de estar diciéndola.

Amanda sabía que Evelyn jamás confiaría en Duke. Y lo entendía. En su opinión, estaba cortado por el mismo patrón que Rick Landry y Butch Bonnie. Y puede que fuese cierto, pero era su padre.

Evelyn miró en dirección al comedor social.

—¿Aún está Ulster dentro?

—Está limpiando. —Amanda había pasado por allí antes y había visto a James Ulster levantando una enorme sopera de la mesa. Estaba de espaldas a ella, pero, aun así, aligeró el paso—. Hay una furgoneta verde detrás del edificio. He pedido que identificasen la matrícula y está registrada a nombre de la iglesia. Había algunos objetos religiosos en el asiento delantero y una Biblia en el salpicadero. Tiene cacharros de madera en la parte de atrás y un montón de cuerdas. Imagino que las utiliza para que no se derrame la sopa.

—Llevándole sopa a los necesitados. A mí me parece un asesino en serie.

—¿Cómo no? Tú solo piensas en eso.

Evelyn no estaba para bromas.

—Mientras conducía hacia aquí, una parte de mí tenía la sensación de que estaba yendo a mi propio funeral. —Cruzó los brazos a la altura de la cintura—. Nuestro último día de trabajo, o al menos de nuestro verdadero trabajo, del que queremos hacer. No creo que pueda ponerme mi uniforme de guardia de tráfico nunca más. Pensé que eso era cosa del pasado.

Amanda no quería hablar de eso.

—¿Has llamado a Georgia Baptist?

—La novia de Callahan se llama Eileen Sapperson. No se presentó al trabajo esta mañana. No saben su número de teléfono ni su dirección. Otra desaparición mágica de Doug Henning.

—Otro punto muerto —recalcó Amanda.

La señorita Lula tampoco había encontrado a ninguna persona que recordase haber visto a alguien con la descripción de Hank Bennett. Además, aunque muchos conocían al descomunal señor Ulster, jamás le habían visto causar el más mínimo problema. Era difícil tener enemigos si les llevas un plato de comida caliente.

—James Ulster va a Techwood los lunes y los viernes, justo los días en que se encontraron a las víctimas —dijo Evelyn.

—Va tantas veces que nadie lo nota —añadió Amanda—. Al menos conocía a Kitty, y conocía a Mary Halston lo bastante bien como para decir que Trey estaba encaprichado con ella. Probablemente, también conocía a Lucy Bennett.

—Es el único que dice haberlas visto con vida hace poco. Jane Delray, Hank Bennett, Trey Callahan y Juice afirmaron que habían desaparecido el año pasado.

—Puede que Ulster sea el confidente de Butch. Podría haber dicho que Lucy Bennett estaba muerta para que su hermano dejase de buscarla.

—¿Crees que la estaba buscando de verdad? Dejó de hacerlo cuando encontró a Kitty. Y nada de eso explica por qué Hodge nos envió allí. Ni quién nos ha trasladado, si no ha sido tu padre.

Amanda no podía soportar la idea de repasarlo todo de nuevo. No importaba las veces que hablasen de eso, nunca resolverían aquel rompecabezas. Evelyn tenía a su familia, y ella tenía que hacer sus trabajos de la facultad. Además, jamás les habían asignado ese caso. Por lo demás, no tendrían más autoridad que pegarles gritos a unos cuantos adolescentes en edad escolar.

—Me pregunto —dijo Evelyn— qué pasaría si presento una denuncia por discriminación sexual. —Puso las manos sobre el volante—. ¿Qué harían? La ley está de mi lado. Butch tiene razón. No vale la pena amenazar si no vamos a seguir adelante. Es una pérdida de tiempo.

—Nunca te ascenderán. Te trasladarán al aeropuerto, lo que es más humillante que hacer un servicio de tráfico. Pero yo testificaré en tu favor. Vi lo que te hicieron Rick y Butch, y no tienen derecho a hacer tal cosa.

—Mandy, qué buena amiga eres. —Alargó el brazo y le cogió la mano—. Haces que este estúpido trabajo sea más llevadero.

Amanda miró sus manos. Las de Evelyn eran mucho más elegantes que las suyas.

—Nunca antes me habías llamado Mandy.

—En realidad, no te pareces a alguien que se llame Mandy.

No se sentía así, en efecto. ¿Iría una Mandy a prisión para poner nervioso a un proxeneta? ¿Se enfrentaría una Mandy a los más chulos y los llamaría de todo?

—¿Sabes una cosa? Cuando Hodge nos envió por primera vez a ese sitio, te temía.

Amanda no tuvo que preguntarle los motivos. Si había aprendido algo esa semana, es que el nombre de Wagner no jugaba a su favor.

—Pero eres fantástica. Si hay algo bueno que he sacado de todo esto, es nuestra amistad.

Amanda llevaba toda la noche evitando llorar, así que se limitó a asentir.

Evelyn le apretó la mano.

—Yo no tengo muchas amigas. Amigas de verdad.

—Cuesta trabajo creerlo.

—Solía tenerlas. —Se pasó los dedos por el pelo—. Bill y yo íbamos a muchas fiestas los fines de semana. Dos o tres. A veces incluso cuatro. —Soltó un prolongado suspiro—. Todo el mundo pensó que era muy divertido que ingresase en el cuerpo, pero, cuando vieron que no estaba dispuesta a darme por vencida, nos dejaron de hablar. No quería dedicarme a intercambiar recetas ni a organizar ventas de tartas. No podían entender que quisiera realizar el trabajo de un hombre. Deberías oír hablar a mi suegra sobre el tema. —Se rio con arrepentimiento—. Este trabajo te cambia. Cambia tu forma de pensar, el modo de ver el mundo. No me importa lo que digan. Nosotras somos policías, y vivimos y sentimos este trabajo tan intensamente como ellos.

—No creo que veas a Butch y a Landry en la calle a estas horas.

—No, probablemente estarán en su casa con su familia.

Amanda lo puso en duda.

—Yo más bien diría con sus queridas.

—Mira, ahí está.

Vieron a Ulster cerrando la puerta principal del edificio. La oscuridad no le favorecía. Era un hombre enorme. Amanda no podía imaginar a nadie resistiéndose a semejante fuerza.

Miró hacia la calle. Amanda y Evelyn se agacharon, pero él no pareció ver la camioneta roja. Si lo hizo, no le prestó demasiada atención. Hasta cierto punto, el coche, con los juguetes del niño en el asiento trasero y las ceras aplastadas en la alfombrilla, era el escondite perfecto.

Amanda contuvo el aliento mientras esperaba que volviera a aparecer. Parecieron horas, pero solo transcurrieron unos minutos cuando Evelyn dijo:

—Aquí viene.

La furgoneta verde giró en Juniper. Siguieron agachadas mientras pasaba por su lado. Evelyn giró la llave de contacto. El motor petardeó, y luego arrancó. Le dio a la manecilla para asegurarse de que las luces frontales estaban apagadas, luego sacó el morro a la calle y, lentamente, se colocó en el carril contrario.

—Vas mejorando —dijo Amanda.

—Gracias —masculló Evelyn.

En la calle Juniper no había farolas, pero bastaba con la luz de la luna; cuando no podía ver, lograba descifrar el camino.

Ulster giró a la izquierda en Piedmont Avenue, y luego se dirigió hacia Bedford Pine. El hedor de Buttermilk Bottom invadió el coche, pero, aun así, dejaron las ventanillas abiertas.

—¿Adónde va? —preguntó Evelyn.

Amanda negó con la cabeza. No tenía la menor idea.

La furgoneta frenó en el último minuto y giró bruscamente en Ralph McGill.

—Corta por Courtland —dijo Amanda.

Evelyn tuvo que dar marcha atrás para girar.

—¿Crees que nos ha visto?

—No lo sé. —Aún llevaban las luces apagadas; el interior del coche estaba a oscuras—. Puede que solo esté tomando precauciones.

—¿Por qué iba a tomarlas? —preguntó Evelyn conteniendo la respiración. La furgoneta verde estaba delante de ellas—. Ahí está.

Siguieron al vehículo por Courtland. Era una carretera completamente recta, por lo que Evelyn se mantuvo a unos cien metros. Cuando la furgoneta torció en Pine, las luces del Crawford Long Hospital iluminaron el interior. Vieron el inconfundible cuerpo de Ulster. Evelyn redujo la velocidad, mirando hacia la calle antes de girar para seguirle. Las luces de la autopista dificultaban el seguimiento. Ulster giró en Spring Street.

—Evelyn —dijo Amanda.

—Ya lo he visto.

Lo siguieron por North Avenue, dejaron atrás el Varsity y pasaron por encima de la autopista. Se dirigía a Techwood.

—Coge mi radio —dijo Evelyn.

Amanda encontró el bolso de Evelyn en el asiento trasero. Notó el frío metal del revólver. Se lo dio a Evelyn, quien condujo con una mano mientras se colocaba el arma debajo de la pierna.

Amanda encendió la radio.

—¿Central?

No hubo respuesta.

—Central, es la unidad dieciséis. ¿Me oyen?

La radio hizo clic.

—Unidad veintitrés a unidad dieciséis —dijo una voz de hombre—. ¿Necesitáis ayuda?

Amanda sostenía la radio en la mano. Había llamado a comisaría, no a un cateto que estaba de patrulla.

—¿Me oye, dieciséis? —preguntó el hombre—. ¿Cuál es su localización?

Amanda habló con los dientes apretados.

—Techwood Homes.

—Repita, por favor.

Amanda separó las sílabas.

—Tech. Wood. Homes.

—De acuerdo. Perry Homes.

—Dios santo —exclamó Evelyn—. Cree que es una broma.

Amanda aferró la radio con todas sus fuerzas, deseando estampársela en la cabeza a aquel hombre. Puso el dedo en el botón, pero no lo pulsó.

—Amanda —masculló Evelyn en tono de advertencia.

La furgoneta verde no redujo para girar en Techwood Drive, sino que siguió recto, adentrándose en el interior del gueto.

—Esto no me gusta —dijo Evelyn—. No hay razón para que venga hasta aquí.

Amanda no se molestó en mostrar su acuerdo. Estaban en una parte de la ciudad en la que nadie, ya fuese blanco, negro, policía o delincuente, se atrevía a entrar de noche.

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