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IV - Bajada a los Infiernos, Resurrección, Ascensión » 5. Resurrección de los muertos: ¿ajena al judaísmo?

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5. Resurrección de los muertos: ¿ajena al judaísmo?

Una primera respuesta: la fe en una vida después de la muerte existió en Israel desde tiempos remotos. Pero durante siglos se pensó que esa vida era una existencia de sombras, sin alegría, en un «mundo subterráneo» (sheol). En la historia judía, aparece relativamente tarde la fe en una nueva vida después de la muerte: Dios resucita a los muertos a nueva vida. El testimonio más antiguo, es más, el único testimonio incontrovertido de la Biblia hebrea sobre esa resurrección a una vida nueva y eterna, se halla en el libro de Daniel, del siglo II (hacia el 165/164 a. C.), o sea, en un libro de la literatura apocalíptica judía. Hay otros testimonios en el Antiguo Testamento griego, sobre todo en el segundo libro de los Macabeos, y en la literatura apocalíptica posterior al libro de Daniel. Esa resurrección no es nunca —como por ejemplo en el mundo griego— una mera inmortalidad del «alma» humana, sino, conforme a la concepción judía del hombre como unidad psicosomática, una nueva vida en Dios de la totalidad de la persona.

¿Así que hay que aceptar una divergencia a este respecto entre judaísmo y cristianismo? No, en modo alguno, aunque haya que admitir que en el judaísmo la historia de la fe en la resurrección tenga sus altibajos. «La fe en la resurrección de los muertos es un dogma explícito del judaísmo clásico, confirmado y desarrollado por Moses Maimónides, tratado por Hasdai Crescas como “verdadera fe” (distinta de un principio fundamental del judaísmo), puesto por Joseph Albo a un nivel más cuestionable de la deducción y casi desaparecida en tanto que doctrina central desde que terminaron los discursos medievales»: es lo que constata Arthur A. Cohen, biógrafo de Martin Buber y profesor de la Universidad de Chicago. Y sin embargo: «A pesar de la pérdida de eminencia dogmática, allí donde —entre otros dogmas de fe— fue considerada como un sine qua non de doctrina rabínica escatológica, la resurrección sigue siendo aceptada en la liturgia tradicional. Introducida como segunda bendición del “rezo de los dieciochos ruegos” (el Shemone Essre), repetida durante el Amida (literalmente: “oración fija”), confirma que Dios también es fiel a quienes yacen en el polvo, y que por su misericordia resucita a los muertos, regenera los cuerpos y les ofrece vida eterna[43]».

La «resurrección» por obra de Dios es, por tanto, algo claramente judío. Y judío no es solamente el contenido de la confesión de fe cristiana: «Alabado seas, Yahvé, que das vida a los muertos» (así reza la segunda bendición, y un sentido similar tiene la liturgia del cementerio). Judía es también la forma: «Dios, que le ha resucitado de entre los muertos»; es un texto semejante a las fórmulas de fe de empleo frecuente entre los judíos: «Dios, que hizo el cielo y la tierra», o «Dios, que os sacó de Egipto». Pero ya aquí resulta claro que el sujeto de la resurrección no es Jesús, que ha muerto, sino Dios, que resucita al que ha muerto, y por eso es más inequívoco el empleo transitivo del verbo «resucitar» que el empleo intransitivo, que podría entenderse como una resurrección por propia virtud (La lengua alemana dispone aquí de dos vocablos diferentes: Auferweckung (el hecho de resucitar a otro) y Auferstehung (resurrección por propia virtud) (N. de la T.).

«Sin embargo», se podrá objetar, «¿no separa a judíos y cristianos el hecho de que la fe en el poder resucitador de Dios esté vinculado a la persona de Jesús de Nazaret? A pesar de su muerte defraudante, los cristianos pusieron su esperanza en él; a pesar de su muerte ignominiosa, lo proclamaron Mesías. ¿Cómo se puede explicar eso racionalmente?».

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