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Capítulo 5

UN MUNDO MULTIPOLAR

El regreso de Rusia a la escena internacional a principios de los años 2000 se debió más al crecimiento económico mundial que al ascenso de China. Rusia bombeaba petróleo y gas a los mercados mundiales. Sus bancos y empresas industriales pedían préstamos con entusiasmo en Europa y Estados Unidos. Al igual que China, tenía una enorme reserva de dólares, pero, a diferencia de esta, su interrelación financiera y económica con Estados Unidos era indirecta. Rusia no obtenía sus dólares exportando a Estados Unidos. Vendía el gas y el petróleo a Europa y Asia. Además, mientras el Partido Comunista Chino se acercaba a Occidente con confianza en sí mismo, las heridas de la derrota de la Unión Soviética en la guerra fría aún seguían abiertas. No había buenos recuerdos de la época «Nixon-Kissinger» en el Kremlin. Por tanto, no fue una casualidad que fuera el presidente ruso Vladimir Putin, un agente del KGB durante la guerra fría, quién planteara la pregunta que China y Estados Unidos preferían no formular en voz alta. Putin exigía saber cuáles eran las consecuencias de una economía mundial reequilibrada y reintegrada para el orden geopolítico. Putin no solo planteó la pregunta. Al hacerlo, expuso una clara falta de acuerdo en Occidente (dentro de Europa y entre Europa y Estados Unidos) sobre qué tipo de arquitectura internacional debía enmarcar el desarrollo económico y financiero, no solo en el mundo en general, sino en particular en las mismas puertas de Europa, en Europa del Este, el escaparate de la transición capitalista en el mundo de la posguerra fría.

I

En Europa, a diferencia de en Asia, la victoria de «Occidente» sobre el comunismo fue absoluta. Fue un triunfo del poder tanto blando como duro, del poderío militar, político y económico. Aunque los alemanes quizá atribuían más mérito a Gorbachov y a la diplomacia de la distensión, y los estadounidenses a Reagan y la guerra de las galaxias, la Alianza Atlántica estaba unida en la victoria. Nadie se benefició más del final de la guerra fría que una Alemania recién reunificada y fue la cooperación germano-estadounidense la que aseguró la victoria. En 1990, el presidente francés François Mitterrand impulsó una visión conciliadora que consistía en integrar al antiguo bloque soviético en una política europea común en materia de seguridad que sustituyera tanto a la OTAN como al pacto de Varsovia.1 Pero ni Helmut Kohl ni George Bush quisieron tener nada ver con ello. Occidente había ganado y establecería las condiciones de la reunificación europea.

La caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991 dejaron a Rusia menguada y aislada. Rusia no había sido tan humillada desde los aciagos días de la ruinosa paz de Brest-Litovsk de Lenin en 1918. Con Yeltsin, las relaciones de Moscú con Occidente fueron amistosas. Pero la economía rusa estaba hundida. En palabras de George Soros, Rusia era «una economía centralizada con el centro destruido».2 En la denominada recesión transicional, la inflación se disparó y el PIB real sufrió una caída del 40 % entre 1989 y 1995. El «martes negro», el 11 de octubre de 1994, el rublo perdió más de una cuarta parte de su valor respecto al dólar en una única sesión de frenética compraventa de divisas. La economía rusa no se estabilizó hasta 1995. Una ligera recuperación impulsada por grandes importaciones de capital extranjero permitió a Rusia recuperar el pulso antes de volver a desequilibrarse debido a la crisis financiera asiática de 1997.3 El banco central ruso, en un intento por mantener el tipo de cambio, instituyó controles de cambio y solicitó un préstamo de emergencia del FMI.4 Pero en agosto de 1998, el gobierno de Yeltsin perdió el control. El 17 de agosto, Moscú devaluó la moneda y decretó una moratoria de noventa días en el pago de las deudas externas contraídas por bancos rusos. El rublo cayó en picado, pasando de 7 rublos por dólar a 21. El costo de las importaciones se incrementó. Los rusos que habían pedido préstamos en el extranjero se enfrentaban a la bancarrota. El 19 de agosto, el Gobierno ruso suspendió los pagos de su deuda interna denominada en rublos. En octubre de 1998, con el 40 % de la población viviendo por debajo del nivel mínimo de subsistencia, Moscú se vio obligada a pedir ayuda a la comunidad internacional para pagar las importaciones de alimentos. Cuando la inflación se disparó a una tasa anualizada del 84 %, los rusos perdieron la confianza en su moneda nacional. A comienzos del nuevo milenio, los dólares representaban el 87 % del valor de todo el efectivo en circulación en Rusia. Después de Estados Unidos, Rusia era la mayor economía dolarizada del mundo. Los inversores internacionales en Rusia tenían que pagar los impuestos locales en divisas estadounidenses. Rusia se convirtió en el experimento definitivo de la dolarización, en una antigua superpotencia con armas nucleares con una moneda suministrada desde Washington.5

Con la excepción de la recién independizada Ucrania, Rusia fue el más perjudicado de los países postsoviéticos, aunque los primeros años de la década de los noventa fueron duros en todo el antiguo bloque oriental.6

Fuente: http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/home.htm

Mientras desmantelaban la estructura institucional de planificación, las economías de Europa del Este y la antigua Unión Soviética experimentaron un trauma económico. Por término medio, la producción se redujo en más de un 30 % entre 1989 y 1994. La inflación, el desempleo y la desigualdad social se dispararon cuando los salarios reales se hundieron y los sistemas de protección social del período comunista se desintegraron. En los estados bálticos, el impacto en los sueldos en los años noventa fue asombroso. Los salarios cayeron un 60 % en Estonia y un 70 % en Lituania. Para muchos millones de personas, la mejor opción fue emigrar, de manera ilegal si era necesario.

Este fue el contexto en el que la OTAN y la UE decidieron la ampliación al Este, estabilizando la crisis inmediata, ofreciendo orientación para el futuro y redibujando para siempre el mapa geopolítico.7 La doble ampliación de la UE y OTAN no fue coordinada. Fue impulsada tanto por los propios europeos del Este como por Washington, Berlín y París. Polonia, Hungría, los checos y los eslovacos (el grupo de Visegrado) empezaron a presionar para incorporarse a la OTAN ya en febrero de 1991. La UE presentó un acuerdo de asociación. Sin embargo, la decisión de ampliar la UE no se produjo hasta 1993 y las condiciones solo se especificaron detalladamente en 1997. Mientras algunos observadores externos reclamaban un Plan Marshall para impulsar el desarrollo económico, lo que la UE ofreció a los países aspirantes de Europa del Este fue asistencia técnica y especializada mientras emprendían una transformación total, desde las finanzas públicas hasta las infraestructuras de transportes, los derechos de propiedad y el ordenamiento jurídico. Al centrarse únicamente en la dimensión militar, la OTAN pudo avanzar con más rapidez. Los polacos, los húngaros y los checos fueron admitidos como miembros de pleno derecho ya en 1999. El big bang tuvo lugar en 2004. El 1 de abril de 2004, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Eslovenia y Rumanía se incorporaron a la OTAN. Un mes más tarde, todos ellos excepto Bulgaria y Rumanía, también se integraron en la UE. Se juzgó que los dos rezagados estaban listos para la adhesión a la UE en 2007.

Tuvieron que transcurrir quince años desde el fin de la guerra fría. Hubo dudas en Washington y muchos gobiernos de Europa occidental se mostraron reacios a embarcarse en la ampliación hacia el este. Era probable que los costes fueran enormes y el riesgo de provocar a Rusia era evidente. En 2003, las divisiones sobre la invasión de Irak eran profundas y embarazosas.8 Los europeos del Este que eran candidatos a la adhesión a la OTAN y la UE tuvieron que elegir. Por un lado estaban Berlín y París, contrarias a la guerra. Por otro, Washington, Londres y sus partidarios en Madrid y Roma. Europa del Este optó de manera abrumadora por la guerra y el secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld no dudó en echar sal en las heridas enfrentando a la «nueva Europa» con la «vieja», dejando a Francia y Alemania resentidas y aisladas.9 La visión de 2003 de Habermas y Derrida de una «identidad europea» propia iba dirigida tanto contra los europeos del Este como contra los anglo-estadounidenses. Era el núcleo de Europa occidental lo que contaba. Le correspondió a la Comisión Europea poner al mal tiempo buena cara. Al presidente de la Comisión, Romano Prodi, le gustaba decir que la caída del muro en 1989 y la reunificación de Alemania y de Europa no marcaban el fin de la historia, sino un nuevo comienzo.10 Mientras que la historia de Europa había significado en otro tiempo conflictos y penurias, ahora Europa no tenía nada que temer y el mundo tampoco tenía que temer nada de Europa. La UE había superado tanto la clásica política del poder del siglo XIX como la tregua armada de la guerra fría. Al traer la estabilidad, la prosperidad y el estado de derecho, la UE estaba materializando el sueño kantiano de la paz perpetua.

Prodi hablaba como si la UE fuera a convertirse pronto en un estado completo que combinara tanto el poder blando como el duro. Pero, en realidad, la configuración geopolítica del mundo de la posguerra fría era más insegura y precaria. La UE nunca desarrolló sus propias capacidades de poder duro. La cooperación militar europea no solo era contenciosa y estaba mal vista por Washington, sino que todos los Estados europeos cobraron el dividendo de la paz. En vista de la debilidad de Rusia, ¿qué razón había para no reducir sus importantes instituciones militares de la guerra fría? Esta decisión sentó las bases de la división transatlántica en la política de seguridad de los años 2000. También volvió a los europeos del Este más dependientes de los estadounidenses, cuya preponderancia militar se volvió aún más masiva a medida que avanzaba el nuevo siglo. Al mismo tiempo, tras la primera ronda de ayuda financiera de principios de los años noventa, Estados Unidos solo desempeñó un papel periférico en la configuración de una mayor integración de Europa del Este. En la práctica, fue la UE la que marcó el ritmo a la hora de borrar el legado del experimento soviético.

II

La incorporación de Europa del Este en la UE y la OTAN fue un proceso geopolítico, político y burocrático integrador, pero el primero en tomar la iniciativa no fue la burocracia, sino las empresas de Europa occidental.11 Con unos salarios una cuarta parte más bajos que los habituales en Alemania en los años noventa, el atractivo de la mano de obra muy cualificada de Europa del Este era irresistible. El proceso de integración fue aun más drástico que el que tuvo lugar entre Canadá, Estados Unidos y México en el marco de la NAFTA. Diez años después de la caída del comunismo, en torno a la mitad de la capacidad de fabricación de Europa del Este estaba en manos de multinacionales europeas.12 El 90 % de la producción de vehículos de motor en Europa del Este, que pronto representó el 15 % de la producción europea, era de propiedad extranjera. La adquisición por Volkswagen de Škoda fue un caso emblemático. Mientras tanto, el mayor inversor extranjero en Polonia en los años noventa era FIAT, seguido por la coreana Daewoo.13

Si bien el capital privado tomó la iniciativa, fue seguido por una oleada creciente de financiación pública. En toda Europa del Este, las carreteras y los edificios públicos lucían el distintivo azul de la UE y su anillo de estrellas. Aunque los niveles iniciales de gasto fueron bastante bajos, después de 2000 fluyeron del Oeste al Este decenas de miles de millones de euros a través de los Fondos de Cohesión y los Fondos de Ayuda al Desarrollo y los sistemas de subvenciones agrícolas de la UE. En el último período de financiación, entre 2007 y 2013, se asignaron 175.000 millones de euros en fondos estructurales a Europa del Este, 67.000 millones de euros solo para Polonia.14 Los checos recibieron 26.700 millones de euros y los húngaros 25.300 millones. En toda la región, los fondos de la UE fueron suficientes para financiar entre el 7 y 17% de la formación bruta de capital fijo a lo largo de un período de siete años. Las sumas que Bruselas inyectó a los nuevos países miembros de Europa del Este eran de una escala comparable al famoso Plan Marshall puesto en marcha en 1947 para rescatar a Europa occidental durante la posguerra. Mientras que después de la segunda guerra mundial hubo que esperar hasta finales de los años cincuenta para que el capital privado empezara a fluir abundantemente a través del Atlántico, en las economías en transición de Europa del Este el impacto de la financiación pública de la UE se vio multiplicado de inmediato por la inversión privada.

Fuente: Danske Bank, «Euro Area: Exposure to the Crisis in Central and Eastern Europe», 24 de febrero de 2009, tabla 1.

La absorción de la base industrial de Europa del Este en los años noventa fue solo el comienzo. A finales de 2008, los bancos de Europa occidental en las economías postsoviéticas habían concedido créditos por valor de 1,3 billones de euros. Estas cifras enormes no eran solo el resultado de los «préstamos extranjeros», sino que representaban la integración total del sistema bancario local. Mientras en la zona euro los bancos franceses, holandeses, británicos y belgas canalizaban fondos hacia puntos calientes como Irlanda y España, en los países del antiguo bloque comunista fueron bancos como el ING holandés, el Bayerische Landesbank bávaro, el banco Raiffeisen austríaco o el UniCredit italiano los que tomaron la iniciativa.

En Europa del Este, la integración financiera llegó «hasta el fondo». En una proporción extraordinaria, los préstamos en divisas se utilizaron para financiar hipotecas, tarjetas de crédito y préstamos para comprar automóviles. En Hungría, el caso más extremo, entre 2003 y 2008, el incremento del 130 % de la deuda de los hogares se debía a créditos en divisas. ¿Qué podía simbolizar la llegada a Occidente de una forma más clara y personal que el hecho de que tu casa recién privatizada estuviera financiada en francos suizos?

El impacto de esta incorporación financiera, política y diplomática simultánea fue transformador. En las principales ciudades de Europa del Este, el nivel de vida material convergió rápidamente con las normas en el oeste. Y no es de extrañar que esto causara una gran impresión a las repúblicas ex soviéticas menos favorecidas, situadas más al este. A principios de los años 2000, muchas de las antiguas repúblicas soviéticas parecían atrapadas en el túnel del tiempo. Eduard Shevardnadze, el ministro de Exteriores de Gorbachov, había sido el preferido de Occidente. A principios de los años 2000, su régimen personalista en Georgia estaba tan plagado de corrupción, que ni siquiera podía pedir prestado al FMI. Ucrania había sufrido casi tanto como Rusia durante el colapso económico de los años noventa y daba pocas muestras de recuperación. El contraste con su vecino polaco era doloroso. La «revolución rosa» en Georgia en 2003 y la «revolución naranja» en Ucrania en 2004 estuvieron motivadas principalmente por la determinación de no quedarse aún más rezagados y perderse los drásticos cambios que se estaban produciendo más al oeste.15 El nombre del principal grupo de protesta ucraniano PORA se traduce como «Es el momento». Su símbolo era un reloj.16 Los rezagados postsoviéticos no tenían tiempo que perder. En Ucrania, los revolucionarios de 2004 procuraron mantener un equilibrio geopolítico, sin optar ni por Rusia ni por Occidente. En Georgia, las cosas eran más simples. Tras haber expulsado a Shevardnadze, en 2006 el nuevo Gobierno georgiano, respaldado por Occidente y presidido por Mijaíl Saakashvili, se jactaba de su nueva condición de «país más reformista» acreditada por el Banco Mundial. Los soldados georgianos no tardarían en acudir a apoyar a la coalición en Irak.17 Bruselas diría que «la UE no hace geopolítica» y es un lema apropiado para los políticos de la vieja Europa, en particular de Berlín, pero para el grupo de nuevos países miembros que se integraron tanto en la OTAN como en la UE entre 1999 y 2007 tenía poco sentido. La integración europea y la OTAN nacieron juntas en la guerra fría. Su expansión conjunta hacia el Este desde 1989 fue fruto de la derrota de la Unión Soviética. Para los nuevos países miembros, la lógica histórica que vinculaba a la UE con la OTAN y, por tanto, con Estados Unidos era innegable. La integración occidental prometía seguridad y prosperidad, pero también entrañaba riesgos tanto financieros como geopolíticos.

III

En la integración financiera de Europa del Este, al igual que en las economías de mercados emergentes, la cuestión monetaria era fundamental. No existía un régimen monetario uniforme en los antiguos países comunistas.18 En los países bálticos, Letonia optó por la paridad con el euro controlada y defendida por el banco central. Lituania y Estonia se decantaron por las juntas monetarias y todo el sistema monetario nacional estaba ligado a las reservas de euros mantenidas por las juntas. Los polacos y los checos optaron por la flotación libre. Hungría permitió que el florín fluctuara entre bandas. Bulgaria adoptó una junta monetaria y Rumanía una flotación regulada, en la que el banco central intervenía periódicamente para orientar los movimientos de los mercados de divisas dentro de bandas ajustables.19 Lo que tenían en común era la optimista expectativa de converger con la UE y, con tiempo, integrarse en la zona euro. Y estas esperanzas no eran irrealistas. La adaptación preventiva de las economías de Europa del Este a las condiciones de la UE cambió su manera de hacer negocios, el funcionamiento de los mercados y quién era dueño de qué. No menos importante fue la adaptación de las instituciones responsables de elaborar políticas y sus cuadros. Gracias a la participación activa del Banco de Inglaterra y del BCE, los países de Europa del Este contaban a principios del siglo XXI con bancos centrales occidentalizados en los que trabajaban economistas profesionales.20 A nadie le entusiasmaba más la perspectiva de la adhesión a la zona euro que a los banqueros centrales. El alineamiento con Bruselas y Fráncfort no solo mejoró su posición, sino que también los blindó contra presiones políticas internas no deseadas, y no tardarían en incorporarse a la élite mundial de banqueros centrales.

El resultado fue que Europa del Este reprodujo a las puertas de Europa la configuración de la expansión demasiado optimista que había desencadenado las crisis de los mercados emergentes en los años noventa. Casos exitosos de reforma del mercado y privatización, junto con la libre circulación de capitales y la relativa estabilidad de los tipos de cambio, provocaron un enorme aumento de las entradas de capital. La afluencia de capital provocó una presión al alza en los tipos de interés. Todos los indicadores parecían positivos. Pero toda la constelación (el auge de la economía nacional, la apreciación del tipo de cambio, el aumento de las reservas) se podía atribuir a un factor común: el enorme aumento de las entradas de capital extranjero. ¿Qué sucedería si se revertía? ¿Y si se producía una parada súbita?

En condiciones muy secretas, el FMI realizó un simulacro en febrero de 2007 en el que simuló su respuesta a una reversión en Hungría, que era una de las economías del este de Europa más expuestas. Estaban tan ansiosos por mantener el secreto y evitar el pánico, que el departamento de informática del FMI creó un sistema de correo electrónico independiente, SimulationMail, para impedir que se filtraran notas del simulacro.21 El propio banco central de Hungría repitió la simulación. Informó despreocupadamente en una conferencia en el BCE en el verano de 2007 que los resultados eran tranquilizadores. Si había una nota de cautela, era el recordatorio de que el 60 % del sector bancario de Hungría estaba en manos de bancos belgas, austríacos, italianos y alemanes. En caso de crisis, para que Budapest pudiera hacerle frente, necesitaría la cooperación más estrecha posible de sus homólogos de Europa occidental.22

La situación de Hungría era muy desequilibrada, pero la de los países bálticos era aún más extrema. A principios de 2008, el FMI observó que la economía letona se estaba recalentando tanto, que sus importaciones superaban a las exportaciones en una suma equivalente al 20% del PIB.23 Según los modelos del FMI, su moneda estaba sobrevaluada entre un 17 y un 37 %. Mientras China y Estados Unidos seguían en un punto muerto con respecto a sus desequilibrios comerciales, el personal del FMI consideró que sería menos polémico señalar a Letonia como un país con un indudable «desequilibrio fundamental». Resultó ser un error de cálculo. Los europeos bloquearon en la junta del FMI cualquier declaración pública sobre la exuberancia irracional en los países bálticos. Deseaban mantener a los países bálticos encarrilados para su adhesión al euro y no querían arriesgarse a que una advertencia del FMI desencadenara una reacción de incertidumbre en cadena en toda Europa del Este. Los suecos en particular estaban muy preocupados. Sus bancos habían prestado tanto a Letonia, que una crisis podía extenderse fácilmente a los países bálticos. Durante el invierno de 2007-2008, el representante escandinavo en la junta del FMI llegó incluso a impedir el envío de la delegación del FMI a Riga para completar el informe sobre el Artículo IV.

Nadie en Europa quería reventar la burbuja. Letonia se estaba recuperando de la crisis de los años noventa. En el otoño de 2007, su Ministerio de Exteriores se trasladó a un edificio recién reformado que había ocupado por última vez en los años treinta, cuando Letonia disfrutó por primera vez de su independencia de la Rusia zarista.24 Como señaló a posteriori un analista, se abrigaban grandes esperanzas de que «Letonia pudiera extender su presencia exterior más allá del espacio transatlántico y facilitar el desarrollo de vínculos más estrechos entre Estados postsoviéticos como Ucrania, Georgia y Moldavia, y la UE y la OTAN. Se calculaba que el presupuesto de Letonia para la cooperación al desarrollo aumentaría rápidamente, que abriría nuevas embajadas en lugares lejanos y que solo era cuestión de tiempo que entrara en África para ayudar a naciones más pobres a desarrollarse».25 Decir que fue una transformación del destino de la pequeña Letonia sería quedarse corto. Se trataba de una visión tanto expansiva como frágil. Dependía de dos condiciones cruciales: la continuidad del frenético auge económico letón y el consentimiento de su gigantesco vecino al este. Rusia había visto cómo Letonia reclamaba su independencia en mayo de 1990. Había visto cómo celebraba un referéndum sobre la adhesión a la UE en el otoño de 2003 en el que perdía el voto en contra de la minoría étnica rusa y cómo, juntos con sus vecinos bálticos, ingresaba en la OTAN en abril de 2004. ¿Seguiría Rusia observando cómo Letonia, y otros países como él, se disponían a hacer retroceder las fronteras del poder de la época soviética aún más hacia el este?

IV

Aunque los años noventa habían sido pésimos para la economía rusa, el nuevo milenio trajo un período de recuperación. Vladimir Putin, que fue ratificado como presidente tras una aplastante victoria electoral en mayo de 2000, se atribuiría en mérito de la recuperación rusa. En realidad, el vuelco en la situación financiera de Rusia lo inició ya en 1999 el austero ex comunista Yevgeni Primakov, mentor político de Putin. El desplome del valor externo del rublo reactivó a las industrias exportadoras de Rusia y frenó las importaciones. Sin embargo, el motor principal de la recuperación fue el auge mundial del petróleo y de otros productos básicos, que comenzó meses después de que Putin asumiera el cargo en el segundo semestre de 2000. El precio al contado del crudo de los Urales pasó de los 9,57 dólares por barril en 1998 a los 94 dólares por barril en 2008. Habría hecho falta una gestión catastrófica de la economía y de las finanzas públicas rusas para no prosperar. La pregunta era quién se iba a beneficiar del boom y cómo afectaría a la relación de Rusia con el resto del mundo.

Mientras que en los años noventa se habían privatizado grandes sectores de la economía rusa, con Putin el sector energético volvió a estar bajo control del Estado, lo que en realidad significaba el grupo de oligarcas que rodeaba al presidente.

En el sector energético, los gigantes corporativos Gazprom y Rosneft eran el ariete de la industria estatal. En octubre de 2003, la opinión pública respetable de Occidente observó consternada cómo Mijaíl B. Jodorkovski, quien en los años noventa se había erigido en el multimillonario propietario del gigante privado del petróleo Yukos en un acuerdo de privatización especialmente llamativo, era detenido y encarcelado acusado de evasión fiscal.26 Un año más tarde, los activos principales de Yukos fueron adquiridos en una venta forzosa por una sociedad fantasma que resultó ser una tapadera de Rosneft, de propiedad estatal. Mientras tanto, Gazprom consolidó su control de la gigantesca industria del gas comprando Sibneft a Roman Abramovich, quien se retiró lejos del peligro a Londres para disfrutar de la vida en la primera división del fútbol como propietario del Chelsea F. C. En 2006, las amenazas de acciones penales obligaron a la petrolera anglo-holandesa Shell a vender sus valiosos activos de Sakhalin a Gazprom. En 2007, la empresa conjunta TNK-BP perdió su licencia para explotar otro yacimiento de gas prometedor. Aunque Rosneft y Gazprom nunca se fusionaron, juntas fueron un poderoso puntal empresarial del estado ruso. Según un cálculo, el porcentaje de empresas estatales en la producción de petróleo en Rusia aumentó del 19 % en 2004 al 50 % en 2008.27

Impulsados por la fuerza de un pujante sector energético bajo control estatal, Putin y su equipo se basaron en las medidas adoptadas en los años noventa para sanear las finanzas rusas. Solo algo menos del 50% de los ingresos del estado ruso correspondía a los impuestos y los ingresos procedentes del petróleo y el gas. Los beneficios habrían sido aún mayores si el aumento de la producción de petróleo y gas no se hubiera desacelerado de manera decepcionante después de 2005. No obstante, mientras llegaban a raudales las ganancias del boom del petróleo y el gas, el consumo de los hogares de los ciudadanos rusos recuperó los niveles anteriores a la crisis, creciendo a una tasa del 10 % anual. En 2007, el porcentaje de la población por debajo del mínimo de subsistencia se había reducido al 14 %. Y ya no había la frenética especulación dolarizada de antaño. Los precios eran estables y ya no estaban fijados en dólares. Los impuestos se pagaban en rublos. El Parlamento ruso aprobó una ley para imponer multas a los funcionarios que reincidieran en los viejos hábitos de utilizar el dólar como unidad contable.28 En una ocasión, incluso Putin se vio embarazosamente sorprendido haciéndolo. Desde 2003, el Tesoro ruso, presidido por el economista y tecnócrata Alekséi Kudrin, utilizó los ingresos procedentes del petróleo y el gas para acumular una gigantesca reserva estratégica de activos internacionales. A principios de 2008, habían ascendido a 550.000 millones de dólares. Rusia era, por detrás de China y Japón, el tercer mayor poseedor de reservas en dólares del mundo. Por orden de Putin, un equipo especial creó una reserva nacional de alimentos y materias primas vitales.29 Rusia nunca volvería a sufrir la clase de crisis humillante que había padecido en 1998.

De este modo, Rusia podía parecer un modelo de potencia económica nacional, con un enorme superávit comercial, grandes reservas de divisas y un Estado fuerte. Pero la paradoja de la posición de Rusia era que su nueva prosperidad estaba asociada no con la independencia de la economía mundial, sino con su participación en ella.30 Y esta participación se extendía más allá de las exportaciones de petróleo y gas. El dinero era aún más líquido y los conductos que conectaban con el sistema bancario offshore ya estaban listos. Decenas de miles de millones de dólares de los ingresos procedentes de las exportaciones de gas y petróleo nunca regresaron a Rusia. Los oligarcas rusos se comportaron como los dueños de un petroestado de los años setenta, ocultando su riqueza en paraísos fiscales como Chipre, de donde regresaba a Londres y a sus convenientes cuentas en eurodólares. Desde principios de los años 2000, esta tendencia se vio aún más complicada por el gran flujo de fondos que regresó a Rusia. En 2007, ascendió a un total anual de 180.700 millones de dólares, de los que solo 27.800 millones eran inversión extranjera directa (IED).31 El resto fue a parar, a través de bancos internacionales como Sberbank y VTB, al sistema financiero ruso. Para evitar una fuerte apreciación, el banco central de Rusia, como el de China, se vio en la necesidad de esterilizar las entradas de dólares comprándolos con rublos recién acuñados. Al retirar el dólar de la circulación interna, Moscú estaba asumiendo una posición atípica como acreedor de facto de Estados Unidos.

Con el auge mundial de los productos básicos impulsando el resurgimiento de Rusia al mismo tiempo que el dinero de Europa occidental llegaba a raudales al territorio del antiguo pacto de Varsovia, era como si los dos grandes frentes meteorológicos del capitalismo mundial estuvieran avanzando el uno contra el otro en Eurasia. ¿Las contradictorias consecuencias geopolíticas del crecimiento mundial, que fortalecían tanto a Rusia como a sus antiguos satélites, hacían que el conflicto fuera inevitable? No desde un punto de vista económico. El crecimiento de las economías de Polonia y los países bálticos y el desarrollo de Ucrania, Georgia y Rusia no eran mutuamente excluyentes. Las exportaciones europeas a Rusia prosperaron y la dependencia de toda Europa del gas ruso era enorme. La cuestión era si se podría dar un significado político común a una prosperidad compartida e interconectada. ¿Se presentaría como la base para un orden internacional estable y próspero? ¿O serviría el crecimiento desigual pero espectacular para alimentar una nueva carrera armamentística? ¿Se llegaría a considerar que la interdependencia no era productiva ni eficaz, sino un factor de vulnerabilidad y una amenaza? En los años oscuros de la década de los noventa, las antiguas economías comunistas habían padecido una situación de emergencia común. El agotamiento y los desórdenes eran compartidos. Paradójicamente, el auge común sería mucho más explosivo.

En vista de sus antecedentes, Putin tenía muchos menos motivos para mirar favorablemente a Occidente que Boris Yeltsin. Sin embargo, al principio de su mandato como presidente, incluso sus detractores reconocían que Putin parecía estar buscando la aceptación de Washington.32 Después del 11 de septiembre, Putin se impuso a los impulsos hostiles de muchos nacionalistas rusos y dio un ostentoso respaldo a la invasión estadounidense de Afganistán. Pero el acercamiento era unilateral. Con Bush, Washington nunca se tomó a Rusia en serio como aliado y se negó a considerar la brutal guerra de Moscú en Chechenia como parte de la lucha contra el terrorismo y el «extremismo islámico». Desairada por Washington, las divisiones respecto a la guerra de Irak incrementaron la influencia de Rusia. Enfrentar a los alemanes con los estadounidenses era un juego con el que Putin estaba familiarizado desde sus viejos tiempos como agente del KGB en Dresde. No solo Alemania y Estados Unidos estaban en desacuerdo. La preferencia de Alemania por la distensión con Rusia también era un motivo de distanciamiento entre Berlín y los europeos del Este. Cuando Alemania y Rusia firmaron el primer acuerdo para el gasoducto Nord Stream en 2005, lo que incrementó enormemente el suministro de gas de Gazprom a Occidente, el ministro de Exteriores polaco lo describió como un retorno del pacto entre Hitler y Stalin que había sellado el destino de Polonia en 1939. Cuando Moscú aumentó los precios del gas que suministraba a Ucrania durante el invierno de 2005-2006, se vieron confirmados lo peores temores de los polacos. A principios de 2006, Varsovia y Washington pidieron una nueva división de la OTAN para enfrentarse a Rusia en el terreno elegido de la seguridad energética.33

No solo estaban en juego los suministros de gas. En abril de 2006, en la reunión del FMI y el Banco Mundial en Washington, mientras observaban los banqueros centrales Mario Draghi, Ben Bernanke y Jean-Claude Trichet, el ministro de Finanzas de Putin, Alekséi Kudrin, se dio un apretón de manos con el secretario del Tesoro estadounidense. Kudrin había acudido para anunciar el pago de un gran tramo de la deuda internacional que todavía debía a los acreedores del Club de París desde los aciagos años noventa. Pero también había ido para trasmitir un mensaje menos amistoso. Kudrin declaró que el dólar corría el riesgo de perder su condición de «moneda de reserva universal o absoluta».34 Simplemente, su valor era demasiado incierto. «Ya sea el tipo de cambio del dólar o el balance comercial estadounidense, es evidente que causa preocupación sobre la condición del dólar como moneda de reserva.» Ocho años después de la humillación de 1998, cuando el ministro ruso de Finanzas hablaba, los mercados escuchaban. Las palabras de Kudrin bastaron para que el dólar perdiera casi medio centavo con respecto al euro.

En las calles de Moscú, el lenguaje era más incendiario. En 2006, Nashi, el movimiento nacionalista ruso, movilizó a su turba de seguidores para manifestarse en las calles contra la hegemonía del dólar. El especial apego de los ciudadanos rusos al dólar no solo era una señal de debilidad psicológica. «Cuando compras cien dólares, inviertes 2.660 rublos en la economía estadounidense. Este dinero financia la guerra en Irak, financia la construcción de submarinos nucleares estadounidenses. Diversos cálculos indican que el dólar estadounidense vale entre el 15 y el 20 % de su valor nominal. El secreto de la estabilidad del dólar es la constante expansión de la zona del dólar [...] [E]s una pirámide financiera basada únicamente en simplones que creen en el dólar», informaban las octavillas que entregaban a los transeúntes.35

En febrero de 2007, el presidente Putin acudió por primera vez a la prestigiosa Conferencia de Seguridad de Múnich. Esta conferencia, a la que asisten jefes de gobierno y ministros de todo el mundo, es a la política de seguridad lo que Davos a los negocios y la economía. El discurso que pronunció Putin obligó a abordar la cuestión del poder político en una época de globalización.36 Putin recordó las décadas transcurridas desde el final de la guerra fría y preguntó qué clase de organización mundial quería ver Occidente. Se hablaba de derechos y del derecho internacional, pero «hoy asistimos a un uso excesivo, casi incontenible de la fuerza, de la fuerza militar, en las relaciones internacionales, una fuerza que está sumiendo al mundo en un abismo de conflictos permanentes [...] Un Estado y, por supuesto, sobre todo Estados Unidos, ha traspasado sus fronteras nacionales en todos los sentidos. Esto es visible en las políticas económicas, culturales y educativas que impone a otras naciones. Bueno, ¿a quién le gusta esto? [...] [P]or supuesto, es extremadamente peligroso. La consecuencia de ello es que nadie se siente seguro. Quiero insistir en esto: ¡nadie se siente seguro! Porque nadie puede sentir que el derecho internacional es un muro de piedra que los protegerá. Obviamente, esta clase de política estimula una carrera armamentística». Hacía tiempo Estados Unidos había ganado la carrera armamentística contra la Unión Soviética gracias a la fortaleza de su economía. En el nuevo milenio, Estados Unidos aún controlaba grandes arsenales de armas nucleares y sistemas antimisiles. El poderío militar de Estados Unidos era innegable. Pero, en vista de los acontecimientos económicos actuales, cualquier pretensión de omnipotencia era muy poco realista. «[E]l panorama internacional es muy diverso y cambia con mucha rapidez, cambios derivados del dinámico desarrollo en toda una serie de países y regiones [...] El PIB combinado calculado en términos de paridad de poder adquisitivo de países como India y China es ya mayor que el de Estados Unidos. Y un cálculo similar del PIB de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) supera al PIB acumulado de la UE. Y según los expertos, esta diferencia no hará sino aumentar en el futuro [...] No hay ninguna razón para dudar de que el potencial económico de los nuevos centros de crecimiento económico mundial se convertirá en influencia política y fortalecerá la multipolaridad.» En tales circunstancias, que Occidente imaginara un orden mundial basado en sus propias organizaciones, la UE y la OTAN, en lugar de en la autoridad realmente global de la ONU era autoengañarse o tener muy mala fe. Occidente tampoco podía sostener razonablemente que la ampliación de la OTAN a Europa del Este tuviera «alguna relación con la modernización de la propia alianza o con garantizar la seguridad en Europa», a menos que se diera por sentada la hostilidad de Rusia. ¿Cómo, entonces, podía Moscú no interpretar esta expansión como una «grave provocación?».

Putin admitió que la energía era un motivo de discordia entre Europa y Rusia. Pero ¿cuál era la respuesta? Propuso que los precios fueran «determinados por el mercado, en lugar de estar sujetos a la especulación política, la presión económica o la extorsión». Con la demanda mundial en auge, Rusia no tenía nada que temer del juicio del mercado. Sus expertos pronosticaban con júbilo un futuro en el que los precios del petróleo alcanzaran los 250 dólares por barril.37 Gazprom estaba ascendiendo en la clasificación de las empresas mundiales. Estaba previsto que en unos cuantos años superara a ExxonMobil como la mayor sociedad que cotizara en bolsa del mundo.38 Tampoco era razonable sugerir que Rusia no estaba abierta a los negocios. Naturalmente, el Estado ruso había defendido sus legítimos intereses nacionales, pero el «26 % de la extracción de petróleo en Rusia es realizada por capital extranjero. Traten de encontrarme un ejemplo similar en el que las empresas rusas participen ampliamente en sectores clave de la economía en países occidentales. ¡No existen tales ejemplos!». Rusia se sometió al juicio de las agencias de calificación crediticia y celebró la mejora de su posición. Confiaba en ser miembro de pleno derecho de la OMC. Sin embargo, lo que Rusia no toleraría, y aquí el tono de Putin se endureció, era la reconversión de organizaciones como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) «en un vulgar instrumento diseñado para promover los intereses en materia de política exterior de un país o un grupo de ellos». Moscú estaba profundamente molesta por el comentario crítico de que las elecciones rusas de 2004 habían sido amañadas. No toleraría una repetición de las revoluciones respaldadas por Occidente en Georgia y Ucrania en 2003-2004.39

Como señaló uno de los principales analistas de Rusia, Dmitri Trenin, Putin estaba confirmando la realidad de la multipolaridad: «Hasta hace poco, Rusia se consideraba el Plutón del sistema solar occidental, muy alejado del centro, pero todavía una parte fundamental del mismo. Ahora ha abandonado por completo esa órbita: los dirigentes rusos han renunciado a formar parte de Occidente y han creado su propio sistema con el centro en Moscú». Rusia se estaba consolidando como un «importante actor externo que no es ni un eterno enemigo ni un amigo automático».40 Naturalmente, la cuestión era a quién pretendía incluir Rusia en su nuevo «sistema solar». En particular, ¿cuáles serían las consecuencias para los países postsoviéticos y los de Europa del Este? ¿Qué significaría para un Estado como Letonia, con su Ministerio de Exteriores recién reformado y sus aspiraciones de difundir su modelo de economía de mercado a otras ex repúblicas soviéticas? En Múnich, en febrero de 2007, la respuesta del ministro checo de Exteriores, Karel Schwarzenberg, fue inmediata. «Debemos dar las gracias al presidente Putin, quien no solo ha mostrado su preocupación por la publicidad de esta conferencia, sino que ha demostrado de forma clara y convincente por qué había que ampliar la OTAN», señaló en tono burlón.41 Schwarzenberg habló en pasado. Sin embargo, la cuestión fundamental era el futuro. Ante el desafío de Putin, ¿podía contentarse Occidente con mantener el statu quo en Europa del Este o eso implicaría la aceptación tácita de la línea trazada en la arena por Putin? ¿La única manera que tenía Occidente de responder al desafío de Putin era impulsar una ampliación aún mayor de la UE y OTAN? La urgencia por parte de los países ex comunistas más pequeños era evidente. Su vulnerabilidad tanto en el ámbito de la política de seguridad como el económico era demasiado obvia. Pero ¿cómo iban a responder los grandes actores del sistema europeo y transatlántico, Washington, Berlín y París? La cuestión saldría a la luz de manera embarazosa en la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest entre el 2 y el 4 de abril de 2008.

V

La sede del encuentro era en sí misma simbólica. Rumanía, un entusiasta exponente de la nueva Europa, había ingresado en la OTAN en 2004 y en la UE en 2007. Los soldados rumanos estaban desempeñando funciones policiales en la antigua Yugoslavia, Angola e Irak. Mientras tanto, la adhesión a la UE activó un subsidio de 19.800 millones de euros a los 21 millones de habitantes de Rumanía. También posibilitó la libertad de movimiento y una migración masiva de rumanos al oeste, en particular a Italia, donde la población rumana ascendió a un millón en 2007, lo que suscitó un resentimiento contra los inmigrantes que el gobierno de Prodi luchó por contener.42 Mientras tanto, el crecimiento del PIB en Rumanía era del 6 % y se preveía que aumentara al 7 % en 2008. Los rumanos se llamaban a sí mismos los «Tigres del Este».43 Se hablaba de que Rumanía se integraría en el club de los países ricos de la zona euro en 2012. En Bucarest, su capital recién rehabilitada, el Europe Real Estate Yearbook mencionaba una tasa de vacantes para espacios de oficinas de no más del 0,02 %.44 Mientras estallaba en Estados Unidos la crisis de las hipotecas de alto riesgo, inversores internacionales como ING Real Estate estaban adquiriendo activos rumanos para ampliar sus carteras de propiedades en Europa del Este.45 Como sede de la cumbre de la OTAN en abril de 2008, Bucarest era el escenario perfecto para que George W. Bush hiciera un último gran esfuerzo para embellecer su legado presidencial. Ninguna otra cuestión era más decisiva para el futuro de las relaciones entre Rusia y Occidente que la adhesión de Georgia y Ucrania a la OTAN.

En febrero de 2008, Georgia y Ucrania solicitaron oficialmente su inclusión en un Plan de Acción para la Adhesión (MAP, por sus siglas en inglés) de la OTAN.46 Después de los países bálticos, serían la cuarta y la quinta repúblicas soviéticas en unirse a la alianza occidental. Georgia, al igual que los países bálticos, era delicada, pero pequeña. Ucrania jugaba en otra liga. Que Ucrania, con una población de 45 millones de habitantes, una importante economía, su ubicación estratégica en el mar Negro y su importancia histórica para el imperio ruso, ingresara en la coalición occidental sería un duro golpe para Rusia precisamente en un momento en el que Putin había anunciado su intención de detener la escalada. Pese a su carácter extraordinariamente provocador, o tal vez debido al mismo, el presidente Bush respaldó de inmediato la solicitud de adhesión a la OTAN. La Casa Blanca anunció que dar la bienvenida a Ucrania y Georgia al MAP enviaría una señal a toda la región. Dejaría claro a Rusia que «estas dos naciones son y serán Estados soberanos e independientes». Era una propuesta destinada a complacer a la nueva Europa. El Gobierno de Polonia se mostró encantado. El hecho de que Berlín y París tuvieran sus reservas no era desalentador. Bush tampoco estaba dispuesto a herir sus susceptibilidades. De camino a Bucarest a principios de abril, el presidente estadounidense realizó una visita relámpago a Kiev, donde anunció: «Mi escala aquí debería ser una señal clara para todos de que hablo en serio: nos conviene la adhesión de Ucrania».47 Como señaló un funcionario estadounidense, el presidente saliente estaba mandando «una señal».48

En la cumbre de la OTAN celebrada en la capital rumana, las consecuencias eran previsibles. Putin, que estaba asistiendo por primera vez a la sesión conjunta entre Rusia y la OTAN antes de entregar la presidencia de Rusia a su socio Dmitri Medvédev, no estaba dispuesto a hacer concesiones. En febrero de 2008, Occidente había echado sal a las heridas del resentimiento ruso al reconocer la independencia de Kosovo, ignorando las peticiones de Serbia, a la que Rusia consideraba su cliente. Cuando en la cumbre de la OTAN la conversación derivó hacia Ucrania y Georgia, Putin se marchó en señal de protesta. Solo quedaban Berlín y París para paralizar la idea del MAP. Para ello podían contar con el respaldo de Italia, Hungría y los países del Benelux frente a los partidarios de la ampliación de la OTAN de Europa del Este y Escandinavia. Los estadounidenses observaban. Como comentó un alto funcionario de la administración Bush a The New York Times: «El debate fue principalmente entre europeos [...] Estuvo bastante dividido, pero en el buen sentido».49 Condoleezza Rice se mostró menos optimista. Los enfrentamientos que presenció entre los alemanes y los polacos eran preocupantes. Las discusiones en Bucarest fueron, según sus palabras, «uno de los debates con nuestros aliados más mordaces y polémicos que había visto nunca. En realidad, fue el debate más acalorado que presencié durante todo mi mandato como secretaria».50 No se inició ningún trámite formal de solicitud de ingreso. Pero Merkel reconoció que la cumbre debía presentar una declaración respaldando las aspiraciones de Georgia y Ucrania, y afirmó audazmente: «Estos países se convertirán en miembros de la OTAN».51 Era una evasiva y, además, desastrosa. Invitaba a los rusos a asegurarse de que Georgia y Ucrania nunca estuvieran en condiciones de dar el siguiente paso para ingresar en la OTAN. Invitaba a Georgia, Ucrania y sus patrocinadores a forzar la marcha. La ambigüedad era una fórmula para la escalada y ambas partes respondieron en consecuencia.

En mayo, a petición de Polonia, la UE asumió la idea de una Asociación Oriental para Ucrania como uno de los elementos fundamentales de la nueva política exterior de la UE a elaborar conforme a lo establecido en el tratado de Lisboa.52 Pese a la oposición que habían manifestado en Bucarest, no hubo ningún viraje en sentido contrario de Berlín o París. La UE y la OTAN mantenían la sintonía. Mientras tanto, las relaciones entre Rusia y Estados Unidos empeoraron bruscamente. Aunque le gustaba presentarse como un modernizador, el sucesor de Putin como presidente, Medvédev, siguió manteniendo una línea dura. Cuando los mercados financieros en Estados Unidos se convulsionaron en el verano de 2008, empezaron a circular sombríos rumores de que Moscú estaba a punto de pasar de los ataques verbales contra la hegemonía del dólar a una acción concertada. El secretario del Tesoro estadounidense Paulson no había revelado sus fuentes, pero en vísperas de las Olimpíadas, sus contactos chinos le informaron de que «habían recibido un mensaje de los rusos que decía: “Eh, juntémonos y pongamos los valores de Fannie y Freddie en el mercado”».53 La fragilidad del mercado hipotecario estadounidense estaba a punto de convertirse en un arma geopolítica. China, que estaba celebrando su presentación mundial en sociedad como anfitriona de las Olimpíadas, tenía demasiados intereses en juego en la economía estadounidense como para tomarse en serio esta propuesta. Pero a lo largo de 2008, Rusia descargó su cartera de bonos de Fannie Mae y Freddie Mac por valor de 100.000 millones de dólares. Según publicó Reuters, la decisión estuvo motivada principalmente por intereses políticos nacionales.54 «Las participaciones han topado con la hostilidad de algunos medios y de la opinión pública rusa, que recelan de las inversiones arriesgadas.» No hacía falta ser un nacionalista ruso en el verano de 2008 para ver que los valores hipotecarios estadounidenses eran una mala inversión. Las GSE se situaban en el centro de la crisis hipotecaria y estaban a punto de sufrir una quiebra espectacular, pero los rusos patriotas no veían ninguna razón para apoyar a Estados Unidos, que menospreciaba tan abiertamente los intereses nacionales rusos. Mirando atrás, el secretario del Tesoro Paulson admitió con pesar: «[M]e hizo tomar conciencia de cuán vulnerable me sentía».55

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