Crash

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I. Tormenta inminente » Capítulo 5. Un mundo multipolar

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Mientras China se negaba a participar en una iniciativa que trastocaría el orden internacional, los amigos de Estados Unidos en Tiflis fueron menos cautos. A principios de agosto de 2008, fuerzas irregulares en la provincia rebelde de Osetia del Sur empezaron a bombardear posiciones del ejército georgiano con el apoyo de Rusia.56 El 7 de agosto, el Gobierno de Georgia, al parecer convencido de que contaba con la aprobación de Washington, mordió el anzuelo. Un contraataque repentino del ejército georgiano, entrenado por Estados Unidos, sometería a Osetia y Abjasia, resolvería las cuestiones territoriales pendientes y allanaría el camino para una eficaz solicitud de ingreso en la OTAN. Mientras la impresionante ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Pekín invadía las pantallas de televisión occidentales, Georgia enviaba a su ejército y a su fuerza aérea a invadir Osetia del Sur. La respuesta de Moscú fue devastadora. En cuestión de días, el ejército ruso aplastó a las fuerzas georgianas, muy inferiores, causando centenares de víctimas. Según fuentes georgianas, 230.000 civiles tuvieron que huir. Tras un rápido avance, los tanques rusos se detuvieron en la carretera entre Gori y Tiflis, a una hora de la capital.

Cuando el presidente Medvédev anunció a su Consejo de Seguridad que el 8 de agosto de 2008 constituía un punto de inflexión en el orden internacional y que a partir de entonces el mundo tendría que tener en cuenta el poder de Rusia, la reacción en Occidente fue de oprobio.57 Los presidentes de Polonia, Ucrania y los países bálticos volaron hasta Georgia para expresar su solidaridad. Estonia exigió la adopción de sanciones contra Rusia, incluida la expulsión de los alumnos rusos que estudiaban en universidades occidentales y la prohibición de viajar a los oligarcas.58 Polonia reclamó medidas urgentes para liberarse del control de Gazprom sobre el suministro energético de Europa. Y Varsovia se apresuró a firmar un acuerdo para permitir el despliegue del escudo antimisiles de Estados Unidos en Polonia. Sin embargo, la repuesta no fue tan inequívoca en todas partes. El 12 de agosto de 2008, mientras Estados Unidos estaba ocupado con Wall Street y las elecciones presidenciales, el presidente Sarkozy viajó desde París hasta Moscú con la esperanza de facilitar un alto el fuego. Aunque la canciller Merkel se pronunció a favor de admitir a Georgia en la OTAN, el 1 de septiembre, en una cumbre especial de la UE, un frente unido formado por Francia, Alemania e Italia bloqueó cualquier medida drástica contra Rusia.

Se dio a Rusia un plazo de tres meses para que retirara sus fuerzas. Pero Moscú lo había dejado claro. En una conversación con expertos occidentales en el Club de Debate Valdai de Sochi el 11 de septiembre, Putin señaló que cualquier intento de empujar a Ucrania a incorporarse en la OTAN se encontraría con duras contramedidas.59 Entre tanto, salieron de Rusia 25.000 millones de dólares de capital extranjero. Pero no había razón para que cundiera el pánico. No era 1998. Moscú contaba con amplias reservas para hacer frente a un cambio de ánimo del mercado tan leve. Era el sistema financiero de Estados Unidos, no el de Rusia, el que parecía estar implosionando.

VI

Las divisiones en el seno de la alianza transatlántica no eran nuevas. Los desacuerdos entre Berlín y París y la administración Bush sobre la guerra de Irak en 2002-2003 habían acaparado todos los titulares. Pero Rusia y la Europa postsoviética estaban mucho más cerca, eran mucho más fundamentales para el futuro de Europa y estaban mucho más directamente relacionadas con el progreso de la integración financiera y política en las décadas anteriores. Si se añadían el proyecto incompleto de la zona euro y la falta de un marco político para el sistema financiero del Atlántico Norte, la geopolítica no resuelta de la «cuestión oriental» europea completaba en el verano de 2008 un triplete de preguntas políticas sin responder sobre el poder occidental.

Esta era la situación mientras se celebraba la sexagésima tercera Asamblea General de la ONU en Nueva York en septiembre de 2008. Haciendo caso omiso del precario equilibrio de la economía mundial, Rusia y las potencias occidentales se habían involucrado por primera vez desde el fin de la guerra fría en una guerra subsidiaria. Rusia había anunciado que se opondría a cualquier ampliación de la influencia occidental y había cumplido la amenaza. Occidente, por su parte, estaba desunido. Pese a todas las bravatas militares de Varsovia y Washington, nunca existieron ni la voluntad política ni los recursos para respaldar una mayor expansión hacia el Este. En tal contexto, el presidente Sarkozy declaró ante la Asamblea General de la ONU: «Europa no quiere la guerra. No quiere una guerra de civilizaciones. No quiere una guerra de religiones. No quiere una guerra fría [...] El mundo ya no es un mundo unipolar con una superpotencia, ni tampoco es un mundo bipolar con el Este y el Oeste. Ahora es un mundo multipolar».60 En realidad, estaba admitiendo el argumento que Putin había formulado dieciocho meses antes en Múnich. Aunque hubieran existido la capacidad o la voluntad para intensificar aún más el enfrentamiento geopolítico, en el otoño de 2008 la gigantesca oleada de capital que había introducido la influencia política occidental en Europa del Este disminuía con rapidez. La etapa de globalización bajo dominio occidental había alcanzado el límite. En el futuro inmediato, el gran impacto de la crisis financiera contribuiría a mitigar las tensiones geopolíticas, pero el daño causado por la escalada de 2007-2008 sería duradero.

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