Crash

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IV. Las réplicas del terremoto » Capítulo 19. «Estancamiento secular»

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Aunque se evitó un desastre, es importante no dar normalidad a lo que sucedió. El ala derecha radical del Partido Republicano, formada por nacionalistas xenófobos, muchos de ellos fanáticos de la Iglesia Evangélica, con una visión del mundo próxima a la alt-right o «derecha alternativa» (o al nacionalismo extremo de Pat Buchanan y su «primero, América»), un grupo cuyo núcleo central suponía el 10 % de la Cámara Baja, había amenazado con paralizar al Estado nacional más importante de todo el sistema global. Según vomitó Steve Bannon —editor del canal de noticias Breitbart, jaleador del Tea Party y figura emergente de la derecha alternativa— ante un periodista del Daily Beast, en noviembre de 2013: «Soy leninista. Lenin quería destruir el Estado y eso quiero yo también. Quiero que todo se venga abajo, no dejar nada de la clase dirigente actual».57 Para la gente de posiciones similares a las de Bannon, la crisis de 2008 y el rescate habían marcado un claro punto de inflexión en la historia de Estados Unidos. La mañana del 18 de septiembre de 2008, cuando el alarmismo de Bernanke y Paulson asustó al presidente Bush y lo movió a aprobar el plan TARP, marcó un punto sin vuelta atrás. En este momento —según Bannon— la amenaza de hundimiento del sistema puso de manifiesto la auténtica estructura del poder: «Estamos cabeza abajo; las democracias industriales de nuestros días tienen un problema que antes nunca habíamos tenido; el apalancamiento es excesivo [...] y hemos levantado un estado del bienestar que es del todo y por entero insostenible».58 Estados Unidos solo podía salvarse librando una batalla a muerte contra la élite liberal y el Estado que esa élite había forjado a su imagen. Y si esto no complacía a las altas esferas de un Partido Republicano fracasado, tanto mejor.

Como desafío a la estructura de poder, Robert Reich había llamado a crear una nueva era progresista, un nuevo movimiento pro derechos civiles, un movimiento que no temiera poner en duda el statu quo, a todos los niveles. Pues bien, el desafío estaba en marcha, pero lo había planteado la derecha, no la izquierda. El mundo no daba crédito. La edición japonesa de Newsweek llegó a los quioscos anunciando: «Estados Unidos en ruinas: una superpotencia se destruye a sí misma». The Wall Street Journal habló de que una ola de «Shutdownfreude»* recorría Europa, porque por una vez era Estados Unidos, y no la zona euro, quien estaba en la picota de la opinión pública global.59 Der Spiegel se preguntaba, en tono sombrío: «Estados Unidos se ha avergonzado a sí mismo en la escena global [...] ¿Es esto propio de una superpotencia?».60 A ello cabría responder tal vez que solo una superpotencia podía permitirse esa clase de comportamiento... pero ¿durante cuánto tiempo podría Estados Unidos mantener esa posición si, internamente, el país estaba tan dividido que era incapaz de decidir si satisfacía las deudas o bien pagaba a sus soldados? Como era de esperar, Xinhua, la agencia de noticias oficial china, se mostró muy crítica.

El editorialista Liu Chang escribió: «Mientras los políticos estadounidenses, de los dos partidos, siguen yendo y volviendo de la Casa Blanca al Capitolio sin alcanzar ningún acuerdo viable para llevar la normalidad a ese organismo político del que se pavonean, quizá sea un buen momento para que el mundo, aturdido, empiece a sopesar la creación de un mundo desamericanizado».61 En un tono más ligero, un cómico canadiense residente en China comentó: «Los chinos se deben estar preguntando: ¿Cuándo emprenderá Estados Unidos una reforma de verdad? ¿Cuánto tiempo puede sobrevivir este sistema? ¿Dónde está el Gorbachov de Estados Unidos?».62

No solo los extranjeros se preocupaban. Si el Tea Party podía convertir el Partido Republicano en un instrumento para atacar la solvencia del Gobierno de Estados Unidos, ¿qué quedaba a salvo? Hasta entonces, el Tea Party se había centrado en el Obamacare. ¿Qué haría después? En 2014, la derecha republicana bloqueó la reforma de la inmigración y se negó a financiar el Banco de Exportación e Importación, dos prioridades del mundo de los negocios de Estados Unidos. En el G20, los estadounidenses se vieron obligados a admitir que la financiación del FMI era rehén de sus adversarios republicanos, contrarios al aborto, que querían excluir la contracepción del Obamacare.63 ¿Y si los fanáticos republicanos pasaban a dirigir la mira contra la política comercial o la independencia de la Fed?

Por supuesto, en materia de fiscalidad y bienestar había empresas alineadas con el Tea Party. El grupo de presión del carbón quería eliminar la regulación ambiental. Una camarilla de oligarcas de derechas vio en el movimiento un vehículo adecuado para una contrarrevolución cultural y socioeconómica.64 Pero tras la batalla librada por el presupuesto de 2013, el sector dominante de los líderes empresariales de Estados Unidos ya no podía hacer caso omiso del problema. Durante el invierno de 2013-2014, la Cámara de Comercio se movilizó no en contra del sindicalismo, sino frente a la insurgencia republicana. En las elecciones de 2014, mediado el segundo mandato de Obama, la Cámara tuvo como eslogan «Sin tontos en nuestras filas», en referencia indirecta al Tea Party.65 En palabras de un portavoz de la entidad: «La muchedumbre que quiere presentarse en Washington para hacerlo pedazos y clausurar el lugar, para nosotros se están pasando de la raya [...] Que se pueda gobernar es importante».66

En 2014 había signos claros de reordenación. Mientras el Tea Party lanzaba invectivas contra los «intereses particulares» que habían «pasado a dominar nuestra cultura política» y criticaba a los «políticos interesados» y «las graves interferencias de una élite poderosa», los candidatos demócratas se anunciaban a sí mismos como socios atentos a las necesidades del mundo empresarial.67 En palabras del senador Chuck Schumer, de Nueva York: «En toda una serie de cuestiones, los demócratas y las empresas estamos en el mismo bando [...] El Tea Party ha arrastrado al Partido Republicano hasta una posición tan derechista que ahora los empresarios se hallan más próximos a la corriente central demócrata que a la republicana».68 El movimiento que había empezado a manifestarse durante el rescate bancario de 2008 se estaba consolidando. En nombre del nacionalismo y del Sueño Americano, la derecha había pasado a abogar por una revolución sistémica, mientras los dirigentes del Partido Demócrata llenaban el espacio central que los republicanos habían abandonado. Nadie enarboló la bandera de una ambiciosa campaña progresista en defensa de una mayor igualdad.

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