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IV. Las réplicas del terremoto » Capítulo 21. La crisis de Ucrania

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La tercera ronda de sanciones, en la estela del derribo del MH17, hizo mucho daño. Al mismo tiempo, la Reserva Federal de Janet Yellen acabó de poner fin a la tercera fase de la expansión cuantitativa, endureciendo las condiciones de acceso al crédito en todo el mundo. Por otro lado, en la OPEP se cortó la cooperación entre los miembros. Arabia Saudí canceló las restricciones de producción y los precios del petróleo se derrumbaron. En otoño de 2014, con o sin sanciones, Rusia se habría hallado en serias dificultades económicas. Pero la suma de las sanciones, el endurecimiento monetario de la Fed y un hundimiento en los precios de los productos básicos tuvo un efecto devastador. Tan devastador, de hecho, que se ha planteado la duda de si la conjunción fue meramente accidental o si Estados Unidos y los saudíes estaban colaborando en contra de Rusia.65

Fuente: Bloomberg, «Global Investors».

La política petrolífera es un campo abonado para las teorías de la conspiración. No cabe duda de que existen canales extraoficiales entre Washington y Riad. El secretario de Estado Kerry estuvo en el Golfo en otoño de 2014. A los saudíes no les faltaban razones para actuar; si no por Ucrania, desde luego por Siria.66 Junto con Irán, Rusia era el apoyo principal del inflexible régimen de Al-Ássad; Arabia Saudí, en cambio, era un enemigo acérrimo de este.

No se conocen pruebas concluyentes; para explicar la coincidencia tampoco es necesario acudir a una conspiración. El mercado del petróleo tenía sus propias tensiones. La nueva tecnología estadounidense de la fracturación hidráulica había abierto una nueva fuente de abastecimiento que era barata y sumamente elástica. Desde el punto de vista de la economía rusa, en todo caso, la motivación última era irrelevante. Los precios del petróleo cayeron de los 112 dólares por barril de junio a cerca de 60 en diciembre de 2014, y siguieron bajando. Añadido a las sanciones y el encarecimiento de los créditos, fue todo un golpe.

En octubre, el banco central ruso intervino con decisión para contener el riesgo inminente de que el rublo se desfondara. Pero tenía que dosificar las reservas, por lo que en noviembre salió del mercado. La cotización de la divisa nacional, que estaba en 33 rublos por dólar antes de que se iniciara la crisis ucraniana, había caído hasta los 49 el 1 de diciembre de 2014. Era una noticia espantosa para los deudores corporativos rusos, que debían reembolsar 35.000 millones de dólares antes de fin de año. Hubo una carrera por la supervivencia. Rosneft, que debía devolver 10.000 millones de dólares, se lanzó a los mercados a acumular euros y dólares.67 Para las empresas menos fuertes, la situación era insostenible. En diciembre, Trust Bank, uno de los prestamistas principales, y UTair, la tercera aerolínea de Rusia, quebraron, y el banco central se vio obligado a ofrecer garantías para el conjunto del sector bancario.68 En la mañana del lunes 15 de diciembre, el rublo se derrumbó y acabó el día con un hundimiento del 8 %. Aquella misma noche, tras una larga sesión de negociaciones en las que participó el propio Putin, el banco central decidió elevar de golpe los tipos de interés, del 6,5 % al 17 %. El anuncio se hizo a la 1.00 de la madrugada. Se pretendía tranquilizar a los inversores y castigar la especulación, pero no funcionó. Se interpretó como un signo de pánico, no de tranquilidad. El 16 de diciembre fue un «martes negro»: tras la apertura, el mercado de divisas experimentó una caída libre, y al terminar el día, el cambio se cifraba en 80 rublos por dólar. Al día siguiente Sberbank fue blanco de un ataque concertado. Un millón de clientes recibieron mensajes de texto enviados desde fuera de Rusia que advertían que la entidad quedaría aislada por completo de las fuentes de liquidez exterior. El 18 de diciembre se retiraron 6.000 millones de dólares; durante la semana, el total ascendió a 20.000 millones.69, 70 Era una estampida espectacular, incluso comparada con lo vivido en 2007-2008.

Los oligarcas habían vuelto a quedar desprotegidos. Los cálculos no son uniformes, pero la combinación del embrollo ucraniano, el derrumbe de los precios del petróleo y la agitación de diciembre de 2014 costó a las veinte mayores fortunas de Rusia entre 62.000 y 73.000 millones de dólares.71 Una vez más, Putin pidió favores y exigió actuaciones. Se aprobaron medidas que exigían el fin de la acumulación de riqueza en el extranjero; se ofreció una amnistía a los que aceptaran traer de nuevo su dinero al país. Entre tanto, el banco central intentó reconducir la situación incrementando la seguridad de los depósitos y recapitalizando a los bancos en problemas. El presidente Putin pidió a las autoridades que dejaran de lado los principios generales; debían abordar el estado del país «manualmente», tras una inspección atenta de las necesidades. Pero un principio general no se abandonaría: Rusia no quería arruinar su reputación a ojos de los inversores extranjeros y, por lo tanto, no recurriría a controles del capital. Para proporcionar el cambio de divisas necesario, el banco central optó en su lugar por beber de sus propios recursos, que el 26 de diciembre se habían reducido a tan solo 388.500 millones de dólares. Esto amortiguó la caída del rublo, pero no acabó con la presión. Las agencias de calificación occidentales empezaron por degradar a Gazprom; en enero bajaron el rating de Rosneft, Transneft y Lukoil. Entonces el rublo se hundió un 7 % y cedió de nuevo buena parte del terreno recuperado desde finales de 2014.72 Esto, a su vez, puso sobre la mesa la cuestión de las reservas del banco central. Lo que Rusia se estaba esforzando por contener era algo similar al círculo vicioso de la deuda soberana que había amenazado a la zona euro hasta 2012. Pero ahora no solo estaba en juego la solvencia financiera, sino la victoria en un tenso enfrentamiento geopolítico.

En su primer período de presidencia, Putin había sustentado la legitimidad, en buena medida, en una recuperación continuada de las condiciones de vida. La crisis de 2008 acabó con el relato de la mejora. Desde 2014, las expectativas económicas empeoraron todavía más. Durante el invierno de 2014-2015, el PIB se estaba reduciendo en un porcentaje superior al 10 % anual, que no se estabilizaría hasta la segunda mitad de 2015. Para los rusos de la calle, la crisis de 2014-2015 fue mucho más dura que la de 2008-2009. Los salarios reales sufrieron una caída más pronunciada y rebotaron con menos vigor. La Rusia que surgió del choque ucraniano fue, sobre todo, un régimen nacionalista a cuyos ciudadanos se invitaba a pagar la factura que fuera necesaria para que la nación emergiera de nuevo en el escenario global. Era duro, pero la tarea no pasaba mal; de hecho, en cierto sentido, podría decirse incluso que resultaba algo conveniente.73 Como primer ministro, durante la crisis de 2008, Putin se había lanzado con todo a combatir la crisis interna.74 Desde que regresó a la presidencia, en 2012, el Kremlin había estado fomentando el nacionalismo para compensar las deficiencias del crecimiento económico y las malas expectativas electorales. Dado el hundimiento de los precios del petróleo en 2014-2015, era de esperar que se optara por avivar el sentimiento nacionalista. La crisis de Ucrania sucedió en el momento perfecto. Incluso con la fragilidad económica, la popularidad personal de Putin pasó del mínimo de 2013 (en torno del 45 %) a un récord de aprobación del 89 %, en junio de 2015.75

Rusia lo estaba pasando mal, pero si la economía era un arma, lo era de doble filo. No se podía perjudicar a Rusia sin perjudicar a sus vecinos. La tan temida crisis de los mercados emergentes afectó con especial gravedad al mundo postsoviético.76 Entre finales de 2103 y principios de 2015, las divisas de Kazajistán, Azerbaiyán y Bielorrusia se devaluaron un 50 % frente al dólar. Las monedas kirguisa, moldava y tayika perdieron entre un 30 y un 35 % de su valor. Por toda Asia central, se produjeron subidas bruscas de los tipos de interés y se creó una enorme presión sobre los balances contables de los bancos y negocios que se habían globalizado y endeudado en el exterior.77 Entre tanto, los ingresos familiares se redujeron por el hundimiento de las remesas que enviaban los trabajadores emigrados a Rusia.78 En Tayikistán —el país del mundo que más depende de las remesas, porque cerca de la mitad de los varones en edad de trabajar se ganan el pan en Rusia— se corría el riesgo de sufrir un hundimiento catastrófico de los ingresos familiares y en divisas. Kirguistán —el segundo país de la lista encabezada por Tayikistán— también quedó gravemente afectado.79

Pero si la crisis pasó factura en toda la región, el epicentro del terremoto se situó en la propia Ucrania. En el rescate de emergencia de abril de 2014, el FMI había empezado valorando la situación económica de Ucrania desde un tipo de cambio de 12,5 grivnas por dólar. El FMI había exigido a Kiev que instaurase controles de divisas, para impedir la huida de capitales, y que dejara flotar la propia moneda y permitiera que los precios interiores se ajustaran al nivel que resultara necesario para asegurar la viabilidad de las empresas gasistas de propiedad gubernamental. Si se hubiera actuado así, el programa habría machacado por igual a los ucranianos corrientes y a los acaudalados, que habrían visto sus fondos atrapados en una divisa en depreciación. El banco central de Ucrania hizo lo contrario:80 permitió que miles de millones de dólares huyeran del sistema bancario ucraniano y dedicó sus preciosas reservas de divisas para frenar la degradación de los tipos de cambio. En consecuencia, los precios subieron un 50 %, pero los ucranianos más ricos permutaron sus activos a dólares con tasas de cambio favorables. En total, el proceso engulló 8.000 millones de dólares de las reservas de divisas. Daba igual cuánto dinero se bombeara al interior del país: todo se perdía de nuevo hacia el exterior. Con las reservas agotadas hasta unos míseros 4.700 millones de dólares, en febrero de 2015, el banco central renunció y abandonó los tipos de cambio. Mientras las potencias europeas se esforzaban por avanzar diplomáticamente y los halcones de Washington y los cuarteles de la OTAN instaban a tomar las armas con determinación, la divisa perdió un 50 % en tan solo veinticuatro horas, entre el 5 y el 6 de febrero.81 Los precios se ajustaban cada día y, para luchar contra el acaparamiento, se introdujo un sistema de racionamiento de hecho, que limitaba la compra personal a cantidades fijas de harina, aceite, arroz y trigo sarraceno. Entre tanto, el PIB cayó casi un 18 %, anualmente, con lo cual las deudas de Ucrania resultaban cada vez más insostenibles.

Mientras en la cuenca del Donetsk se seguía combatiendo, la legitimidad del gobierno surgido de la revolución de 2014, como la de su predecesor en 2004, se evaporaba frente a la gravedad de los problemas económicos. Para evitar el colapso del nuevo régimen ucraniano, en la primavera de 2015 no había otra alternativa que proseguir con la ayuda exterior. El 11 de marzo de 2015 el FMI volvió a dedicar su atención a Ucrania y recuperó el acuerdo del año anterior, valorado en esta ocasión en 17.500 millones de dólares. Sería la piedra angular de un pacto cuatrienal, de 40.000 millones de dólares, sostenido por la Unión Europea. Pero en este caso, por fin, el FMI admitió que habría que reestructurar la deuda.

V

En 2014, la crisis general, tanto geopolítica como financiera, que había amenazado a la esfera postsoviética en 2008, se había hecho realidad. El veredicto que arrojó, en cuanto a la hegemonía de Estados Unidos y su sistema de alianzas, fue como mínimo ambiguo. El levantamiento popular había obligado a Ucrania a oscilar hacia Europa. El acuerdo de asociación que el presidente Poroshenko se había apresurado a firmar en junio de 2014 fue ratificado definitivamente en julio de 2017. Occidente no había dejado caer a Ucrania. Pero tampoco había salvado al país de la crisis. Su posición financiera seguía siendo precaria. El convenio de reestructuración de la deuda que se terminó suscribiendo en agosto de 2015 satisfizo, desde el punto de vista formal, la exigencia del FMI relativa a la implicación del sector privado. Pero, de hecho, impuso unas pérdidas mínimas a los fondos de inversión libre que habían engullido la deuda de la agobiada Ucrania. Apenas sirvió para reducir la hipoteca del país, pues solo redujo la deuda de 71.000 a 67.000 millones de dólares; el PIB, entre tanto, seguía a la baja.82 La viabilidad del conjunto de la intervención dependería del curso impredecible de la reforma nacional y la intensidad del enfrentamiento con Rusia, pues ni Estados Unidos ni la Unión Europea habían reunido los medios o la voluntad política precisos para ponerle fin de una vez. En lo que respectaba a Rusia, incluso en combinación con el hundimiento de los precios del petróleo, las sanciones fueron dolorosas, pero no decisivas. En la primavera de 2015, el régimen de Putin había recuperado el control de la situación. Cuando los precios del petróleo empezaran a estabilizarse —si lo hacían—, Moscú recuperaría la posición. Las sanciones, por otro lado, no tardaron en perder casi toda la popularidad en el seno de la Unión Europea. Para asombro general, de hecho, Rusia halló simpatizantes destacados incluso en Estados Unidos. Mientras dejaba pasar el tiempo, Moscú podía causar problemas en el Oriente Próximo, pescar en las aguas revueltas de Estados Unidos y buscar nuevos socios estratégicos en otros lugares del mundo.

Durante la guerra fría, la interacción entre Washington, Pekín y Moscú había resultado crucial para el viraje en el equilibrio del poder. En principio, una China en vías de resurgimiento podía elegir con libertad. No tenía ninguna razón particular para preferir a Putin. Pero en la primavera de 2014, en la arena del Asia oriental, la tensión existente entre China y Japón llegó a una intensidad peligrosa. Washington comunicó que estaba resuelto a respaldar a su socio, de importancia estratégica; no permitiría que el gigante asiático hiciera realidad sus planes en el mar de la China meridional. Pero endurecer la posición en Asia al mismo tiempo que estaba lidiando con Rusia en Europa tenía costes. A Rusia le ofrecía una ocasión que Putin no desaprovechó. En la primavera de 2014, cuando se puso de manifiesto que la batalla con Occidente iba en serio, los líderes moscovitas decidieron buscar una alianza estratégica con China.83 China apoyaría a Rusia contra Occidente. Si Estados Unidos y la Unión Europea estaban resueltos a librar una batalla económica con Rusia, esta encontraría mercados en China y fuentes de capital en Shanghái y Hong Kong. China, por su parte, que topaba con resistencia en la zona marítima meridional, podía construir una vía euroasiática terrestre a través de Rusia y la Europa central. La Unión Europea no había mostrado interés por sumarse a los estadounidenses en la «alianza para la contención de facto» de China. Rusia actuaría como puente. La primera piedra se puso en mayo de 2014, cuando Rusia y China suscribieron un acuerdo gasista por valor de 400.000 millones de dólares.84

Aunque la lógica estratégica estaba clara, en la práctica, Moscú topó con muchas dificultades a la hora de entablar negocios con los chinos, que negociaban con dureza. Los oligarcas rusos, sometidos a mucha presión, no querían firmar convenios de largo plazo si no los podían negociar desde una posición de fuerza. Tender la infraestructura necesaria para conectar con el este resultaba extraordinariamente oneroso, y la élite rusa recelaba de la conveniencia de abrir Siberia —todavía más— a la influencia china. La diplomacia del gas, en una época en la que los precios de los combustibles fósiles eran muy inestables, era una empresa volátil. Sin embargo, para Moscú, como para Pekín, lo que estaba en juego iba más allá de la economía. Se trataba de redefinir los equilibrios de poder y consolidar la multipolaridad. Quien dictaría el orden del siglo XXI no sería la potencia hegemónica hasta aquel momento, sino el poder ascendente de Asia y sus aliados. Con este movimiento, Moscú y Pekín estaban pasando también una nueva página final del siglo XX.85 La lista de invitados a las celebraciones de la victoria obtenida en la segunda guerra mundial, en 2015, era más que simbólica. Setenta años después de aquella lucha en la que China, Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se habían unido en contra del Eje, China y Rusia construían una nueva relación que, en potencia, podía redefinir Eurasia. En Moscú, el 9 de mayo, y en Pekín, el 3 de septiembre, Xi Jinping y Vladímir Putin fueron mutuos invitados de honor de unas ceremonias conmemorativas espectaculares. Obama, Cameron, Hollande y Merkel excusaron su asistencia.86 En la primavera de 2015 el único líder occidental que buscó el apoyo de los antiguos aliados de la segunda guerra mundial fue el primer ministro de Grecia, cuyo gobierno de izquierdas se hallaba en una posición muy difícil.

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