Crash

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II. La crisis mundial » Capítulo 6. «La peor crisis financiera de la historia»

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Ben Bernanke sabía que era crucial mantener la compostura en público: «Los pánicos financieros tienen un componente psicológico importante. Proyectar calma, racionalidad y confianza es tener ganada la mitad de la batalla», opinaría posteriormente.78 Pero, al ser economista e historiador de la economía, Bernanke comprendía la magnitud de lo que ocurría. La amenaza en 2008 no era la misma que en 1929. La amenaza era algo aún más grande y posiblemente peor. Según Bernanke afirmaría más tarde en varias ocasiones, en los meses de «septiembre y octubre de 2008» se produjo sin lugar a dudas «la peor crisis financiera de la historia universal, incluida la Gran Depresión».79 En los años treinta no hubo ningún momento en el que se produjera una sincronización a tan gran escala, en el que tantos grandes bancos del mundo corrieran el riesgo de quebrar simultáneamente. La velocidad y la fuerza de la avalancha no tenían precedentes. Bernanke admitió posteriormente a los lectores de sus memorias que «era abrumador, incluso paralizante, pensar demasiado en lo que estaba en juego, así que me centraba todo lo que podía en las tareas concretas que tenía entre manos [...] [M]ientras se sucedían los acontecimientos, reprimía mis miedos y me centraba en resolver los problemas».80 Solo cuando ya se acercaba el final de su segundo mandato pudo relajarse. Al volver la vista atrás, era como sufrir un accidente de coche: «Te dedicas sobre todo a intentar no caer desde el puente y solo después dices “¡Dios mío!”».81

Tim Geithner, desde su posición estratégica en la Fed de Nueva York, expuso de un modo típicamente insensible su punto de vista sobre el esfuerzo para salvar el sistema financiero: «No sabía cómo explicar el terror de aquellos días hasta que más tarde vi En tierra hostil, la oscarizada película sobre una unidad especializada en desactivar bombas en Irak. Obviamente, lo que vivimos durante conferencias interminables en elegantes edificios de oficinas no es comparable a los horrores de la guerra, pero a los diez minutos de empezar la película ya sabía que por fin había encontrado algo que captaba la sensación durante la crisis: la abrumadora carga de responsabilidad combinada con el riesgo paralizante de que se produjera una quiebra catastrófica; la frustración por lo que está fuera de tu control; la incertidumbre sobre qué podría ayudar; la certeza de que incluso las buenas decisiones podían salir mal; el sufrimiento y la culpa por descuidar a tu familia; la soledad y el entumecimiento».82

Fuente: Claudio Borio y Piti Disyatat, «Global Imbalances and the Financial Crisis: Link or No link?», BIS Working Paper, 346 (2011), gráfico 5.

No hay razones para dudar de la sinceridad de estas afirmaciones. La situación era terrible. Sin embargo, las metáforas (atentados terroristas, accidentes de coche y artefactos explosivos improvisados sin explotar) son reveladoras. Colocan al equipo que luchó contra la crisis como los primeros en responder ante una apremiante emergencia. Y nos sitúan a nosotros, su audiencia, a su lado. ¿Quién no apoyaría al paternal Ben Bernanke mientras intenta que el coche familiar no se precipite por el puente o al heroico equipo de desactivación de bombas de Geithner? La política queda a un lado cuando observamos con inquietud a nuestros héroes luchar para salvarnos de un desastre. No hay tiempo para preguntar qué está ocurriendo. Estamos «todos juntos en esto». Es precisamente con esta afirmación con la que comienza una economía política de la crisis.83 ¿Qué sistema era necesario salvar en el otoño de 2008? ¿Quién iba a resultar perjudicado? ¿Quiénes estaban incluidos en el círculo de los que necesitaban protección? ¿Quiénes no?

Cuando la crisis se disparó en septiembre de 2008, los primeros en responder realizaron una sustitución. Todo había empezado con el previsible pero devastador estallido de la burbuja inmobiliaria. La crisis estaba afectando a millones de hogares en ambos lados del Atlántico. Pero a partir de la oleada de quiebras bancarias y pérdidas de fondos de finales del verano de 2007, la crisis inmobiliaria se fue alejando paulatinamente del centro de atención. Lo importante era la posible quiebra de un banco de inversiones. En septiembre de 2008, lo que había que salvar a cualquier precio ya no eran bancos concretos, sino todo el sistema financiero. Mercados y sectores enteros (el mercado de repos, los ABCP, los fondos de inversiones) necesitaban soporte vital. Se trataba de una implosión del sistema financiero, algo parecido a un inmenso apagón que amenazaba toda la economía.

Era fundamental arreglar Wall Street, según rezaba el eslogan, para ayudar a Main Street. Este mantra se repitió en los idiomas locales de todo el mundo. Y, a efectos de que prosiguiera la actividad empresarial, sin duda era crucial mantener el crédito empresarial. En septiembre ni siquiera las empresas de primera línea podían conseguir financiación a corto plazo. McDonald’s ya no podía conseguir crédito del Bank of America.84 Se rumoreaba que el gigante de la ingeniería GE y la Universidad de Harvard tenían problemas de liquidez.85 Pero más allá de estas medidas de rescate inmediatas, ¿servía realmente el foco exclusivo en el sistema financiero a los intereses de la economía real?86 ¿Estaba causando la imposibilidad de pedir préstamos un fracaso de las inversiones y, por tanto, la depresión en curso? ¿O el hundimiento del mercado inmobiliario y la falta de liquidez de los hogares estaban frenando la actividad económica de forma que no había incentivos para invertir y, por tanto, no existía una demanda de préstamos?

Tal vez parezcan preguntas académicas. La bomba estaba activada. El coche se precipitaba por el puente. En medio de una catástrofe mundial, ¿realmente importaba en qué dirección señalara la flecha de la causalidad? Dada la intensidad de la crisis financiera, ¿por qué debería importar? Porque la decisión que tomaron los estadounidenses responsables de luchar contra la crisis de dejar estas cuestiones fuera del debate y dar absoluta prioridad a salvar el sistema financiero influyó en todo lo que sucedió después. Preparó el terreno para una inversión extraordinaria y amargamente irónica. Mientras que desde los años setenta los incesantes mantras de los portavoces del sector financiero habían sido el libre mercado y la mínima regulación, lo que por entonces estaban pidiendo era la movilización de todos los recursos del Estado para salvar las infraestructuras financieras de la sociedad de una amenaza de implosión del sistema, una amenaza que comparaban con una emergencia militar.

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