Cosmos

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IV. Cielo e infierno

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Capítulo IV
CIELO
E INFIERNO

Recuerdo nueve mundos

Edda islandés de SNORRI STURLUSON, 1200

Me he convertido en muerte, en el destructor de mundos.

Bhagavad-Gita

Las puertas del cielo y del infierno son adyacentes e idénticas.

NIKOS KAZANTZAKIS, La última tentación de Cristo

LA TIERRA ES UN LUGAR ENCANTADOR Y MÁS O MENOS PLÁCIDO. Las cosas cambian pero lentamente. Podemos vivir toda una vida y no presenciar personalmente desastres naturales de violencia superior a una simple tormenta. Y de este modo nos volvemos relajados, complacientes, tranquilos. Pero en la historia de la naturaleza los hechos hablan por sí solos. Ha habido mundos devastados. Incluso nosotros, los hombres, hemos conseguido la dudosa distinción técnica de poder provocar nuestros propios desastres, tanto intencionados como inadvertidos. En los paisajes de otros planetas que han conservado las marcas del pasado, hay pruebas abundantes de grandes catástrofes. Todo depende de la escala temporal. Un acontecimiento que sería impensable en un centenar de años, puede que sea inevitable en un centenar de millones de años. Incluso en la Tierra, incluso en nuestro propio siglo, han ocurrido extraños acontecimientos naturales.

En las primeras horas de la mañana del 30 de junio de 1908, en Siberia Central, se observó una gigantesca bola de fuego moviéndose rápidamente a través del cielo. Cuando tocó el horizonte se produjo una enorme explosión que arrasó 2000 kilómetros cuadrados de bosque e incendió con una ráfaga de fuego miles de árboles cercanos al lugar del impacto. La consiguiente onda de choque atmosférica dio dos veces la vuelta a la Tierra. En los dos días siguientes, el polvillo presente en la atmósfera era tan abundante que se podía leer el periódico de noche, en las calles de Londres, a 10.000 kilómetros de distancia, por la luz que este polvillo dispersaba.

El gobierno de Rusia, bajo los zares, no podía molestarse en investigar un incidente tan trivial, el cual después de todo, se había producido muy lejos, entre los retrasados tunguses de Siberia. Hasta diez años después de la Revolución no se envió una expedición para examinar el terreno y entrevistar a los testigos. He aquí algunas de las crónicas que trajeron consigo:

A primera hora de la mañana todo el mundo dormía en la tienda cuando esta voló por los aires, junto con sus ocupantes. Al caer de nuevo a Tierra, la familia entera sufrió ligeras magulladuras, pero Akulina e lván quedaron realmente inconscientes. Cuando recobraron el conocimiento oyeron muchísimo ruido y vieron a su alrededor el bosque ardiendo y en gran parte devastado.

Estaba sentado en el porche de la caseta de la estación comercial de Vanovara a la hora del desayuno y mirando hacia el Norte. Acababa de levantar el hacha para reparar un tonel, cuando de pronto el cielo se abrió en dos, y por encima del bosque toda la parte Norte del cielo pareció que se cubría de fuego. Sentí en ese momento un gran calor como si se hubiese prendido fuego a mi camisa… quise sacármela y tirarla, pero en ese momento hubo en el cielo una explosión y se oyó un enorme estruendo. Aquello me tiró al suelo a unos tres sayenes de distancia del porche y por un momento perdí el conocimiento. Mi mujer salió corriendo y me metió en la cabaña. Al estruendo le siguió un ruido como de piedras cayendo del cielo o de escopetas disparando. La Tierra temblaba, y cuando estaba caído en el suelo me cubrí la cabeza porque temía que las piedras pudieran golpearme. En aquel momento, cuando el cielo se abrió, sopló del Norte, por entre las cabañas, un viento caliente como el de un cañón. Dejó señales en el suelo.

Estaba sentado tomando el desayuno al lado de mi arado, cuando oí explosiones súbitas, como disparos de escopetas. Mi caballo cayó de rodillas. Una llamarada se elevó por el lado Norte, sobre el bosque… Vi entonces que los abetos del bosque se inclinaban con el viento y pensé en un huracán. Agarré el arado con las dos manos para que no volara. El viento era tan fuerte que arrancaba la tierra del suelo, y luego el huracán levantó sobre el Angara una pared de agua. Lo vi todo con bastante claridad, porque mi campo estaba en una ladera.

El rugido aterrorizó de tal modo a los caballos que algunos salieron galopando desbocados, arrastrando los arados en diferentes direcciones, y otros se desplomaron en el suelo.

Los carpinteros, tras el primer y el segundo estallido, se santiguaron estupefactos, y cuando resonó el tercer estallido cayeron del edificio sobre la madera astillada. Algunos estaban tan aturdidos e intensamente aterrorizados que tuve que calmarlos y tranquilizarlos. Todos dejamos el trabajo y nos fuimos hacia el pueblo. Allí, multitudes enteras de habitantes estaban reunidos en las calles, aterrorizados, hablando del fenómeno.

Yo estaba en el campo;… acababa de enganchar un caballo a la grada y empezaba a sujetar el otro cuando de pronto oí que sonaba como un fuerte disparo por la derecha. Me volví inmediatamente y vi un objeto llameante alargado volando a través del cielo. La parte frontal era mucho más ancha que la cola y su color era como de fuego a la luz del día. Su tamaño era varias veces mayor que el sol pero su brillo mucho más débil, de modo que se podía mirar sin cubrirse los ojos. Detrás de las llamas había una estela como de polvo. Iba envuelto en pequeñas humaredas dispersas y las llamas iban dejando detrás otras llamitas azules. Cuando hubo desaparecido la llama, se oyeron estallidos más fuertes que el disparo de una escopeta, podía sentirse temblar el suelo, y saltaron los vidrios de las ventanas de la cabaña.

… Estaba lavando ropa en el bancal del río Kan. De pronto se oyó un ruido como el aleteo de un pájaro asustado… y apareció en el río una especie de marea. Después se oyó un estallido único tan fuerte que una de las mujeres trabajadoras… se cayó al agua.

Este notable caso se conoce por el Acontecimiento de Tunguska. Algunos científicos han sugerido que lo causó la caída de un trozo de antimateria que se aniquiló al entrar en contacto con la materia ordinaria de la Tierra, desapareciendo en un destello de rayos gamma. Pero la ausencia de radiactividad en el lugar del impacto no apoya esta teoría. Otros postulan que un mini agujero negro atravesó la Tierra entrando en Siberia y saliendo por el otro lado. Pero los datos de las ondas de choque atmosféricas no muestran indicios de que aquel día saliera proyectado un objeto por el Atlántico Norte. Quizás fuese una nave espacial de alguna civilización extraterrestre increíblemente avanzada con un desesperado problema técnico a bordo, que se estrelló en una región remota de un oscuro planeta. Pero en el lugar del impacto no hay ni rastro de una nave de este tipo. Se han propuesto todas estas ideas, algunas con más o menos seriedad. Ninguna de ellas está firmemente apoyada por la evidencia. El punto clave del Acontecimiento de Tunguska es que hubo una tremenda explosión, una gran onda de choque, un enorme incendio forestal, y que sin embargo no hay cráter de impacto en el lugar. Parece que sólo hay una explicación consecuente con todos los hechos: en 1908 un trozo de cometa golpeó la Tierra.

El bosque de la taiga devastado en Tunguska. La fotografía se tomó a 5 kilómetros del «punto cero», y 21 años después del acontecimiento. Todos los árboles señalan en dirección opuesta al punto del impacto. (Cedida por Sovfoto).

En los vastos espacios que separan a los planetas hay muchos objetos, algunos rocosos, otros metálicos, otros de hielo, otros compuestos parcialmente de moléculas orgánicas. Son desde granos de polvo hasta bloques irregulares del tamaño de Nicaragua o Bhutan. Y a veces, por accidente, hay un planeta en su camino. El Acontecimiento de Tunguska fue provocado probablemente por un fragmento de cometa helado de cien metros, aproximadamente el tamaño de un campo de fútbol, de un millón de toneladas de peso, y moviéndose a treinta kilómetros por segundo aproximadamente.

Si un impacto de este tipo acaeciese hoy en día podría confundirse, sobre todo en el momento inicial de pánico, con una explosión nuclear. El impacto cometario y la bola de fuego simularían todos los efectos de una explosión nuclear de un megatón, incluyendo la nube en forma de hongo, con dos excepciones: no habría radiaciones gamma ni precipitación de polvo radiactivo. ¿Es posible que un acontecimiento, raro aunque natural, el impacto de un considerable fragmento cometario, desencadene una guerra nuclear? Extraña escena: un pequeño cometa choca contra la Tierra, como lo han hecho ya millones de ellos, y la respuesta de nuestra civilización es la inmediata autodestrucción. Quizás nos convendría entender un poco mejor que hasta ahora los cometas, las colisiones y las catástrofes. Por ejemplo, un satélite norteamericano Vela detectó el 22 de septiembre de 1979 un doble e intenso destello luminoso procedente de la región del Atlántico Sur y de la parte occidental de Océano índico. Las primeras especulaciones sostenían que se trataba de la prueba clandestina de un arma nuclear de baja potencia (dos kilotones, la sexta parte de energía de la bomba de Hiroshima) llevada a cabo por Sudáfrica o Israel. En todo el mundo se consideró que las consecuencias políticas eran serias. Pero ¿y si los destellos se debieran a un asteroide pequeño o a un trozo de cometa? Se trata de una posibilidad real, porque los reconocimientos en la zona de los destellos no mostraron ningún vestigio de radiactividad anormal en el aire. Esta posibilidad subraya el peligro que supone, en una época de armas nucleares, no controlar mejor los impactos procedentes del espacio.

Un cometa está compuesto principalmente por hielo de agua (H20) con un poco de hielo de metano (CH4), y algo de hielo de amoníaco (NH3). Un modesto fragmento cometario, al chocar con la atmósfera de la Tierra, produciría una gran y radiante bola de fuego, y una potente onda explosiva que incendiaría árboles, arrasaría bosques y se escucharía en todo el mundo. Pero no podría excavar en el suelo un cráter grande. Todos los hielos se derretirían durante la entrada. Del cometa quedarían pocas piezas reconocibles, quizás sólo un rastro de pequeños granos provenientes de las partes no heladas del núcleo cometario. Recientemente, el científico soviético E. Sobotovich ha identificado un gran número de diamantes diminutos esparcidos por la zona de Tunguska. Es ya conocida la existencia de diamantes de este tipo en meteoritos que han sobrevivido al impacto y cuyo origen último pueden ser los cometas.

En muchas noches claras, mirando pacientemente hacia el cielo, puede verse en lo alto algún meteorito solitario brillando levemente. Algunas noches puede verse una lluvia de meteoritos, siempre en unos mismos días del año; es un castillo natural de fuegos artificiales, un espectáculo de los cielos. Estos meteoritos están compuestos por granos diminutos, más pequeños que un grano de mostaza. Más que estrellas fugaces son copos que caen. Brillan en el momento de entrar en la atmósfera de la Tierra, y el calor y la fricción los destruyen a unos 100 kilómetros de altura. Los meteoritos son restos de cometas.[15] Los viejos cometas, calentados por pasos repetidos cerca del Sol, se desmembran, se evaporan y se desintegran. Los restos se dispersan llenando toda la órbita cometaria. En el punto de intersección de esa órbita con la de la Tierra, hay un enjambre de meteoritos esperándonos. Parte del enjambre está siempre en la misma posición en la órbita de la Tierra, y la lluvia de meteoritos se observa siempre el mismo día de cada año. El 30 de junio de 1908 fue el día correspondiente a la lluvia del meteorito Beta Tauris, relacionado con la órbita del cometa Encke. Parece que el Acontecimiento de Tunguska fue causado por un pedazo de cometa Encke, un trozo bastante más grande que los diminutos fragmentos que causan estas lluvias de meteoritos, resplandecientes e inofensivas.

Los cometas siempre han suscitado temor, presagios y supersticiones. Sus apariciones ocasionales desafiaban de modo inquietante la noción de un Cosmos inalterable y ordenado por la divinidad. Parecía inconcebible que una lengua espectacular de llama blanca como la leche, saliendo y poniéndose con las estrellas noche tras noche, estuviera allí sin ninguna razón, que no trajera algún presagio sobre cuestiones humanas. Así nació la idea de que los cometas eran precursores del desastre, augurios de la ira divina; que predecían la muerte de los príncipes y la caída de los reinos. Los babilonios pensaban que los cometas eran barbas celestiales. Los griegos las veían como cabelleras flotantes, los árabes como espadas llameantes. En la época de Tolomeo los cometas se clasificaban laboriosamente, según sus formas, en rayos, trompetas, jarras y demás. Tolomeo pensó que los cometas traían guerras, temperaturas calurosas y desórdenes. Algunas descripciones medievales de cometas parecen crucifijos volantes no identificados. Un superintendente u obispo luterano de Magdeburgo llamado Andreas Celichius publicó en 1578 una Advertencia teológica del nuevo cometa, donde ofrecía la inspirada opinión según la cual un cometa es la humareda espesa de los pecados humanos, que sube cada día, a cada hora, en cada momento, llena de hedor y de horror ante la faz de Dios, volviéndose gradualmente más espesa hasta formar un cometa con trenzas rizadas, que al final se enciende por la cólera y el fuego ardiente del Supremo Juez Celestial. Pero otros replicaron que si los cometas fuesen el humo de los pecados, los cielos estarían ardiendo continuamente.

Detalle del Tapiz de Bayeux del siglo once, rememorativo de la aparición del cometa Halley en abril de 1066. La inscripción latina a la izquierda del dibujo muy estilizado del cometa reza: «Estos se admiran de la estrella». Un cortesano se apresura a comunicar el acontecimiento a Harold de Inglaterra, cuya derrota en manos de Guillermo el Conquistador se consideró popularmente que fue presagiada por el cometa (observar debajo de las figuras la invasión naval). El tapiz fue encargado por la reina Matilde, esposa de Guillermo.

El dato más antiguo sobre la aparición del cometa Halley (o de cualquier otro cometa) aparece en la obra china Libro del príncipe de Huai Nan, participante en la marcha militar del rey Wu contra Zhou de Yin. Fue en el año 1057 a. de C. La aproximación del cometa Halley a la Tierra en el año 66 es la explicación más probable del relato de Josefo sobre una espada que estuvo colgando un año entero sobre Jerusalén. En 1066, los normandos presenciaron un nuevo regreso del cometa Halley. Pensaron que debía de presagiar la caída de algún reino, y así el cometa incitó, y en cierto modo precipitó la invasión de Inglaterra por Guillermo el Conquistador. El cometa fue notificado a su debido tiempo en un periódico de la época, el Tapiz de Bayeux. En 1301 Giotto, uno de los fundadores de la pintura realista moderna, presenció otra aparición del cometa Halley y lo introdujo en una escena de la Natividad. El Gran Cometa de 1466, de nuevo el Halley, aterrorizó a la Europa cristiana; los cristianos temieron que Dios, que envía los cometas, pudiera estar de parte de los turcos que acababan de apoderarse de Constantinopla.

La Adoración de los Reyes Magos de Giotto, hacia 1304. La estrella de Belén aparece en ella (seguramente) como un cometa no milagroso. Es muy probable que la aparición del cometa Halley en 1301 sirviese de modelo a Giotto. (Cedida por los Archivos Fotocolor de SCA-LA/Editorial).

Descripción azteca de la visión que tuvo el emperador Moctezuma de un brillante cometa. Moctezuma aceptó la superstición popular de que los cometas presagian catástrofes, cayó en una profunda depresión y así colaboró inconscientemente con la conquista española. Es un ejemplo excelente de profecía que uno mismo ayuda a cumplir. De Historia de las Indias de Nueva España, de Diego Durán.

Los principales astrónomos de los siglos dieciséis y diecisiete estuvieron fascinados por los cometas, e incluso a Newton le daban un poco de vértigo. Kepler describió los cometas precipitándose a través del espacio como peces en el agua, pero disipados por la luz solar, pues la cola cometaria siempre señala en dirección contraria al Sol. David Hume, en muchos casos un intransigente racionalista, jugó por lo menos con el concepto de que los cometas eran las células reproductoras los óvulos o el esperma de los sistemas planetarios, y que los planetas se producían practicando una especie de sexo interestelar. Cuando Newton era estudiante y no había inventado aún el telescopio reflector, pasó muchas noches seguidas en vela explorando a simple vista el cielo en búsqueda de cometas, con un fervor tal que cayó enfermo de agotamiento. Newton, secundando a Tycho y a Kepler, concluyó que los cometas vistos desde la Tierra no se mueven en el interior de nuestra atmósfera, como Aristóteles y otros habían pensado, sino que están bastante más lejos que la Luna, aunque más cerca que Saturno. Los cometas brillan, al igual que los planetas, porque reflejan la luz solar, y están muy equivocados quienes los sitúan casi tan lejos como las estrellas fijas; pues si así fuese, los cometas no podrían recibir más luz de nuestro sol que la que nuestros planetas reciben de las estrellas fijas. Demostró que los cometas, como los planetas, se mueven en elipse: Los cometas son una especie de planetas que giran en órbitas muy excéntricas alrededor del Sol. Esta desmitificación, esta predicción de las órbitas cometarias regulares, permitió a su amigo Edmund Halley calcular en 1707 que los cometas de 1531, 1607, y 1682 eran apariciones del mismo cometa a intervalos de 76 años, y predecir su regreso en 1758. El cometa llegó a su debido tiempo y le dedicaron, póstumamente, su nombre. El cometa Halley ha jugado un importante papel en la historia humana, y puede que sea el objetivo de la primera sonda espacial hacia un cometa, durante su regreso en 1986.

Los científicos planetarios modernos a veces afirman que la colisión de un cometa con un planeta podría suponer una considerable contribución a la atmósfera planetaria. Por ejemplo, toda el agua presente actualmente en la atmósfera podría explicarse por el impacto reciente de un cometa pequeño. Newton señaló que la materia de la cola de los cometas se disipa en el espacio interplanetario, se desprende del cometa y poco a poco es atraída por la gravedad hacia los planetas cercanos. Creía que el agua en la Tierra se perdía gradualmente, «gastándose en la vegetación y en la putrefacción, y convirtiéndose en tierra seca… Los fluidos, si no se suministran desde el exterior, han de disminuir continuamente, y al final han de faltar del todo». Parece que Newton creyó que los océanos de la Tierra son de origen cometario, y que la vida es posible solamente porque la sustancia cometaria cae sobre nuestro planeta. En un arrebato místico aún fue más lejos: «Además sospecho que el espíritu proviene principalmente de los cometas, el cual es por supuesto la parte más pequeña pero la más sutil y provechosa de nuestro aire, y tan necesaria para sustentar la vida de todas las cosas, incluyendo la nuestra».

Una fotografía rara del cometa Halley tomada en 1910, con Venus abajo a la izquierda. (Cedida por Camera Press-Photo Trends).

Ya en 1869 el astrónomo William Huggins encontró una identidad entre algunos aspectos del espectro de un cometa y el espectro del gas natural u olificante. Huggins había encontrado materia orgánica en los planetas; años después se identificó en la cola de los cometas cianógeno, CN, consistente en un átomo de carbono y uno de nitrógeno, el fragmento molecular que produce los cianuros. Cuando la Tierra en 1910 estaba a punto de atravesar la cola del cometa Halley mucha gente se aterrorizó, porque no tuvo en cuenta que la cola de un cometa es extraordinariamente difusa: el peligro real del veneno presente en la cola de un cometa es bastante menor que el peligro que ya en 1910 suponía la polución industrial de las grandes ciudades.

Pero eso no tranquilizó a casi nadie. Los titulares del Chronicle de San Francisco del 15 de mayo decían, por ejemplo, Cámara para cometas tan grande como una casa, El cometa llega y el marido se reforma, Fiestas cometarias, última novedad en Nueva York. El Examiner de Los Ángeles adoptaba un tono frívolo: «Dime: ¿No te ha cianogenado aún este cometa?… Toda la raza humana tendrá un baño gratuito de gases», «Se prevén grandes juergas», «Muchos sienten el gusto del cianógeno», «Una víctima se encarama a un árbol para intentar telefonear al Cometa». En 1910 se celebraron fiestas para divertirse antes de que la contaminación de cianuro acabara con el mundo. Los vendedores pregonaban píldoras anticometa y mascarillas de gas, que fueron una extraña premonición de los campos de batalla de la primera guerra mundial.

En nuestra época subsiste cierta confusión con respecto a los cometas. En 1957 yo trabajaba de licenciado en el Observatorio Yerkes de la Universidad de Chicago. Estaba solo en el observatorio a altas horas de la noche cuando oí sonar insistentemente el teléfono. Al contestar, una voz que delataba un avanzado estado de ebriedad dijo: «Quiero hablar con un astrónomo». «¿Puedo ayudarle en algo?». «Sí, verá, estamos en el jardín con esta fiesta, aquí en Wilmette, y hay algo en el cielo. Pero lo bueno es que si lo miras directamente desaparece. Y si no lo miras está ahí». La parte más sensible de la retina no está en el centro del campo de visión. Las estrellas débiles y otros objetos pueden verse desviando la vista ligeramente. Yo sabía que en el cielo y apenas visible en aquel momento había un cometa recién descubierto llamado Arend Roland. Le dije por tanto que lo que estaba viendo era probablemente un cometa. Hubo un largo silencio, seguido de la pregunta: ¿Y eso qué es? Un cometa respondí es una bola de nieve de una milla de ancho. Después de un largo silencio el borracho solicitó: «Quiero hablar con un astrónomo de verdad». Cuando reaparezca en 1986 el cometa Halley me gustará saber qué dirigentes políticos se asustarán de la aparición, y qué otras estupideces nos tocará oír.

Fotografía del cometa Halley tomada en su última visita en 1986.(NASA).

El Cometa Halley, fotografiado en 1986 por la sonda Giotto cuando se acercaba al Sol.(ESA).

Los planetas se mueven en órbitas elípticas alrededor del Sol, pero sus órbitas no son muy elípticas. De entrada y a primera vista, son casi indistinguibles de un círculo. Son los cometas especialmente los cometas de largo período los que tienen órbitas espectacularmente elípticas. Los planetas son los veteranos del sistema solar interno; los cometas son recién llegados. ¿Por qué las órbitas planetarias son casi circulares y están netamente separadas unas de otras? Porque si los planetas tuvieran órbitas muy elípticas, de modo que sus trayectorias se cortasen, antes o después se produciría una colisión. En la historia inicial del sistema solar, hubo probablemente muchos planetas en proceso de formación. Los planetas cuyas órbitas elípticas se cruzaban tendieron a colisionar y a destruirse entre ellos. Los de órbitas circulares tendieron a crecer y a sobrevivir.

Las órbitas de los planetas actuales son las órbitas de los supervivientes de esta selección natural mediante colisiones, la edad mediana y estable de un sistema solar dominado por impactos catastróficos iniciales.

Cometa Ikeya-Seki, descubierto en 1965 por dos buenos astrónomos aficionados japoneses. La cola tiene aproximadamente cincuenta millones de kilómetros de longitud. (Fotografiado en el observatorio Nacional de Kitt Peak, por Michael Belton).

En el sistema solar más exterior, en la oscuridad de más allá de los planetas, hay una vasta nube esférica de un billón de núcleos cometarios, orbitando al Sol no más rápidamente que un coche de carreras en las 500 millas de Indianápolis.[16] Un cometa más o menos típico tendría el aspecto de una bola gigante de nieve en rotación, de un kilómetro de diámetro aproximadamente. La mayoría de los cometas nunca atraviesan el límite marcado por la órbita de Plutón. Pero en ocasiones el paso de una estrella provoca una agitación y conmoción gravitatorias en la nube cometaria, y un grupo de cometas se encuentra trasladado a órbitas muy elípticas y precipitándose hacia el Sol. Su recorrido sufre luego más variaciones por encuentros gravitatorios con Júpiter y Saturno, y una vez cada cien años más o menos tiende a emprender una carrera hacia el interior del sistema solar. En algún punto entre las órbitas de Júpiter y Marte empezará a calentarse y a evaporarse. La materia que sale expulsada de la atmósfera del Sol, el viento solar, transporta fragmentos de polvo y de hielo hacia detrás del cometa, formando una cola incipiente. Si Júpiter tuviera un metro de longitud nuestro cometa sería más pequeño que una mota de polvo, pero su cola una vez desarrollada del todo es tan grande como las distancias entre los mundos. Cuando está a una distancia que le hace visible desde la Tierra provoca, en cada una de sus órbitas, estallidos de fervor supersticioso entre los terrestres. Pero con el tiempo, los terrestres comprenden que los cometas no viven en la misma atmósfera que ellos, sino fuera, entre los planetas. Calculan luego su órbita. Y quizás un día no muy lejano lancen un pequeño vehículo espacial dedicado a investigar a este visitante del reino de las estrellas.

Los cometas, más tarde o más temprano, chocan con los planetas. La Tierra y su acompañante la Luna tienen que estar bombardeadas por cometas y por pequeños asteroides, los escombros que quedaron de la formación del sistema solar. Puesto que hay más objetos pequeños que grandes, tiene que haber más impactos de pequeños objetos que de grandes. El impacto de un pequeño fragmento cometario con la Tierra, como el de Tunguska, debería ocurrir una vez cada cien mil años aproximadamente. Pero el impacto de un cometa grande, como el cometa Halley, cuyo núcleo es quizás de veinte kilómetros de diámetro, debería ocurrir solamente una vez cada mil millones de años.

Cuando un objeto pequeño o de hielo colisiona con un planeta o una luna, quizás no produzca una cicatriz muy señalada. Pero si el objeto que hace impacto es mayor o está formado principalmente por rocas, se produce en el impacto una explosión que excava un cuenco hemisférico llamado cráter de impacto. Y si ningún proceso borra o rellena el cráter, puede durar miles de millones de años. En la Luna no hay casi erosión y cuando examinamos su superficie la encontramos cubierta con cráteres de impacto, en número muy superior al que puede explicar la dispersa población de residuos cometarios y asteroidales que ahora ocupa el sistema solar interior. La superficie de la Luna ofrece un elocuente testimonio de una etapa previa de la destrucción de mundos, que finalizó hace ya miles de millones de años. Los cráteres de impacto no son exclusivos de la Luna. Los encontramos en todo el sistema solar interior; desde Mercurio, el más cercano al Sol, hasta Venus, cubierto de nubes, y hasta Marte con sus lunas diminutas, Fobos y Deimos. Estos son los planetas terrestres, nuestra familia de mundos, los planetas más o menos parecidos a la Tierra. Tienen superficies sólidas, interiores formados por roca y hierro, y atmósferas que van desde el vacío casi total hasta presiones noventa veces superiores a las de la Tierra. Se agrupan alrededor del Sol, la fuente de luz y calor, como excursionistas alrededor del fuego de campamento. Todos los planetas tienen unos 4600 millones de años de edad. Todos ellos, al igual que la Luna, ofrecen testimonios elocuentes de una era de impactos catastróficos en la primitiva historia del sistema solar.

Más allá de Marte entramos en un régimen muy diferente: el reino de Júpiter y de otros planetas jovianos o gigantes. Se trata de mundos inmensos compuestos principalmente de hidrógeno y de helio, con menos cantidades de gases ricos en hidrógeno, como el metano, amoníaco y agua. No vemos aquí superficies sólidas, solamente la atmósfera y las nubes multicolores. Son planetas serios, no pequeños mundos fragmentarios como la Tierra. Dentro de Júpiter podría caber un millar de Tierras. Si en la atmósfera de Júpiter cayese un cometa o un asteroide, no esperaríamos que se formara un cráter visible, sino sólo un claro momentáneo entre las nubes. No obstante, sabemos también que en el sistema solar exterior ha habido una historia de colisiones que ha durado miles de millones de años; porque Júpiter tiene un gran sistema de más de una docena de lunas, cinco de las cuales fueron examinadas de cerca por la nave espacial Voyager. También aquí encontramos pruebas de catástrofes pasadas. Cuando el sistema solar esté totalmente explorado, probablemente tendremos pruebas de impactos catastróficos en todos los nueve mundos, desde Mercurio a Plutón, y en todas las pequeñas lunas, cometas y asteroides.

En la cara próxima de la Luna hay unos 10.000 cráteres visibles con el telescopio desde la Tierra. La mayoría de ellos están en antiguas montañas lunares y datan de la época de formación final de la Luna por acreción de escombros interplanetarios. Hay alrededor de un millar de cráteres mayores de un kilómetro de longitud en los mapas (en latín mares), las regiones bajas que quedaron inundadas, quizás por lava, poco tiempo después de su formación, cubriendo los cráteres preexistentes. Por lo tanto, los cráteres de la Luna deberían formarse hoy, de modo muy aproximado, a razón de 109 años / l04 cráteres = 105 años/cráter, un intervalo de cien mil años entre cada fenómeno de craterización. Es posible que hubiera más escombros interplanetarios hace unos cuantos miles de millones de años que ahora, y quizás tendríamos que esperar más de cien mil años para poder ver la formación de un cráter en la Luna. La Tierra tiene un área mayor que la Luna, por lo tanto tendríamos que esperar unos diez mil años entre cada colisión capaz de crear en nuestro planeta cráteres de un kilómetro de longitud. Si tenemos en cuenta que el Cráter del Meteorito de Arizona, un cráter de impacto de un kilómetro aproximado de longitud, tiene treinta o cuarenta mil años de antigüedad, las observaciones en la Tierra concuerdan con estos cálculos tan bastos.

Cráter del Meteorito, Arizona. Este cráter tiene un diámetro de 1,2 kilómetros y se formó hace probablemente 15.000 a 40.000 años, cuando una masa de hierro de 25 metros de longitud chocó contra la Tierra a una velocidad de 15 kilómetros por segundo. La energía liberada fue equivalente a la de una explosión nuclear de 4 megatones.

El impacto real de un cometa pequeño o de un asteroide con la Luna puede producir una explosión momentánea de brillo suficiente para que sea visible desde la Tierra. Podemos imaginarnos a nuestros antepasados mirando distraídamente hacia arriba una noche cualquiera de hace cien mil años y notando el crecimiento de una extraña nube en la parte de la Luna no iluminada, nube alcanzada de repente por los rayos del Sol. Pero no esperamos que un acontecimiento tal haya sucedido en tiempos históricos. Las probabilidades en contra deben de ser como de cien a uno. Sin embargo hay un relato histórico que puede ser la descripción real de un impacto en la Luna visto desde la Tierra a simple vista: la tarde del 25 de junio de 1178, cinco monjes británicos contaron algo extraordinario, que después quedó registrado en la crónica de Gervasio de Canterbury, considerada generalmente como un documento fidedigno de los acontecimientos políticos y culturales de su tiempo: el autor interrogó a los testigos oculares quienes afirmaron, bajo juramento, decir la verdad de la historia. La crónica cuenta:

Había una brillante luna nueva, y como es habitual en esta fase sus cuernos estaban inclinados hacia el Este. De pronto el cuerno superior se abrió en dos. En el punto medio de la división emergió una antorcha flameante, que vomitaba fuego, carbones calientes y chispas.

Los astrónomos Derral Mulholland y Odile Calame han calculado que un impacto lunar produciría una nube de polvo emanando de la superficie de la Luna con un aspecto bastante similar al descrito por los monjes de Canterbury.

Si un impacto como ese se hubiera producido hace solamente 800 años, el cráter todavía sería visible. La erosión en la Luna es tan ineficaz, a causa de la ausencia de agua y de aire, que cráteres incluso pequeños que tienen ya unos cuantos miles de millones de años de edad se conservan relativamente bien. La descripción que Gervasio reproduce permite precisar el sector de la Luna al que se refieren las observaciones. Los impactos producen rayos, estelas lineales de polvo fino arrojado durante la explosión. Los rayos de este tipo están asociados con los cráteres más jóvenes de la Luna; por ejemplo, los que recibieron las nombres de Aristarco, Copérnico y Kepler. Pero si bien los cráteres pueden resistir la erosión en la Luna, los rayos, que son excepcionalmente finos, no pueden. A medida que pasa el tiempo, la llegada de micrometeoritos —polvillo fino del espacio— basta para, remover y cubrir los rayos, que desaparecen gradualmente. Por lo tanto los rayos son la firma de un impacto reciente.

Amanecer en el cráter Copérnico, exactamente al norte del ecuador lunar. Tiene 100 kilómetros de diámetro. Cuando, a diferencia de esta fotografía, el cráter está iluminado de cara, su sistema de rayos destaca mucho. Foto del vehículo orbital Apolo. (Cedida por la NASA).

El meteoricista Jack Hartung ha señalado que un cráter muy reciente, un cráter pequeño de aspecto nuevo con un prominente sistema de rayos está en la región de la Luna indicada por los monjes de Canterbury. Se le llamó Giordano Bruno, un estudioso católico del siglo dieciséis, que sostenía la existencia de una infinidad de mundos, muchos de ellos habitados. Por este y por otros crímenes fue quemado en la hoguera el año 1600.

Calame y Mulholland han ofrecido otro tipo de pruebas consistentes con esta interpretación. Cuando un objeto choca con la Luna a gran velocidad, la hace oscilar ligeramente. Las vibraciones acaban amortiguándose pero no en un período tan breve de ochocientos años. Este temblor puede estudiarse con la técnica de las reflexiones por láser. Los astronautas del Apolo situaron en diversos lugares de la Luna espejos espaciales llamados retroreflectores de láser. Cuando un rayo de láser procedente de la Tierra incide en un espejo y vuelve de rebote, el tiempo que tarda en ir y volver puede calcularse con notable precisión. Este tiempo multiplicado por la velocidad de la luz nos da la distancia de la Luna en ese momento con precisión igualmente notable. Tales mediciones, llevadas a cabo durante años, revelan que la Luna presenta una vibración o temblor con un período (tres años aproximadamente) y una amplitud (tres metros aproximados), que concuerda con la idea de que el cráter Giordano Bruno fue excavado hace menos de un millar de años.

Astronautas del Apolo 16 instalan el experimento de un retrorreflector de láser en la Luna (izquierda).(Cedida por la NASA). Rayo láser dirigido a los retrorreflectores situados en la superficie lunar. El telescopio es el reflector de 82 pulgadas del observatorio McDonald, Universidad de Texas (derecha).

Estas pruebas son deductivas e indirectas. Como ya he dicho, no es probable que un fenómeno así haya sucedido en tiempos históricos. Pero las pruebas son, por lo menos, sugestivas. También nos hace pensar, como el Acontecimiento de Tunguska y el Cráter del Meteorito de Arizona, que no todas las catástrofes por impacto ocurrieron en la historia primitiva del sistema solar. Pero el hecho de que solamente unos cuantos cráteres lunares tengan sistemas extensos de rayos también nos hace pensar que, incluso en la Luna, se produce cierta erosión.[17] Si tomamos nota de los cráteres que se superponen a otros y estudiamos otros signos de la estratigrafia lunar podremos reconstruir la secuencia de los fenómenos de impacto y de inundación, de las cuales la formación del cráter Bruno es quizás la más reciente. En la página 89 se ha intentado visualizar los sucesos que crearon la superficie del hemisferio lunar que vemos desde la Tierra.

La Tierra está muy cerca de la Luna. Si en la Luna los cráteres de impacto son tan numerosos, ¿cómo los ha evitado la Tierra? ¿Por qué el Cráter del Meteorito es tan extraño? ¿Piensan los cometas y los asteroides que es imprudente chocar con un planeta habitado? Tanto control es improbable. La única explicación posible es que los cráteres de impacto se formaron a ritmos muy similares tanto en la Tierra como en la Luna, pero que la falta de aire y de agua en la Luna ha permitido conservarlos durante períodos inmensos de tiempo, mientras que en la Tierra la lenta erosión los borra o los rellena. Las corrientes de agua, el arrastre de arena por el viento, y la formación de montañas son procesos muy lentos. Pero al cabo de millones o de miles de millones de años, son capaces de dejar totalmente erosionadas cicatrices de impactos incluso muy grandes.

La superficie de la cara opuesta de la Luna, con una gran densidad de cráteres. Hasta el advenimiento de los vehículos espaciales esta perspectiva era totalmente desconocida para los habitantes de la Tierra. La observaron por primera vez los vehículos Luna de la Unión Soviética. Las mareas gravitatorias de nuestro planeta obligan a la Luna a efectuar su rotación una vez al mes, de modo que un hemisferio está siempre de cara a la Tierra y el otro mira hacia fuera. Las manchas oscuras arriba a la derecha son pequeños mares. Los llamados «mares» son más numerosos en el hemisferio que encara a la Tierra y crean los rasgos de la «cara» de la Luna. Foto del vehículo orbital Apolo. (Cedida por la NASA).

En la superficie de cualquier luna o planeta, habrá procesos externos, como los impactos procedentes del espacio, y procesos internos, como los terremotos; habrá fenómenos rápidos y catastróficos, como explosiones volcánicas, y procesos de una lentitud acusadísima, como la formación de hoyuelos en una superficie por algunos granos de arena llevados por el viento. No hay una respuesta general que permita saber qué procesos dominan, los exteriores o los interiores, los fenómenos raros pero violentos, o los comunes y poco visibles. En la Luna los fenómenos exteriores, catastróficos, influyen poderosamente; en la Tierra dominan los procesos internos, lentos. Marte es un caso intermedio.

Entre las órbitas de Marte y de Júpiter hay incontables asteroides, planetas terrestres diminutos. Los más grandes tienen varios cientos de kilómetros de diámetro. Muchos tienen formas oblongas y van dando tumbos a través del espacio. En algunos casos parecen haber dos o más asteroides orbitando el uno muy cerca del otro. Las colisiones entre los asteroides suceden con frecuencia, y en ocasiones se desprende un pequeño fragmento que intercepta accidentalmente la Tierra, y cae al suelo como un meteorito. En las exposiciones, en las vitrinas de nuestros museos están los fragmentos de mundos lejanos. El cinturón de asteroides es una gran rueda de molino, que produce piezas cada vez más pequeñas hasta ser simples motas de polvo. Los fragmentos asteroidales mayores, junto con los cometas, son los principales responsables de los cráteres recientes en las superficies planetarias. Es posible que el cinturón de asteroides sea un lugar en donde las mareas gravitatorias del cercano planeta gigante Júpiter impidieron que llegara a formarse un planeta; o quizás son los restos destrozados de un planeta que explotó por sí solo. Esto parece improbable, pues ningún científico en la Tierra sabe de qué manera podría explotar un planeta por sí solo, lo cual probablemente dé lo mismo.

Hemisferio sur del planeta Mercurio. Los cráteres superpuestos y los prominentes cráteres de rayos se destacan bien en esta imagen del Mariner 10. Las superficies de Mercurio y de la Luna son tan parecidas porque ambas sufrieron grandes explosiones por impacto hace miles de millones de años, y porque desde entonces la erosión sufrida por su superficie ha sido pequeña. Esta es una fotocomposición. Los recortes negros del extremo inferior corresponden a regiones que nunca han sido fotografiadas. (Cedida oor la NASA).

Los anillos de Saturno guardan algún parecido con el cinturón de asteroides: billones de diminutas lunas heladas orbitando el planeta. Pueden representar los escombros que la gravedad de Saturno no dejó convertirse por acreción en una luna cercana, o puede que sean los restos de una luna que deambulaba demasiado próxima y que fue despedazada por las mareas gravitatorias. Otra explicación es que los anillos sean la posición de equilibrio estático entre el material expulsado por una luna de Saturno, por ejemplo Titán, y el material que cae en la atmósfera del planeta. Júpiter y Urano también tienen sistemas de anillos, no descubiertos hasta hace poco, y casi invisibles desde la Tierra. La posible existencia de un anillo en Neptuno es un problema prioritario en la agenda de los científicos planetarios. Es posible que los anillos sean un típico adorno de los planetas de tipo joviano en todo el Cosmos.

Un libro popular, Mundos en colisión, publicado en 1950 por un siquiatra llamado Immanuel Velikovsky, afirma que ha habido grandes colisiones recientes desde Saturno hasta Venus. Según el autor, un objeto de masa planetario, que él llama cometa, se habría formado de alguna manera en el sistema de Júpiter. Hace unos 3500 años se precipitó hacia el sistema solar interior y tuvo repetidos encuentros con la Tierra y Marte, consecuencias accidentales de los cuales fueron la división del Mar Rojo que permitió a Moisés y a los israelitas escapar del Faraón, y el cese de la rotación de la Tierra por orden de Josué. También produjo, según Velikovsky, vulcanismos y diluvios importantes.[18] Velikovsky imagina que el cometa, después de un complicado juego de billar interplanetario, quedó instalado en una órbita estable, casi circular, convirtiéndose en el planeta Venus, planeta que, según él, no había existido antes.

Estas ideas son muy probablemente equivocadas, como ya he discutido con una cierta extensión en otro lugar. Los astrónomos no se oponen a la idea de grandes colisiones, sino a la de grandes colisiones recientes. En cualquier modelo del sistema solar es imposible mostrar el tamaño de los planetas a la misma escala que sus órbitas, porque los planetas serían entonces tan pequeños que apenas se verían. Si los planetas aparecieran realmente a escala, como granos de polvo, comprenderíamos fácilmente que la posibilidad de colisión de un determinado cometa con la Tierra en unos pocos miles de años es extraordinariamente baja. Además, Venus es un planeta rocoso, metálico, pobre en hidrógeno. No hay fuentes de energía para poder expulsar de Júpiter cometas o planetas. Si uno de ellos pasara por la Tierra no podría detener la rotación de la Tierra, y mucho menos ponerla de nuevo en marcha al cabo de veinticuatro horas. Ninguna prueba geológica apoya la idea de una frecuencia inusual de vulcanismo o de diluvios hace 3500 años. En Mesopotamia hay inscripciones referidas a Venus de fecha anterior a la época en que Velikovsky dice que Venus pasó de cometa a planeta.[19] Es muy improbable que un objeto con una órbita tan elíptica pudiera pasar con rapidez a la órbita actual de Venus, que es un círculo casi perfecto. Etcétera.

El cráter Yuty a 22° N y a 34° O en Marte. A su alrededor hay diversas capas de material superficial proyectado por el impacto que produjo el cráter. La forma de las salpicaduras sugiere que el material excavado fluía hacia el exterior sobre algún lubricante, probablemente sobre una subsuperficie de hielo fundido por el impacto. Un pequeño cráter anterior situado justamente debajo de Yuty no ha quedado enterrado por el material proyectado, lo que indica que la capa de este material es delgada. Foto del Mariner 9. (Cedida por la NASA).

Muchas hipótesis propuestas tanto por científicos como por no científicos resultan al final erróneas. Para ser aceptadas, todas las ideas nuevas deben superar normas rigurosas de evidencia. Lo peor del caso Velikovsky no es que su hipótesis fuera errónea, o estuviese en contradicción con los hechos firmemente establecidos, sino que ciertas personas que se llamaban a sí mismas científicos intentaron suprimir el trabajo de Velikovsky. La ciencia es una creación del libre examen, y a él está consagrada: toda hipótesis, por extraña que sea, merece ser considerada en lo que tiene de meritorio. La eliminación de ideas incómodas puede ser normal en religión y en política, pero no es el camino hacia el conocimiento; no tiene cabida en la empresa científica. No sabemos por adelantado quién dará con nuevos conceptos fundamentales.

Venus tiene casi la misma masa,[20] el mismo tamaño y la misma densidad que la Tierra. Al ser el planeta más próximo a nosotros, durante siglos se le ha considerado como hermano de la Tierra. ¿Cómo es en realidad nuestro planeta hermano? ¿Puede que al estar algo más cerca del Sol sea un planeta suave, veraniego, un poco más cálido que la Tierra? ¿Posee cráteres de impacto, o los eliminó a todos la erosión? ¿Hay volcanes? ¿Montañas? ¿Océanos? ¿Vida?

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