Cosmos

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XII. Enciclopedia galáctica

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Capítulo XII
ENCICLOPEDIA
GALÁCTICA

¿Tú qué eres? ¿De dónde viniste? Nunca vi nada semejante a ti. El Cuervo Creador miró al Hombre y… se sorprendió de que este extraño y nuevo ser fuera tan parecido a él.

Mito esquimal de la creación

El cielo ha sido fundado,

La Tierra ha sido fundada,

¿Quién ha de vivir ahora, oh dioses?

Crónica azteca, La historia de los Reinos

Sé que algunos dirán que soy demasiado atrevido con estas afirmaciones sobre los planetas, y que subimos allí a través de muchas probabilidades, y si por casualidad una de ellas es falsa y contraria a lo supuesto, arruinaría como un mal fundamento todo el edificio, y lo haría caer por los suelos. Pero… si suponemos, tal como hicimos, que la Tierra es uno de los planetas, de dignidad y honor igual al resto, ¿quién se atrevería a decir que no puede encontrarse en otro lugar nadie que disfrute del glorioso espectáculo de las obras de la naturaleza? ¿O que si hubiese otros espectadores que nos acompañan nosotros deberíamos ser los únicos que han entrado a fondo en sus secretos y su conocimiento?

CHRISTIANN HUYGENS, Nuevas conjeturas referentes

a los mundos planetarios, sus habitantes

y sus producciones, hacia 1690

El autor de la Naturaleza ha hecho imposible que en nuestro estado actual tengamos alguna comunicación desde esta tierra con los demás grandes cuerpos del universo; y es posible que haya cortado de igual modo toda comunicación entre los demás planetas, y entre los diferentes sistemas… Observamos en todos ellos cosas suficientes para provocar nuestra curiosidad, pero no para satisfacerla… No parece conforme con la sabiduría que resplandece a través de toda la naturaleza suponer que deberíamos ver tan lejos y que nuestra curiosidad debería ser excitada hasta tal punto… sólo para quedar defraudado al final… Esto nos conduce, pues, de modo natural a considerar nuestro estado actual sólo como el alba o inicio de nuestra existencia, como un estado de preparación o de examen para futuros avances…

COLIN MACLAURIN, 1748

No puede haber un lenguaje más universal y más simple, más libre de errores y de oscuridades… más digno de expresar las relaciones invariables de las cosas naturales [que las matemáticas]. Interpreta [todos los fenómenos] con el mismo lenguaje, como si quisiera atestiguar la unidad y simplicidad del plan del universo, y hacer aún más evidente este orden inalterable que preside todas las causas naturales.

JOSEPH FOURIER, Teoría analítica del color, 1822

HEMOS LANZADO CUATRO NAVES A LAS ESTRELLAS, los Pioneers 10 y 11 y los Voyagers 1 y 2. Son vehículos atrasados y primitivos que, comparados con las inmensas distancias interestelares, se mueven con la lentitud de una persecución de pesadilla. Pero en el futuro lo haremos mejor. Nuestras naves irán más rápidas. Se habrán estudiado objetivos interestelares, y más tarde o más temprano nuestras naves espaciales tendrán tripulaciones humanas. En la galaxia Vía Láctea debe haber muchos planetas millones de años más viejos que la Tierra, y algunos miles de millones de años más viejos. ¿Es posible que no nos hayan visitado? En todos los miles de millones de años que han pasado desde el origen de nuestro planeta, ¿no hubo nunca una nave forastera procedente de una civilización distante que estudiara nuestro mundo desde arriba, y que se posara lentamente en la superficie para que lo observaran libélulas iridiscentes, reptiles apáticos, primates chillones u hombres asombrados? La idea es muy natural. Se le ha ocurrido a cualquiera que se haya planteado, aunque sólo sea de paso, la cuestión de la vida inteligente en el universo. ¿Pero ha sucedido esto realmente? El tema crítico es la cualidad de las pruebas aportadas, que hay que escrutar de modo riguroso y escéptico, no lo que suena plausible, no el testimonio sin pruebas de uno o dos autoproclamados testigos. De acuerdo con estas normas no hay casos seguros de visitas extraterrestres, a pesar de todas las afirmaciones sobre ovnis y sobre antiguos astronautas que a veces hacen pensar que nuestro planeta está inundado de huéspedes no invitados. Yo desearía que no fuera así. Hay algo irresistible en el descubrimiento de una simple muestra, quizás de una compleja inscripción, y mucho mejor si contiene la clave para comprender una civilización extraña y exótica. Es una atracción que los hombres ya hemos sentido en otras ocasiones.

Jean François Champollion (1790-1832), que descifró los jeroglíficos egipcios. Retrato de Leon Cogniet, 1831. (Cedido por el Louvre, Réunion des musées nationaux, París).

En 1801 un físico llamado Joseph Fourier[76] era el prefecto de un departement de Francia llamado Isére. Mientras inspeccionaba las escuelas de su provincia, Fourier descubrió a un chico de once años cuya notable inteligencia y perspicacia con las lenguas orientales le había ganado ya la atención admirada de los estudiosos. Fourier le invitó a casa para charlar un rato. El chico quedó fascinado por la colección que Fourier poseía de objetos egipcios, reunidos durante la expedición napoleónica en la que él se había encargado de catalogar los monumentos astronómicos de aquella antigua civilización. Las inscripciones jeroglíficas provocaron una sensación de maravilla en el chico. «¿Pero, qué significan?», preguntó. «Nadie lo sabe», fue la respuesta. El nombre del chico era Jean François Champollion. Entusiasmado por el misterio del lenguaje que nadie podía leer, se convirtió en un magnífico lingüista y se sumergió apasionadamente en la antigua escritura egipcia. En aquella época, Francia estaba inundada de objetos egipcios, robados por Napoleón y puestos luego a disposición de los estudiosos occidentales. Se publicó la descripción de la expedición y el joven Champollion la devoró. Cuando Champollion era adulto triunfó al fin: se cumplieron sus ambiciones de niño y descifró de modo brillante los antiguos jeroglíficos egipcios. Pero hasta 1828, veintisiete años después de su entrevista con Fourier, Champollion no puede desembarcar en Egipto, el país de sus sueños. Allí navegó río arriba hasta El Cairo, siguiendo el curso del Nilo, y rindiendo homenaje a la cultura en cuyo desciframiento había trabajado tan duramente. Era una expedición en el tiempo, una visita a una civilización extraña:

Llegamos finalmente a Dendera en la tarde del 16. Había una luna magnífica y estábamos a sólo una hora de los Templos. ¿Podría resistir la tentación? Se lo pregunto al más frío de los mortales… Las órdenes del momento fueron cenar y partir inmediatamente: solos y sin guías, pero armados hasta los dientes cruzamos los campos… al fin el Templo apareció ante nosotros… Se podía medir bien, pero era imposible dar una idea de su grandeza, que unía la gracia y la majestad en grado superlativo. Estuvimos allí dos horas en éxtasis, corriendo a través de las enormes salas… y tratando de leer las inscripciones exteriores a la luz de la luna. No regresamos al barco hasta las tres de la madrugada, para volver al Templo a las siete… Lo que había sido magnífico a la luz de la luna continuaba siéndolo cuando la luz del sol nos reveló todos sus detalles… En Europa no somos más que enanos y no hay nación antigua o moderna que haya concebido el arte de la arquitectura en un estilo tan sublime, grande e imponente como los antiguos egipcios. Lo ordenaron todo para que sirviera a personas de treinta metros de altura.

Champollion estaba encantado al ver que podía leer casi sin esfuerzo las inscripciones de las paredes y columnas de Karnak en Dendera y en todo Egipto. Muchos antes que él habían intentado sin conseguirlo descifrar los hermosos jeroglíficos, palabra que significa esculturas sagradas. Algunos estudiosos creyeron que era una especie de código de figuras, rico en metáforas turbias, la mayoría sobre ojos y líneas onduladas, escarabajos, abejorros y pájaros, especialmente pájaros. Dominaba la confusión. Hubo quienes deducían que los egipcios eran colonos del antiguo Egipto. Otros llegaron a la conclusión opuesta. Se publicaron enormes volúmenes en folio de traducciones espurias. Un intérprete echó una ojeada a la piedra de Rosetta, cuya inscripción jeroglífico todavía no se había descifrado, y anunció instantáneamente su significado. Dijo que «el rápido desciframiento le permitía evitar los errores sistemáticos que produce invariablemente la reflexión prolongada». Dijo que se conseguían mejores resultados si no se pensaba demasiado. Como sucede actualmente con la búsqueda de vida extraterrestre, la especulación sin freno de los aficionados había ahuyentado del campo a muchos profesionales.

Las ruinas de Karnak. Portada de Description de l'Egypte, que Napoleón hizo publicar en 1809 después de su expedición a Egipto. (Cedida por Colecciones Especiales de UCLA).

Champollion se opuso a la idea de que los jeroglíficos fueran simples metáforas pictóricas. En lugar de esto, y ayudado por una idea brillante del físico inglés Thomas Young, procedió del modo siguiente: La piedra de Rosetta había sido descubierta en 1799 por un soldado francés que trabajaba en las fortificaciones de la ciudad de Rashid situada en el Delta del Nilo, ciudad que los europeos, que en general ignoraban el árabe, llamaron Rosetta. Era una losa de un templo antiguo que contenía un mensaje que parecía idéntico en tres escrituras diferentes: con jeroglíficos en la parte superior, con una especie de jeroglífico en cursiva llamado demótico en medio, y como clave del conjunto, en griego en la parte inferior. Champollion, que dominaba el griego antiguo, leyó que la piedra había recibido aquella inscripción para conmemorar la coronación de Tolomeo V Epifanes, en la primavera del año 196 a. de C. En aquella ocasión el rey dejó en libertad a presos políticos, rebajó impuestos, hizo donaciones a los templos, perdonó a rebeldes, mejoró la preparación militar y en definitiva hizo todo lo que harían los gobernantes modernos cuando tienen intención de permanecer en su cargo.

El texto griego menciona Tolomeo muchas veces. Aproximadamente en los mismos puntos del texto jeroglífico hay un conjunto de símbolos rodeados por un oval o cartucho. Champollion razonó que aquello muy probablemente denotaba también a Tolomeo. Si eso era cierto, la escritura no podía ser fundamentalmente pictográfica o metafórica, sino que la mayoría de los símbolos tenían que corresponder a letras o sílabas. Champollion tuvo también la presencia de ánimo de contar el número de palabras griegas y el número de jeroglíficos individuales en los supuestos textos equivalentes. Los primeros eran mucho menos numerosos, lo cual sugería que los jeroglíficos eran principalmente letras y sílabas. Pero ¿qué jeroglíficos correspondían a qué letras? Por fortuna Champollion disponía de un obelisco excavado en File, que incluía el jeroglífico equivalente al nombre griego de Cleopatra. Los dos cartuchos de Tolomeo y Cleopatra reordenados para poderlos leer de izquierda a derecha aparecen en la página 296. Tolomeo empieza con P en griego (Ptolemaios); el primer símbolo del cartucho es un cuadrado. Cleopatra tiene una P como quinta letra, y en el cartucho de Cleopatra hay el mismo cuadrado en la quinta posición. Se trata de una P. La cuarta letra de Tolomeo es una L ¿está representada por el león? La segunda letra de Cleopatra es una L, y en el jeroglífico vuelve a parecer un león. El águila es una A, que aparece dos veces en Cleopatra, como era de esperar. Se está perfilando un sistema claro. Una parte significativa de los jeroglíficos egipcios son un simple código de sustitución. Pero no todo jeroglífico es una letra o una sílaba. Algunos son pictogramas. El final del cartucho de Tolomeo significa «Viviente para siempre, amado del dios Ptah». El semicírculo y el huevo al final de Cleopatra es un ideograma convencional que significa hija de Isis. La mezcla de letras y de pictogramas causó algunos problemas a los primeros intérpretes.

La piedra de Rosetta, hecha de basalto negro de un metro de altura (izquierda) muestra la misma inscripción en jeroglíficos egipcios, demótico y griego. Cada cartucho en el texto jeroglífico (encima del dedo, arriba) corresponde al nombre de Tolomeo (Ptolemaios) en el texto griego (encima del dedo, abajo).

Transliteración de un cartucho de Tolomeo de la piedra de Rosetta y de uno de Cleopatra del obelisco de File.

Visto retrospectivamente parece casi fácil. Pero tuvieron que pasar muchos siglos para descubrirlo, y quedaba mucho trabajo por hacer, especialmente para descifrar los jeroglíficos de épocas muy anteriores. Los cartuchos eran la clave dentro de la clave, como si los faraones de Egipto hubiesen rodeado con una línea sus propios nombres para facilitar la tarea a los egiptólogos de dos mil años más tarde. Champollion se paseó por la Sala hipóstila de Karnak leyendo tranquilamente las inscripciones que habían intrigado a todo el mundo, respondiendo él mismo a la pregunta que de niño había hecho a Fourier. ¡Qué placer debió causar abrir este canal unilateral de comunicación con otra civilización, permitir que una cultura muda durante milenios hablara de su historia, magia, medicina, religión, política y filosofía!

Hoy en día estamos buscando mensajes de una civilización antigua y exótica, escondida de nosotros no sólo en el tiempo, sino también en el espacio. Si llegáramos a recibir un mensaje de radio de una civilización extraterrestre, ¿cómo podríamos comprenderlo? Esta inteligencia extraterrestre será elegante, compleja, internamente coherente y absolutamente extraña. Como es lógico los extraterrestres desearán enviarnos un mensaje lo más comprensible posible. Pero ¿cómo se consigue esto? ¿Hay algo comparable a una piedra de Rosetta interestelar? Creemos que sí existe. Creemos que hay un lenguaje común que han de tener las civilizaciones técnicas, por diferentes que sean. Este lenguaje común es la ciencia y las matemáticas. Las leyes de la naturaleza son idénticas en todas partes. Las formas de los espectros de estrellas y galaxias lejanas son las mismas que las del Sol o las de experimentos adecuados de laboratorio: no sólo existen los mismos elementos químicos en todas partes del universo, sino que las mismas leyes de la mecánica cuántica que gobiernan la absorción y emisión de radiación por los átomos son válidas en todas partes. Las galaxias distantes que giran una alrededor de la otra siguen las mismas leyes de la física gravitatoria que gobiernan el movimiento de la caída de una manzana en la Tierra, o la ruta del Voyager hacia las estrellas. Las estructuras de la naturaleza son las mismas en todas partes. Un mensaje interestelar destinado a que lo comprenda una civilización emergente debería ser fácil de descifrar.

No esperamos encontrar una civilización técnica avanzada en ningún otro planeta de nuestro sistema solar. Si estuviera atrasada sólo un poco con relación a nosotros por ejemplo 10.000 años no dispondría de ningún tipo de tecnología avanzada; si estuviera un poco más avanzada que nosotros que estamos explorando ya el sistema solar sus representantes deberían estar ya entre nosotros. Para comunicar con otras civilizaciones necesitamos un método que no sólo sea adecuado para distancias interplanetarias, sino también para distancias interestelares. Lo ideal sería que el método fuese económico, para poder enviar a coste muy bajo enormes cantidades de información; rápido, para hacer posible un diálogo interestelar; y obvio, de modo que cualquier civilización tecnológica, sea cual fuere su camino evolutivo, lo descubra pronto. Es sorprendente, pero este método existe. Se llama radioastronomía.

El mayor observatorio semiorientable de radio/radar del planeta Tierra es la instalación de Arecibo, que la Universidad de Cornell opera para la Fundación Nacional de Ciencia. Está situado en el remoto interior de la isla de Puerto Rico y tiene un diámetro de 305 metros, siendo su superficie reflectante una sección de una esfera aplicada a un valle preexistente en forma de olla. Recibe las ondas de radio de las profundidades del espacio y las enfoca en la antena de alimentación situada muy por encima del disco, que a su vez está conectada electrónicamente con la sala de control, donde la señal es analizada. A su vez, cuando el telescopio se utiliza como transmisor de radar, el brazo de alimentación puede emitir una señal hacia el disco, que la refleja al espacio. El observatorio de Arecibo se ha utilizado para la búsqueda de señales inteligentes procedentes de civilizaciones del espacio y en una sola ocasión para transmitir un mensaje a M13, un cúmulo globular distante de estrellas, y dejar claro, al menos para nosotros, que disponemos de capacidad técnica para participar en los dos extremos de un diálogo interestelar.

El observatorio de radio/radar de Arecibo en Puerto Rico. El disco hemisférico reflector está coronado por los brazos de alimentación sostenidos por tres grandes obeliscos (Cedidas por el Centro Nacional de Astronomía y de la Ionosfera, Universidad de Cornell).

El observatorio de Arecibo podría transmitir en un período de pocas semanas a un observatorio comparable de un planeta de una estrella próxima toda la Encyclopaedia Britannica. Las ondas de radio se desplazan a la velocidad de la luz, 10.000 veces más rápido que un mensaje incluido en nuestra nave espacial más veloz. Los radiotelescopios generan en gamas estrechas de onda señales tan intensas que pueden detectarse a distancias interestelares inmensas. El observatorio de Arecibo podría comunicarse con un radiotelescopio idéntico situado en un planeta a 15.000 años luz de distancia, a medio camino del centro de la galaxia Vía Láctea, si supiéramos exactamente hacia dónde dirigirlo. Y la radioastronomía es una tecnología natural. Prácticamente toda atmósfera planetaria, sea cual fuere su composición, tendría que ser parcialmente transparente a las ondas de radio. Los mensajes de radio no sufren mucha absorción o dispersión por el gas situado entre las estrellas, del mismo modo que una emisora de radio de San Francisco puede oírse fácilmente en Los Ángeles aunque la contaminación haya reducido allí la visibilidad en las longitudes de onda ópticas a unos pocos kilómetros. Hay muchas fuentes cósmicas de radio que son naturales y que no tienen ninguna relación con vida inteligente: púlsars y quásars, los cinturones de radiación de los planetas y las atmósferas exteriores de las estrellas; en las primeras fases del desarrollo local de la radioastronomía hay fuentes brillantes de radio a descubrir en casi cada planeta. Además la radio representa una fracción importante del espectro electromagnético. Cualquier tecnología capaz de detectar radiaciones de cualquier longitud de onda tendría que descubrir con bastante rapidez la parte de radio del espectro.

Puede haber otros métodos efectivos de comunicación que tengan méritos importantes: las naves interestelares, los láser ópticos o infrarrojos, los neutrinos pulsados, las ondas de gravedad moduladas, o algún otro tipo de transmisión que no descubriremos ni en mil años. Las civilizaciones avanzadas pueden haberse graduado mucho más allá de la radio en sus propias comunicaciones. Pero la radio es potente, barata, rápida y sencilla. Sabrán que una civilización atrasada como la nuestra que desea recibir mensajes de los cielos es probable que recurra primero a la tecnología de radio. Quizás tendrán que sacar con ruedas los radiotelescopios de su Museo de Tecnología Antigua. Si tuviéramos que recibir un mensaje de radio, por lo menos tendríamos algo de qué hablar: de radioastronomía.

Pero ¿hay alguien ahí fuera con quien hablar? ¿Es posible, habiendo una tercera parte o una mitad de un billón de estrellas en nuestra galaxia Vía Láctea, que la nuestra sea la única acompañada por un planeta habitado? Es mucho más probable que las civilizaciones técnicas sean una trivialidad, que la galaxia esté pulsando y vibrando con sociedades avanzadas, y por lo tanto que no esté muy lejos la cultura de este tipo más próxima: quizás esté transmitiendo con antenas instaladas en un planeta de una estrella visible a simple vista, en la casa de al lado. Quizás cuando miramos el cielo nocturno, cerca de uno de esos débiles puntos de luz hay un mundo en el cual alguien muy distinto de nosotros esté contemplando distraídamente una estrella que nosotros llamamos Sol y acariciando, sólo por un momento, una insultante especulación.

Es muy difícil estar seguros. Puede haber impedimentos graves en la evolución de una civilización técnica. Los planetas pueden ser más raros de lo que pensamos. Quizás el origen de la vida no es tan fácil como sugieren nuestros experimentos de laboratorio. Quizás la evolución de formas avanzadas de vida sea improbable. O quizás las formas de vida compleja evolucionan fácilmente pero la inteligencia y las sociedades técnicas requieren un conjunto improbable de coincidencias: del mismo modo que la evolución de la especie humana dependió del fallecimiento de los dinosaurios y de la recesión de los bosques en la era glacial; de aquellos árboles sobre los cuales nuestros antepasados se rascaban y se sorprendían vagamente de algo. O quizás las civilizaciones nacen de modo repetido e inexorable, en innumerables planetas de la Vía Láctea, pero son en general inestables; de modo que sólo una pequeña fracción consigue sobrevivir a su tecnología y la mayoría sucumben a la codicia y a la ignorancia, a la contaminación y a la guerra nuclear.

Es posible continuar explorando este gran tema y hacer una estimación basta de N, el número de civilizaciones técnicas avanzadas en la Galaxia. Definimos una civilización avanzada como una civilización capaz de tener radioastronomía. Se trata desde luego de una definición de campanario, aunque esencial. Puede haber innumerables mundos en los que los habitantes sean perfectos lingüistas o magníficos poetas pero radioastrónomos indiferentes. No oiremos nada de ellos. N puede escribirse como el producto o multiplicación de unos cuantos factores, cada uno de los cuales es un filtro y, por otro lado, cada uno ha de tener un cierto tamaño para que haya un número grande de civilizaciones:

N*, número de estrellas en la galaxia Vía Láctea;

f

p

, fracción de estrellas que tienen sistemas planetarios,

n

e

, número de planetas en un sistema dado que son ecológicamente adecuados para la vida,

f

l

, fracción de planetas adecuados de por sí en los que la vida nace realmente,

f

i

, fracción de planetas habitados en los que una forma inteligente de vida evoluciona,

f

c

, fracción de planetas habitados por seres inteligentes en los que se desarrolla una civilización técnica comunicativa; y

f

L

, fracción de una vida planetario agraciada con una civilización técnica.

Esta ecuación escrita se lee N = N* fp ne fl fi fc fL. Todas las efes son fracciones que tienen valores entre 0 y l; e irán reduciendo el valor elevado de N.

Para derivar N hemos de estimar cada una de estas cantidades. Conocemos bastantes cosas sobre los primeros factores de la ecuación, el número de estrellas y de sistemas planetarios. Sabemos muy poco sobre los factores posteriores relativos a la evolución de la inteligencia o a la duración de la vida de las sociedades técnicas. En estos casos nuestras estimaciones serán poco más que suposiciones. Os invito, si estáis en desacuerdo con las estimaciones que doy, a proponer vuestras propias cifras y ver cómo afectan al número de civilizaciones avanzadas de la Galaxia. Una de las grandes virtudes de esta ecuación, debida originalmente a Frank Drake, de Cornell, es que incluye temas que van desde la astronomía estelar y planetario hasta la química orgánica, la biología evolutiva, la historia, la política y la psicología anormal. La ecuación de Drake abarca por sí sola gran parte del Cosmos.

Conocemos N*, el número de estrellas en la galaxia Vía Láctea, bastante bien, por recuentos cuidadosos de estrellas en regiones del cielo, pequeñas pero representativas. Es de unos cuantos centenares de miles de millones; algunas estimaciones recientes lo sitúan en 4 x 1011. Muy pocas de estas estrellas son del tipo de gran masa y corta vida que despilfarran sus reservas de combustible nuclear. La gran mayoría tienen vidas de miles de millones de años o más durante los cuales brillan de modo estable proporcionando una fuente de energía adecuada para el origen y evolución de la vida de planetas cercanos.

Hay pruebas de que los planetas son un acompañamiento frecuente de la formación de estrellas. Tenemos los sistemas de satélites de Júpiter, Saturno y Urano, que son como sistemas solares en miniatura; las teorías del origen de los planetas; los estudios de estrellas dobles; las observaciones de los discos de acreción alrededor de estrellas, y algunas investigaciones preliminares de las perturbaciones gravitatorias de estrellas cercanas. Muchas estrellas, quizás la mayoría, pueden tener planetas. Consideramos que la fracción de estrellas que tienen planetas, es aproximadamente de 1/3. Entonces el número total de sistemas planetarios en la galaxia sería N* fp ≈ 1.3 x 1011 (el símbolo ≈ significa aproximadamente igual a). Si cada sistema tuviera diez planetas, como el nuestro, el número total de mundos en la Galaxia sería de más de un billón, un vasto escenario para el drama cósmico.

En nuestro propio sistema solar hay varios cuerpos que pueden ser adecuados para algún tipo de vida: la Tierra seguro, y quizás Marte, Titán y Júpiter. Una vez la vida nace, tiende a ser muy adaptable y tenaz. Tiene que haber muchos ambientes diferentes adecuados para la vida en un sistema planetario dado. Pero escojamos de modo conservador ne = 2. Entonces el número de planetas en la Galaxia adecuados para la vida resulta

N* fp ne ≈ 3 × 1011

Los experimentos demuestran que la base molecular de la vida, los bloques constructivos de moléculas capaces de hacer copias de sí mismas, se constituye de modo fácil en las condiciones cósmicas más corrientes. Ahora pisamos un terreno menos seguro; puede haber por ejemplo impedimentos en la evolución del código genético, aunque yo creo que esto es improbable después de miles de millones de años de química primigenia. Escogemos fl ≈ 1/3, implicando con esto que el número total de planetas en la Vía Láctea en los cuales la vida ha hecho su aparición por lo menos una vez es N* fp ne fl ≈ 1 × 1011, un centenar de miles de millones de mundos habitados. Esta conclusión es de por sí notable. Pero todavía no hemos acabado.

La elección de fi y de fc es más difícil. Por una parte tuvieron que darse muchos pasos individualmente improbables en la evolución biológica y en la historia humana para que se desarrollara nuestra inteligencia y tecnología actuales. Por otra parte tiene que haber muchos caminos muy diferentes que desemboquen en una civilización avanzada de capacidades específicas. Tengamos en cuenta la dificultad aparente que para la evolución de grandes organismos supone la explosión del Cámbrico, y escojamos fi x fc = 1/100; es decir que sólo un uno por ciento de los planetas en los cuales nace la vida llegan a producir una civilización técnica. Esta estimación representa un punto medio entre opiniones científicas opuestas. Algunos piensan que el proceso equivalente al que va de la emergencia de los trilobites a la domesticación del fuego se da de modo fulminante en todos los sistemas planetarios; otros piensan que aunque se disponga de diez o de quince mil millones de años, la evolución de civilizaciones técnicas es improbable. Se trata de un tema que no permite muchos experimentos mientras nuestras investigaciones estén limitadas a un único planeta. Multiplicando todos estos factores obtenemos N* fp ne fl fi fc ≈ 1 × 109, mil millones de planetas donde han aparecido por lo menos una vez civilizaciones técnicas. Pero esto es muy distinto a afirmar que hay mil millones de planetas en los que ahora existe una civilización técnica. Para ello tenemos que estimar también fL.

¿Qué porcentaje de la vida de un planeta está marcado por una civilización técnica? La Tierra ha albergado una civilización técnica caracterizada por la radioastronomía desde hace sólo unas décadas, y su vida total es de unos cuantos miles de millones de años. Por lo tanto, si nos limitamos a nuestro planeta fL por ahora inferior a 1/108, una millonésima de uno por ciento. No está excluido en absoluto que nos destruyamos mañana mismo. Supongamos que este fuera un caso típico, y la destrucción tan completa que ninguna civilización técnica más o de la especie humana o de otra especie cualquiera fuera capaz de emerger en los cinco mil millones de años más o menos que quedan antes de que el Sol muera. Entonces N = N* fp ne fl fi fc ≈ 10 y en cualquier momento dado sólo habría una reducida cantidad, un puñado, una miseria de civilizaciones técnicas en la Galaxia, y su número se mantendría continuamente a medida que las sociedades emergentes sustituirían a las que acababan de autoinmolarse. El número N podría incluso ser de sólo l. Si las civilizaciones tienden a destruirse poco después de alcanzar la fase tecnológica, quizás no haya nadie con quien podamos hablar aparte de nosotros mismos, y esto no lo hacemos de modo muy brillante. Las civilizaciones tardarían en nacer miles de millones de años de tortuosa evolución, y luego se volatilizarían en un instante de imperdonable negligencia.

Pero consideremos la alternativa, la perspectiva de que por lo menos algunas civilizaciones aprendan a vivir con una alta tecnología; que las contradicciones planteadas por los caprichos de la pasada evolución cerebral se resuelvan de modo consciente y no conduzcan a la autodestrucción; o que, aunque se produzcan perturbaciones importantes, queden invertidas en los miles de millones de años siguientes de evolución biológica. Estas sociedades podrían vivir hasta alcanzar una próspera vejez, con unas vidas que se medirían quizás en escalas temporales evolutivas de tipo geológico o estelar. Si el uno por ciento de las civilizaciones pueden sobrevivir a su adolescencia tecnológica, escoger la ramificación adecuada en este punto histórico crítico y conseguir la madurez, entonces fL ≈ 1/100, N ≈ 107, y el número de civilizaciones existentes en la Galaxia es de millones. Por lo tanto, si bien nos preocupa la posible falta de confianza en la estimación de los primeros factores de la ecuación de Drake, que dependen de la astronomía, la química orgánica y la biología evolutiva, la principal incertidumbre afecta a la economía y la política y lo que en la Tierra denominamos naturaleza humana. Parece bastante claro que si la autodestrucción no es el destino predominante de las civilizaciones galácticas, el cielo está vibrando suavemente con mensajes de las estrellas.

Estas estimaciones son excitantes. Sugieren que la recepción de un mensaje del espacio es, incluso sin descifrarlo, un signo profundamente esperanzador. Significa que alguien ha aprendido a vivir con la alta tecnología; que es posible sobrevivir a la adolescencia tecnológica. Esta razón, con toda independencia del contenido del mensaje, proporciona por sí sólo una poderosa justificación para la búsqueda de otras civilizaciones.

Si hay millones de civilizaciones distribuidas de modo más o menos casual a través de la Galaxia, la distancia a la más próxima es de unos doscientos años luz. Incluso a la velocidad de la luz un mensaje de radio tardaría dos siglos en llegar desde allí. Si hubiésemos iniciado nosotros el diálogo, sería como si Johannes Kepler hubiese preguntado algo y nosotros recibiéramos ahora la respuesta. Es más lógico que escuchemos en lugar de enviar mensajes, sobre todo porque, al ser novicios en radioastronomía, tenemos que estar relativamente atrasados y la civilización transmisora avanzada. Como es lógico, si una civilización estuviera más avanzada, las posiciones se invertirían.

Estamos en las primeras fases de la búsqueda por radio de otras civilizaciones en el espacio. En una fotografía óptica de un campo denso de estrellas, hay centenares de miles de estrellas. Si nos basamos en nuestras estimaciones más optimistas, una de ellas es sede de una civilización avanzada. Pero ¿cuál? ¿Hacia qué estrella tenemos que apuntar nuestros radiotelescopios? Hasta ahora, de los millones de estrellas que pueden señalar la localización de civilizaciones avanzadas, sólo hemos examinado por radio unos pocos millares. Hemos llevado a cabo una décima parte de un uno por ciento del esfuerzo necesario. Pero una investigación seria, rigurosa y sistemática no puede tardar. Los pasos preparatorios están ya en marcha, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética. Es algo relativamente barato: el coste de una unidad naval de tamaño intermedio por ejemplo un moderno destructor sería suficiente para pagar un programa de una década de duración en busca de inteligencias extraterrestres.

Los encuentros benevolentes no han sido lo normal en la historia humana, cuando los contactos transculturales han sido directos y físicos, cosa muy diferente de la recepción de una señal de radio, un contacto tan suave como un beso. Sin embargo, es instructivo examinar uno o dos casos del pasado, por lo menos para calibrar nuestras expectativas: entre las épocas de las revoluciones norteamericana y francesa, Luis XVI de Francia organizó una expedición al océano Pacífico, un viaje con objetivos científicos, geográficos, económicos y nacionalistas. El comandante era el conde de La Pérouse, un explorador de fama que había luchado a favor de los Estados Unidos en su guerra de Independencia. En julio de 1786, casi un año después de hacerse a la mar, alcanzó en la costa de Alaska un lugar llamado hoy Bahía Lituya. El puerto le encantó y escribió sobre él: «Ningún puerto del universo podría ofrecer más ventajas». La Pérouse, en este lugar ejemplar, escribió:

Observé la presencia de algunos salvajes, que hacían señales de amistad desplegando y ondeando capas blancas y diferentes pieles. Algunas de las canoas de estos indios estaban pescando en la bahía… [Nos] rodeaban continuamente las canoas de los salvajes, quienes nos ofrecían pescado, pieles de nutria y de otros animales y diversos artículos menores de vestir a cambio de nuestro hierro. Nos sorprendió mucho observar que parecían muy acostumbrados a traficar, y que regateaban con nosotros con tanta habilidad como cualquier comerciante europeo.

Los habitantes tlingit de Port Français (actualmente Bahía Lituya, Alaska) donde Jean François de Galaup, conde de La Pérouse (1741-hacia 1788) tomó tierra en 1786. (De la obra de L. M. A. D. Milet-Mureau Voyage de La Pérouse autour du monde, 1797).

Los nativos americanos pedían cada vez más a cambio de sus mercancías. Recurrieron también al robo, sobre todo de objetos de hierro, con la consiguiente irritación de La Pérouse, pero en una ocasión robaron los uniformes de oficiales de la marina francesa que ellos habían ocultado debajo de sus almohadones cuando dormían por la noche rodeados de guardias armados: una hazaña digna de Harry Houdini. La Pérouse cumplía sus órdenes reales de comportarse pacíficamente, pero se quejó de que los nativos creyesen que podíamos aguantarlo todo. Su sociedad le inspiraba desdén, pero no se causó ningún daño serio por parte de una cultura a la otra. La Pérouse, después de aprovisionar sus dos buques, partió de la Bahía de Lituya, para no regresar jamás. La expedición se perdió en el sur del Pacífico en 1788; perecieron La Pérouse y todos los miembros de su tripulación excepto uno.[77]

Exactamente un siglo después Cowee, un jefe de los tlingit, relató al antropólogo canadiense G. T. Emmons una historia del primer encuentro de sus antepasados con el hombre blanco, una narración transmitida únicamente de palabra. Los tlingit no tenían documentos escritos, ni Cowee había oído hablar nunca de La Pérouse. He aquí una paráfrasis de la historia de Cowee:

A fines de una primavera, un grupo importante de tlingit se aventuró hacia Yakutat, al norte, para comerciar con cobre. El hierro era aún más precioso, pero no había modo de conseguirlo. Al entrar cuatro canoas en la Bahía de Lituya fueron tragadas por las olas. Mientras los supervivientes acampaban y lloraban a sus compañeros perdidos, dos objetos extraños entraron en la Bahía. Nadie sabía qué eran. Parecían grandes pájaros negros con inmensas alas blancas. Los tlingit creían que el mundo había sido creado por un gran pájaro que a menudo tomaba la forma de un cuervo, un pájaro que había liberado al Sol, la Luna y las estrellas de las cajas donde estaban prisioneros. Mirar el Cuervo equivalía a quedar convertido en piedra. Los tlingit, asustados, huyeron al bosque y se escondieron. Pero al cabo de un tiempo, al ver que no habían sufrido ningún daño, algunos con más iniciativa se arrastraron hasta fuera y arrollaron hojas de yaro en forma de primitivos telescopios creyendo que esto les impediría convertirse en piedra. A través de la hoja de col parecía que los grandes pájaros estaban plegando sus alas y que rebaños de pequeños mensajeros negros salían de sus cuerpos y se arrastraban sobre sus plumas.

Entonces un viejo guerrero, casi ciego, reunió a su gente y anunció que su vida se había cumplido hacía tiempo; estaba decidido, en bien de todos, a comprobar si el Cuervo quería convertir a sus hijos en piedra. Se puso su traje de piel de nutria, se metió en su canoa y le llevaron remando hacia el Cuervo, dentro del mar. Se encaramó encima suyo y oyó extrañas voces. Su vista debilitada apenas le permitía distinguir la gran cantidad de formas negras que se movían ante él. Quizás eran cuervos. Cuando regresó sin daño su gente se amontonó a su alrededor admirada de verle vivo. Le tocaron y le olieron para ver si era realmente él. Después de pensarlo mucho, el anciano se convenció de que aquello no era el dios cuervo que les visitaba sino una canoa gigante construida por personas. Las figuras negras no eran cuervos sino personas de un tipo distinto. Convenció a los tlingit, quienes se decidieron a visitar los buques y a intercambiar sus pieles por muchos artículos extraños, especialmente hierro.

Los tlingit habían preservado en su tradición oral una relación absolutamente reconocible y exacta de su primer encuentro, casi totalmente pacífico, con una cultura extraña.[78] Si algún día entramos en contacto con una civilización extraterrestre más avanzada, ¿será el encuentro esencialmente pacífico, aunque poco intenso, como el de los franceses con los tlingit, o seguirá otro prototipo más terrible, en el cual la sociedad algo más avanzada destruye a la sociedad técnicamente más atrasada? A principios del siglo dieciséis floreció en el México central una alta civilización. Los aztecas tenían una arquitectura monumental, un sistema elaborado de registro de datos, un arte exquisito y un calendario astronómico superior a cualquiera de Europa. El artista Albrecht Dürer, al ver los objetos que llegaron con los primeros buques cargados de tesoros mexicanos, escribió en agosto de 1520: «No había visto nunca nada que me alegrara tanto el corazón. He visto… un sol totalmente de oro de una braza entera de ancho [el calendario astronómico azteca]; también una luna totalmente de plata, de igual tamaño… también dos habitaciones llenas de todo tipo de armamento, armaduras y otras armas admirables, todas las cuales son más hermosas de ver que maravillas». Los intelectuales quedaron asombrados por los libros aztecas, que según dijo uno de ellos, se parecen casi a los egipcios. Hernán Cortés describió su capital, Tenochtitlán, como una de las ciudades más bellas del mundo… Las actividades y comportamiento de la gente están a un nivel casi tan elevado como en España, y su organización y ordenación son iguales. Si consideramos que estos pueblos son bárbaros, privados del conocimiento de Dios y de la comunicación con otras naciones civilizadas, es notable ver todo lo que poseen. Dos años después de escribir estas palabras Cortés destruyó totalmente Tenochtitlán junto con el resto de la civilización azteca. He aquí una relación azteca:

Moctezuma [el emperador azteca] quedó conmovido, horrorizado por lo que oyó. Quedó muy perplejo por su comida, pero lo que le hizo casi desmayarse fue la historia del gran cañón lombardo que obedeciendo a los españoles, lanzaba una descarga que retumbaba al salir. El ruido debilitaba y mareaba a quien lo oía. Salía de él una especie de piedra, seguida por una lluvia de fuego y de chispas. El humo era asfixiante, tenía un olor que mareaba, fétido. Y cuando el disparo daba contra una montaña la hacía pedazos, la disolvía. Reducía un árbol a serrín: el árbol desaparecía como llevado por un soplo… Cuando contaron todo esto a Moctezuma quedó aterrorizado. Se sintió enfermo. El corazón le fallaba.

Visión azteca de la conquista de México, siglo dieciséis. Los caballos y las armas de fuego, incluyendo «el gran cañón Lombardo» fueron elementos importantes en la completa derrota infligida por Cortés. Del Lienzo Tlaxcala. (Cedida por Colecciones Especiales UCLA).

Continuaron llegando más informes: «No somos tan fuertes como ellos», dijeron a Moctezuma. «No somos nada comparados con ellos». Los españoles empezaron a recibir el nombre de Dioses llegados de los Cielos. Sin embargo, los aztecas no se hacían ilusiones sobre los españoles, a los que describían con estas palabras:

Se apoderaban del oro como si fueran monos, con el rostro congestionado. Era evidente que su sed de oro no tenía límites: querían atiborrarse de oro como cerdos. Iban hurgando por todas partes, se llevaban los gallardetes de oro y los trasladaban de un lado a otro, agarrándolos para que no se les escaparan, balbuceando, contándose necedades unos a otros.

Pero sus intuiciones sobre el carácter español no les sirvieron para defenderse. En 1517 se había visto en México un gran cometa. Moctezuma, obsesionado por la leyenda del retorno del dios azteca Quetzalcóatl en forma de hombre de piel blanca, que llegaría por el mar oriental, ejecutó rápidamente a sus astrólogos. No habían predicho el cometa, ni lo habían explicado. Moctezuma, convencido del inminente desastre, se volvió distante y melancólico. Una partida armada de 400 europeos y sus aliados nativos, ayudados por la superstición de los aztecas y por su propia y superior tecnología venció y destruyó totalmente una alta civilización de un millón de personas. Los aztecas no habían visto nunca un caballo; no había caballos en el Nuevo Mundo. Ellos no habían aplicado la metalurgia del hierro a la guerra. No habían inventado las armas de fuego. Y sin embargo la distancia tecnológica que los separaba de los españoles no era muy grande, quizás de unos cuantos siglos.

El Sol mira impasible mientras los conquistadores y sus aliados mexicanos —uno de ellos con el tocado ceremonial de un pájaro acuático— hacen una carnicería con los aztecas mal armados y desmoralizados. Del Lienzo Tlaxcala. (Cedida por Colecciones Especiales UCLA).

Somos necesariamente la sociedad técnica más atrasada de la Galaxia. Una sociedad más atrasada ya no dispondría de radioastronomía. Si la triste experiencia del conflicto cultural en la Tierra fuera la norma en la Galaxia, parece que nos tendrían que haber destruido ya, quizás después de expresar una cierta admiración por Shakespeare, Bach y Vermeer. Pero no ha sido así. Quizás las intenciones de los extraterrestres son de una benignidad a toda prueba, más afín a La Pérouse que a Cortés. ¿O quizás a pesar de todas las pretensiones sobre ovnis y antiguos astronautas, nuestra civilización no ha sido descubierta todavía?

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