Cosmos

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Quinto

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—Primero ahorcaron un pollo. Después un gorrión. Después un palito. La misma cosa se repite en diversas variantes. Y esto ya dura desde hace algún tiempo. Ya el día de nuestra llegada el gorrión apestaba bastante…

Claro, Fuks pese a todo no era tan estúpido, aquel era un buen argumento. Los ahorcamientos habían empezado desde antes de nuestra llegada, por lo tanto no podían sospechar de nosotros… desgraciadamente… ¡Lástima!

—Es verdad —murmuró León y pensé que durante un momento él también debió haber sospechado de nosotros.

Volvieron a hablar.

—Katasia —dijo Bolita—. No, imposible. Ni pensarlo. ¡Qué va a ser! Ella está enferma de la pena, quería mucho a Dawidek, está como loca del dolor, la conozco desde que era una niña; Dios mío, a no ser por mi abnegación, por mis cuidados… —hablaba, pero hablaba demasiado, como lo hacen generalmente las dueñas de las casas de huéspedes, y yo pensé en que quizá ella exageraba en ser como era; pero se oyó el sonido del agua que salía de una llave y pareció que en algún lado sonaba el motor de un automóvil…

—Alguien entró en el jardín —dijo León—… ¿pero, para ahorcar a un gato? ¿Quién iba a colarse solo para ahorcar un gato? ¿Y los perros de los vecinos…? Seguramente hubieran ladrado…

Me dolía un brazo. Miré a través de la ventana, vi la maleza, un abeto, el cielo, el calor, el marco de la ventana tenía incrustada una tira de madera de otra clase. León dijo que le gustaría ver el palito y las otras señales…

—¿Las señales? Es posible que desde aquí puedan verse (era Fuks quien hablaba).

—Perdón. ¿Qué quiere usted decir?

—¿Cómo sabe usted que no hay otras señales, incluso aquí, en esta habitación, señales que hasta el momento nosotros no hemos logrado advertir?

—¿Y usted? ¿No sospecha usted de nadie? —le pregunté a Lena.

Se refugió en sí misma y dijo:

—No creo que nadie me tenga mala voluntad… (En ese instante comprendí que yo no le deseaba nada malo… ¡Oh! ¡Morir! ¡No existir! ¡Qué enorme peso! ¡Qué enorme carga! ¡Oh, la muerte!).

León se dirigió a nosotros en tono plañidero:

—Esto es muy… muy… muy desagradable, señores, muy molesto… muy… malvado. Porque si por lo menos tuviéramos una pista, pero no tenemos nada, pues por la cerca seguramente no entró nadie y tampoco fue ninguno de nosotros, porque ¿quién?, ni por un lado, ni por el otro, extrañísimo, yo llamaría a la Policía, pero ¿para qué?, para que se rieran y burlaran, lo único que harían sería reír a nuestras costillas, ni siquiera podemos llamar a la Policía, no obstante… no obstante no se trata solamente del gato, se trata de que el hecho en sí es anormal, extraño, es una aberración o algo por el estilo, basta decir que hay campo libre para el pensamiento y se puede pensar y creer al antojo, se puede no tener confianza en nadie, sospechar de todos, porque ¿quién puede asegurarnos que no fue alguno de nosotros…? La locura, las perversiones, las aberraciones, son cosas que pueden sucederle a cualquiera, a mí, a mi esposa, a Katasia, a ustedes dos, inclusive a mi hija, si se trata de una aberración, entonces no existe la menor garantía, aberración fíat ubi vulty ja, ja, ja, esto puede pasarle hasta a las piedras, como dice el refrán, a todos, a cada persona, donde sea, ja, ja, je, je. Esta infamia. Esta cochinona cochinada…

En mi vejez tengo casa y familia, pero no tengo la seguridad de saber con quién vivo, en donde estoy; en mi propia casa soy como un perro sin dueño, no puedo confiar en nadie; vivir en una casa que es un manicomio… para eso toda la vida… para eso tanto trabajo, tantos esfuerzos, tantas penas, preocupaciones, tantas aflicciones que mejor es no enumerarlas ni recordarlas, años enteros, Dios mío, años formados de meses, de semanas, días, horas, minutos, innúmeros e innumerables segundos, imposibles de recordar, tantos segundos de mi vida, llena de dificultades… y todo eso para que ahora ni siquiera pueda confiar en nadie. ¿Por qué motivo? ¿Por qué razón? Porque alguien podría decir que exagero, que el gato no tiene importancia, pero ustedes saben que el asunto es bastante molesto, molesto, sí. Porque, ¿quién puede asegurarme que todo terminará con el gato, que después no va a llegar el turno a otra pieza mayor?; si en la casa hay un demente no podemos estar seguros, naturalmente no quiero exagerar, pero tampoco creo que pueda volver la tranquilidad mientras las cosas no se aclaren del todo; me sentiré como un arrimado en mi propia casa… como un arrimado solamente, sí…

—¡Cállate!

León miró dolorosamente a Bolita.

—Callarme, muy bien, me callaré, pero eso no me evitará pensar en todo esto.

Lena murmuró:

—Podrías callarte ya.

Me pareció advertir en el murmullo de Lena algo nuevo, algo que hasta entonces no había existido en ella…, pero ¿cómo estar seguro? ¿Acaso se puede estar seguro de algo? Por la carretera pasó un autobús destartalado repleto de gente, tras las últimas matas logré ver solamente las cabezas, los perros ladraron, la persiana estaba subida, un niño desgarbado, adentro un murmullo general, universal, total, coral, y sobre el armario había una botella y un corcho… ¿Sería capaz Lena de matar a un niño? ¿A pesar de la dulzura de su mirada? Pero en caso de que lo matara su crimen se fundiría con su mirada inmediatamente en una armonía perfecta, demostrando así que una infanticida puede tener la mirada dulce… ¿Pero de qué cosa se podía estar seguro? El corcho. La botella.

—¿Qué cosa? —dijo León indignado—. Tal vez usted pueda aconsejarnos algo —dijo dirigiéndose humildemente a Fuks—. Vamos a ver la flecha y el palito…

Hacía calor, era una de esas horas en que en los pequeños cuartos de la planta baja se sentía un gran bochorno; en el aire podía verse el polvo, lo que era muy fatigoso; a mí me dolían los pies, la casa estaba abierta y todo el tiempo pasaba algo aquí o allá, un pájaro pasó volando, en general era un día estruendoso. Fuks decía…

—En eso estoy de acuerdo con usted, señor director, de todos modos es bueno que hayamos hablado todos; en caso de que alguien advierta cualquier cosa nueva debe en seguida comunicárselo a los demás… —Drozdowski. Drozdowski. Todo esto, que se libraba dificultosamente de la maraña en que se encontraba, perdido en el caos, como alguien que ya casi ha logrado incorporarse, que ya está de rodillas, pero que en seguida vuelve a caer, tantos, pero tantos detalles que debían ser tomados en consideración…

Recordé entonces que aún no había tomado el desayuno. Me dolía la cabeza. Sentí ganas de encender un cigarrillo. Metí la mano en uno de los bolsillos, no tenía cerillas, estaban al otro lado de la mesa, junto a León, no sabía si pedírselas o no, por fin le mostré el cigarrillo, movió la cabeza, estiró la mano, empujó hacia mí la caja de cerillas y yo tendí la mano.

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