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El regalo de los dioses (Raymond F. Jones) » Capítulo IV

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CAPÍTULO IV

I

Durante mucho rato aquella noche, Clark estuvo despierto en su habitación, viendo cómo la luna surcaba el cielo entre girones de nubes blancas. Pensó en la última pregunta de Oglothorpe. Quizás no fuese tan fácil como pensaba, pero tenía que hacerse algo para cambiar la atmósfera que rodeaba la transferencia de regalos traídos por Hain Egoth. Si los científicos fracasaban en conseguir la unión ahora, durante este intercambio, entonces Oglothorpe tendría razón. Sería desesperado si las barreras fuesen de pronto construidas más y más altas y más espesas y profundas. Pero no podía permitirse que esta cosa ocurriera. Sintió confianza en que podría imaginar algún curso de acción práctico que todos aceptarían. Incluso Oglothorpe cooperaría, en eso estaba seguro, si podía demostrar al inglés que todavía no habían perdido la batalla.

La mañana parecía venir demasiado pronto. Se vistió y se tomó de un trago una taza de café, marchando en su coche a gran velocidad hasta la base.

George Demars le cogió del brazo mientras entraba en el hangar.

—Me alegro de que haya venido usted pronto —dijo George—. Reúna a su grupo y vea que cada cual esté enterado de los puntos del acuerdo. He aquí su copia. No queremos ningún resbalón que dé pie a una discusión con los camaradas. Hain Egoth nos espera a las ocho en punto.

Clark se sentó en una mesa de la sala de conferencias, repasando la lista que parecía para él un conjunto de infantilismos y tonterías. Tales acuerdos entre personas inteligentes, carecían mucho de sentido común, de comprensión necesaria, y eran del mayor efecto para promover dificultades en vez de fomentar los esfuerzos mutuamente constructivos. Se basaban, más que nada, en el recelo, en la envidia y en motivos de mutua destrucción.

Al entrar los americanos, uno a uno, revisó el contenido de los acuerdos. Los soldados los habían aprendido ya de memoria. Barker y Paris compartían algo de su falta de entusiasmo, pero eran lo suficiente diligentes como para observar la letra de los pactos.

No había tenido tiempo de entablar suficiente conocimiento con sus compañeros miembros del subcomité americano. Aquel debería ser su primer esfuerzo en vez de haber pasado la noche entrevistándose con Oglothorpe, pensó; debería haber determinado cuántos de sus propios colegas estaban identificados con los papeles asignados. Todos parecían lo bastante amistosos, pero incluso así, notó en su actitud un elemento de la misma reserva precavida, del recelo, con que el resto de la comisión se veía infectada.

Mientras la habitación se llenaba, había una inquieta y ansiosa espectación, una combinación de intranquilidad del primer día de colegio, y de la incertidumbre de enfrentarse a algo desconocido, a un mundo ignorado a punto de ser desvelado. Le parecía curioso a Clark que un sentido de la presencia de Hain Egoth fuese tan incompletamente defectuoso. Él era la figura central aquí, pero todas las maniobras, el complejo trasfondo, iba a seguir adelante sin apenas pensar en el robot.

Bruscamente hubo un agitarse cuando George apareció y les indicó que había llegado el momento de marchar. Sesenta miembros que componían el máximo comité del primer día se levantaron y comenzaron a desfilar. Esto no era más que un tercio del comité completo, pero el navío no podía acomodar a más personal al mismo tiempo.

—El aula está abierta —dijo John Paris con una mueca.

Hain Egoth estaba esperándoles a la entrada del navío. Cuando los miembros de la comisión aparecieron, dio media vuelta y entró enseñando el camino. El segundo piso había sido preparado con asientos de un equipo semántico de inducción. Esto le permitía dirigir material hablando o en visual de una manera completamente independiente de su lenguaje nativo, así que las formas más complejas de interpretación quedaron eliminadas.

En la mesa del grupo americano, George estaba sentado al lado de Clark. De manera simultánea, se colocaron los pequeños botones metálicos del inductor semántico en su cráneo, siguiendo las instrucciones de Hain Egoth. El robot había previamente analizado los textos normales terrestres en el campo de la física, química y las matemáticas, con el fin de establecer un punto de partida. Mientras la primera sesión seguía desarrollándose, emitió una larga serie de conceptos ampliatorios de la mecánica del quantum y de la relatividad.

Para Clark, aquel primer día pasó como un intervalo en el paraíso, y pudo ver que casi todos los miembros científicos se veían similarmente afectados. La mayor parte, sus rostros reflejaban un estado de éxtasis inducido por las revelaciones del robot.

Clark experimentó una alegría adicional al alcanzar la creciente certidumbre de que las esperanzas de Oglothorpe no tenían justificación. El compartir estos datos de los alcardianos, proporcionaría un lazo entre los científicos que ninguna cantidad de seguridad podrían romper. Cuando se conociese por último esto, la tensión cesaría; los miembros de la comisión encontrarían posible saludarse mutuamente como habitantes del mismo planeta una vez más. La respuesta le pareció tan simple que Clark se preguntó cómo no se le había ocurrido antes.

La ciencia siempre ha proporcionado el disolvente universal para las diferencias de la humanidad. Nunca falló excepto cuando la comunicación entre los científicos del mundo fue rota a la fuerza. Ahora, la comunicación iba a ser restaurada en un grado como nunca existió, incluso en los mejores años de la historia de la Tierra.

Se separaron rápidamente para almorzar y se reunieron lo antes posible. El día le pareció a Clark el más breve de cuantos había pasado durante toda su existencia, pensó, mientras George se levantaba finalmente a las ocho de la noche y recordaba al robot que los terrestres no podían proseguir indefinidamente, a diferencia de él. Excusándose, Hain Egoth se despidió de ellos, pidiéndoles que volviesen, pronto, puesto que tardarían muchos meses en completar el trabajo al paso que iban, el único que les era posible.

Más tarde, en el hotel, el subcomité americano se reunió en la habitación de George Demars para recapitular y evaluar los datos conseguidos durante el día. Durante una hora los tres científicos compararon notas y opiniones. Aunque técnicamente adiestrados, los soldados quedaron pronto fuera de la profundidad de sus discusiones.

Cuando se produjo una pausa, George dijo en voz baja:

—Y no olvidemos que hoy los camaradas han obtenido el mismo material.

Fue como si de pronto alguien hubiese sombreado la luz y abierto la ventana para que entrase el frío viento nocturno. Barker y Paris se hundieron en sus sillones.

—Lo que voy hacer con eso nos interesa mucho, porque tenemos que hacerlo nosotros primero y mejor —dijo George—. ¿Qué es lo que ven ustedes?

—No lo sé —dijo Paris despacio—. No sé lo que significa; parece ser un paso más allá de los fenómenos de radiación electromagnética con los que estamos tan familiarizados.

—¿Rayos de muerte? ¿No más clases de acción a distancia?

—Con toda posibilidad. Debe usted recordar que estos son sólo los elementos esenciales de una ciencia nueva por entero; únicamente nos es posible imaginar su pleno desarrollo.

—¿Por qué nuestras deducciones han de dirigirse sólo en esa dirección? —preguntó Clark colérico—. Hay un millar de direcciones por las que podríamos ir.

—Tiene usted toda la razón —dijo George—. E iremos en todas esas direcciones… pero por este camino es por el que tenemos que caminar primero, porque esta noche ellos se han reunido lo mismo que nosotros y esa es la dirección en la que se encaminan. Tenemos dos alternativas: seguir sus huellas, o tomar la iniciativa y destruir la amenaza que ellos poseen. ¿Cuál prefiere?

En el momento en que Clark penetró en el edificio a la mañana siguiente, se dio cuenta de que George había tenido razón. Todos los subcomités se habían reunido y habían dicho las mismas cosas. Los rostros de los hombres quedaban retirados y evasivos. En lugar de la alegría con la que abandonaron el navío la noche anterior, se veían abrumados con renovada ansiedad y recelo. Los grupitos de subcomités parecían más aislados entre sí que nunca, si es que eso era posible. Clark sintió como si hubiese despertado de una pesadilla. La atmósfera era increíble; antes de que la investigación hubiese terminado, se echarían mutuamente uno sobre otro dispuestos a estrangularse.

Al pasar la primera semana, se hizo evidente que las indicaciones de la sesión inicial eran correctas. John Paris elaboró una demostración de que los nuevos principios de radiación hacían posible la temida muerte mediante rayos, por primera vez.

Unos cuantos centenares de horas de desarrollo mecánico harían posible la construcción de una arma devastadora que excedería a las bombas A y H en efectividad criminal, sin ir acompañada de la destrucción de propiedades.

Los americanos, los ingleses, los franceses, los rusos… no había nación a la que se pudiese eliminar; no había nadie cuyos científicos fuesen tan pobres que no pudiesen extrapolar estos perfeccionamientos letales.

Y entonces, al principio de la segunda semana, uno de los científicos fue asesinado durante una sesión por el delegado militar de otra de las naciones.

El soldado acusó al científico de tratar de ocultar en su persona uno de los libros grabados en cintas originales, que no había sido duplicado y distribuido a la comisión como los demás; las subsiguiente investigación demostró que la acusación era cierta.

Los americanos estaban temblorosos y pálidos cuando se reunieron por la noche después de aquella sesión. Clark experimentó una torpeza mental, como si hubiese tomado una decisión, pero reconoció que era la que él mismo tomó casi desde el principio. Solamente ahora era capaz de reconocer que siempre conoció la imposibilidad de lo que estaban intentando.

—Este comité —dijo—, es una burla científica de la raza humana. Hemos visto hoy un pequeño ejemplo de lo que ocurrirá al mundo si continuamos por el camino tomado; no podemos seguir adelante.

—No podemos detenernos —dijo John Paris.

—¿No sería mejor si lo hiciésemos? —dijo Clark—. ¿No sería mejor, incluso ahora, si le dijéramos a Hain Egoth que tomase su navío y se fuese? No estamos preparados para recibir lo que nos ofrece. Y nos ha traído el regalo de los dioses, sin estar en condiciones de recibirlo.

En seguida se dio cuenta de que no había acuerdo. Barker sacudió la cabeza con vigor.

—Tampoco la raza del robot estaba preparada o valía para ser depositaría de esa sabiduría. No tuvieron éxito en manipular el conocimiento, pero sí su posibilidad; nosotros tenemos que poseer la nuestra.

»Nuestra seguridad está en el apoyo común que ha de ser establecido. Probando es como lo conseguiremos, creo que nadie está consiguiendo más detalles que cualquier otro. Lo ocurrido hoy es más afortunado que trágico, porque destaca en general que nadie va a conseguir ninguna ventaja sobre los demás. Si continuamos manteniendo el equilibrio no habrá peligro.

»En el pasado hubo desigualdad, que es lo que hacía que un grupo se aventurase a sobreponerse a otro. Ahora, con la ciencia de los alcardianos, una nación pequeña es tan igual como una grande. Este es el principio del ecualizador, que se exhibió primeramente en el famoso revólver Colt de los primeros días de nuestro Oeste. Los puestos pacíficos de colonos se extendieron por encima del desorden inicial y el ecualizador Colt fue el mayor factor en hacer tal cosa posible.

»Volverá a dar resultado. La tierra entera es ahora la frontera, y con ecualizadores apropiados distribuidos entre las naciones, encontraremos una repetición de nuestra propia historia del Oeste a una escala enteramente mundial. El incidente de hoy no será el último, pero por cada uno pequeño de su clase, se reducirá la oportunidad de que ocurra uno grande».

Clark escuchó, tratando de no creer lo que oía decir a uno de sus amigos científicos. Se sintió de pronto perdido y sintió frío al reconocer cuan lejos habían vagado en dirección a la que los militares querían que marcharan.

A través de la discusión los ojos de George Demars quedaron fijos en Clark.

—Así son las cosas, Clark —dijo por último—. Usted no nos querrá decir ni convencer de que cojamos a Hain Egoth y le pidamos que tome su material y se marche, ¿verdad? Y menos hasta haber visto los ejemplos de las alturas a las que puede llevarnos con su ciencia.

Clark se miró las manos plegadas en la mesa delante de él. Apretó los pulgares con fuerza uno contra otro.

—No, claro que no —dijo—. Pero tenemos que hallar una mejor respuesta de la que tenemos y es preciso hallarla bien pronto.

II

En la noche pensó que estaba soñando y por poco grita en voz alta, cuando una forma se recortó contra el firmamento. Mientras yacía en una parálisis momentánea, semiinconsciente entre el frío y un súbito temor, la cosa saltó dentro de la habitación.

Entonces la reconoció, antes de que la voz humana hablara.

—Soy Hain Egoth, Clark Jackson —dijo el robot—. Quiero hablar con usted, pero no debe saberse que he venido aquí.

El momentáneo miedo de Clark quedó reemplazado por un sentimiento igual de sorpresa, de que el robot hubiese venido desde la base tan distante y que hubiera sido capaz de encontrarle, y sin ser descubierto.

—¿Por qué ha venido? —preguntó Clark—. Seguramente le echarán de menos en el navío.

—Nadie lo sabrá. Puedo atravesar con facilidad las cercas guardadas de ustedes y neutralizar el radar que cruza la zona. Y si alguien subiese a bordo de mi navío, no me echaría de menos. No soy lo que ustedes suponen; hay cinco como yo a bordo, Clark tuvo un nuevo estremecimiento de sorpresa al comprender en aquel momento la posibilidad de que hubieran muchos secretos, que el robot quizás no se mostraría inclinado a revelar.

—He venido —continuó el robot—, porque usted es el único con quien puedo hablar. Los he analizado a todos y usted solo, Clark Jackson, es la persona indicada; usted posee la noción de que se ha cometido un error. Hain Egoth ha traicionado a su pueblo.

—¿Qué quiere decir?

—Mis regalos no eran para ustedes. Ya ha visto por sí mismo que son incapaces de utilizar lo que traigo. Tienen razón al llamarlo el regalo de los dioses, pero es demasiado fuerte para los hombres de la Tierra. Les traería solamente muerte, no vida.

—¡Usted también piensa lo mismo! —exclamó Clark.

—Sí. Es inevitable. Pero necesitaba encontrar alguien de ustedes que también lo creyese.

—¿Por qué nos proporcionó ese regalo, si sabía que éramos incapaces de utilizarlo?

—La decisión no fue del todo mía; mejor dicho, me fue impuesta. Me acerqué a la Tierra para examinar a su pueblo y explorarlo. Tuve que realizar un largo camino para encontrar razas nuevas que se acercasen por los menos a las condiciones requeridas. A primera vista, el mundo de ustedes parecía ser apto. Pero no tuve precaución al acercarme; no esperaba que me atacasen.

—¿Atacado? ¿Cómo?

—En apariencia, la raza de usted ha estado en guardia contra alguna aproximación procedente del espacio. Uno de sus aviones me disparó un proyectil atómico que penetró en mi navío y produjo un pequeño daño que, sin embargo, al producirse en una zona crítica, me obligó a aterrizar, parcialmente perdido el control.

—¡Los platillos volantes! —exclamó Clark—. No me imaginaba que hubiesen puesto vigilancia de esa magnitud; no sabía que tuviesen aviones que disparaban proyectiles atómicos.

Hain Egoth continuó:

—Cuando mi navío fue recogido, su gente hizo torpes reparaciones; más tarde arreglé algunas de estas torpezas. Se me pidió que no mencionase el ataque.

—Evidentemente, no querían que el resto de las Naciones Unidas supiera que usted había sido derribado por un ataque —murmuró Jackson—. ¿Pero qué tiene que ver esto con su decisión de entregarnos el rico material científico?

—El daño era tal que mi navío no funcionaba; yo no podía despegar de nuevo. Era obvio que no obtendría cooperación alguna de su raza para reparar las averías, si les decía que después me marcharía. Ellos insistirían en conocer cuanto contenía mi navío.

»Pero había la posibilidad de que pudiesen estar cualificados para asimilar eventualmente la ciencia. Por otra parte, había empezado a creerse que yo podía trabajar a través del espacio hasta que todos mis recursos se agotasen sin encontrar un grupo incluso, tan cualificado como el de ustedes. Así que decidí completar mi misión mostrándoles mi material.

—¿Y ahora cree usted que fue un error incluso considerando las circunstancias bajo las que tomó tal decisión? —preguntó Clark.

—Sí. Sería mucho mejor si mi navío se perdía para siempre en las profundidades del espacio a que fuese instrumento de instrucción de este pueblo en quien se pueden poner muchas esperanzas, pero que tiene que caminar muchísimo todavía.

—Todos nos hemos preguntado acerca de algo que usted no ha querido explicar. ¿Por qué cayó su propia raza? ¿Cómo se puede asegurar a un pueblo la seguridad de tener éxito en perpetuarse a sí mismo, cuando ustedes no lo consiguieron?

—Ya que mi pueblo no puede responder a esa pregunta, es evidente que yo tampoco —contestó Hain Egoth—. Pero el problema que no lograron resolver es el que ustedes encontrarán también, si llegan lo suficientemente lejos.

»A medida que las criaturas racionales se desarrollan, aumenta su poder creador y su autodeterminación. Al hacerlo así, la demanda de leyes externa disminuye y las leyes se convierten en internas para uno mismo. La sociedad remota, técnicamente, es una completamente sin ley en la que los individuos creativos conforman a cada paso sus propias regulaciones autodeterminantes para promover el bienestar propio y el de sus compañeros.

»Cuando se acerca a este ideal, sin embargo, las desviaciones de cualquier clase se convierten en crecientes críticas. Una pequeña transgresión cerca de la cumbre creará más caos, que un crimen mucho mayor en una sociedad no tan desarrollada. Entre mi gente, se llegó a una condición de estabilidad, en la que las aproximaciones finales a la sociedad cumbre, produjeron un retroceso que mandó a todo el planeta a una rápida espiral de degeneración. Cada intento por detener el descenso parecía acelerarlo. Nuestros científicos no descubrieron los principios básicos de lo que estaba tomando lugar hasta que ya fue demasiado tarde y para entonces ellos mismos formaban parte de dicho caos. Nunca aprendieron cómo podía evitarse el desastre, o si era posible que se evitara. Algunos consideraron que las leyes teoréticas de la sociedad eran una imposibilidad práctica. Nunca lo supieron con seguridad.

Clark permaneció en silencio durante un rato, meditando las palabras del robot, tratando de imaginarse a una sociedad trepando tan cerca de las alturas divinas y cayendo por el mismo camino hasta la profunda destrucción. Se preguntó si aquellos alcardianos tenían derecho a suponer que las cumbres nunca serían alcanzadas por seres racionales.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —dijo finalmente—. Estoy de acuerdo en que los dones de ustedes no deberían ser compartidos por mi pueblo, ¿pero cómo se puede evitar? Cualquier intento para detener lo que ha comenzado provocaría la fuerza meramente. ¿Podría destruir su navío antes que permitir eso?

—Puedo… y lo haría si fuese necesario —contestó Hain Egoth—. Pero entonces habría fracasado por completo. Preferiría intentar una continuación en mi búsqueda, seguir adelante de todas formas cuanto me sea posible. Con algo de ayuda no sería difícil reparar perfectamente mi navío. Pero necesito esa ayuda; por eso es por lo que he venido hasta usted.

—¿Cómo puedo ayudarte? ¿Qué puedo hacer por usted?

—Se necesita efectuar ciertas reparaciones, que yo no puedo realizar. Ha de comprender algo de mi naturaleza para entender el daño que se ha producido.

—Esta forma que ve no es en realidad el robot, Hain Egoth, sino meramente una extensión. El mecanismo cerebral, como ustedes le llamarían, está situado permanentemente en el propio navío, en una cámara debajo de la sala de máquinas. Las cinco figuras robóticas de la clase que usted ve aquí son operadas desde la unidad central. Además, los mandos del navío en sí están conectados directamente con el mecanismo cerebral y son manipulados por él sin intervención de formas robóticas. Es esa porción del mecanismo la que está averiada. —¿Pero no pueden repararla utilizando una de las formas robot?

—No; por eso es por lo que necesito ayuda exterior. Esas reparaciones necesitan la desconexión y aislamiento durante un breve tiempo de todo el mecanismo completo cerebral, excepto unos cuantos circuitos receptores que pueden quedar funcionando. Yo puedo utilizar una forma robótica para guiarle en la realización de las reparaciones, pero no puedo efectuar las acciones reflexivas necesarias para conseguir por mí mismo reparar actualmente el daño. Podría usted compararlo con el caso en que usted necesitara una operación en su propio cerebro. Se necesitaría una desconexión temporal y el trabajo no podría ser llevado a cabo reflexivamente.

—Ayudaré en cuanto pueda —dijo Clark—. Pero no veo cómo podré entrar a solas en el navío; ya conoce usted los convenios referentes a eso.

—Mañana por la noche, vendré a por ustedes después de nuestra sesión regular. Vendrá usted al navío acompañado por una mínima comisión. Dentro, mis cinco formas robóticas se ocuparan de la gente adicional. Con el fin de evitar que se le considere traidor, fingiré dominarle también. Cuando el trabajo esté terminado, todos ustedes serán libertados y yo partiré; no habrá ninguna dificultad. Le anticipo que requerirá unas tres horas y media realizar el trabajo.

—¡Pero las formas robóticas quedarán sin funcionamiento parte de su tiempo!

—Sí. Ese es el riesgo que hay que correr. Sus compañeros estarán encerrados. Será tarde y no habrá motivo para que nadie más entre en el navío. Excepto durante unas dos horas, yo estaré inmóvil y sin capacidad de actuar y usted quedará solo, campando por sus respetos. ¿Acepta correr ese riesgo?

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