Cosas

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En el principio (Damon Knight) » Capítulo II

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CAPÍTULO II

I

Cilindros de fuerza emitidos por el cuerpo de Blueviolet oprimieron teclas del tablero ante él y el reluciente coche aéreo se elevó y se remontó, formando un arco por encima del risco. La pantalla negra junto a la consola se iluminó y durante un momento reflejó caóticas vistas de un cielo sin nubes y rocas entremezcladas; luego, cuando el coche aéreo picó, el valle en forma de copa apareció a la vista. Muy lejos y abajo, en su centro, como un juguete dada la distancia, una semiesfera de blancura reluciente e inestable se alzaba por encima del terreno yermo.

Demasiado despacio, se fue acercando. Mientras miraban, una esfera rojo sangre se elevó por encima del borde opuesto del valle; luego, a un cuadrante de distancia, salieron otras dos más, juntas. Con terrible unanimidad dispararon hacia la semiesfera y desaparecieron tras una cortina oscilante.

Green apartó la vista horrorizado, para volver a mirar a tiempo de ver tres esferas de un blanco lechoso libertarse de la semiesfera y alejarse flotando sin rumbo fijo.

—Equilibrio —dijo destellando moderadamente el aprendiz—. Nacimiento contra la muerte.

Blueviolet vigiló intensamente sus instrumentos y no dijo nada.

El coche aéreo redujo su velocidad hasta deslizarse cuando, la semiesfera llenó la pantalla. Lentamente, bajo la cuidadosa dirección de Blueviolet, marchó hacia adelante. Su proa desapareció de la barrera opalescente; luego las rejillas receptoras siguieron… y la pantalla se obscureció.

—¡Oh, maldición eterna! —El científico comprobó inútilmente las conexiones y movió el carro aéreo hacia adelante de nuevo. Ansioso vigiló las cintas de sus máquinas grabadoras, pero nada se produjo.

Una y otra vez envió al vehículo haciéndole entrar y salir en la engañosa cortina. Fuera los mecanismos transmisores funcionaban perfectamente; dentro, quedaban muertos.

—Es inútil —dijo por último—. Nos han vuelto a derrotar. Las máquinas pueden atravesar el campo de fuerza que nos mantiene a nosotros alejados cosa de una milla, pero no pueden transmitir a través de ese campo. Debí habérmelo imaginado, supongo, cuando Cobalt fracasó con la televisión penetradora; pero eso ocurrió hace más de dos siglos y no había manera de decir dónde había fallado él.

—¿Sistema de registro? —sugirió Yallow.

—No. El campo magnético los deja limpios. Aparentemente, ellos pensaron en todo. Esto ha sido lo último que se me ocurrió y ha fallado.

—Quizás no debería ser —dijo Green con brusquedad—, pero me alegro.

—¡Oh, calla de una vez! —le destelló el científico. Y luego añadió—: Lo siento, Green; no quería ofenderte. Vamos, marchémonos de aquí.

Para cuando llegaron al laboratorio, la noche había caído. Dejaron el deslizador a nivel del suelo y subieron flotando por el hueco entre los pisos hasta la cumbre, en donde estaban las lámparas de energía de Blueviolet. Blueviolet las encendió y los tres se empaparon de vitalizadoras radiaciones.

—No puedes volver a tu despacho sin una lámpara —dijo el científico con desánimo—. Será mejor que te quedes aquí hasta mañana.

—De acuerdo —contestó Green.

Ahora que todo había pasado se sentía curiosamente aliviado. Su mente se veía aún asaltada por la duda y la incertidumbre, aunque los horribles temores de pesadilla que le torturaron estaban disminuyendo, de momento, ante el bienhechor baño de energía, Estaba agradablemente sorprendido de hallarse pensando en una nueva escultura; algo en malaquita, quizás. Estaba cansado de trabajar con plásticos. Para un tema…

Extendióse para tomar su equipo en un próximo banco de trabajo y sacó una esferoide de vidrio claro, medio llena de agua en la que su visión microscópica podía descubrir miríadas de pequeños animalículos en un movimiento incesante y sin propósito.

Los contempló con fijeza durante largo rato, construyendo en su mente una estatua basada en sus formas semejantes a una zapatilla, buidas y huidizas. Luego, en un rincón de su cerebro advirtió que Blueviolet estaba diciendo algo.

—¿Qué?

—Esas cosas… ¿qué son?

—Oh… ¿esto? Son una especie de superdistracciones. La semana pasada fui a ver a Saffronorange y me las dio para que me sirvieran de modelo para mis «Cubos»… ya sabes, aquel en cristal azul. Tú tienes una copia por alguna parte, según creo…

—¡Sí, sí! ¿Pero qué quieres decir con superdistracciones?

—Oh. Bueno, ya sabes lo que son los microorganismos corrientes: masas de un cierto compuesto químico que parecen tener una pseudovida. Saffronorange estaba jugueteando con algo que había hecho en su laboratorio y las consiguió bombardeándolas con radiaciones de diversas longitudes de onda. Algunas clases murieron, claro, pero otras combinaciones tuvieron efectos diferentes. Él podría explicártelo… unas radiaciones las hicieron crecer más de prisa, otras más despacio, etc. Finalmente, descubrió una frecuencia que las cambiaba de algún modo. Cuando se dividieron las mitades crecieron de manera diferente. Siguió con ello y al poco consiguió éstas. En vez de ser masitas informes de materia, éstas tienen una forma definida y filamentos a lo largo de sus costados que les permiten andar. Yo…

—¿Pero por qué no lo ha publicado?

—No creyó seguramente que fuese importante, supongo. Son sólo una curiosidad. Si hubiese sabido que te interesarían te las habría enseñado antes.

—¡Claro que estoy interesado! —destelló Blueviolet—. ¡Dámelas, tonto!

Yallow flotó a través de la habitación y se le unió mientras recogía el recipiente y miraba su contenido.

—¿Qué te parece, jefe? —preguntó.

—Son superespecímenes. Mejorados. Si uno puede hacer esto de especímenes ordinarios… ¿Por qué no extender el procedimiento…?

—¿Hasta que…, hasta supersuper-especímenes?

Blueviolet le miró con fijeza.

—No. ¡Hasta algo inteligente… lo bastante inteligente para entrar en el lugar y salir de nuevo, para decirnos lo que se ve!

—Oh, vaya Blueviolet —saltó Green—. Esto es demasiado.

—¿De veras?

—¿Materia inteligente?

—¡Por qué no! El que seamos la única forma inteligente de vida conocida, ¿supone que tengamos que ser por fuerza el único tipo posible?

—Pero supongamos que construyes esta criatura, es fantástico, pero supongámoslo. ¿Cómo te comunicarías con ella?

—No lo sé. Quizás por telepatía. Ya lo resolveré cuando se me presente el problema.

Green sintió cómo la cólera le inundaba. Sabía que era irrazonable y por eso se ponía más furioso.

—¡Estás loco!

—Puede… Será mejor que bajes al obscuro y descanses un poco, Green. Estás agotado. Hablaré contigo por la mañana, si te sientes distinto. Vamos, Yallow, tenemos que trabajar.

Green le vio marcharse, desamparando de su rabia furiosa.

II

Green dijo con cuidado:

—Siento haber estallado el mes pasado; no podía imaginarme qué es lo que había de malo en mí.

—Olvídalo; todos tenemos nuestros momentos.

¿Quieres ver lo que Yallow y yo hemos estado haciendo?

Se veían filas de espaciosos tanques en el centro de la estancia, cada cual con su batería de lámparas de rayos. Blueviolet le condujo por delante de cada uno por turno; el primero contenía cientos de diferentes tipos de protozoos, arremolinándose y vigilando de manera inexplicable; el siguiente, criaturas de dura concha, con miembros que oscilaban articulados; el otro, masas irregulares de células.

—Lo asombroso es la variedad —dijo Blueviolet—. Toda clase de monstruosidades han nacido, pero las peores mueren o no se reproducen. Parece que no hay fin para ello —se detuvo—. Green, esto es la cosa más grande de todo un milenio. Aquí hay una docena de nuevas ciencias; ni siquiera he podido empezar a rascar la superficie de ninguna de ellas. Todavía no he publicado nada; es inútil provocar disgustos con arciprestazgo; pero he hablado con Saffronorange y otros varios, y todos ellos están realmente entusiasmados por eso, duplican mis experimentos independientemente.

»Hay muchas dificultades que no me imaginé, sin embargo. No sólo necesitan tener agua para vivir, sino que el agua necesita también estar llena de oxígeno en solución. —¿Oxígeno? ¿Por qué?

—Para la combustión. Ellos consiguen su energía de las reacciones químicas. Y no sólo eso… se comen uno a otro.

—¿Ellos que?

—Que se comen mutuamente. Necesitan tener algo que utilizar como combustible, ¿no? Muy bien, se queman unos a otros —condujo a Green hasta el primer tanque—. Mira aquí.

Una hidra, agitando sus seis brazos, había capturado a un protozoo que se retorcía frenético. Mientras lo contemplaba, atrajo al cuerpo forcejeante en la abertura de su bocuela y se lo tragó.

Green retrocedió.

—Es… horrible.

—Sin embargo, fascina.

—Sí, eso también. Pero… no me gusta Blueviolet toda su vida cruel y violenta es insensata. ¿No habrás iniciado algo que no puedas detener?

Blueviolet se quedó pensativo.

—No lo creo… estos seres no podían vivir sin mi cuidado. Así que cuando quiera puedo tener la fuerza de voluntad necesaria para detenerlo, que es otra cosa. No creo que voluntariamente lo haga, aún cuando hubiera alguna razón, cosa que no me parece que la haya. ¿Por qué lo preguntas?

Green comienza a hablar, entonces se detuvo cuando Yallow entró disparado a la habitación.

—¡Jefe! —destelló—. ¡Vienen los sacerdotes!

—¿Cuántos? —repuso Blueviolet.

—Docenas… en deslizadores armados. De poniente.

Blueviolet se precipitó a la ventana, seguido por Green. Una flota de cinco grandes deslizadores se acercaba, como flechas con un unitario y severo propósito.

—No es una visita social —dijo—. ¿Tienes una batería? —Se apartó de la ventana sin esperar la respuesta de Green.

—¡Yallow! —El aprendiz volvió volando al interior de la estancia, trayendo tras sí un gran cilindro metálico sobre ruedas y tres pequeñas copias—. Oh, ahí estás. ¡Bien, muchacho!

Lanzó uno de los pequeños tubos a Green.

—¡Toma, cógelo!

Paralizado por el miedo, Green lo dejó caer hasta el suelo sin cogerlo. La armada que llegaba describió una curva de barrido hacia él, luego se dividió con disciplinada precisión para rodear el laboratorio. Un rayo de energía cruda fue disparado, fallándole por centímetros y destruyendo cáusticamente la maquinaria con que tropezó. Se apartó de la ventana y lleno de agudo terror, cogió el pequeño tuvo.

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