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En el principio (Damon Knight) » Capítulo III

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CAPÍTULO III

I

A través de la habitación Blueviolet y Yallow se colocaron cada uno junto a una ventana. Blueviolet, con el gran cilindro, y su aprendiz con los dos más pequeños. Cuando la aeronave pasó disparada, extrajeron energía de las baterías, expulsándola de nuevo desde sus cuerpos en brillantes y mortales rayos. Una y otra vez retrocedieron cuando los rayos destructivos cruzaron los lugares en donde habían estado. El interior de la habitación estaba reducido a escombros.

Green quería huir, esconderse en el rincón más lejano en donde aquellos rayos hurgadores no pudieran encontrarle, pero se obligó a sí mismo a permanecer junto a la ventana, a dirigir por el cilindro que sostenía energía concentrada, a disparar de nuevo mientras los atacantes pasaban junto a él. Su rayón encontró una abertura momentáneamente descubierta en la proa de un deslizador: el piloto se ennegreció instantáneamente, luego estalló en una furiosa explosión de energía.

El deslizador picó, se agitó y volvió a circular subiendo cuando los otros ocupantes tomaron los mandos. Green estaba más aterrorizado que nunca.

—Dos derribados —dijo Blueviolet—. Creo que Green alcanzó a uno. ¿Estás bien, Yallow?

—Por ahora.

Blueviolet siguió a un deslizador con su rayo, disparando para hacer que penetrase la energía. De pronto una horrible descarga cruzó su cuerpo y vio que su aura se ennegrecía en una zona grande y rasgada, allá donde el rayo le había calcinado. Desesperadamente tiró de la gran batería para colocarla a su lado y recuperar fuerza. El lugar negro se ensanchaba inexorablemente… Y entonces Yallow se colocó junto a él, inundándole con suaves radiaciones de su propio cuerpo. La negrura giró en sí misma y desapareció, dejándole débil y tembloroso.

Miró por la ventana de nuevo, pero ya no había atacantes.

—Han retrocedido para contar sus pérdidas, señor —dijo Yallow—. Pero lo verán dentro de pocos minutos. Ellos puedan aguantar y enviar los rayos hasta que el edificio se derrumbe en torno nuestro, si lo desean. ¿Qué haremos?

Blueviolet miró en derredor desesperado. En la otra parte de la habitación Green decía suplicante:

—Oh, dioses. ¡Todavía no! ¡Será demasiado pronto! ¡Todavía no! ¡Todavía no!

—¡Cállate! —le destelló furioso Yallow, sin conseguir el menor efecto.

Blueviolet buscó en su mente una escapada mientras los minutos transcurrían fugaces. Huir era inútil; no había ningún lugar donde esconderse; sus armas eran insuficientes. Los tres estaban acorralados.

Era curioso que pudiese permanecer tan indiferente, cuando dentro de media hora como máximo estaría muerto. Era verdad, entonces, que la amenaza de la destrucción podía nublar el cerebro despertarlo con histeria y horror. ¡Pero no! Estaba perdiendo el tiempo. Tenía que haber algo…

Nada. Todo el equipo de rayos que poseía, lámparas de energía, proyectores, maquinaria metálica, estaba inútil. De nada hubiese ayudado, aunque fuera posible, el caos que reinaba en el piso. Los tanques destruidos, los diminutos organismos saltando o reptando o nadando o muriendo en la capa de agua derramada… ¡El agua…! ¡El agua!

—Ahí vienen —dijo Yallow. «¡El pozo artesiano… habría bastante presión! ¡De prisa!». Disparó sus órdenes al aprendiz, sin detenerse para ver si las obedecían y se lanzó a sí mismo por la entrada del pozo hasta una habitación almacén inferior. Febrilmente rebuscó entre montañas de equipo descartado o sin usar, volcando recipientes, arrancando objetos de las estanterías. Por último halló lo que buscaba… un pedazo ondulado de espeso tubo de goma.

Arrastrándolo tras de sí, volvió a subir como un relámpago. En un rincón lejano, Yallow había cerrado la válvula de la cañería del agua que habían instalado y estaba desconectando una de las salidas. Cuando entró, el primer rayo del exterior rasgó el rayo delante suyo. Green estaba en su ventana, devolviendo desesperadamente el fuego y maldiciendo con un fulgor fijo y monótono. Entregó un extremo de la tubería a Yallow.

—Conéctalo, sujétalo tú mismo si es preciso, y gira la válvula cuando yo te lo diga —aún portando el otro extremo de la tubería, corrió hasta la ventana.

—Preparado —dijo el aprendiz.

Un deslizador cruzó su campo de visión, dos rayos fueron disparados desde las aberturas de prueba a popa, buscándole.

—¡Ahora!

El tubo pareció ponerse rígido mientras lo sostenía. Un potente chorro de agua salió de su extremo, por la ventana, dirigido al deslizador que se acercaba. Le dio con cuidado: cruzó los dos rayos mortales. Hubo un fogonazo intolerable de energía y desapareció el deslizador.

—¡Corta! —destelló con alegría.

Otro deslizador pasó.

—¡Oh!

Era demasiado fácil. Antes de que los rayos pudiesen encontrar su cambiante forma, el chorro de agua los conectaba, cortocircuitándolos y anulando aquella energía mortal en los cuerpos de los que disparaban. Desapareció el otro.

Y otro.

Y luego los dos que quedaban dieron media vuelta y se alejaron en un vuelo raudo y final.

Soltó la tubería y se quedó asombrado ante la violencia de la reacción que le conmovía.

II

Meses más tarde Green se vio detenido bruscamente en mitad del aire a unos buenos doscientos metros del laboratorio. Sorprendido y alarmado miró a la en apariencia brecha vacía de la atmósfera que le separaba de su destino y probó de nuevo. Como antes, rebotó hacia atrás al chocar contra una rígida e invisible barrera.

Al cabo de un momento Yallow apareció a la vista en la ventana opuesta.

—Oh, hola, Green —señaló con sus peculiares destellos—. Espera un minuto —y desapareció.

Green aguardó y luego tentó una vez más la barrera. Esta intentona no halló oposición a su progreso y así pudo volar en línea recta hacia la ventana, por la que entró.

Blueviolet emergió desde la pared de entrada y le saludó animoso.

—¿Tropezaste con una pared, Green?

—Sí. ¿Qué diablos era?

—Un campo de fuerza… similar al que nos detiene cerca del Lugar. Hallarás que hemos perfeccionado considerablemente nuestras defensas desde la última vez que estuviste aquí —extendió un tentáculo de fuerza hacia los enormes y siniestros cilindros plantados en sus monturas giratorias cerca de cada ventana—. Convertidores. Transforman la energía almacenable corriente en rayos letales, del mismo modo que lo hacen nuestros cuerpos, y pueden manipular mayor potencia.

»Creímos haber descubierto algo cuando desarrollamos el campo que te detuvo ahí afuera. Trabajé y conseguí una frecuencia interferidora que puede destruirlo, pero… —Emitió un expresivo destello de colores—, no servirá en el campo que rodea al Lugar. Cuanto más jugo suministramos al rayo interferidor, más se solidifica el campo en sí. Hemos renunciado y vuelto al trabajo con los microorganismos.

Green arrojó una turbada mirada a las filas de tanques que cubrían tres de las paredes y preguntó:

—¿Habéis tenido más jaleos con el sacerdocio?

—Sí… ataques casi constantes desde aquel primero. Tremendas pérdidas de vidas por su parte. Saffronorange y los otros también han sido atacados… Mauve de África murió. Les mandamos planos del convertidor y del generador del campo de fuerza y todos están ahora tan bien protegidos como nosotros; pero es raro el modo en que el sacerdocio ha identificado a cada uno de ellos. Debe haber una fuga de información por alguna parte. De todas maneras, eso no importa ahora. ¿Sabes quién me llamó ayer por la pantalla? —¿Quién?

—El propio Pontífice.

—¿De veras?

—Sí. Finalmente llegó hasta él que las organizaciones locales estaban enviando a la muerte una cantidad enorme de sacerdotes. Conversamos largo y tendido. No aprueba lo que pensamos hacer, lo mismo que los demás sacerdotes, pero es lo bastante razonable para comprender que nada se sacaba con los ataques incesantes y ha mandado que se suspendan.

—Eso es… excelente —dijo Green, girando nervioso sobre su eje.

—Bueno… me alegré de volverte a ver, Green. ¿Qué has hecho últimamente?

—Oh, nada importante. Unos cuantos plásticos y un bronce o dos. Me interesas más tú. ¿Hasta qué punto has progresado?

Blueviolet resplandeció.

—Estaba esperando con impaciencia que me lo preguntaras. A decir verdad, Green, creo que estamos cerca… muy cerca. Ven aquí, ¿quieres?

Los tanques estaban llenos con una variedad extensa de crecimientos vegetales, a través de los cuales Green pudo ver el ocasional brillo de diminutos y rápidos cuerpos en movimiento.

—El proceso era demasiado lento —explicó Blueviolet—, así que descubrimos un medio de acelerarlo. El campo instalado en torno a cada tanque apresura las reacciones químicas de sus cuerpos, acelerando su total círculo vital. Desde el nacimiento hasta la muerte transcurren sólo semanas. Y, claro, podemos sacarlos del campo y examinarlos a placer. Mira… —Le guió hasta un tanque próximo al final de la fila—, aquí están algunos de los últimos especímenes, viviendo a su velocidad normal.

Miles de criaturas con armaduras quitinosas se deslizaban a través de la miríada de túneles de su madriguera ocupadas en diversas misiones. El espectro de Green destelló asombrado.

—¿Inteligencia?

—No —replicó Blueviolet con pesar—, o al menos, no mucha. Nosotros nos sentimos también excitados cuando conseguimos esas criaturas, pero no evolucionan más allá de su estado actual. Son un callejón sin salida. El tamaño tiene algo que ver; pero no sabemos qué. Hemos experimentado con otras ramas de pequeños microorganismos. Desarrollan un cerebro de cierta especie, pero éste se detiene en un punto y no prosigue su avance. Estos, sin embargo…

En el último tanque había un grupo de criaturas peludas, de carne blanda; cuadrúpedas, sus apéndices anteriores más parecidos a brazos que a piernas. Varios peleaban jugueteando en una masa confusa; otros trepaban a los árboles para coger los pulposos frutos, o caminaban con indefinible curiosidad por el suelo terroso del tanque. Mientras los miraban, uno cogió un fragmento de roca y lo empleó para partir la dura cascara de una nuez.

—Herramientas —dijo Blueviolet—. Esa es la clave. Sus cuerpos son blandos y débiles; se ven obligados a aprender otros medios de resolver sus problemas. Esto… —señaló—, es sólo el principio.

Dentro de otro par de semanas tendrán su historia; estoy seguro.

Green le miró pensativo.

—¿Y comunicación?

—Casi lo tenemos resuelto también. Yallow ha hecho un trabajo realmente excelente en ese aspecto. Construyó esto —tomó un cono metálico, cableado con conductores de cobre que iban hasta una batería sita en un banco cercano—: Por suerte, su proceso mental corresponde al nuestro; ambos son eléctricos. Este mecanismo capta las ondas electrónicas y las amplifica hasta un grado que las podamos percibir. No es completo… Yallow tiene el resto abajo para reclablearlo… pero ya hemos podido captar unas débiles y caóticas imágenes mentales de alguno de los seres —volvió a dejar el cono—. ¿Y bien, Green?

El equipo del otro pendía de su cuerpo por el correaje. Lentamente envió un tentáculo de fuerza hasta su interior y lo sacó extrayendo el reluciente cilindro de una batería. Antes de que Blueviolet pudiese hablar, un rayo fino e incandescente emitido por su cuerpo destruyó por completo el cono cuidadosamente elaborado que estaba en la mesa.

—Lo siento, Blueviolet —dijo Green—. No te muevas; dentro de un minuto voy a tener que matarte.

Blueviolet le miró fijamente con una expresión de estupefacta incomprensión.

—¡Green…! ¡Entonces eras el espía…!

—Has ido demasiado lejos. Traté de detenerte, pero no quisiste escuchar. ¡Tengo que hacerlo; es preciso!

—¡Green, escúchame!

—No. Escucha tú. No me queda mucho tiempo; puede subir Yallow; puede detenerme antes de que haya podido matarte. Necesito contarte mis razones. No es sólo que tema por mí mismo; pienso en las generaciones que vendrán. Quieres arrancar de la vida los elementos propulsores; quieres arrancar el velo que hace soportable la existencia. ¿Qué será de nosotros si descubres y cuentas al mundo y todos sabemos? Eres egoísta, Blueviolet, no has pensado en eso. Y por tal motivo tienes que morir. Eso es… —hizo una pausa—. Eso es porque…

Blueviolet vio cómo el aura del otro se obscurecía lentamente, cayendo a través del espectro: ¡enrojeciéndose!

—Yo… algo…

Desesperadamente Blueviolet lanzó su fuerza, contra el fino cilindro que asía su interlocutor, retorciendo el filoso tentáculo que lo conectaba con su cuerpo.

—¡No! ¡Soy tan débil! ¡No! ¡No puede ser…! ¡Todavía no! ¡Tú…!

Un rayo mortal se disparó pero su radiación era apagada; cayó inofensivo en cascada lejos de las defensas de Blueviolet. Y en aquel momento arrancó el pequeño cilindro y lo envió dando vueltas al extremo opuesto de la habitación.

Green le miró con torpeza durante un instante, luego, lucecitas alocadas chisporrotearon por encima de la superficie rojo vino de su aura.

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