Cosas

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La mente del mañana (Lester del Rey) » I

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I

Paul Ehrlich alzó la vista de sus pastelillos a tiempo de ver cómo su padre salía disparado de su silla y se encaminaba a la cocina. Mediante el despellejarse las espinillas contra la pata de la mesa, apenas logró coger al viejo del brazo y obligarle a sentarse de nuevo. El agudo dolor no contribuyó en nada a disminuir su irritación.

—Maldita sea, Justin, ya te dije que dejases de molestar a Gerda y lo dije en serio. Ya tiene bastante trabajo ella en hacer su tarea dentro de las dieciséis horas para que tú vayas a alterarla. ¡Ahora siéntate y come… y déjala en paz!

—¡Algún día, Paul, te demostraré que aún puedo darte una buena tunda! —Justin Ehrlich se dejó caer en la silla, pero la expresión rebelde permaneció en su rostro—. ¡Esa mantequilla está rancia! ¡Le dije que no tomaría mantequilla rancia!

—Entonces prescindirás de ella, a menos que quieras construir un separador de crema, para que la leche no tenga que esperar demasiado hasta que la crema suba. No se puede sacar mantequilla dulce de crema rancia. ¡Además, la mantequilla es un lujo; bastante suerte tenemos con poseer vacas!

—Sí. Pero sin embargo, necesitamos conseguir un toro —Harry Reassler rebañó la última porción de jarabe de remolacha con un pedacito de pastelillo y señaló sombrío por el cristal tosco de la ventana al mundo exterior a la casa de adobes y troncos—. No es el mismo mundo en que yo nací, señor Ehrlich, Mi esposa lo intenta, claro, pero sólo tiene dos manos. Vamos, Paul, será mejor que nos pongamos a trabajar en ese tejado de granero.

Paul asintió y siguió a su socio al exterior, con una sensación de alivio al dejar atrás las contrariedades de su padre. El viejo debía estar empezando a chochear, si lo que se imaginaba que significaba la palabra chochear era correcto. ¡Quejas y reniegos! Llevaba una vida que hubiera sido el cielo para la mayor parte de la gente que seguía viviendo… y pocos hombres de más de cincuenta años se incluían en ese grupo. Volvió a sacudir la cabeza y empezó a cortar tablas de madera de pino, mientras Harry enderezaba los clavos de su mohosa y reducida colección.

Hubo un tiempo en que su padre casi le pareció un dios y tuvo que admitir que su presente riqueza era en parte debida a sus propios esfuerzos. Justin había huido a la isla McQuarie cuando previo el estallido de la V Guerra y su provisión para la estancia demostró ser tan adecuada como su selección de retiro había sido prudente. Durante veinte años había continuado allí su investigación, hasta que la guerra se extendió de las naciones a los pueblecitos y se apagó. Y sólo entonces consintió en emprender el peligroso viaje de regreso.

Pero por muy bien que hubiese previsto las consecuencias de la guerra, rehusó sin embargo a adaptarse a ellas, una vez hubieron vuelto y desde entonces la carga recayó sobre Paul. Diecinueve años de un infierno de energía material habían hecho el peor de los trabajos; el hambre mató a la mitad de los sesenta millones de supervivientes del mundo. Ahora habían retrocedido hasta una tosca mezcla de primitivos exploradores y granjeros normales, y la vida seguía. Por lo menos había tierra suficiente, mucha parte de ella aún buena, aunque las herramientas agrícolas habían sido casi totalmente destruidas.

Sin embargo, Paul se había desenvuelto bastante bien. En los dos años desde que el bote llegó a muelle y comerció consiguiendo otras cosas, había vagabundeado por la comarca, traficando por el camino hasta la mediana seguridad de aquel lugar y arrastrando a su padre consigo. Y ahora, después de tres meses de sociedad con los Raessler, Justin…

—¡Paul! Maldita sea, Paul, ¿dónde estás?

¡Oh! —El viejo vino furioso doblando la esquina del granjero, maldiciendo a los escombros que pisaba e interrumpiendo las amargas meditaciones de su hijo—. Creí que me habías dicho que mi equipo llegó ayer. ¿Dónde diablos lo has escondido?

Paul hizo una mueca mientras fallaba el golpe de hacha y estropeaba una presunta plancha del tejado.

—En el cobertizo. Los hombres estaban demasiado cansados para seguir llevándolo más allá, después de haberlo transportado remontando el Snake River. ¡Y basta de renegar! ¡Tienes suerte de que hayamos podido pagar porque hicieran ese trabajo; yo no habría peleado con las aguas del Snake ni por diez toros y un tractor!

—¿Suerte? ¿Por qué te piensas que escogí la mercancía para comerciar antes de que me escondiera? ¿Por qué desperdicié la mitad de mi tiempo haciéndote estudiar los libros de agricultura que me llevé? ¡Suerte! ¿Crees que no veía lo que iba a venir? Aunque jamás pensé que elegirías un situó olvidado de Dios como este. Ahora, si yo…

—Claro —le interrumpió Paul—. Lo sé… ¡habrías redescubierto el Paraíso con ferrocarriles! Cuando encuentres mejor tierra, un sitio más seguro, o alguno en donde la gente haya vuelto a medias a la normalidad, iré contigo. Sólo me costó dos años encontrar esto… ¡Tus chismes están en el cobertizo, papá!

Justin rezongó y luego se fue apresuradamente, murmurando algo acerca de la condenada impertinencia, mientras Harry le miraba con un ceño de duda.

—No deberías hablarle así a tu padre, Paul. Después de todo él tuvo más vista que nosotros. Algún día probablemente poseerás todo Idaho, tan pronto como lleguemos un poco más adelante. Ahora, tenemos que cultivar el terreno de cualquier forma, pero por lo menos tú tienes conocimientos. Huir de la lucha no hizo que el resto de nosotros aprendiese cosas útiles.

—Si lo sé, Harry, pero… Sigamos con el tejado. Hay muchas cosas que remendar aquí.

Estaban a mitad de camino de la subida de escalera cuando una serie de gritos penetrantes procedentes del cobertizo culminó en un aullido final y la figura de Justin salió torrencial hacia ellos. Paul suspiró cansino, haciendo un gesto a Harry para que siguiese subiendo y comenzando a bajar para enfrentarse a la furia. ¡La paz, era maravillosa! No sólo el viejo no trabajaba cuando se necesitaba con urgencia cada mano disponible, sino que hacía imposible que los demás trabajasen a su lado.

—Está bien, ¿qué ocurre? —preguntó mientras se dirigía hacia la puerta por la que su padre había vuelto a retirarse.

—Mira. ¡Estropeado! ¡Absolutamente estropeado! ¡Yo mismo embalé esa máquina de escribir y ahora mírala!

Era todo un panorama, de acuerdo. Aparte del chasis roto, de las teclas torcidas y de una masa caótica de palancas y de alambres, en nada se parecía a una máquina de escribir.

—¡Si llegó a ponerles las manos encima a tus transportistas! ¡Hervirlos sin aceite… plomo derretido en sus zapatos… los freiré…! ¡La única máquina de escribir que tenía y mírala!

El muchacho hizo una mueca, soltando una risita al ver la furia de su padre.

—Si quieres nadar por el Snake abajo, tras ellos, adelante. Pero probablemente te resultará más práctico que escribas a mano.

—¡Qué! —Justin se detuvo en lo alto de su grito, cerró la boca y con el evidente y maestro control que necesitaba para gobernar a los niños, obligó a su voz a que fuese razonable—. Tendremos que conseguir otra. Boise ha sido encontrado, pero creo que esto fue lo peor y nadie busca máquinas de escribir. Me llevarás a Boise mañana y excavaremos y hurgaremos hasta que encontremos una.

Volvió a meterse en el cobertizo y comenzó a repasar sus otras pertenencias, mientras Paul regresaba hacia el granero y el sentido común a Harry. ¡Esa última petición, cuando los campos necesitaban siembra y cultivo, sería demasiado fuerte para que se la tragase incluso Raessler! ¡Y un cuerno con Boise!

Pero sorprendentemente, Harry contempló el asunto de manera distinta. Frunció el ceño y se puso pensativo, encendió un cigarrillo antes de responder.

—Mejor que vayas, Paul. Cuando un brujo quiere maquinaria, quizás es buena idea proporcionársela.

—¿Un qué?

—Un brujo… un tipo que se dedica a los encantamientos y a la magia; como los que solían enviar fantasmas a luchar contra los soldados. No, no es verdad, tú no lo sabes… no estuviste allí. De cualquier manera, la gente de los alrededores se imagina que tu padre es un brujo, una cosa muy delicada para tener de tu parte, los brujos. Será mejor que le lleves; yo sembraré las patatas y Gerda quizás me ayude.

—La magia es una tontería —le dijo sombrío Paul—. Tus fantasmas eran probablemente alguna tosca forma de invisibilidad. Yo no aprendí demasiado de la vieja ciencia, pero sí sé lo bastante como para no caer en tales cosas. Y no iré a Boise. Vamos, terminemos ese tejado antes que haga demasiado calor aquí arriba.

Gerda tenía bastante que hacer sin sembrar patatas y Harry ya estaba trabajando más de lo que le correspondía. Si Justin quería perder el tiempo que lo perdiese solo.

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