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CORE » EL CEREBRO

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Al declive del psicoanálisis como tratamiento contribuyeron el descubrimiento de nuevos fármacos, el surgimiento de un nuevo modelo para la enfermedad psiquiátrica que ponía el acento en la neurogénesis, y no en la psicogénesis, y el desarrollo de nuevos métodos de psicoterapia. No son pocos los que opinan que fue Estados Unidos, con sus potentes empresas farmacéuticas, quien mató al psicoanálisis: «Murió junto a la generación de judíos emigrantes de Europa que huyeron de la persecución racial».[43] Lo que dominaba eran los cambios revolucionarios en el tratamiento farmacológico, propiciado por la introducción en los años cincuenta del siglo pasado de la clorpromazina y, poco después, las benzodiazepinas. En principio se prestó atención sólo a sus efectos calmantes, por lo que pasaron a ser las nuevas camisas de fuerza químicas: los locos, desatados en su agresividad, dejaban de gritar, se quedaban en silencio. Los nuevos fármacos fueron eliminando otras formas tradicionales de tratamiento de los enfermos: el electroshock, las inyecciones de insulina que sumían al paciente en un letargo o las duchas terapéuticas en las que corrientes alternas de agua fría y caliente golpeaban la cabeza. Por primera vez, los psiquiatras dispusieron de fuertes fármacos calmantes. A esos medicamentos les siguieron otros, hasta que en los años noventa apareció el prozac: entró como una tormenta y se convirtió en la antorcha de la filosofía del hedonismo farmacológico. Millones de personas completamente sanas empezaron a demandar una sustancia que les ayudase a soportar el peso de la existencia… conservando una silueta esbelta. La aceptación social de los trastornos psíquicos fue creciendo y así los locos, aquellos mismos que durante milenios no habían provocado en la sociedad otra cosa que pánico, fueron sustituidos por personas que sufrían estrés y a las que se podía ayudar. Si este cambio tuvo lugar no fue porque nos hiciéramos más tolerantes y comprensivos, sino a cuenta del prozac: el prototipo de toda una familia de fármacos que suavizaban y acallaban las enfermedades mentales.

Ese hito revolucionario (y optimista) en el tratamiento no va necesariamente en consonancia con una comprensión del funcionamiento del cerebro y los entresijos del alma humana. Sobre todo en el caso de la neurosis, en la que influyen principalmente la cultura y las costumbres sociales, y donde la biología tiene poco que decir. La propia «ciencia—escribe Edward Shorter—se pierde fácilmente en el mundo generalizado de tristeza, miedos, obsesiones y dificultades de adaptación en la que les ha tocado vivir a los mortales».[44] Y, al referirse a la delgada línea que separa la patología de la excentricidad, concluye: «En estas aguas, la psiquiatría, incluso la que está fuertemente anclada en la medicina, puede pasarse años navegando sin rumbo».[45] ¿Y qué decir, por ejemplo, de los esquizofrénicos, a cuyo mundo no somos capaces de acceder? ¿O de las locuras inclasificables que se vuelven especialmente peligrosas en sus fases de manía persecutoria? Porque si el enfermo está convencido de que el resto quiere asesinarle, es más que probable que quiera ser el primero en golpear para defenderse. Estos enfermos son «minas andantes, tan peligrosos para sí mismos como para los demás».[46] Son esos pacientes, y otros parecidos a ellos, los que hacen que en la psiquiatría la impotencia y la duda sean aún mayores que en otras especialidades médicas. Al responder el gran conocedor contemporáneo de la materia Theodore Millon a la pregunta de cuán lejos hemos llegado en el conocimiento del cerebro, contesta: «No se vislumbra aún la luz al final del oscuro túnel. No descarto que en esta disciplina nunca lleguemos a acercarnos a una comprensión definitiva de la realidad de la mente».[47] A pesar de esta declaración escéptica, que rezuma pesimismo, no deberíamos olvidar que nuestra visión de la enfermedad psiquiátrica ha dado un vuelco de ciento ochenta grados. ¿Acaso es poco que «los locos, los dementes, se hayan convertido en simples pacientes»?[48] Para algunos de ellos, la conjunción de farmacoterapia y psicoterapia ha resultado en cierto sentido útil para curar las disfunciones del cerebro y de la mente.

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