Core

Core


Página 3 de 22

por ADAM ZAGAJEWSKI

 

Conocí al doctor Andrzej Szczeklik en París en los años noventa, cuando mi principal documento de identidad (además del pasaporte polaco) era aún la carte de résident francesa. Aquel médico sonriente y en extremo afable me produjo una magnífica impresión. Hablamos poco tiempo, pero me di cuenta enseguida de que tenía delante a un médico y un científico excepcional: investigador empírico y humanista en una sola persona. Unos compatriotas que vinieron a la capital francesa desde Cracovia me confirmaron que no me había equivocado. Me hablaron de la famosa clínica de Szczeklik, en la que se trataba en condiciones igualmente óptimas tanto a particulares como a renombrados artistas de la talla de Czesław Miłosz. Me di cuenta de que Andrzej Szczeklik era al tiempo un buen samaritano y un excelente científico. Poco después de mi regreso a Cracovia, mi esposa y yo asistimos a una presentación de su libro Catarsis, que fue en extremo divertida y se desarrolló en un ambiente cabaretero. Pero el libro en sí era muy serio: me conmovió su contenido tanto o más que el hecho de que el autor resultara ser un extraordinario escritor en el que confluían una sensibilidad, una erudición humanística y un dominio de las ciencias exactas (pues no otra disciplina es la medicina) dignos de admiración. Pensé entonces que no existen ya ni existirán personas así, y que en el futuro ya sólo nos quedará echar mano con nostalgia de aquellos autores universales que entendían tanto del cuerpo como del alma.

Recordé que el escritor británico C. P. Snow ya había llamado la atención hace cincuenta años, en su célebre ensayo The Two Cultures and the Scientific Revolution, sobre el hecho de que los dos tipos de sensibilidad (y de erudición), la científica y la humanista, se habían separado por completo. Las culpas las cargaba a hombros (faltaría más) de los humanistas. La verdad es que no sé muy bien quiénes son los culpables y cómo deberían ser castigados. Lo cierto es que esas dos culturas se han alejado una de la otra de manera definitiva y que cualquier autor que intente salvar ese abismo insalvable es digno de atención y reconocimiento. Y también que aquel que no lo intente es merecedor de indulgencia…

En las décadas pasadas eran los pacientes los que escribían a menudo sobre medicina. Pacientes o apasionados de la medicina, como es el caso del gran ensayista Jerzy Stempowski, conocedor aficionado de la farmacología y de los procedimientos médicos, que en hermosas cartas proporcionó más de un consejo de salud o al menos un comentario informado y melancólico a los diagnósticos que sus interlocutores epistolares habían recibido de sus médicos.

En algunos sistemas de salud (en Estados Unidos, por ejemplo, donde he tenido que recurrir a los servicios de salud en alguna ocasión) el médico se ha convertido en alguien que comparece ante el paciente cual Zeus, sólo por un instante. El paciente le espera solo, sentado en una salita microscópica sin ventanas que recuerda más bien a una celda carcelaria inmaculada, hasta que oye el girar decidido de la manija, y es entonces cuando aparece dios en forma de doctor bronceado que le lanza al paciente dos preguntas para volver a desaparecer enseguida. Antes de la visita, y también después, el paciente está rodeado por un ejército de enfermeras, unas ninfas tan benévolas y jocosas como desprovistas de poder alguno. La cara del médico poco se diferencia entonces de la pantalla de un ordenador, de la portada de revistas como Lancet o Nature o de un talonario de cheques…

Tanto más nos sorprende un autor que, como Andrzej Szczeklik, perteneciendo al gremio de los iniciados, sea al mismo tiempo teórico y práctico y haya conocido el sufrimiento humano. Szczeklik lo sabe todo sobre el genoma y los últimos descubrimientos en el terreno de la biología molecular, y posee un profundo conocimiento de la historia de la medicina, en la que conviven los destinos de genios y charlatanes, el robo de cadáveres necesarios para los patólogos y los fabulosos estudios que han conducido a distintas revoluciones de la ciencia. Tampoco les resta importancia a las preguntas «blandas», aquellas preguntas que están condenadas (¿sólo de momento o para toda la eternidad?) a no tener respuesta. El autor de Core escribe sabiendo bien que existen dos tipos de problemas: aquellos que alguna vez serán resueltos y aquellos que muy probablemente seguirán siendo un misterio para siempre.

Los humanistas se ven a menudo desarmados frente a las grandes preguntas, pero, por otro lado, tampoco podrían vivir sin ellas. En general observan a los que se dedican a ciencias «matematizadas» con algo de envidia, sabiendo que en sus campos de estudio no existe en realidad progreso ni descubrimientos sensacionales sobre los que vaya a interesarse la prensa internacional. La base del humanismo (y de la poesía) no es otra que la contemplación paciente del mundo y del arte. Una contemplación que no dispone de microscopios ni de rayos X, sino de ojos, memoria y aquello que Blaise Pascal llamó l’esprit de finesse (y que Tadeusz Boy-Żeleński tradujo como «lucidez innata»).

Qué gran suerte que podamos todavía encontrar a un autor que lea a Dante, que entienda (y comparta) las cuitas de antiguos y nuevos poetas, que, sin dejar de ser un lector erudito y humanista, nos ayude al mismo tiempo a acercarnos a la complicada estructura de la moderna teoría médica. Qué placer poder leer un libro que sepa unir una lección competente de la nueva biología con la intuición de un artista que sabe que la salud física, tan necesaria, tan ansiada, a algunos arrebatada trágicamente, no lo es todo, ya que ser una persona presupone preguntarse por el futuro, por el alma, el sentido de la vida, la eternidad. Dicho de otra manera: ser humano (incluso si se es joven, incluso si se está sano) significa estar eternamente insatisfecho. Y significa por tanto buscar libros que conviertan esa insatisfacción filosófica en tema de reflexión y en material para construir pensamiento y que, precisamente por eso, pueden aliviarla. Eso, justamente, es Core, un recorrido muy personal que hace Andrzej Szczeklik por la medicina y las ciencias humanas, y también, hasta cierto punto, por su propia memoria.

 

A. Z

Ir a la siguiente página

Report Page