Coral

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No había sido un sueño. A la luz del nuevo día, Coral descubrió que el hombre desnudo que dormía a su lado era de carne y hueso, no un producto de su imaginación.

¿Qué era lo que había ocurrido? Recordaba la cena, las ostras y el champán, y también las jugosas fresas. Risas, bromas, besos... ¡Oh, sí!, recordaba más de lo que quería reconocer. También recordaba el nombre de él, Greg Hamilton, y que era capitán de un barco recién llegado de América. Su madre era española. Y poco más sabía sobre aquel desconocido; sólo que sus ojos eran de color aguamarina y sus manos tan fuertes como suaves, cálidas y seductoras.

No ignoraba que lo que había sucedido estaba mal, muy mal en realidad. Los hombres y las mujeres no dormían juntos desnudos, o eso suponía, porque lo cierto era que ella no tenía ni idea de si lo hacían o no. Su madre había sido excesivamente pudorosa para todo lo relacionado con el cuerpo humano. Nunca se mostraba ante su hija si no estaba bien vestida, y había rechazado todas sus preguntas sobre su desarrollo femenino, lo que la había obligado a buscar respuestas en la doncella, que en este sentido tampoco era la persona más idónea del mundo para guiarla. De modo que había crecido en la más completa ignorancia y ahora se encontraba ante una situación que no lograba asimilar en toda su magnitud.

Recordó que había visto a otras parejas subir la escalera hacia las alcobas, y se preguntó qué habría ocurrido tras aquellas puertas cerradas. ¿Acaso la casa de Dolores era algún tipo de negocio? ¿Se esperaba de ella que devolviera las atenciones recibidas con...?

¡No! Coral sintió que sus mejillas enrojecían violentamente mientras un profundo horror se le instalaba en el vientre. No iba a permitir que otros hombres desconocidos la besaran, la acariciaran, le hicieran lo mismo que el capitán Hamilton.

Se llevó una mano a la boca para ahogar un gemido, pero aun así su agitación fue tal que logró despertar a su compañero de cama.

Greg parpadeó mientras sus claras pupilas se acostumbraban a la luz del sol, y una sonrisa perezosa se extendió por su rostro al mirarla.

—Buenos días — susurró con voz rasposa, pero entonces captó la mirada espantada de Coral y comprendió que algo grave sucedía.

Se incorporó en la cama, mirando a su alrededor, casi temiendo que hubiese alguien más con ellos y que ése fuese el motivo de la agitación de la muchacha. Pero allí no había nadie; sólo los restos de la cena, que le recordaron los buenos momentos pasados la noche anterior. Se volvió hacia Coral y le tomó la barbilla con dos dedos.

—¿Tan mal aspecto tengo al despertarme? — dijo, tratando de bromear.

—Esto no tendría que haber ocurrido — acertó a murmurar Coral.

Greg frunció el ceño, intentando seguir su razonamiento. ¿A qué se refería en concreto? ¿Qué era lo que no tendría que haber ocurrido? ¿No debería haberse acostado con él, o con nadie? Supuso que tal vez se estaba arrepintiendo de la profesión que había escogido. Nunca se había parado a pensar que hasta para una prostituta tenía que haber una primera vez. Por su parte, había tratado de ser lo más amable y paciente posible, pero el gesto horrorizado de Coral le hacía creer que no había sido suficiente.

—Lo siento, cariño, pero me temo que ya no hay marcha atrás. Lo hecho es irreparable — le dijo, no sin cierto despecho.

—Irreparable — murmuró Coral.

No podía seguir allí, mientras ella le lanzaba aquella mirada acusadora. Se levantó, buscó su ropa y se puso los pantalones rápidamente y en total silencio.

—Tengo que irme de aquí — dijo Coral de repente, poniéndose en pie envuelta en una sábana. Sus ojos brillaban casi enloquecidos.

—¿Tienes a donde ir? — le preguntó Greg, que a pesar de todo estaba preocupado por ella. Era tan joven y tan inocente que no podía marcharse y abandonarla sin más dejando unos cuantos billetes sobre la mesa.

Coral se detuvo en seco. La tía Emilia ya no estaba en la ciudad; se había marchado al norte, y eso era todo lo que sabía. Su caballo y sus pertenencias habían desaparecido. No tenía dinero, ni familia, ni amigos. No tenía nada.

—¡Dios mío!, ¿qué voy a hacer?

Se sentó en la cama, estrujando la sábana contra su pecho y mordiéndose los labios para contener la angustia que amenazaba con asfixiarla.

—¿Te tratan mal aquí? — preguntó Greg, acercándose—. ¿Estás contra tu voluntad? ¿Te han obligado a...?

La pregunta quedó en el aire. Coral tuvo que negar con la cabeza. Lo cierto era que Dolores la había acogido en su casa y la había cuidado durante su convalecencia, casi colmándola de atenciones. No podía decir una palabra en su contra.

—Entonces... ¿cuál es el problema?

Coral levantó su rostro hacia Greg, clavándole una mirada tan intensa que le retorció el alma.

—Temo lo que pueda pasar a partir de ahora.

Él asintió, comprendiendo su inquietud. Vendrían otros hombres, otros que quizá no fueran pacientes ni delicados con ella. Pensar que él la había iniciado en aquel camino le hizo sentir terriblemente culpable.

—¿Me aceptarías a mí si volviera? — Lo había preguntado antes de pensarlo serenamente. La mirada esperanzada de ella fue suficiente respuesta—. Sólo estaré una semana más en España; tengo mercancía que entregar en Londres y un plazo para hacerlo. Pero mientras siga aquí quizá pueda llegar a un trato con tu patrona para tener..., digamos..., exclusividad.

Coral asintió, aún asustada por todo lo que estaba ocurriendo, pero consciente de que era el menor de los males. Tal vez durante el tiempo en que Greg estuviese con ella, encontraría alguna solución para salir de aquella casa.

—Siete días — dijo, aceptando.

—Siete noches — contestó Greg con una sonrisa seductora, y se inclinó para darle un beso de despedida.

Dolores apareció poco después, disimulando apenas su sonrisa satisfecha. Miró la colcha manchada tirada en el suelo y compuso un gesto apesadumbrado y comprensivo.

—¿Te ha tratado bien el capitán Hamilton? — preguntó a Coral, sentándose en el borde de la cama. La muchacha asintió mientras se tapaba con las sábanas hasta la barbilla; tenía las mejillas de color escarlata—. Es un caballero muy apuesto, ¿no? Y muy correcto además. Has tenido mucha suerte.

—Me ha dicho que volvería.

—Sí, sí, ya lo hemos hablado. — Dolores se puso en pie y buscó la campanilla para llamar a la doncella—. Debo decir que ha sido más que generoso en su oferta. Ambas sacaremos un buen beneficio de esto.

—¿Beneficio?

Coral levantó las cejas, sorprendida.

—Yo me ocupo; tú, tranquila. Aun descontando mi parte y los gastos de la casa, tendrás una bonita suma para ti.

Coral no supo qué decir y calló, consternada. La idea de que Greg pagase por su compañía le resultaba demasiado violenta. No acababa de entender el mundo en el que se había metido sin pretenderlo y, sin embargo, era ahora cuando comprendía por qué su madre siempre había sido tan temerosa y la había amilanado constantemente con los peligros que acechaban a las mujeres por todas partes.

—Te has quedado muy callada. — Dolores la miró con gesto inquisitivo, poniendo las manos sobre sus amplias caderas—. Si no te agrada el capitán, podemos deshacer el trato...

—¡No!

La joven, que casi dio un salto en la cama, extendió una mano hacia Dolores, que recuperó su sonrisa felina. De entre todas las cosas malas, dolorosas, que le habían ocurrido últimamente, Greg Hamilton había surgido como una tabla de salvación en pleno naufragio. Tenía que aferrarse a él, pues era lo único sólido y fiable en aquel momento. Más adelante encontraría otro camino; estaba segura de que algo se le ocurriría.

Llegó Sara, la doncella, que sonrió con gesto cómplice al recoger la colcha del suelo. Coral deseaba que la tierra se la tragase, pues empezaba a comprender que su intimidad no iba a ser muy respetada en aquella casa.

—Sara te ayudará en tu aseo y recogerá el dormitorio. Luego, quizá quieras dormir un poco.

Supongo que esta noche no has descansado lo suficiente. — Dolores le guiñó un ojo mientras abría la puerta para marcharse—. Y no olvidemos que aún estás convaleciente.

—Necesitaré mi medicina — pidió Coral. El golpe en la nuca le volvía a latir dolorosamente y notaba todo el cuerpo en tensión.

—Por supuesto, querida. Sara te la preparará en un momento.

La mujer hizo un gesto a la doncella, que asintió rauda, buscando la jarra de agua y un vaso. Cuando Coral ingirió el líquido mezclado con la medicina, Dolores cerró la puerta y se alejó taconeando por el pasillo.

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