Control

Control


Capítulo 17

Página 18 de 23

Capítulo 17

MONICA

Sin Gabby y la maquina promocional en un punto muerto, el cuarto de cuerpos regresó a la normalidad. Era el mismo tamaño de multitud como la primera noche que habíamos tocado: solo mesas y unas pocas personas esperando en el bar. Cualquier rumor que hubiéramos tenido sobre nuestros espectáculos murió con Gabby. Básicamente, estaba empezando desde cero, lo que estaba bien. No creo que pudiera aguantar mucho más sin ella para apoyarme.

La mesa junto al altavoz suave tenía un aviso de RESERVADO. Se esperaba que Jerry y Eddie se sentaran allí, si venían. Saludé a un par de adorables parejas en el frente y pregunté si tenían alguna petición, la cual tocaría si conocía. Un grupo de chicos de fraternidad habían escuchado de mí y vinieron a cenar. Estaban ya medio ebrios, y sus aperitivos ni siquiera habían llegado, así que no insistí. Hice un último barrido visual alrededor del cuarto y enfoqué mis ojos en Rhee. Estaba llevando a dos mujeres a la mesa en la esquina. Las reconocí a ambas. Una era la hermana de Jonathan, Deirdre. Otra era su ex esposa.

Mi piel estalló en un hormigueó y mi garganta se cerró. No podía sentir las puntas de mis dedos. Entonces recordé que estaba tocando esa canción. La canción de Jonathan. No se la había mostrado a él o le había contado sobre esta aun. Jessica la escucharía. Y ella sabría.

Ella sabría.

No estaba avergonzada de lo que estaba haciendo con Jonathan, pero dejarla escuchar mis miedos como si se los susurrara al oído era asquerosamente intimido. Un frío hilo de pesar me recorrió la espalda. Nunca debí haber hecho la cosa, nunca debí escribirla, nunca debí ponerle la música de Gabby. Aunque no estaba escondiéndola de Jonathan, al menos, debí habérsela mostrado antes de tocarla en público. Ni siquiera había pensado en eso.

Me senté en el piano y toqué las teclas. No, me la saltaría. Tocaría algo más. Jerry no estaba aquí, así que nadie se enteraría. A Rhee la verdad no le importaba. Comencé a tocar. Sí, me escondería detrás de Irving Berlin, luego Cole Porter. Me quedaría en lo seguro. Todavía pintaría los colores de Jonathan. Todavía alimentaría su lujuria, su toque, su voz. Pero Jessica jamás la escucharía porque estaba protegida por las letras de hombres muertos.

Estaba con “Someone to Watch Over Me,” en medio de mi actuación, cuando vi a Jerry con dos hombres en el bar. Alzó su vaso para mí. No estaban sentados en la mesa. ¿Sólo de paso, tal vez? Bueno, mierda. Tendré que tocarla.

Con las luces en mi rostro, cegándome para medio cuarto, Jessica no se veían tan amenazadora. Después de calentar con los de siempre que conocía tan bien y esconderme detrás de ese brillante, bebé negro, no me sentí tan vulnerable. Podía tocar esa canción.

Podía hacerlo. Podía cantar a plena voz. Al diablo con ella. Que se joda hasta el domingo. Al diablo con las luces encendidas. Al diablo, al diablo, al diablo con ella. Este era mi cuarto. Mi canción. Mi audiencia. Mis reglas.

¿Regla número uno? Al diablo con ella.

Golpeé las teclas, poseyéndolas, y me lancé a la canción de Jonathan mientras lo imaginaba desnudo y yo saltaba en él.

 

Entrelazábamos palabras bajo los árboles de paleta,

El techo abierto al cielo,

Y quieres poseerme

Con tu gracia fatal y palabras encantadas.

Todo lo que poseo es un puñado de estrellas

Atadas a una bolsa de canicas que dan vueltas

 

Oh, sus orejas arderían ante la mención de árboles de paletas y un cielo abierto a las estrella, pero ¿adivina qué?

Al diablo con ella.

Mis preguntas y temores estaban cargadas con una añoranza caliente, un deseo por encontrar respuesta, un ruego por apaciguamiento. Mi lista de comportamientos aceptables e inaceptables se convirtió en una lista de emocionantes posibilidades.

 

¿Me llamarás puta?

Destrúyeme,

Hazme lamer el suelo,

Enrédame en nudos,

¿Me convertirás en un animal?

¿Voy a ser un recipiente para ti?

 

Corta nuestra caja de mentiras

A través de un pequeño umbral para nuestros

Deberes y obligaciones.

Escoge las cosas que no necesito,

Sin momentos de descuido, ningún misterio.

Y no necesitas nada.

Mi simple inclinación no alimenta.

 

Y sólo para llamar su atención, sólo porque me había lastimado, y sólo porque podía, cambié el último coro rápidamente, cambiando preguntas a declaraciones.

 

Te poseeré.

Te ataré.

Te atraparé

Lastimaré,

Te mantendré, y te tomaré.

Serás un recipiente para mí.

 

Por toda mi ferocidad interior, la canción tuvo que complementar el resto de la actuación, así que no grité ni gemí. No llegué a la cima de mi rabia, pero la emoción de enojo estaba allí cuando llegué a la última nota baja, un volumen bajo para la cena. Un susurro incluso. Pasé a “Stormy Weather.” Las luces se apagaron por medio segundo. Jerry y sus compañeros estaban yéndose, bloqueando los puntos. Sentí un profundo alivio. No creía que pudiera lidiar con ellos y Jessica.

Terminé mi actuación, agradecí a la audiencia, lucí humilde por los aplausos y caminé de regreso al camerino con mi barbilla en alto. No comencé a temblar hasta que cerré la puerta y le puse seguro. Mi respiración se puso entrecortada y mis ojos se llenaron. Jesús, mierda, ¿qué estaba haciendo ella aquí? ¿Con Deirdre? ¿Quién iba por el oro en los Olímpicos familiares, por el amor de Dios? Maldición. ¿Qué mentira estaba recibiendo? ¿Qué bomba soltaría? Me quedaría en el camerino. Le diría a Rhee que estaba demasiado molesta por lo de Gabby para despedidas, y me quedaría aquí hasta que el bar cerrara.

Ese de hecho parecía un plan viable, pero cuando me moví a través de mis contactos para poder mandarle un mensaje a Rhee de disculpa, pasé por el número de Debbie. Sus palabras vinieron a mí como si fueran susurradas en mi oído.

Sé una mujer de gracia.

Sí.

Tal vez era tiempo de madurar. Tal vez si supiera que no estaba haciendo nada malo y me parara en mi derecho de estar con cualquier hombre que quisiera, no tendría ninguna razón para esconderme en un sucio vestidor.

Le mandé un mensaje a Rhee.

Estoy un poco mal por lo de Gabby

Respondió de regreso con un plop.

¿Puedo hacer algo?

¿Si pudieras traerme dos Jameson? ¿Uno seco y otro en las rocas para mis nervios? Y saldré después de eso.

Claro dulzura.

Enderecé mi vestido, me limpié el rímel bajo mis ojos, y me volví a aplicar el brillo de labios. Una mesera vino. Entreabrí la puerta para agradecerle por las bebidas y las tomé de la bandeja.

Una vez la puerta se cerró, me tomé de un trago el seco. El otro fue mi apoyo. Miré en el espejo y traté de sacar mi sonrisa de servicio al cliente. Magnifico. Estaba fantástica. Y al diablo con ella.

Salí para hacer mi trabajo. Entré en el cuarto y dije un par de saludos, sonriendo y aceptando graciosamente los hágalos. Deirdre estaba en la barra. Jessica estaba sola en la mesa, medio prestando atención a su teléfono medio pretendiendo que no me veía.

Fui a la barra y me puse al lado de Deirdre.

—Hola, creo que nos conocemos —dije.

Fue más educada que antes y asintió, una sonrisa evasiva jugó en sus labios.

—Sí. Cantas bien. —Se metió una hebra de sus cabellos rizados tras la oreja. Estos rebotaron soltándose.

—Gracias. Yo, eh, no quiero lanzar esto y ser ruda, pero no pude evitar notar que viniste con alguien.

—Sí. Es de la familia. Quería verte. Yo sabía dónde estabas, así que… —Terminó con un encogimiento de hombros.

—Ella está en el límite del malévolo.

—Es la esposa de mi hermano.

—Ya no lo es.

—Tienes mucho que aprender. —Trató de ponerse el cabello tras la oreja de nuevo, pero se liberó frente a sus ojos.

Tomé aire profundamente. Era una de siete, y estaba alejándola.

—Lo siento. Tan sólo no entiendo.

Me consideró profundamente. Había algo sobre ella, algo triste, un toque de melancolía. Tenía un profundo manantial de dolor. Lo vi en sus ojos y la forma en que peleó una batalla perdida con una hebra de cabello que no se quedaría puesto tras su oreja.

—Como dije. Familia. Un hombre está para casarse con una mujer. Una vida, una esposa.

Me pregunté por un segundo si Deirdre vivía en el siglo veintiuno, entonces vi su crucifijo en el cuello. Lo entendí entonces. Estaba salvando el alma de Jonathan ayudando a Jessica.

—Muy bien —dije—. Iré a saludar. ¿Vas para allá?

—En un minuto. —Me sonrió. No podía leerlo. A parte del brote de tristeza, no podía leer nada más en Deirdre.

Jessica pretendió verme por primera vez cuando estaba a medio camino de ella. Sofocando una oleada de odio que seguramente podría superar incluso mi sonrisa ensayada, me senté al borde de su cabina. Éramos iguales. No me pararía junto a ella como si fuera su mesera.

—Un gusto verte de nuevo —mentí.

—Lo mismo —mintió de regreso—. Tocas hermosamente.

—Gracias.

—Y tu voz es celestial. Eres una artista.

Coloqué mis codos sobre la mesa y acaricié mi vaso de whiskey.

—¿Hay algo que quieras? ¿Estando aquí? Porque si creo en las extrañas coincidencias, pero no en esta. —Yo era todas sonrisas. Si Rhee me viera, asumiría que estaba entablando amistad con una clienta.

Jessica agachó la mirada a su propia bebida, una bebida clara medio vacía con un tono parduzco con soda y lima.

—Tocaste una canción a la mitad que no reconocí. Quiero decir, déjame corregirme. Sí la reconocí. Me hice a mí misma muchas de las mismas preguntas.

—¿Fuiste tan honesta contigo misma como lo fuiste conmigo?

Una sonrisa jugueteó en sus labios.

—Me merezco eso.

Pude haberme abalanzado, pero no lo hice. Ella no estaba allí para recibir una paliza. No estaba aquí para disculparse, y ciertamente no vino para verme cantar. Vino para recuperar a Jonathan. Y por lo que a mí respecta, estaba enfadada como el infierno con él, pero no había decidido si estaba terminando con él. Así que me quedé en silencio, esperando por su explicación. Ella no movió ni un músculo innecesariamente. Su rostro no mostraba nada. No giró o tocó el vaso como lo hice yo, y no tenía una sonrisa ensayada. Tenía una expresión que iba más profundo. Era más practicada, más arraigada. Tenía la gracia que Debbie trató de inculcar en mí. De la forma más extrema.

—Vendrá un día cuando quieras hablar con alguien. —Alcanzó su bolso y sacó una tarjeta—. Alguien quien que sabe más sobre la personas con la que estas involucrada. Si puedes perdonar la pequeña broma que te jugué, puedes contactarme. Podemos hablar.

Deslizó la tarjeta hacia mí. Era una tarjeta plana, mate y blanca con su nombre, su número y una dirección en la parte industrial de Culver City.

Era tan salvajemente sofisticada que la odié de nuevo. La deslicé en el bolsillo de mi vestido.

—Si tengo algo para preguntar, puedo simplemente ir con Jonathan, ¿no crees?

Ella tomó de su bebida.

—¿Te ha contado sobre Rachel?

—Sí.

—¿Todo?

—No puedo probarlo. Y tampoco tú. Y si crees que estoy repitiendo lo que me dijo para que así puedas cotejarlo… bueno, eso dice más sobre ti de lo que dice sobre mí, ¿no?

—Tu hostilidad hace lo mismo. —Me sentí insultada, y no debería. Ella apenas y movió un musculo o cambió su expresión, aumentando mi sensación de insuficiencia—. Hay muchas partes moviéndose aquí, y si puedo ser honesta, no tienes la suficiente experiencia.

Ruedo mi vaso entre mis palmas, enfriándolas, pensando en el porche de Jonathan en nuestra primera noche juntos y como usó su vaso y el hielo en este. El trago me había relajado, reduciendo mi estrés y mis inhibiciones. Había caminado sobre campos como los de Jessica antes. Desafortunadamente, siempre olvidaba mi mapa.

—¿Entonces lo qué me estás diciendo es que quieres ayudarme a alejarme de tu ex esposo, cuyo corazón rompiste? No, no lo creo.

—No es tan simple.

—Oh, sí, lo es.

—Las cosas se han puesto en marcha. Quería advertirte, así no saldrás lastimada.

No me gustaban las amenazas, especialmente las vagas. Estas implicaban que la persona haciendo las amenazas no me respetaba lo suficiente para explicar, y eso garantizaba que me pusiera extremadamente enfadada. Traté de mantener mi cara de confianza.

—Lo entendería si sólo lo quisieras de vuelta, pero quieres algo más.

—Ahora, estoy tratando de alejarte del peligro. Estaría feliz de explicarte, pero no aquí.

Oh, ese era un truco astuto. No lo tocaría. No lo creería. ¿Por qué ella se interesaría de verdad por mí? Me incliné hacia adelante. Ella no retrocedió.

—Él tiene una polla, y puede estar dentro de una mujer a la vez. Nada de lo que digas va evitar que deje de excitarme cada vez que pone esa asombrosa polla dentro de mí. Si la extrañas demasiado, si la imaginas cuando un hombre nuevo está sobre ti, si piensas en ella cuando estas a solas con tus manos bajo las sábanas, lo entiendo por completo. Él es un monstruo del sexo, Sra. Drazen, y va a tener que pasar sobre mí para recuperarlo.

A través de la ligera sonrisa que se extendió por su rostro, prácticamente susurró:

—Eres muy sofisticada.

Traté de no reaccionar. Traté de ser implacable y fría, y supe, tan segura como que jamás nevaba en Los Ángeles, que fallé. Mi cara era una gelatina de limón sostenida por dos palillos. Jessica empujó su vaso y se colocó de pie.

—Estoy segura de que tu refinamiento mantendrá a los caballeros asombrados regresando por más.

La gelatina de limón se convirtió en cereza, y si había una sombra más oscura de roja para volverse, no tenía idea de que sabor era. Miró por sobre mi cabeza y sonrió.

—¿Jon, cómo estás?

Su voz vino de atrás de mi hombro como un cálido suéter, fresco de la secadora en una fría noche.

—Bien, Jessica.

Mi plan había sido quejarme con él, lanzar la ira en su camino. Dejarle saber que no podía tenerme vigilada. Tenía límites incluso si él no los tenía, y no me gustaba ser acosada. Pero cuando puso su mano en la parte de atrás de mi cuello como si fuera suya, estuve inundada de gratitud. Fue la mejor respuesta al golpe de Jessica sobre mi falta de refinamiento, y ni siquiera tuve que decir una palabra.

Jessica dijo:

—Sólo estaba hablando con Monica sobre su canción. Me hizo pensar en ti. ¿Deirdre, cariño, estás bien?

Deirdre había entrado al círculo, aun metiéndose su terco rizo rojo detrás de su oreja.

—Sí. —Se giró hacia Jonathan y lo golpeó en el brazo—. Hola, hombre.

—Espero que tengas como llegar a casa, Dee. Monica y yo nos vamos. —Miró hacia su ex esposa—. Jess, no sé qué estás haciendo aquí, pero voy a prescindir de todas las sutilezas y decir adiós. —Apretó mi cuello y miró hacia mí—. ¿Estás lista?

—Mis cosas están en el vestidor.

—Vamos, entonces. —Sostuvo su mano hacia mí y la tomé, deslizándome de la cabina mientras me sostenía.

Caminé hacia la parte de atrás sin despedirme, llevándolo tras de mí. No comencé a temblar hasta que estuvimos detrás de la puerta del vestuario. Antes de que siquiera pudiera encender la luz, él me empujó contra la pared, su boca sobre la mía, presionando mi cabeza contra el yeso.

—Jonathan —jadeé. ¿No quería gritarlo? ¿No estaba enojada por algo? Sabía que tenía cosas para decir.

Besó mi cuello y acarició mi pecho a través del vestido.

—La cámara. No es mía. Le pedí a Dave que mantuviera un ojo sobre ti, eso es todo. —Presionó su polla como un garrote contra mí.

Al diablo. Al diablo con las explicaciones. Al diablo los limites. Lo que sea que dijo era suficiente para mí si aquello dejaba que me tomara justo ahora.

Con ambas manos bajo mi falda, amasó mi culo mientras me besaba. Su dedo se enganchó en la entrepierna de mis bragas de lujo Bordelle y las tironeó. Saqué una pierna y él la envolvió alrededor de sus caderas, abriéndome para él. Tanteó mi pezón a través de mi vestido, pasando la uña de su pulgar contra este antes de poner toda su mano sobre mi pecho.

Deshice sus pantalones y lo liberé. Colocó una mano en mi pecho, inclinándose hacia mí, y usó la otra para guiarse a sí mismo dentro de mí, lo que hizo con un duro y rápido empujón.

Con los parpados medio cerrados de placer, empujo de nuevo, incluso con más fuerza. Chillé cuando su pene golpeó hasta el fondo. Colocó mi otra pierna sobre su cadera así que estuve envuelta alrededor de él. Me apalancó contra la pared con su cuerpo, con el punto de apoyo donde nos uníamos, la base de todo lo que nos mantenía juntos.

Coloqué mis manos en su rostro, y las quitó, sosteniéndolas abajo.

—¿Estás lista, diosa?

—Tómame.

Gruñó mientras se empujó duro, llegando tan profundo que dolió. Sin un momento de vacilación, penetró de nuevo, forzándome contra la pared, como si quisiera pasar a través de ella. De nuevo y de nuevo me tomó, rápido y duro, empujada hacía un calor que hormigueaba, obligando al placer como una corriente a través de mí, la base de su polla chocando contra mi clítoris una y otra vez.

—Mírame —exigió con la voz áspera. Lo hice, a través del cabello cayendo sobre mis ojos. Mi aliento estaba al compás de sus empujes—. Habla conmigo, ¿entiendes?

—Sí, señor. —Apenas y me entendía a mí misma.

—Nunca me dejas por fuera.

—Nunca. Oh, Dios. Jonathan. Mi rey.

—No te vengas, Monica. —Bajó la velocidad, acomodando un ángulo diferente así que lo sentí dentro de mí, profundo, duro y deliberado—. No dejes que tus emociones consigan lo mejor de ti. Habla. Conmigo. —Empujó en cada palabra, enviándome a un lugar donde verbalizar era casi imposible.

—Sí.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—¿Déjame venir?

—No. ¿Qué más? —Se estrelló dentro de mí y empujo todo el camino, su rostro sobre el mío, su aroma a cuero y tierra y limpio abrumándome—. ¿Por qué me dejaste fuera?

—Estaba asustada. Tú me asustas.

Acunó mi mejilla.

—¿Por qué?

El cuarto no estaba bien iluminado, pero vi el verde de sus ojos donde las luces del estacionamiento cortaban a través de las persianas de la ventana.

—Puedes lastimarme, Jonathan. Puedes hacer daño.

Acarició mi labio inferior con su pulgar.

—Tu honestidad es hermosa. —Se retiró y empujó dentro de nuevo, estrellándose a sí mismo contra mi sexo bien abierto.

—De nuevo, por favor —rogué.

Empujó dentro de mi otra vez. Y otra, hasta que pensé que explotaría desde la entrepierna en una lluvia de gritos. Mi respiración se puso áspera y dificultosa, mi pecho dolía por el esfuerzo de mover el aire por mi cuerpo cuando quería dejar de respirar por completo. Colocó su mano sobre mi boca y me tomó fuerte y rápido. Me vine, gritando contra su palma. Puso su pecho sobre el mío, su mejilla contra mi rostro, y con un largo gemido, me llenó, sacudiéndose y meciéndose. Sentí su cálida respiración en mi cuello, su mano deslizándose a mi rostro cubierto de sudor, susurrando mi nombre. Nos inclinamos uno en contra del otro por un minuto, respirando juntos, hasta que besó mi mejilla.

—Vas a quedarte conmigo esta noche, al menos —dijo suavemente.

—¿Por qué?

Besó mi boca de nuevo y dijo:

—Tu casa y tu auto necesitan ser limpiados de cámaras. No puedo dejarte volver allí hasta que esté limpio.

—¿Y qué si quien sea que puso eso allí de verdad estaba tras de ti? ¿Cómo sabes que tu casa no está llena de cámaras?

—Está siendo revisada ahora mismo.

Nos besamos mientras se retiraba de mí. Dejó bajar mis piernas. Todavía estaba casi sin aliento, aún sensible entre mis piernas. Mis labios dolían donde su sombra de barba me había frotado, y mi columna latía por ser empujada contra una pared de ladrillos. Como siempre, me sentí como si hubiera sido casi golpeada hasta la muerte con un pene.

Jonathan se arrodilló ante mí. Y me ayudó a subir las bragas de encaje de nuevo, besando el camino ascendente por mi pierna. Cuando había enderezado mi vestido, me besó.

—Tenemos que hablar —dije.

—Sobre Jessica. ¿Qué dijo ella?

—Sobre eso, y…

Hubo un sonoro golpe en la puerta. La manija se movió.

—Monica —llamó Rhee—, ¿estás ahí?

—Sí.

—Bernie está aquí. —Bernie era el chico que tocaba después de mí.

—Salgo en un segundo.

Alcé mi bolso. Jonathan pasó los dedos por su cabello y lo tomó de mi mano. Salimos al exterior en la crujiente noche de otoño. El aparcacoches fue por el auto de Jonathan.

El mío estaba estacionado en la calle. Caminó conmigo allí, con nuestros dedos unidos.

—La gente está esperando en tu casa para quitar las cámaras y micrófonos.

—Esto es tan extraño.

Sostuvo mi barbilla cuando nos detuvimos junto a mi carro.

—Probablemente es nada. Necesitamos ir allí para que los puedas dejar entrar. —Puso sus brazos alrededor de mi cintura—. Cariño, recogerás tu ropa y cosas. Entonces podré traerte de regreso a mi cama, y te tendré de nuevo. Y tal vez de nuevo.

—Debemos tener una conversación poco placentera.

—¿Crees que no te estoy espiando?

—Sí.

—¿Follaste con alguien más?

—¡Dios, no!

—¿Vas a dejarme porque interrumpí tu trabajo?

—No.

—¿Vas a dejarme por algo?

—No, Jonathan, de verdad…

—Entonces no veo la urgencia. Encarguémonos de este asunto y dejemos que las cosas poco placenteras se encarguen de sí mismas.

 

Ir a la siguiente página

Report Page