Control

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Capítulo 7

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Capítulo 7

MONICA 

Me deslicé en mis jeans, conservando mi ropa interior elegante. Me sentía desaliñada, sexy, sensual con las ligas bajo el denim. Cuando alcancé el vestíbulo, encontré la puerta abierta y un fuerte rugido en la entrada de autos.    

Jonathan montado en una motocicleta negra con toques rojos en los bordes. El asiento de la parte de atrás se suspendía por nada más que el aire y la promesa de velocidad. 

—Bueno… —dije mientras bajaba los escalones del porche en mis tacones—, ¿es esto nuevo o es alguna cosa vieja que encontraste en la parte de atrás del garaje?   

—Iba a tomar el Mercedes y vi esto. —Me presentó un casco del mismo negro que la moto—. ¿Has montado antes?   

—Sí. —me coloque el casco. Hice motocross con Kevin en el Sequoias hasta que el barro me cubría de la rodilla al dedo del pie y caminé como un vaquero en casa por una semana. Una vez, al principio del colegio, Ivan Ikanovitch me sacó a Ventura en su nuevo BMW. Innecesario decir, tuve que tomar un taxi a casa. 

—Vamos entonces, pequeña diosa. Este viaje normalmente toma cuarenta minutos, y nosotros tenemos treinta y cinco. 

Me subí al asiento de la parte de atrás y puse mis brazos alrededor de su cintura.

—Deberías  haberme permitido recitar “Invictus” tan rápido como quería. Nosotros estaríamos a tiempo. 

La reja se abrió como si por su pensamiento se moviera sola, y aceleramos, mis piernas fijadas al asiento y mis brazos asidos a su cintura. Cuando nos detuvimos en una luz, oí su voz en mi cabeza. 

—Estás cortando mi circulación. 

La claridad de su voz me asusto, y él se volvió a mí, dándole un toque al casco. 

—Hay micrófonos aquí.  —Asintió—. Lujoso. 

La luz cambió, y arrancamos. No hablamos mucho cuando zigzagueamos hacia la cinco, volviéndonos hacia la  autopista 110. Intenté no chillar cuando fue muy rápido porque podía oírme. En cambio, me apoyé en él, disfrutando la suavidad de su chaqueta de cuero y la manera que crujía contra la mía. Aunque era principios de noviembre, el aire era caluroso mientras golpeaba bajo mi ropa. 

Otro pedazo de rompecabezas entró en el lugar. Él tenía catorce años cuando su padre le prestó su amante. Su primera experiencia sexual estaba revestida en lazos familiares e incomodidad. Fue a una institución cuando tenía dieciséis años, justo cuando ella murió. Él me había dado una porción de la historia. Su tiempo en la institución tenía algo que ver con la promiscuidad de su padre y propensión a las chicas jóvenes, así como las expectativas absurdas de la virilidad de su hijo. 

Yo todavía estaba perdiendo algunas piezas del enigma. Algo estaba mal, en serio, pero su explicación era un principio, y sentí una clase de alivio al saber que me lo diría eventualmente, cuando estuviese listo, él rellenaría los espacios en blanco. 

Viajamos a ochenta millas por hora, más allá del sector industrial, rascacielos y centros comerciales con sus pantallas deslumbrantes y luminosas, volando por encima de los barrios todavía abrasados por los disturbios, y a una zona residencial de clase media. 

Resbalé mi mano bajo su chaqueta, entonces bajo su camisa. Sentía su estómago tenso y los vellos pequeños en él, el calor moderado de su piel me hizo sentir segura y cuidada. 

—¿Estás haciendo una movida?  —preguntó en mi cabeza. 

—No a esta velocidad.

—De acuerdo, porque estoy teniéndote en un par de horas.

—Lo sé.  —Apoyé mi cabeza en su espalda—. Eres muy promiscuo. 

—Sólo para ti estos días. 

Esperé que mi suspiro no fuera audible a través del micrófono. Sabía que estaba escogiendo creerle, y esa opción era consciente, y así, incierta. Sabía que él podía dejarme en cualquier momento, por cualquier razón. Si realmente hubiese superado a su esposa, podría buscar a una compañera más permanente con quien tener más en común, como el dinero, y la posición social, y amigos e intereses similares. 

Pero escogí, quizá imprudentemente, creer que él me quería más allá de un corto periodo de tiempo porque me hacía feliz pensarlo. 

Estaba jodida. 

Él salió de la autopista a Carson, y después de unos extremos más rápidos, se detuvo delante de un espeso, muy iluminado parque dónde un dirigible estaba estacionado. 

—Lo hicimos. —dijo, jalando la cerca de alambre alrededor del perímetro del campo. Un hombre en una camisa blanca y chaqueta de vinilo se nos acercó con un portapapeles. Jonathan se quitó su casco. Su pelo era un completo desastre, una silvestre escuela de estrellas de mar retro iluminada por los reflectores. Él se peinó con los dedos y enfrentó al hombre con el portapapeles. 

—¿Señor Drazen?   

—Sí.

—Usted apenas lo hizo. Estacione la moto en la parte la izquierda. Diviértase.   

—¿Cómo lo están haciendo?  —pregunto Jonathan. Me quité mi casco. Podía imaginar lo que mi pelo parecía. Un manojo de cordones rotos al mismo contraluz, ninguna duda. Y la pequeña trenza que había dejado parecía probablemente como una rasta. 

—Abajo por dos. Problemas consiguiendo a los hombres en la base. —dijo el hombre con el portapapeles. 

Jonathan agitó su cabeza y arranco de nuevo. Cruzamos al centro del segmento y estacionamos por un remolque de chapa sostenido por unos bloques de hormigón. Él soltó el soporte y se apoyó en la moto hasta que estuvo estable. 

—¿Qué fue eso?  —pregunté, mientras descendía primero—. ¿El juego? ¿Ellos ya están perdiendo?  

Él bajó.

—Al parecer.

—¿Nosotros vamos en el dirigible?

—Si eres buena.

—¿Y vamos al Estadio de los Dodger? ¿Posiblemente? No quiero asumir, pero el segundo dirigible siempre aparece en la quinta entrada. —Estaba intentando mantener junta mi mierda, pero había vivido toda mi vida en el traspatio del Estadio y nunca había encontrado una manera de entrar en un juego de desempate. Cuando conocí a las personas correctas, el equipo había estado en el sótano. Durante los años buenos, había estado con personas que no hacían deportes porque las actividades organizadas en equipo eran poco creativas, salvajes, y rústicas. 

—Sí.  —dijo Jonathan—. Vamos a ver el juego desde el cielo si tu pequeño y firme trasero se mueve. Ellos no esperarán. 

Salté en él. No pude evitarlo. Sólo estoy hecha de carne y sangre, y esa sangre es del azul de los Dodger. Besé su cara y envolví mis piernas alrededor de él. Me atrapó, me alzo por la parte de atrás de las rodillas, y camino al dirigible. El ruido era ensordecedor, y antes de que me bajara, dije en su oído:

—Gracias.

Él tomó mi mano, sonriendo como si estuviera encantado de verme tan feliz, y corrimos por el césped a la gran máquina. Era más grande de lo que había imaginado. Macizo. Agobiante. El nombre de una compañía de neumáticos estaba escrito en las caras dos o tres veces mi altura. Yo no podía oír ninguno de los hombres que nos saludaron, pero puse mi sonrisa de servicio al cliente. En este caso, no podría ser más genuina. 

Nos empujamos en una góndola con seis asientos que daban al frente. Los dos al parabrisas eran los del piloto y copiloto. Jonathan y yo nos dispusimos a los últimos, y detrás de nosotros estaban dos hombres que parecían ser hombres de negocios. Estábamos rodeamos por ventanas, pero Jonathan se aseguró que yo tuviera el asiento con una buena vista. Salté. Quería hablar con él, pero era demasiado ruidoso. El copiloto nos dio auriculares con micrófonos en ellos. 

Oí a Jonathan decir:

—¿Puedes oírme?    

—Sí. —contesté—. ¿Puedes oírme?   

—Alto y claro. 

—Bebé. —respondí, sonriendo hasta que sentí que mi cara podría rasgarse en dos—. Soy una cosa segura esta noche

Todos en la cabina se partieron de risa. Claro que ellos podían oír todo. Jonathan puso su brazo alrededor de mí y me tiró a él, besando mi frente mientras se reía. Enterré mi cabeza en su pecho. 

—No se preocupe, señorita. —dijo el piloto, su voz fuerte y clara—. Nosotros conseguimos mucho de eso. —Después de una pausa, él continuó—. Soy Larry. Éste aquí es mi copiloto, Rango. Estaremos dirigiéndonos hacia Los Ángeles en unos segundos, para llegar al estadio de los Dodger en aproximadamente cuarenta minutos. Agárrense, el despegue puede ser un poco tormentoso las primeras veces. Abróchense el cinturón.

El ruido se puso más ruidoso. Encontré mis hebillas y correa. Jonathan me ayudó a cerrarlas, entonces tomó mi mano. Segundos después sentí como si estuviera lanzándome de un cohete. Larry giró un volante de madera entre su asiento y Rango. 

—Yo llevaré encendido el juego.  —dijo Rango—. Nosotros estamos cuatro a uno contra los yanquis de Nueva York. Cashen está tirando para los yanquis cuando hablamos.

Cerré mis ojos y oí la voz de Jonathan.

—Abre tus ojos. Estos vuelos son difíciles de conseguir, incluso para mí. 

Los abrí y mire la cabina oscurecida. Tocó mi mejilla y sonrió, y me sentí protegida y segura. Aun cuando era una ilusión, saber que él estaba allí me hizo sentir menos como que estaba siendo lanzada de un cañón y más como que estaba en un divertido viaje que yo no habría soñado para mí.

La ciudad se extendía bajo nosotros en una manta de luces de calles, autopistas, y parques. No podía apartar mis ojos. Estábamos lo bastante bajo para ver los automóviles y las personas pero lo bastante alto para convertirlos en puntos de velocidad e intención. Todos nosotros dirigidos a alguna parte, estábamos flotando, paseando en el viento. 

El juego no iba bien para mi equipo. Escuché sin discutir cuando otro turno pasó con tres hombres en la base, un pitcher quien lanzaba las bolas infringió las reglas hasta que supe que debió agotarse, y uno que le puede haber dejado a José Inuego, golpeador estrella, con una contusión. 

Sentí a Jonathan apoyarse en mí para ver por la ventana. Él descansó su barbilla en mi hombro, entonces sus labios aterrizaron en mi cuello. Apoyados así, miramos juntos por la ventana. La falúa se enfrió mientras los minutos pasaron, y aunque teníamos chaquetas, puse mi mano en la suya y encontré sus dedos helados. Moví una de sus manos entre mis rodillas para calentarla y plegué la otra en la mía. Nos quedamos así, mirando por la ventana, su pecho en mi espalda, su barbilla en mi cuello, y sus manos calentadas por mi cuerpo, hasta que vi el Parque Elysian. Podría probablemente distinguir mi casa allí fuera. 

—¡Mira!  —Sonaba como un niño—. ¡Yo puedo verla!   

Parecía tomar demasiado para llegar encima del estadio desde que lo vi hasta que lo tomamos para llegar a Los Ángeles de Carson. Otro dirigible nos pasó, conduciéndose fuera del juego. Larry y Rango saludaron a los pilotos. Yo estaba plena con felicidad y un sentimiento de integridad, de ser una parte de algo más grande que yo. Sólo me había sentido así durante la práctica de la orquesta en la universidad, y sólo cuando todo iba bien. El percusionista estaba al frente, el director hablaba en un idioma manual tan fácil de entender como la palabra escrita, y todos lo seguíamos alzados por la misma marea. 

Cuando el sentimiento se marchó, no quise nada más que reafirmarlo. Me quite los auriculares y enfrenté a Jonathan. Sus ojos eran visibles por las luces del tablero del piloto. Él aparto su micrófono del camino. Lo besé, y no me importo que nos vieran. Amoldé mis labios a los suyos y lo alimente con mi lengua. Él tomó su mano de entre mis rodillas y la puso en mi mejilla, calentada por mi cuerpo, gentil al toque. Extendí ese sentimiento de integridad otro poco hasta que la embarcación pareció arder con la luz. 

Abrí mis ojos. Estábamos justo encima del estadio. Eché una última mirada a Jonathan y hablé con palabras sin sonido: —Cosa segura. 

Él habló igual en respuesta: —Lo sé.  —y sonreí. 

Nunca había visto un juego así antes, y lo encontré desconcertante inicialmente. Acostumbrada a la  televisión dónde podía ver cada tirón e inclinación del bateador, y juegos en vivo desde graderías dónde podía decir la dirección de la pelota por el sonido que hacia el palo. Desde el dirigible, los jugadores parecían flores blancas en un césped perfecto. 

Me volví a poner mis auriculares y me apoyé en la ventana. El anunciador estaba hablando sobre las cuentas y hombres en la base, y oí a los hombres en la góndola hacer lo mismo. Los yanquis estaban arriba. Hombres en primera y tercera. Uno fuera. Harvey Rodríguez estaba en la banca.

Larry cortó el artefacto, y el ruido se redujo.

—Vamos a bajar hasta un anuncio, entonces subiremos de nuevo.

Jonathan puso sus labios en mi oreja.

—Rodríguez es izquierdo. Ellos van por una doble. Mira el cuadro interior. —el parador y el tercero tomaron dos pasos hacia el primero—. Ellos caminan hacia el campo derecho porque un zurdo tira ahí, y el delantero podrá conseguir la pelota en el salto para que ellos puedan hacerla estallar para secundar la obra de fuerza. Y están tocando un poco delante porque hay un tipo en tercera que puede ir por el robo en una corrida salvaje.

—¿Pero qué si la mosca es poco profunda? Ellos la perderán, y será un enredo. El campo abierto apenas entró un poco, también. Quiero decir, Rodríguez apenas puede trabajar al tipo de la bolsa.

—Te arriesgas. Ellos están mal por dos, por lo que si un tipo se pasea en una bolsa de mosca, será desacertado, pero no hay mucha diferencia en medio del juego entre estar abajo dos y abajo tres. Hay más por ganar con la doble jugada. 

Rodríguez caminó. Las bases estaban cargadas. Algunos momentos en un juego de pelota eran más importantes que otros. No lo eran los grandes golpes, o los errores de bateo. Eran las cargadas de base, un-hombre-fuera de momentos dónde o alguien anotaba o alguien era detenido muerto. Estos eran imprevisibles, ingobernables, y a menudo silenciosos como la muerte. Al igual que la bola de foul extra que habría sido un tercer strike. O el lanzador para controlar el coche de línea que habría enviado a un hombre o dos a casa. O un paseo para llenar las bases.

—No puedo mirar.

Cubrí mis ojos. No podía ver nada desde allí. Apenas vi puntear el movimiento alrededor y oír la transmisión. Pero Jonathan me alcanzó por detrás y tomó mis muñecas, tirándolas abajo. 

—Venga. Juega conmigo. No te achiques. 

—Sí, señor.  —dije, hablando en broma en su uso de la palabra juega. El cuadro interior entró en camino, prácticamente a dónde la suciedad encontraba el césped, y los brazos de Jonathan se apretaron. Sus manos, ahora calientes, cubrían encima de mis antebrazos cruzados—. Sé que están jugando en coger al tipo en el plato de la casa si tienen. —dije. 

—Sí.

Besó mi cuello, dos veces, una tercera vez, cada uno más suave que la anterior. Cada uno demoró mucho más tiempo que el último. Ardía, y tomó todo de mi autodominio impedirme doblar mi cabeza atrás y apoyarme en él. Yo habría parecido exactamente como lo que era: una mujer caliente. 

Fuimos interrumpimos por el crujido de un bate a través de los auriculares que nosotros habíamos apartado. Las flores blancas barrieron por el césped. Los paradores presentaron la pelota, lo consiguió para secundar, y entonces Val Renault, centrocampista conocido por su golpe, sacó la pelota de su mano rápidamente y con la bastante precisión para completar la doble jugada.   

Entrada terminada. 

Una hora y media después, el juego acabó con los Dodgers ganando por una carrera y forzando un séptimo juego. Los seis pasajeros en la góndola hicieron erupción al último. Chocamos manos, festejamos y nos dirigimos de regreso a Carson. 

 

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