Control

Control


Control

Página 10 de 10

En fin, cuando volvimos a la ciudad, Matthew les contó a sus padres que era un hombre casado. No había visto a Estelle Fisher tan alterada en toda mi vida. Se puso a llorar como una magdalena y a lamentarse de haberse perdido la boda de su único hijo.

Si yo me sentí mal, no quiero ni imaginar lo fatal que debió de sentirse Matthew. Hacer llorar a una madre es una culpa comparable a los pecados del sexto círculo del infierno.

Frank, que es un hombre de pocas palabras, se limitó a mirar a su hijo y a decirle:

—Arregla esto.

Pero sus ojos decían mucho más. Decían: «Es posible que tengas treinta y un años, pero aún puedo ir dándote collejas por todo Park Avenue si no arreglas esto a toda leche».

Y aquí estamos.

En la gran boda de Nueva York de Matthew y Delores, por cortesía de Frank y Estelle. No han reparado en gastos, es todo muy típico de la alta sociedad neoyorquina. Se supone que debe ser elegante. Con clase. Y así es.

A excepción del vestido de Delores, claro. ¿Habéis visto el vídeo de la canción Lique a Virgen de Madonna?

Perfecto, pues ya sabéis la pinta que tiene Delores.

Es la hora del cóctel, sin lugar a dudas el mejor momento de cualquier boda. Sólo puede superarlo esa cosa que las novias hacen con la liga. Siempre he sido un excelente cazador de ligas, y no hay mejor forma de conocer a una chica que meterle las manos por debajo del vestido y llegar lo más arriba que puedas.

Pero eso era antes. Mi presente es mucho mejor.

Porque ahora la chica más guapa de toda la fiesta está sentada a mi lado y puedo meterle las manos por debajo del vestido siempre que quiera.

Ahora que Kate lleva su vestido ya entiendo por qué dijo que los ligueros no tenían sentido. Es plateado y corto. Y estoy hablando de micro-mini. Y sin tirantes. Cada vez que la miro, no puedo evitar pensar en lo fácil que me resultará quitárselo. ¿Y los zapatos? ¿Os acordáis de mi obsesión por los zapatos? Pues son altos, llenos de tiras, abiertos y...

Amelia Warren, la madre de Delores, se levanta de la mesa. Es una mujer delgada con una melena rubia cobriza que le llega por los hombros peinada al estilo de los años ochenta. Y, tal como le pasa a su hija, está loca. Y, cuando digo loca, lo digo de la forma más literal posible.

Cuando fue el cumpleaños de Kate, Amelia le mandó un enorme y pesado collar de cristales naturales extraídos de las cuevas de Périgord porque cree que protegerá los pulmones de Kate de la polución de la ciudad.

Es una lástima lo estrictos que se han vuelto los protocolos para el ingreso psiquiátrico involuntario de este país.

Ah, y a Amelia no le gusto nada. No sé por qué. Sólo la he visto una vez antes de este feliz acontecimiento y en aquella ocasión no cruzamos más de cinco palabras. Me pregunto si las miradas fulminantes que me lanza tendrán algo que ver con su sobrino.

—¡Oh, mirad! ¡Billy está aquí! ¡Lo ha conseguido!

Hablando del rey de Roma...Miro en dirección a la puerta por la que acaba de entrar ese lameculos.

Sí, sigo odiándolo. Es como un herpes genital, no hay forma de librarse de él.

Lleva ocho meses viviendo en Los Ángeles, y para mi desagrado, él y Kate siguen hablando. Ella dice que sólo son —repetid conmigo— amigos. Pero yo no me lo creo. Ya sé que para ella sólo son amigos. Eso sí me lo creo. Pero ¿para un tío? De eso nada.

La carta del amigo es uno de los trucos más viejos del mundo para ligar, en realidad está al mismo nivel que eso de «Creo que soy gay». Sólo está aguardando el momento oportuno, esperando a que yo la cague para poder convertirse en el hombro sobre el que vaya a llorar Kate. Y entonces, cuando ella esté débil y vulnerable, le meterá la lengua hasta la campanilla.

Pero eso no va a ocurrir. Ni de coña.

Viene directamente hacia nuestra mesa y Kate se levanta para saludarlo. Se abrazan y yo aprieto los dientes.

—Hola, Katie.

—Hola, Billy.

Disculpadme mientras me trago el vómito que tengo en la boca.

—Dee-Dee se va a alegrar mucho de verte. Pensaba que tenías un concierto.

Su sonrisa es engreída, petulante. Parece un vendedor de coches usados.

—Le pedí a mi agente que reordenara un poco las cosas.

Luego mira a Kate de pies a cabeza.

Y yo siento ganas de taparla a ella con el mantel de la mesa y sacarle los globos oculares con una cucharita de café a él.

—Estás increíble —dice.

Ella ladea la cabeza y sonríe.

—Oohh, qué dulce eres. Tú también estás muy guapo.

¿De verdad se está tragando esa mierda? ¿Me lo tengo que creer?

Carraspeo y me pongo de pie detrás de Kate.

—Warren.

—Evans.

Nuestros ojos se encuentran, como si uno de nosotros fuera un león mirando fijamente una hiena y Kate fuera la presa que ambos queremos engullir.

Y entonces aparece mi madre.

—Kate, ¿serías tan amable de ayudarme a buscar a tu madre? El fotógrafo quiere sacar algunas instantáneas de la familia antes de que se ponga el sol.

La preocupación nubla la vista de Kate, que nos mira a los dos con nerviosismo.

—Ah..., claro, Anne. Enseguida.

—Gracias, querida.

Luego Kate nos mira a ambos con atención.

—Enseguida vuelvo. —Cuando se gira para irse, se detiene junto a mi hombro y susurra—: Sé bueno, Drew.

Sonrío.

—Eso no es lo que querías esta mañana.

Su sonrisa es tensa y la advertencia brilla en sus ojos.

—Pero ahora, sí.

Le coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Yo siempre soy bueno, nena.

Se marcha y me deja a solas con mi archienemigo. Esto va a ser interesante.

Billy se lanza de cabeza.

—¿Sabes? La semana pasada le dejé un par de mensajes de voz a Kate. Por lo visto, no los ha recibido.

Su tono es acusador. Y con razón.

—Quizá no tuviera ganas de hablar contigo —replico.

Resopla, todos los cerdos lo hacen.

—O quizá tú los borraras.

Doy un paso adelante y él retrocede.

—Quizá no deberías llamar a mi apartamento.

—Llamé para hablar con Kate.

—Claro, Kate, que vive en mi apartamento.

—No puedes decirle con quién puede hablar o no. ¿Quién narices te crees que eres?

—Su novio. Lo que significa que sí, sí que puedo. Y creo que tú ya no pintas nada en su vida.

—¿Sabes una cosa, Evans? Te tengo bien calado. Vas por ahí con esa pose arrogante y tan seguro de ti mismo, pero en el fondo estás cagado de miedo. Porque en tu interior sabes que Kate te abandonará, sólo es cuestión de tiempo.

Frunzo el ceño con fingida confusión.

—Lo siento, pero no hablo lenguaje vaginal. ¿Qué se supone que significa eso?

Billy se adelanta hasta que estamos nariz contra nariz, como los boxeadores justo antes de que suene la campana.

—Eso significa que tengo noticias de última hora para ti, capullo: eres el tío de transición. Una simple distracción. Kate se divertirá y luego buscará algo más sólido.

Me río.

—¿Como tú?

—Claro, yo tengo el rollo de estrella del rock, ¿no?

Kate me dijo que Billy firmó un contrato para grabar un disco hace unos meses y he escuchado algunas de sus canciones por la radio. Pero me da igual cuántos discos venda: para mí siempre será un panoli. Aunque tiene parte de razón en eso del rollo de estrella del rock. Es un gancho muy poderoso. Tíos con el aspecto de Mick Jagger o Steven Tyler jamás conseguirían echar un polvo si no pudieran jugar esa carta y, sin embargo, llevan años muy bien servidos.

—Pero no, no seré yo —dice—. Lo mío con Kate es cosa del pasado. Aunque eso no significa que vaya a quedarse contigo. ¿Cuánto hace que la conoces, Evans? ¿Ocho meses? Yo salí con ella once años y antes de eso fui amigo suyo durante nueve más. Creo que estoy mucho más cualificado que tú para predecir lo que hará o lo que no hará.

Vale, esa bomba ha caído bastante cerca. Es uno de los motivos por los que odio que Kate siga hablando con él. Porque fue suya antes de ser mía. Y no estoy hablando del sexo, eso puedo soportarlo. Hablo de que ella lo quería y estuvo a punto de casarse con él. No importa lo que yo haga, no importa lo bien que estemos Kate y yo, jamás seré el primero para ella. Y eso me fastidia. El segundo puesto sólo es el primero en perder.

Pero me comería mi propia lengua antes que admitirlo ante este caraculo.

—No sabes lo que dices. Conozco muy bien a Kate. Yo...

Pero me corta dándome un empujón con el hombro.

—Lo que tú conoces de ella es lo que ella te deja ver. Yo tuve un asiento de primera fila para todos los momentos importantes de su vida, capullo. Veinte años de recuerdos siempre significarán más de lo que tú jamás...

Mi intención no era ponerme violento, pero llegados a ese punto la paciencia y..., bueno, ya sabéis cómo van estas cosas.

Me echo hacia atrás y lo golpeo justo en la mandíbula. En este momento ni el puto Mike Tyson le habría dado mejor, y pegarle me ha sentado de maravilla. Debería haberlo hecho hace mucho.

Warren se tambalea hacia atrás. Doy por hecho que me lo va a devolver y me preparo para defenderme. Lo que no espero es que me ataque a la cintura con la habilidad de un linebacker de los Giants de Nueva York.

Nos caemos el uno sobre el otro llevándonos por delante el bufet de la pasta. La caída provoca un gran estruendo. La salsa marinera vuela por todas partes y riega cabezas desprevenidas y salpica la ropa de los invitados. Recuerda un poco a la escena de la sangre de cerdo de Carrie, ¿no?

Pero, al contrario de lo que uno podría pensar, estas cosas no pasan como se cuentan en las películas. Esas peleas están planificadas. Coreografiadas. Las peleas entre tíos de la vida real se resuelven con muchos más revolcones por el suelo, palabrotas y rugidos, y algún que otro puñetazo o patada entre las pullas verbales.

Observad.

Rodamos hasta que quedamos de lado. Lo mantengo a distancia agarrándolo de la pechera de la camisa con el brazo. Le propino un buen gancho de derecha a la barbilla y consigo que brote la primera sangre. Él ruge y rueda de nuevo hasta que se pone encima de mí sentándose a horcajadas sobre mi cintura. Me alcanza en el ojo por la izquierda.

Me sacudo y le grito:

—¡Mi hermana pega más fuerte, marica!

Billy aprieta los dientes y me inmoviliza por el pecho.

—Chúpame la polla.

Levanto la pierna y le doy un rodillazo en la espalda.

—Te encantaría, ¿verdad? Ah, no, es verdad, a ti eso no te va. Y, por cierto, Kate la chupa de muerte. No sabes lo que te has estado perdiendo todos estos años, imbécil.

Sí, ya lo sé.

Yo tampoco me puedo creer que haya dicho eso. Delante de una sala llena de gente. Delante de la madre de Kate.

Y, si el horrorizado jadeo que suena sospechosamente parecido a la voz de mi novia es indicativo de algo, hay muchas probabilidades de que pase el resto de mi vida sin volver a disfrutar de ese placer.

Aun así, hay que admitir que ha sido una gran réplica, ¿no?

Entonces nos invade un intenso y repentino olor a café. Y un segundo después noto cómo me arden las piernas. Es abrasador, como el aceite hirviendo que los guardias de los castillos utilizaban en los tiempos medievales.

—¡Aaahhh! ¡Joder!

Warren y yo nos olvidamos de la pelea instantáneamente. Estamos demasiado ocupados intentando huir del crepitante líquido que alguien está vertiendo sobre nosotros.

Levanto la vista y veo los diabólicos ojos de Amelia Warren: sostiene orgullosa dos cafeteras de acero inoxidable que hace sólo un momento estaban llenas de café. Ahora ya no.

Alarga el brazo y agarra mi oreja con una mano y la de Warren con la otra. Y nos inmoviliza. Inmediatamente. Amelia Warren: grano en el culo de día, guerrera ninja de noche.

Nos arrastra fuera de la sala tirando de nuestras respectivas orejas de un modo no muy distinto del que habría empleado la hermana Beatrice en los viejos tiempos. Pero no nos marchamos en silencio.

—Ooohhh, joder... ¡Aaaaayyyyy!

—Tía Amelia, ¡suéltame! ¡Soy músico, necesito la oreja!

—¡Deja de lloriquear! Beethoven era sordo y no le fue tan mal.

Nos arrastra hasta una sala adjunta. Con el rabillo del ojo veo que Kate viene detrás de nosotros. Brazos cruzados y espalda tiesa: no es un buen augurio para mí. Abre la puerta y entramos los cuatro.

Y nos quedamos todos de piedra.

Porque allí, sobre una mesa vacía, nos encontramos con Carol, la madre de Kate, y el padre de Steven, el tranquilo devorador de números George Reinhart, enrollándose a lo bestia como dos adolescentes en el asiento de atrás de un coche en un autocine.

Y no es broma.

Kate abre la boca y la incredulidad se refleja en su exclamación.

—¡¿Mamá?!

Yo enarco las cejas.

—¡Vaya! A por ella, George.

¿Os he dicho ya que la madre de Kate está buenísima? Pues lo está. Mucho.

Ya ronda los cincuenta. Tiene una melena de color cobrizo, unos ojos oscuros sin apenas arrugas y una sonrisa cálida. Su cuerpo está suavemente redondeado por la edad, pero sigue siendo menuda. La mejor forma de saber qué aspecto tendrá una mujer cuando se haga mayor es mirar a su madre. Y, si aún me quedaba alguna duda de que soy un hijo de puta con suerte, en cuanto puse los ojos sobre Carol Brooks me quedó completamente claro.

Carol y George se separan como si de repente a los dos les ardiera la piel al tiempo que balbucean avergonzadas disculpas y se acomodan la ropa. La cara de Carol me recuerda a un perro rosa que sale en los dibujos animados. Supongo que eso explica que Kate se ruborice con tanta facilidad. George se pone bien la corbata y se esfuerza por conservar la dignidad, como si no acabaran de sorprenderlo con las manos en las tetas de Carol.

Asiente con la cabeza en nuestra dirección.

—Chicos. Kate.

Yo lo saludo con la mano.

Entonces Kate balbucea:

—Mamá, el fotógrafo te necesita.

Carol parece aliviada de tener una salida fácil y ambos se escurren por la puerta. Entonces Amelia-san afloja la llave de kung-fu a la que tenía sometida a mi oreja y da media vuelta como un sargento de hierro.

Yo intento rebajar la tensión:

—Vaya, menuda sorpresa, ¿no?

Kate frunce el ceño y Amelia me da un golpe en el pecho.

—Aunque no eres mi responsabilidad, si alguna vez vuelvo a escuchar tales sacrilegios de tus labios, te ataré de pies y manos, te taparé la nariz y te verteré un buen chorro de friegaplatos por la boca como debería haber hecho tu madre hace mucho tiempo. ¿Ha quedado claro, señorito?

Luego dirige su ira hacia Warren:

—Y tú, por el amor de Dios, ¡a ver si empiezas a comportarte como si tuvieras un poco de sentido común! Si crees que ya eres demasiado mayor para ver cómo me quito el cinturón, estás muy equivocado, jovencito. Yo te enseñé mejores modales que éstos.

Él agacha la mirada.

—Sí, señora.

—Espero que paséis el resto de la velada en extremos opuestos del salón. Si alguno de los dos vuelve a causar algún problema, haré que os echen de una patada en el culo.

Amelia resopla y se marcha seguida de Warren, que camina tras ella como si fuera su perrito faldero.

Y me dejan a solas con Kate.

3

El silencio es intenso. Incómodo. Kate camina de un lado a otro enfadada y sus movimientos son bruscos. De repente se detiene delante de mí.

—Ni siquiera sé qué decirte.

Yo me retuerzo un poco.

—Ha empezado él.

Ella entorna los ojos.

—¿Lo dices en serio?

Lo pienso un momento.

—Bastante.

Kate niega con la cabeza. Y el dolor se refleja en sus ojos color chocolate.

—¿Tan poco significan para ti mis sentimientos, Drew?

Yo rujo.

—Venga, Kate, no hagas esto.

—¿Hacer el qué?

—Convertir esto en un drama y acusarme de que no te respeto ni me preocupo lo bastante por ti. En realidad no es tan complicado. Lo odio. Odio que esté aquí. Odio que hables con él.

Ella se cruza de brazos.

—Ya hemos hablado de esto. Billy ya era mi amigo antes de que tú y yo nos conociéramos. Crecimos juntos. Como tú, Matthew y Steven. Ya sabes lo que es.

Claro que lo sé. No hay nada más valioso en el mundo que un viejo amigo. Alguien que te entiende, que sabe por qué eres como eres y por qué haces las cosas que haces. Sin necesidad de explicaciones.

—Matthew y Steven no me han visto desnudo.

Y si me han visto seguro que no han disfrutado.

—A ti te ha visto desnudo la mitad de la ciudad, Drew.

—Mujeres anónimas que no significan...

—¡Mujeres con las que no dejamos de encontrarnos cada vez que salimos por la puerta!

Levanto la voz:

—¡No puedo cambiar eso!

Ella la levanta un poco más:

—¡No te lo he pedido!

—Y entonces ¿por qué sacas el tema?

Puedo sentir cómo la discusión va en aumento y gana consistencia como un tornado a punto de tocar tierra. Me paso una mano por el pelo y me obligo a bajar la voz. Sé que no consigo calmarla del todo, pero sí adoptar un tono razonable.

—¿Qué pasaría si te dijera que o él o yo, que no puedes tenernos a los dos? ¿Qué dirías?

Kate tartamudea:

—¿Me... me estás dando un ultimátum?

—No. Sólo es una hipótesis. Si te pidiera eso, ¿a quién elegirías?

Sus ojos se clavan en un punto indeterminado por detrás de mí mientras piensa en lo que le he preguntado. El hecho de que tenga siquiera que pensarlo me inquieta más de lo que soy capaz de expresar.

Entonces vuelve a mirarme a la cara.

—Te elegiría a ti. Billy es parte de mi pasado y lo quiero mucho, pero tú eres mi futuro.

Dejo escapar un aliviado suspiro. Pero resulta que me he relajado demasiado pronto, porque entonces Kate añade:

—Aunque estaría resentida contigo por ello, Drew. Me harías daño, nos harías daño.

Ya sé que debería decirle que no tiene que elegir, que me basta con saber que me elegiría a mí. Pero no se lo digo.

Y un segundo después se va directamente hacia la puerta.

—Tengo que ir a ayudar a Delores.

Yo la sigo.

—Oye, no hemos acabado.

Ella tiene la mano apoyada en el pomo.

—Sí, ya lo sé, pero no puedo pensar en esto precisamente ahora, ¿vale? Tú intenta no acercarte a Billy y ya hablaremos después.

Y desaparece tras un remolino de pelo brillante.

Vuelvo al salón principal y me apoyo contra la pared. Observo a los invitados de mediana edad medio borrachos con sus ropas de diseño intentando pasárselo bien.

Mi hermana Alexandra se acerca y se apoya en la pared junto a mí.

—Un espectáculo interesante. Mucho mejor que cualquiera de las cosas que se ven últimamente por televisión.

Frunzo el ceño.

—Ahora no, Lex.

Se encoge de hombros.

—Como quieras. Sólo me he acercado porque te he visto con la mierda hasta el cuello y he pensado que podría echarte un cable. Pero si no te interesa...

Deja su oferta en suspenso.

Hasta que capta mi atención.

—¿Qué?

Suspira.

—Eres nuevo en esto, así que voy a darte un consejo. Las relaciones sólo funcionan cuando ambas partes anteponen los sentimientos de la otra persona a los suyos propios. Si eso no ocurre, el tema suele implosionar bastante rápido. Tomemos como ejemplo a Matthew y Delores. Es evidente que ella no siente mucha simpatía por ti, pero no deja que eso se interponga entre ellos. ¿Cómo crees que se sentiría Matthew si ella le dijera que no quiere que vuelva a hablar contigo?

Antes de que acabe de hablar yo ya estoy negando con la cabeza.

—No es lo mismo.

—No para ti. Pero para Kate es exactamente lo mismo.

Aprieto los puños con frustración.

—Y ¿qué quieres decirme con eso?, ¿que tengo que invitar a ese tío a mi casa y celebrar una puta fiesta de pijamas? ¿Que nos hagamos las uñas el uno al otro?

Ella pone los ojos en blanco.

—No, no tienes por qué ser amigo suyo. Sólo tienes que tragártelo y aceptar que Kate sí lo es.

Me cruzo de brazos y miro a mi alrededor; no tengo ningunas ganas de aceptar su consejo.

Ella se encoge de hombros.

—O puedes no hacerlo. Olvida todo lo que te estoy diciendo, deja que tus inseguridades tomen el mando e ignora por completo los sentimientos de Kate.

Me da una palmada en el hombro.

—Ya me dirás cómo te va.

Luego se marcha. Y yo me quedo allí. Haciendo pucheros, sí, ya lo sé.

Escaneo la sala y veo a Kate hablando con Delores. Sonríe a algo que le ha dicho su amiga, pero la sonrisa no se refleja en sus ojos. Es falsa. Una pose.

Joder.

Y luego veo a Warren sentado a la barra. Paseo la mirada entre ellos.

Dejo escapar un profundo suspiro y voy hacia allí. Le hago una señal con la cabeza al camarero.

—Un whisky. Doble.

Lo de tragar mierda no es muy placentero. Necesitaré algo para hacerla pasar.

Una hora después, he aprendido tres cosas sobre Billy Warren:

1. Ama la música.

2. Está encantado con su furgoneta nueva.

3. Aguanta fatal el alcohol.

Resulta que el pelele es un peso mosca, cosa que me viene de perlas porque un tío borracho suele ser un tío sincero.

—...los asientos de piel son tan suaves como el culo de un bebé...

Bla, bla, bla. Llevo un buen rato desconectando. Es la única forma de evitar emborracharme tanto como él. Pero se acabó el calentamiento. Será mejor que vaya al grano.

—Escucha, Billy. Necesito que te sinceres conmigo, de hombre a hombre. ¿Tienes alguna intención de volver con Kate o qué?

Él arruga la cara.

—No, tío... Kate y yo... Eso es cosa del ayer. Ya habíamos acabado mucho antes de romper. Es agua pesada.

—Pasada.

—Eso. Éramos demasiado jóvenes cuando empezamos. Lo que quiero decir es que la quiero, siempre la querré. No como si fuera mi hermana porque Kate y yo lo hemos hecho...

No me apetece oír esto.

—...pero casi. Ella y Delores son como mi santuario. Durante mucho tiempo fuimos nosotros tres contra el mundo, ¿entiendes?

Digiero la información mientras él le da un trago a la cerveza.

Entonces se inclina hacia adelante y baja la voz, como si fuera a contarme un secreto.

—Es feliz, ¿sabes? Kate. Estos últimos meses parecía muy contenta. Mucho más de lo que lo fue jamás conmigo, eso te lo aseguro. Dee-Dee también lo dice.

Repasa la etiqueta de la botella con el dedo.

—Pero ya sabes cómo son estas cosas: cuanto más alto subes, mayor es la caída. Y tú no das la talla de estable. Por eso, cuando pienso en el daño que le vas a hacer, me dan ganas de meterte una bala entre ceja y ceja.

Eso sí que lo respeto.

Le doy una palmada en la espalda. Quizá imprimo un poco más de fuerza de la necesaria.

—Te diré una cosa, Billy. El día que eso ocurra, yo mismo te compraré la pistola.

Sus ojos ebrios me observan con desconfianza. Luego me tiende la mano y se la estrecho con firmeza.

¿Por qué estáis tan sorprendidos? Yo también puedo ser una persona madura. A veces. Además, sólo porque haya decidido no partirle la cara la próxima vez que lo vea, no significa que vaya a darle a Kate todos sus putos mensajes.

¿Qué creéis que soy?, ¿un santo?

Y entonces la adorable chica aparece de repente junto a mí, justo entre los dos taburetes.

—¿Qué pasa? ¿Qué estáis haciendo?

Abro la boca para explicarlo, pero Warren se adelanta.

—Relájate, Katie. Evans y yo... sólo estamos enterrando la racha.

—El hacha.

—Eso también.

Los ojos de Kate se pasean entre nosotros. Yo sonrío con serenidad para tranquilizarla.

Pero no está muy convencida.

—¿Y qué? ¿Os peleáis, os tomáis unas cuantas cervezas y ahora sois la mar de amigos? ¿También vais a salir a mear juntos contra alguna pared?

Warren levanta la mano.

—No hace falta perder la cabeza. No es que vayamos a quedar para jugar al fútbol ni nada de eso. Pero si aquí el señor Evans alguna vez necesita ayuda para suicidarse —me da una palmada en el pecho—, soy su hombre.

Alzo mi vaso.

—Bien dicho.

Se toma un chupito y se levanta.

—Y, dicho esto, voy a meterle fichas a esa monada de la pista de baile que lleva toda la noche mirándome. Dile a la tía Amelia que no me espere levantada. Y, oye, Evans, deberías andarte con cuidado. Este jolgorio lo ha organizado mi prima y nosotros lo hemos arruinado. Dee-Dee no lo va a dejar pasar.

Asiento.

—Gracias por avisarme.

Cuando se marcha, se hace el silencio un momento y Kate me mira de reojo.

—¿A qué juegas, Drew?

Yo pongo cara de sorprendido. De inocente.

—¿Juegos? ¿Yo? No juego a nada. Sólo es que tú me gustas más de lo que lo odio a él. Así de sencillo, de verdad.

Ella asiente despacio y las comisuras de sus labios se curvan hasta esbozar media sonrisa.

—Y ¿no podrías haber tenido esta pequeña revelación antes de anunciar mi talento para el arte de la felación delante de nuestros familiares y amigos?

Probablemente habría sido mejor, sí.

—Sí. Lo siento mucho. Me dejé llevar por el calor del momento. Aunque es la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios.

Ella resopla y sacude la cabeza.

—Capullo.

Y entonces sé que todo se ha arreglado. La rodeo por la cintura, tiro de ella hasta colocarla entre mis piernas y cambio de tema.

—¿Ya te he dicho lo imponente que estás esta noche?

Kate sonríe y apoya los brazos en mis hombros.

—Hace algunas horas que no lo mencionas.

—Pues considérate informada.

Se inclina hacia adelante y apoya la cabeza sobre mi pecho.

Y el mundo vuelve a estar en su sitio.

—Gracias, Drew.

Y sé que no sólo se refiere al cumplido. Rozo su pelo con la cara e inspiro esa fragancia que sigue cautivándome.

—De nada, Kate. Pídeme lo que quieras.

Por encima de su cabeza veo a Warren y, lo que es más importante, a la mujer con quien intenta ligar. Y me echo a reír.

Kate levanta la cabeza.

—¿Qué?

Señalo la escena con la barbilla.

—Warren está hablando con Christina Berman, una prima lejana de Matthew.

Ella los mira.

—Y ¿eso es gracioso porque...?

—Porque hace sólo un año su polla era más larga que la mía. Era un hombre.

Kate abre unos ojos como platos.

—Vaya. Pues nadie lo diría viéndola ahora.

—No.

Luego posa los ojos sobre mí con aire pensativo. Y yo le pregunto:

—¿Qué?

Le brillan los ojos al mirarme. Brillan por mí.

—Nada. Es sólo que... te adoro, ¿sabes?

Me encojo de hombros.

—Soy un tío adorable.

Ella se ríe y me da una suave bofetada en la mejilla.

—Y muy abofeteable, definitivamente abofeteable.

—Qué pervertida. Deberíamos explorar eso más tarde.

Kate vuelve a reírse y me besa con suavidad. Luego se separa de mí y señala la pista de baile.

—¿Quieres bailar?

Me siento casi ofendido.

—¿El Gangnam Style? De eso nada.

No es que tenga nada contra bailar. Algunos hombres os dirán que es de afeminados, pero yo no comparto esa opinión. La forma de bailar de hoy día es casi como follar con la ropa puesta, sexo en seco en una sala llena de gente. Y yo soy un firme defensor de esas prácticas.

—¿Qué pasa?, ¿eres demasiado guay para el Gangnam Style?

—Sí. Además, Steven es quien tiene el monopolio de los bailes de grupo. —Señalo hacia el lugar donde mi cuñado está adueñándose de la pista de baile enfrente de todo el grupo, junto a Mackenzie—. También se le da muy bien La Macarena.

Kate se parte de risa.

Unas horas después nos vamos todos juntos hacia el aparcamiento privado. Me he quitado la corbata y voy con tres botones de la camisa desabrochados. Llevo a Kate de la mano. Está medio perdida en el brazo de la chaqueta de mi esmoquin, que lleva puesta como si fuera una adolescente después del baile de graduación. Steven lleva a Mackenzie dormida en brazos y Alexandra le está poniendo bien el vestido con una mano mientras sujeta sus zapatos con la otra. Matthew y Delores ya están fuera y se están despidiendo de los últimos invitados.

Cuando nos ve, Matthew viene corriendo hacia nosotros. Está nervioso y tiene una expresión afligida en el rostro.

—Drew... No lo sabía, tío. Lo siento mucho.

—¿De qué hablas?

Se frota la nuca y desliza los ojos en dirección a mi coche, aparcado algunos metros más lejos, perfectamente visible bajo la luz del garaje.

Y entonces lo veo. O, para ser más exactos, veo la palabra que hay grabada en el capó:

MADURA

—No, no, no, no, no...

Me tambaleo hacia adelante y me dejo caer de rodillas delante de mi pequeño. Froto las letras intentando borrar los surcos con las manos. Y entonces le grito a Delores por encima del hombro:

—¡Maldito monstruo sin corazón! ¿Cómo has podido?...

Luego me vuelvo de nuevo hacia mi coche y le susurro:

—Todo irá bien. Te conseguiré al mejor planchista de la ciudad. Será como si no hubiera pasado nunca. Nadie sabrá jamás de tus cicatrices.

Entonces oigo los gritos de angustia de Billy procedentes del piso de arriba y deduzco que Delores también se ha cebado con su furgoneta nueva.

Estoy contigo, pelele.

Dee se acerca a nosotros caminando con tranquilidad. Me mira con ojos burlones y se posa una de sus manos forradas de encaje en la cintura.

—Si vuelves a hacer algo como lo que has hecho hoy, te lo grabaré en la puta frente.

Luego sonríe con alegría.

—Buenas noches a todos. Gracias por compartir con nosotros este día tan especial.

Me siento mal por el ángel de la guarda de Matthew. Va a tener que hacer horas extras.

Porque estoy convencido de que mi mejor amigo acaba de casarse con un demonio.

De día, Emma Chase es una abnegada madre y esposa que vive en una pequeña localidad de Nueva Jersey. Por las noches, pasa las horas dando vida a sus coloridos personajes y a sus peripecias. Mantiene una larga relación de amor-odio con la cafeína. Emma es una ávida lectora. Antes de que nacieran sus hijos, solía leer libros en un solo día. Siempre le ha apasionado escribir. La publicación en 2013 de Enredos, su primera comedia romántica, le permitió poder llamarse escritora, lo que supuso para ella convertir su sueño en realidad.

Encontrarás más información de la autora y su obra en:

<www.emmachase.net>

 

Notas

 

1. Subcultura o tribu urbana asociada a un carácter especialmente emocional, sensible, tímido, introvertido y depresivo. (N. de la t.)

2. «Shirley & Laverne» fue una popular comedia de televisión estadounidense sobre dos inseparables compañeras de cuarto. (N. de la t.)

3. Leo Gallagher es un humorista estadounidense conocido por destrozar sandías en sus números. (N. de la t.)

4. Juego de palabras con WikiLeaks. En inglés, dick significa vulgarmente «polla». (N. de la t.)

5. En inglés, dirty significa «sucio». En este caso hace alusión al Dirty Martini, un cóctel que se prepara con Martini y ginebra. (N. de la t.)

6. Protagonista de la película Todo en un día, dirigida por John Hughes en 1986. (N. de la t.)

7. La frase quiere decir que uno no debería esperar a perder a alguien para confesarle su amor. (N. de la t.)

8. Regla no escrita entre los agentes de policía estadounidenses según la cual no se debe informar de los errores o prácticas poco profesionales de un compañero. (N. de la t.)

9. La autora elabora el discurso utilizando títulos de canciones de Elvis Presley; en este caso, y por orden: Hound dog, Don’t Be Cruel y Are You Lonesome Tonight? (N. de la t.)

10. A Big Hunk O’Love, Teddy Bear y Love Me Tender. (N. de la t.)

11. Blue Suede Shoes, Suspicious Mind y All Shook Up. (N. de la t.)

12. Always on my Mind, The Wonder of You y Burning Love. (N. de la t.)

Enredados, 3. Control

Emma Chase

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal)

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Título original: Tamed

© de la ilustración de la cubierta: Brand New Images - Getty Images

© Emma Chase, 2014

Publicado de acuerdo con el editor original, Gallery Books, una división de Simon and

Schuster, Inc.

© por la traducción, Laura Fernández Nogales, 2016

© Editorial Planeta, S. A., 2016

Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)

www.editorial.planeta.es

www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): abril de 2016

ISBN: 978-84-08-15477-8 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.

www.newcomlab.com

Has llegado a la página final

Report Page