Control

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Capítulo 10

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MONICA

Me desperté a las 5:16 am, dolorida en todas partes. Mis pies dolían por los tacones de aguja. Mis rodillas de estar arrodillada en el suelo de la cocina. Mi coño de ser jodido duro, dos veces. Mi culo de las nalgadas. Mis tetas de los mordiscos y jalones. Deseaba a Jonathan de nuevo. Tenía alrededor de una pulgada de mi cuerpo, en algún lugar, que no estaba adolorido y palpitando. Él tenía que encontrarlo y joderlo.

Oí su voz desde lejos, y me di cuenta de que no estaba a mi lado. Estaba en el patio lateral, enfrentando la entrada y hablando por teléfono. Después de usar el baño y entrar en una bata y pantuflas, me uní a él afuera.

Estaba sentado en la pequeña mesa que yo había encontrado en la esquina de Echo Park Ave y Montana. Su codo estaba en el cristal mientras escribía algo en un cuaderno y algo más en su teléfono.

—Buenos días —le dije.

Llegó a mí, jalándome a su regazo.

—Buenos días. —Me estremecí cuando mi trasero tocó la dura superficie de su rodilla—. Lo siento —dijo cuándo me vio bajar lentamente—. Quiero decir, no es cierto.

—Yo tampoco. —Me apoye en el dolor y me senté en su pierna.

—Tengo que ir a Washington en pocos días. Podría estar ausente una semana. Un congresista de Arkansas no quiere que yo construya hoteles en el extranjero. Tengo una cita para besar su culo.

Él no solo me estaba diciendo que tenía que partir. Se estaba disculpando. Lo besé largo y duro, pasando los dedos por su pelo.

—Sabía que viajabas mucho incluso antes de conocerte

—¿Vas a estar ocupada sin mí? —preguntó.

—En todas las maneras más aburridas.

Deslizó su mano entre mis piernas y acarició el interior de mi muslo.

—¿Que harás?

—Te llamare en la noche —susurré.

—¿Qué más? —Sus dedos tocaron mi coño un poco, como una amenaza de más.

—Voy a enviarte mensajes cada vez que piense en ti. Por lo tanto, todo el tiempo. —Abrí mis piernas para él.

—Uh huh.

—Voy a ir a trabajar.

—Sí. —Respiró sobre mi cuello, su dedo tan cerca de encontrarme adolorida, mojada, y lista.

—Tengo que trabajar en la pieza del B.C. Mod. Estamos muy atrás.

Su mano se detuvo en seco.

—¿Cuando estoy lejos?

Me encogí un poco por dentro. Mierda.

—Estás mucho tiempo fuera. ¿Debo dejar de trabajar?

—Tal vez debería llevarte conmigo a todas partes.

Me puse de pie y me lancé a la otra silla.

—¿Crees que voy a correr y follar a otra persona tan pronto como tu espalda este girada? ¿Qué clase de persona crees que soy?

Él puso su codo en el brazo de su silla y se frotó los ojos. Tenía una rabia hirviendo caliente en mi interior solo enfriada por el recuerdo de lo que hizo su esposa. Necesitaba confianza, no una actitud defensiva. Incluso si no podía y no me amaba, pensar que él no tenía sentimientos o cargaba un equipaje era inmaduro.

Él dijo:

—Confío en ti. No confío en

él.

Me incliné hacia delante y suavice la voz.

—Podría ser muy importante para mí. Kevin es muy importante…

—No quiero oír ese nombre.

—¿Cómo se supone que vamos a hablar de ello? Quiero decir, confías en mí, pero no confías en él. ¿Crees que me va a violar? —Crucé las piernas.

Tomó una larga pausa, mirándome. Yo habría apostado dos semanas de propinas que él estaba decidiendo si debía o no decir algo, o revelar una pieza de información, pero miró hacia otro lado y golpeó su cuaderno.

—¿Crees que su pieza de Eclipse dijo algo acerca de cómo va a tratarte?

—Él es Kevin Wainwright. Comienza con las emociones obvias, entonces, se enfría, y luego tira lo que no puede usar en el inodoro. ¿Así que esa pieza? Nunca vi la documentación, pero mi conjetura es que alguien termino comprando un montón de dibujos de una mujer de pelo oscuro siendo golpeada hasta la mierda.

—¿Cómo está empezando esta pieza contigo? ¿Cuál es el aspecto de la documentación tan temprano?

Sus ojos no vacilaron en los míos, así que debió haber visto mi reacción. Mis oídos se calentaron y mis brazos se tensaron, porque el estudio de Kevin había estado lleno de obscenos dibujos sexuales. ¿Era eso lo que él quería trabajar conmigo? ¿Estábamos hablando sobre el amor o el sexo o la intersección de las dos cosas? ¿Había sido ingenua y tonta?

—No puedes interponerte en el camino de mi trabajo, Jonathan.

—Él quiere hacerte daño, Monica.

—No sabe cómo.

—Te equivocas. Demasiado.

Crucé los brazos para concordar con mis piernas.

—¿Hay algo que quieras decirme?

Tragó saliva, observándome. Lo miré de regreso. La tensión hizo que mi corazón latiera, mis palmas sudaran. En mi cuello se desató la piel de gallina, pero no vacile.

—Tengo algo que decirte —dijo.

—Bueno.

—Cuando digo que te poseo, es sólo una manera de hablar. Esto no significa que no tengas tu propia vida, o que seas una posesión que puedo tirar a la basura cuando estoy aburrido. Significa que soy directamente responsable de tu bienestar. Si tengo la sensación de una amenaza para tu salud o felicidad, voy a intervenir para protegerte, incluso si no quieres que lo haga.

Estas palabras, tan frías y prácticas, sin una frase floreada o una hipérbole, hicieron que mi labio inferior temblara y una húmeda presión se recogiera en mis ojos. Mierda.

—No puedes evitar que trabaje —le dije, respirando con dificultad, tratando de olvidar las lágrimas que amenazaban con caer—. Tienes mi palabra. Soy tuya. Eres el único hombre que quiero. Sé lo que te ha pasado antes…

—Monica, no estás escuchándome…

—Te estoy escuchando. Crees que Kevin quiere hacerme daño, y yo te digo que sólo puede hacerme daño si le doy mi cuerpo, algo que no voy a hacer.

Él se inclinó hacia delante como si quisiera tocarme, pero no lo haría.

—Tú misma dijiste que se pone salvaje, luego se enfría, y luego hace la pieza. Tal vez tú eres la pieza.

Miré mis manos inquietas.

—No puedo dejar mi carrera por unos tal vez. —Mis ojos se volvieron hacia él—. Cuando digo que eres un rey, lo eres. Gobiernas el mundo. Lo tienes todo. Puedes hacer lo que quieras. No soy nadie. No tengo nada que llamar como propio. Yo podría morir mañana, y sería olvidada en un año. Al igual que Gabby. Si no grabo su música, va a desaparecer, y si dejo que me impidas hacer lo que tenga que hacer para lograr el trabajo, voy a desaparecer también.

Estaba llorando abiertamente ahora, con pequeños y grandes sollozos, lágrimas mojadas. Alcanzó su bolsillo, y yo sabía que iba a sacar uno de sus pañuelos caros. Odiaba que fuera la segunda vez que lloraba delante de él. No quería hacer de un hábito el llorar. Lo odiaba. No encontraba ninguna liberación, sólo ojos irritados y vergüenza. Cogí su mano antes de que pudiera dejar su bolsillo.

—No dejes que mi estúpido llanto se cruce en el camino de lo que quieres decir.

—Quería decir “sopla”.

—No hay necesidad. —Me aclaré la garganta, incline la cabeza, y pellizque las esquinas de mis ojos. Entonces sonreí con una sonrisa de servicio al cliente—. ¿Ves? Todo listo.

Tomó mis muñecas y me atrajo hacia él, me recogió en su regazo, y puso mis brazos alrededor de su cuello.

—¿Crees que te olvidaré tan fácilmente? —dijo, su rostro tan cerca que podía ver las manchas de color azul en sus ojos verdes.

—L.A. está lleno de chicas guapas. Encontraras otra. —Empezó a decir algo, algún comentario mezquino y tranquilizante que me haría sentir aún más insignificante. Puse mis dedos en sus labios antes de que pudiera decir una palabra y le susurré—: Shh. Compórtate.

Sonrió bajo mi mano, luego la besó.

—Todos somos olvidados. Cada uno de nosotros. Incluso los artistas y los hombres ricos. Eventualmente.

—Mi voz podría sobrevivir.

—¿Pero con qué sentido? Este momento, ¿aquí? ¿En este pequeño patio? Esto nos hace ser lo que somos, y en una semana, va a ser un par de trozos de memoria. En un año... se ha ido, y todo ha cambiado.

—¿Eres un nihilista, Jonathan? —Le acaricié el pelo en sus mejillas mientras me burlaba de él con mi tono.

—Creo en la abundancia. Tú, por ejemplo. La lealtad a tu amiga. La forma en que te hiciste cargo de ella y todavía cuidas de ella. —Besó mis labios y mantuvo su cara tan cerca de la mía que sentí su aliento—. ¿Vas a dejar que me ocupe de ti?

—Hasta un punto.

—Quiero conseguir a alguien para poner comida en tu nevera.

—No.

—El cerrojo está roto. Ese día cuando dije que la puerta estaba cerrada con llave, no lo estaba. Abrí la cerradura del pomo de la puerta con una tarjeta de crédito. El cerrojo de seguridad ni siquiera se encuentra correctamente.

—Lo arreglaré.

—Voy a conseguir a alguien. —Sus dedos encontraron su camino entre mis piernas de nuevo, acariciando el interior de mis muslos.

—Jonathan, puse el primero. Puedo hacerlo de nuevo.

—Oh, ¿es por eso qué funciona tan bien? —Fruncí mis labios. Jaló mi mano de su mejilla y la sostuvo—. No estoy cuestionando tu competencia, pero no creo que estés definiéndote por tu capacidad de fijar un cerrojo. ¿O vas a ser la primera cantante cerrajera de Los Ángeles?

Apoyé la cabeza en su hombro.

—Bien. Tienes a alguien que arregle la cerradura.

—En todas las puertas. —Sus dedos encontraron un lugar entre mis piernas, donde la humedad se reunió en respuesta a su toque y su aliento.

Suspiré.

—Si eso te hace feliz.

—Mantendría la infelicidad en la bahía. —Él arrastró su dedo hacia arriba de mi coño y en mi clítoris. Mi respiración se enganchó por el dolor y el placer—. Abre las piernas para mí.

—¿Otra vuelta? —Murmuré.

—Sí.

Nos movimos para que mi espalda estuviera a él. Se liberó a sí mismo con el tintineo de una hebilla de cinturón y el ronroneo de una cremallera. Puse mis manos sobre la mesa cuando él se estiro y empujo mis piernas más separadas.

—Hasta el final —dijo—. Quiero que me sientas. —Me extendió aparte hasta el punto de dolor, luego tiro de mi bata. Una vez más, me encontré desnuda contra su cuerpo vestido, expuesta, vulnerable a él. Su polla rodó por delante de mi culo y encontró la fuente de mi humedad. Puse mi peso sobre él y gemí con la profundidad que consiguió, la agudeza del dolor, y cómo la piel de mi coño se sentía abusada y amada.

Nuestras manos se encontraron entre nuestras piernas, sintiendo donde nos acoplábamos, tomando turnos para tocar mi clítoris, acariciando su eje cuando estaba expuesto y sintiendo como entraba. Froté sus bolas bajo su ropa. Nuestras manos se volvieron salvajes, dedos amasando, frotando las palmas. Pasó la mano húmeda hasta mi vientre y me cogió el pecho, retorciendo el pezón entre los dedos. Yo estaba loca con él, un círculo de hambre y deseo. Me atrajo hasta que la parte de atrás de mi cabeza estaba en su hombro, y me susurró al oído:

—Eres mía, diosa.

Gruñí. Cerca, envuelta en una red de manos y humedad y el eje palpitante moviéndose dentro de mí.

—Mía —dijo, apretando mi mano hacia donde nos uníamos, su polla deslizándose en mi carne húmeda—. Estos somos nosotros juntos. Lo poseo. Este cuerpo es mi juguete. Tu dolor es mío. Tu orgasmo es mío. Tu hambre es mía. Tus pensamientos sucios son míos.

—Voy a llegar.

—Dilo.

Estaba tan cerca, pero quería decirlo antes de explotar. Me gire para que mis labios estuvieran cerca de su oído.

—Soy tuya. Mi placer es tuyo. Mi coño mojado es tuyo. Me posees, Jonathan. Eres el dueño de mis folladas.

—Jesús, tú eres algo más.

Él empujó sus caderas hacia delante. Me senté y encontré sus empujes por empujes. Movía mi mano entre mis piernas, mi palma frotando su pene y mi clítoris al mismo tiempo. Era hermoso, húmedo, terrenal, celestial, eléctrico. Me estrelle contra él, conduciéndolo profundo mientras gemía, moliendo mi orgasmo contra la base de su polla, doblando mi cuerpo hacia adelante, serpenteando como un resorte, y relajándome con un grito.

Unos suaves balanceos, y sentí sus manos apretar mis caderas, agarrando carne y cavando en ella. Lo había hecho. Había encontrado el lugar donde yo no estaba adolorida y magullada, moviéndome arriba y abajo contra él disminuyendo la suavidad.

Él gimió, y con un impulso final hacia adelante, tiró de mis caderas hacia abajo, viniéndose dentro de mí mientras susurraba:

—Monica, Monica, Monica. 

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