Control

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Alexandra estaba muy cabreada. Supongo que si hubiera volcado su ira sobre mí no me parecería tan divertido. Pero apuntó directamente a Drew, así que pude seguir riéndome de la parodia de Mackenzie y sus consecuencias todo el camino de vuelta.

Me habría encantado que Delores hubiera estado conmigo para verlo. Y, hablando de Dee, antes de volver a la ciudad, me paro a echar gasolina y la llamo para saber cómo le ha ido el día.

—Mejor de lo que esperaba —me dice—. Pero ¿puedo quedarme en tu casa esta noche? Mi primo está utilizando la música para canalizar sus sentimientos y, aunque me encanta oírlo cantar, si tengo que oír una puta canción más sobre su pobre corazón roto acabaré haciendo algo que hará que nuestra intoxicación alimentaria parezca un ataque de hipo.

Y mi vida da un paso más hacia la perfección. Ya sé que cuando Dee y yo empezamos a salir ella dijo que no le iban las relaciones. Y también sé que ha tenido sus momentos de inseguridad, pero miradnos ahora. Recurre a mí cuando tiene un problema y me pregunta si puede quedarse en mi casa. Eso es mucho decir. Eso significa que quiere las mismas cosas que yo. Que estamos en la misma onda. Que está invirtiendo, que está interesada en tener un futuro conmigo.

Me río contra el auricular del móvil.

—Claro, estaré en casa dentro de media hora. Ven cuando quieras, nena.

«La esperanza es lo último que se pierde» es un dicho muy común. El que es menos común pero igual de cierto es «el orgullo precede a la caída».

¿Recordáis que hace un rato os he dicho que las mujeres deberían dejar de hacerse las víctimas? ¿Que tendrían que dejar de interpretar las acciones de los hombres pensando que significan más de lo que ellos afirman en realidad y sencillamente aceptar lo que los hombres dicen sin más? Bien, pues yo estaba tan colgado de Dee, tan ansioso por coger lo que teníamos y correr hasta la línea de meta que ignoré mi propio consejo.

¿Conocéis el mito de ícaro?

Supongo que no esperabais ninguna lección sobre mitología griega, pero seguidme el juego un minuto, esto es importante. ícaro era hijo de un gran artesano. Su padre le hizo un par de alas con plumas y cera y, antes de que alzara el vuelo, le advirtió que no volara muy alto. ícaro prometió no hacerlo.

Pero cuando estaba en el aire se dejó llevar por lo bien que se sentía, por la belleza y la calidez del sol, y olvidó el consejo de su padre. Ignoró las señales que tenía ante sus ojos porque estaba convencido de saber adónde iba, pensó que lo tenía todo bajo control.

Ya podéis adivinar lo que sucedió después. Sí: ícaro se quemó. Se le derritieron las alas y se estrelló contra la Tierra.

Por desgracia, me siento muy identificado con esa historia.

16

La Biblia dice que hay un momento para todo lo que sucede bajo el cielo. Tiempos de paz y tiempos de guerra, un tiempo para cosechar y un tiempo para sembrar, un momento para amar y un momento para decirle a una chica que la quieres.

En realidad no dice eso, pero debería. Porque muchos pobres idiotas cometen el error de decirlo en el momento equivocado.

Como, por ejemplo, después de hacer el amor. Mal. Eso sólo puede traer problemas.

O durante una discusión. Muy mal. Hay un motivo por el que la canción

Love Her Madly sigue siendo tan popular. Y es que el mensaje «

Don’t you love her as she’s walking out the door» es atemporal.7 A los hombres no les gusta perder. Ni una apuesta, ni su camiseta preferida ni una novia. Y, para evitar perder a una chica, somos capaces de decir alguna estupidez o cualquier cosa que no sentimos.

Pero para mí hoy es el momento perfecto para llevar mi relación con Dee al siguiente nivel. Le he hecho un duplicado de la llave de mi apartamento y, cuando se la dé, le diré que me estoy enamorando de ella.

No estaréis sorprendidos, ¿no? Deberíais haberlo visto venir.

Últimamente he pensado mucho en ello. Ha ocurrido de forma gradual, pero es la mejor manera. En cuestión de cuatro semanas, Dee ha pasado de ser una chica a la que simplemente quería tirarme a ser una chica con la que quiero salir, que me gusta de verdad y sin la que no quiero vivir.

Pienso en ella a todas horas, me muero por ella y la echo de menos cuando no estamos juntos sin importar el tiempo que haya pasado desde la última vez que la vi. Es divertida, preciosa e interesante. Y ya sé que también es un grano en el culo, pero —como ya os he dicho al principio— la quiero por sus singularidades, no a pesar de ellas.

La última semana y media ha sido alucinante. Billy sigue instalado en su apartamento, así que, quitando los ratos en los que se acerca por allí para ver cómo está, Dee siempre está aquí conmigo. Pero sigo queriendo más. He tenido muchas oportunidades para soltarle la bomba durante estos últimos días, pero quiero que sea memorable. Especial. Algo que pueda confesarle a Kate con orgullo o, algún día, contarles a nuestros hijos. A las chicas les encantan esas cosas.

Hoy aún no he hablado con ella. He pasado todo el día fuera del despacho visitando a un cliente tras otro. Pero esta noche va a venir a casa y lo tengo todo planeado. ¿Queréis oírlo?

Pues empezaremos con una excursión a la costa de Jersey. Mis padres me llevaban mucho allí cuando era niño. Es diciembre, pero la mayoría de las atracciones y los paseos están abiertos todo el año. Ese lugar está rodeado de una indescriptible aura mágica, cierto regusto a un tiempo en el que las cosas eran más sencillas, una belleza nostálgica. Cogeré a Delores de la mano, me gastaré treinta dólares en conseguirle un muñeco de peluche de dos dólares en uno de esos juegos en los que tienes que derribar una montaña de latas con una pelota de béisbol. Subiremos a los autos de choque, quizá también a la montaña rusa, y compartiremos unos deliciosos churros aceitosos malísimos para la salud.

Luego nos quitaremos los zapatos, bajaremos a la playa y nos acercaremos al agua para observar las olas bajo la luz de la luna sin mojarnos. Hará frío, ella se apoyará en mí y yo le rodearé los hombros con el brazo para darle calor. Y allí, con el rugido de las olas de fondo, se lo diré.

Le diré que ha cambiado mi vida. Que quiero compartir el resto de mis días con ella. Que ya nada es ni parece igual que hace cuatro semanas, por ella, porque su presencia ha hecho que todo sea mucho mejor. No creo que se asuste, aunque sé que existe la posibilidad. Si ocurre le diré que no tiene por qué contestar. Tengo mucha paciencia. Esperaré.

Y entonces nos enrollaremos y será alucinante. El sexo en la playa no es como se cuenta por ahí. La arena no es precisamente amiga de los genitales. Pero si Dee quiere hacerlo, os aseguro que no seré yo quien se niegue.

Cuando oigo que la puerta de mi apartamento se abre, me miro el pelo en el espejo del baño. Todo bien. Luego entro sonriendo al salón hasta que veo la cara de Delores.

Está furiosa. En su rostro se adivina la ira clásica, la que se expresa apretando los dientes, caminando con gesto nervioso de un lado a otro y resoplando. Las palabras salen de su boca como una ráfaga de balas. Y yo estoy justo en su trayectoria.

—¡Tu amigo es un capullo! Y quiero que me digas dónde puedo encontrarlo.

—¿Qué amigo?

—Drew voy-a-cortarle-la-polla-y-hacérsela-tragar Evans.

Me río a pesar de saber que no debería.

—Tranquila, Lorena Bobbitt. Relájate.

«Relájate.» ¿En qué narices estaré pensando? Decir esa palabra es como verter agua en una sartén llena de aceite. Es la segunda forma más segura de cabrear a una mujer que ya está enfadada. Evidentemente, la primera es preguntarle si tiene la regla.

—¿Que me relaje? ¿Quieres que me relaje? —grita Dee.

—¿Qué narices te pasa?

—Lo que me pasa, maldito insensible, es que acabo de salir del apartamento de Kate. Está hecha polvo, completamente destrozada. Porque tu colega, Drew, la sedujo y luego la trató como a una puta a la que ni siquiera iba a molestarse en pagar.

Yo ya sabía que a Drew le gustaba Kate, pero no puedo reprimir la sorpresa que me tiñe la voz cuando digo:

—¿Drew y Kate se han enrollado?

Delores se cruza de brazos.

—Ya lo creo que sí. Él ha estado apoyándola y siendo amable con ella desde que rompió con Billy. Le hizo creer que le importaba. Kate ha pasado el fin de semana en su apartamento. Y esta mañana, cuando han llegado al despacho, básicamente le ha dicho que era un desastre en la cama y que no merecía ni un segundo intento.

Me llevo los dedos a la frente y trato de digerir la información que me está dando Dee, pero nada de lo que dice tiene sentido. Drew no lleva mujeres a su casa, a ninguna mujer. Drew nunca se acuesta dos veces con la misma chica, por lo menos no si recuerda que ya se la ha tirado. Y eso de pasar el fin de semana con una chica... Ni de coña.

—¿Estás segura de que Kate ha dicho que ha sido Drew? —pregunto.

—¡La ha llamado

proyecto, Matthew! Un proyecto con el que ya ha acabado. Y yo voy a hacer un proyecto con su cara. Kate es la mejor persona que conozco. Tiene imagen de chica dura, pero por dentro es frágil y vulnerable. Drew no tiene ningún derecho a tratarla así.

Veo asomar el dolor por debajo de la ira de Dee. Está sufriendo porque su amiga lo está pasando mal. Me acerco a ella para tocarla, para apoyarla y tratar de tranquilizarla, pero ella da un paso atrás.

Levanto las manos en señal de rendición e intento razonar con ella.

—Drew no es tan capullo, Dee. Él respeta mucho a las mujeres, a su manera. Le gusta pasarlo bien, sin rencores. No disfruta haciendo sentir mal a las chicas. Y nunca dejaría de ser como es para herir a alguien, especialmente a Kate.

—¡Pues lo ha hecho!

Yo niego con la cabeza.

—Kate debe de haberlo malinterpretado.

Dee se queda mirándome fijamente un momento. Me mira de arriba abajo como si me estuviera viendo por primera vez. Y entonces su expresión deja de reflejar enfado para adoptar una fría incredulidad.

Y su voz se convierte en un áspero susurro.

—¿Lo estás defendiendo?

—Es mi mejor amigo. ¡Claro que lo estoy defendiendo!

Ella levanta la barbilla con rapidez, casi como si hubiera encajado un gancho. Y entonces sisea:

—¡Pues que te jodan a ti también!

—¿Disculpa?

—Si no te parece mal lo que ha hecho, entonces no eres la persona que creía que eras. Ni siquiera te acercas.

Y le grito:

—¿Me estás hablando en serio?

—¡Sí! Soy una imbécil. Y pensar que me he dejado engañar... No debería haber permitido que las cosas llegaran tan lejos. Hemos acabado, Matthew. No vayas a mi casa, ¡no me llames! ¡Será mejor que tú y el capullo de tu amigo os mantengáis alejados de nosotras!

Sus palabras me golpean como un mazo directo al estómago. Me retuercen por dentro. Me duelen. Y me vuelven loco. Dee sigue gritando, pero yo ya no la estoy escuchando. Lo único en lo que puedo pensar es en lo tonto que he sido.

Ciego.

Otra vez.

Es tan deprimente que resulta incluso gracioso, irónico. Dee me dijo, y más de una vez, que no podía hacer esto. Que sus relaciones nunca tenían un final feliz. Pero yo no la escuché. Yo oí lo que quise interpretar y creí que la haría cambiar de idea. Pensé que, si era lo bastante encantador, lo suficientemente hábil, ella terminaría viendo lo mismo que yo, que se daría cuenta de lo bien que podíamos estar juntos.

Menudo imbécil.

En realidad, no es muy distinta de Rosaline. Quizá las banderas rojas no ondearan por el mismo motivo, pero estaban ahí. Y yo las ignoré.

—¡Maldita sea!

Le doy una patada a la mesita, pero no se rompe. Así que vuelvo a golpearla hasta que se parte. La pata se quiebra y, cuando el cristal se hace añicos contra el suelo, Dee se calla en seco.

Da dos pasos atrás con aire precavido, casi temerosa de haberme presionado demasiado. Y yo me odio por haber hecho que me mire de esa forma. Pero estoy demasiado cabreado y demasiado decepcionado con ella para detenerme. Así que le espeto:

—¿Y tú dices que Kate da imagen de chica dura pero es vulnerable por dentro? ¿Por qué no te miras al espejo, Dee? Estás aterrorizada, no eres más que una niña muerta de miedo. Prefieres estar sola y convencerte a ti misma de que es tu elección antes de darle una oportunidad a algo que podría ser mejor. Algo que podría haber sido alucinante. ¡Yo me he volcado contigo! ¡Llevo semanas andando de puntillas para no asustarte! Y ¿adónde me ha llevado eso? ¡A ninguna parte! ¿Crees que has acabado conmigo? ¡Yo sí que he acabado! Porque esto no vale la pena.

Ella se cruza de brazos guardando la compostura. Y ya no parece enfadada, sino triste.

Inspiro y me paso la mano por el pelo. Y me río de mí mismo porque soy un idiota, soy patético.

—Tenía toda la tarde planeada. Iba a llevarte a la feria para conseguirte un oso de peluche. Iba a decirte que creo que eres la mujer más increíble, preciosa y fantástica que he conocido en mi vida. Y también iba a decirte que estoy completamente enamorado de ti. Pero ahora... ahora ya no puedo decirte ninguna de esas cosas. —Niego con la cabeza—. Porque tú sólo estás esperando, buscando un motivo, porque no puedo amar a alguien que tiene tantas ganas de salir corriendo.

Dee me contesta con un tono de voz bajo y más suave:

—Te lo advertí. Te advertí que esto no se me daba bien.

Mi voz suena áspera.

—Sí, bueno, pues supongo que ya te he entendido.

Miro sus ojos color miel. Unos ojos que siempre me han dicho tanto sin necesidad de palabras. Y le doy la espalda.

—Vete, Dee. Márchate. Es lo que has querido hacer desde el primer día.

La oigo respirar. Esperar. Y entonces oigo el ruido de sus pasos. Se detienen junto a la puerta y, por un maravilloso y terrible momento, pienso que quizá haya cambiado de opinión.

Hasta que susurra:

—Adiós, Matthew.

No le contesto y no me doy la vuelta hasta que oigo cómo se cierra la puerta.

17

—¡Joder!

Cuando Dee se marcha, me paso treinta minutos maldiciendo, paseando de un lado a otro y pateando objetos por mi apartamento. Estoy cabreado con todo el mundo.

—¡Mierda!

Estoy enfadado conmigo mismo por haber dejado que las cosas hayan llegado tan lejos, incluso por haberme encoñado de Dee desde un primer momento. Mi autoflagelación es apasionada y variada y no tiene mucho sentido, ni siquiera para mí.

Estoy furioso con Delores por no confiar en mí, porque ni siquiera se ha molestado en intentarlo. Por no pensar que vale la pena arriesgarse por lo que tenemos. Por haber pensado siquiera que soy un riesgo para ella cuando he hecho todo lo posible por demostrarle que no lo soy.

Y estoy muy cabreado con Drew, pero aún no estoy muy seguro del motivo. Quizá haya tratado a Kate como afirmaba Dee. Y, si lo ha hecho, ha sido una gilipollez. Una tontería que me ha salpicado injustamente. Y también me cabrea bastante saber que se ha acostado con Kate y ha quebrantado su preciosa y estúpida regla que se había impuesto por un motivo. Este motivo. Porque, igual que pasa con los terroristas que se inmolan, sus acciones tienen dolorosas consecuencias para todos los que lo rodean.

Pero, por encima de todo, me cabrea que Drew no coja el puto teléfono para que pueda averiguar qué narices ha pasado.

—¡Maldita sea!

Los hombres no somos muy habladores. El teléfono no es una necesidad para nosotros a menos que queramos saber dónde quedamos o los últimos resultados de un partido de béisbol. Sin embargo, ahora mismo necesito hablar con él. Y está desaparecido. Llamo a Erin, su secretaria, que sigue en el despacho. Me informa de que esta tarde se ha ido a casa porque se encontraba mal y que probablemente tenga la gripe.

Estupendo.

A la mierda. Dejo el teléfono, cojo las llaves y me voy a su apartamento para oír la verdad directamente de boca de ese imbécil.

Pero cuando llego no me contesta.

Golpeo la puerta por tercera o decimotercera vez.

—¡Drew! ¡Abre la puta puerta! ¿Qué coño ha pasado hoy? ¡Drew!

Nada. Me quedo en silencio y escucho en busca de alguna señal de vida dentro del apartamento, pero sólo percibo silencio. Ni siquiera oigo el ruido de unos pasos ni el quejido de los muelles del sofá. Hay muchas probabilidades de que ni siquiera esté en casa. Y eso significa que, de momento, sigo sin suerte.

Inspiro hondo y salgo del edificio. Me subo a la moto y conduzco, rápido y con agresividad. Probablemente no sea la mejor idea en estos momentos, pero me da igual. Me meto en el túnel y entro en la autopista de peaje, donde hay muy poco tráfico.

Y ahí es donde acelero a fondo. El viento sopla tan frío y áspero que se me entumece la cara. Pero eso es bueno. Porque no sentir nada es mucho mejor que sentir la pérdida de lo que teníamos Dee y yo, de todo lo que podríamos haber tenido.

Conduzco durante horas intentando dejarlo todo atrás, intentando olvidar lo que ha ocurrido hoy y las cuatro semanas anteriores.

Dejo la moto en el parking y me bajo todavía congelado del viaje. No creía que seguiría deseando que Delores estuviera allí, esperándome. Que querría que me dijera que se ha dado cuenta de que ha cometido un terrible error y que seguiría albergando la esperanza de que se presentara en mi puerta a suplicarme y disculparse. En especial a suplicar.

Sin embargo, cuando llego a la puerta de mi apartamento y compruebo que ella no está, enseguida me doy cuenta de que es exactamente lo que estoy esperando.

Y la decepción es devastadora.

La desilusión aumenta cuando miro la lista de llamadas perdidas del teléfono y veo que ninguna es de Dee.

Pero no me siento tentado de llamarla.

Estoy frustrado y la echo de menos, mas no voy a llamarla. No voy a ir tras ella. Esta vez no. En realidad, no pienso hacerlo nunca más.

Drew tampoco me ha devuelto las llamadas. Estoy deseando llegar al trabajo al día siguiente para poder verlo, para que me lo cuente todo y con suerte poder darle un buen puñetazo en esa estúpida cara que tiene. Unos golpes entre amigos no tienen mucha importancia.

Me salto la cena; no tengo hambre. Sólo me doy una ducha y me dejo caer, desnudo y mojado, sobre la cama. Y cuando mi cara se entierra en la almohada, la huelo. La fragancia de su piel, de su pelo... Es un olor dulce y aromático, manzanas y canela, diferente.

Y me provoca un dolor en el pecho.

En lugar de levantarme y dormir en el sofá como probablemente debería hacer, me abrazo a la almohada y me envuelvo en las sábanas para rodearme del recuerdo de Dee hasta que me quedo dormido.

Es bastante patético, ¿no?

Sí, yo también lo creo.

El martes por la mañana tengo que arrastrar mi culo hasta el despacho a pesar de haber dormido como un tronco. Estoy de mal humor, hecho un desastre, y me siento como una mierda. Una vez allí, me cuentan el espectáculo que Billy Warren montó para Kate en el vestíbulo y me pregunto si habrán vuelto. En la clasificación de gestos memorables, hay pocas cosas que superen una serenata pública y un vestíbulo lleno de flores. Pero si Kate ha vuelto con Billy, ¿por qué iba a importarle lo que Drew sienta o piense de ella?

No dejo de esperar a que llegue Drew durante todo un día asqueroso. Sin embargo, no aparece. Y me pregunto si estará enfermo de verdad. O si lo que pasara entre él y Kate, y la posibilidad de que ella volviera con su ex justo después, lo habrá dejado más hecho polvo de lo que pretende mostrar.

Me paso todo el tiempo preguntándome esas cosas para no tener que pensar en Dee. Pero al final mi mente logra encontrar la manera de deslizar algunos pensamientos sobre ella en el interior de mi cerebro.

Abundantes y dolorosos recuerdos.

Me pregunto dónde estará y lo que estará sintiendo, si existirá alguna posibilidad de que lo esté pasando tan mal como yo.

Erin nos reúne a Steven, a Jack O’Shay y a mí y nos pide que cubramos a Drew hasta que vuelva. Sus clientes son el vivo reflejo de sí mismo, y son una panda de mimados con tendencia a dramatizar cuando no lo tienen cerca para darles la manita. Me quedo con un par de sus clientes porque, aunque en este momento creo que es un mierda, no voy a dejar que su carrera se vaya a pique por eso.

La carga de trabajo extraordinaria hace que el día pase más deprisa y, antes de darme cuenta, ya es hora de salir. A pesar de sentirme como una mierda, me voy al gimnasio, me someto a una sesión brutal de ejercicios y peleo unos cuantos asaltos.

Porque esto es lo que hacen los hombres cuando se sienten mal: o bien se castigan a sí mismos o —como el típico jefe toca narices que necesita desesperadamente echar un polvo— putean a todas las personas que tienen a su alrededor.

Al salir del gimnasio, vuelvo a pasar por casa de Drew bastante más calmado que la noche anterior. Sigue sin abrir la puerta, pero esta vez oigo la televisión. Parece que esté viendo

El Reportero: La leyenda de Ron Burgundy.

Golpeo la puerta.

—¡Abre, capullo!

La única respuesta que consigo es el rugido de la pantera, uno de los gags de la película. Vuelvo a llamar.

—Venga, gilipollas. No eres el único que tiene problemas, ¿sabes?

Cuando me doy cuenta de que sigue sin responder, empiezo a preocuparme de verdad.

—Drew, ahora en serio. Necesito que me hagas alguna señal. Si no lo haces, supondré que te estás muriendo y llamaré a la policía.

Pasa un minuto. Y otro más. Y, justo cuando estoy a punto de sacar el teléfono, algo golpea la puerta por dentro. Como si lo hubieran lanzado contra ella. Parece una pelota de béisbol.

Pum.

—¿Drew? ¿Has sido tú?

Pum.

—¿Necesitas que eche la puerta abajo?

Pum... Pum.

Pienso un momento. Para asegurarme de que mi deducción es correcta, le pregunto:

—¿Un golpe para sí y dos para no?

Pum.

Supongo que tendré que conformarme con eso. Me siento en el suelo y apoyo la espalda contra la puerta de Drew. Y empiezo a hablar, a hacer preguntas cuya respuesta sólo puede ser «sí» o «no»; me siento como un completo idiota, como si fuera un adolescente en una película de miedo comunicándose con la otra orilla a través de una ouija porque es demasiado idiota para recordar que esas cosas nunca acaban bien.

—Erin me ha dicho que le has escrito. ¿De verdad tienes la gripe?

Pum.

—¿Tú y Kate os habéis enrollado este fin de semana?

Pum.

—¿Ha sido tan guay cómo imaginabas?

Pum... Pum.

Es posible que su respuesta os resulte extraña. A mí no.

—¿Fue mejor?

Se hace una pausa cargada de significado. Y entonces: pum.

—¿Te comportaste como un gilipollas con ella después?

Pum... Pum.

«No.» Así pues, Dee debió de malinterpretarlo. Pero entonces Drew se explica, o algo parecido.

Pum.

«No» y «sí». Drew trató mal a Kate pero parece creer que tenía un motivo para hacerlo. Continúo:

—Delores ha roto conmigo por cómo has tratado a Kate. Y me gustaba mucho, tío. Me... me había enamorado de ella. —Levanto la voz y mi tono suena irritado—. ¿Ni siquiera te importa? ¿Es que ni siquiera lo lamentas?

Se hace otra pausa significativa. Y entonces... pum.

Y, aunque agradezco oír el sonido de su remordimiento, no me ayuda en absoluto. Lo cierto es que no fue Drew quien acabó con la relación que teníamos Dee y yo. Fuimos nosotros. El problema fue que ella se negara a confiar en mí y que yo me negara a seguir intentándolo.

No sé qué fue lo que Drew le dijo a Kate, pero es evidente que está sufriendo por ello. Así que lo descargo de culpa.

—La verdad es que no ha sido todo culpa tuya. Teníamos nuestras cosas. Problemas que pensé que podría superar por los dos. Pero ella no lo deseaba con la misma intensidad que yo. Ya sabes cómo son estas cosas.

Pum.

—¿Pretendes quedarte ahí encerrado para siempre?

Pum... Pum.

—¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer algo por ti?

Pum... Pum.

Asiento, aunque sólo lo hago para mí.

—¿Quieres que vuelva mañana?

Se hace un momento de silencio y supongo que lo está pensando. Y entonces contesta: pum.

Regreso a casa y no hago otra cosa más que ver la televisión durante el resto de la tarde. En mi rostro únicamente hay espacio para una expresión: la tristeza. Al ir cambiando de canal, veo uno de esos anuncios más largos que un día sin pan en el que publicitan la última colección de baladas rock de los ochenta mientras de fondo suena

One More Night de Phil Collins. Es la parte de la canción en la que él se pregunta si debería llamar a la chica.

Y es como una de esas películas de ciencia ficción tan raras, como si la televisión me estuviera leyendo la puta mente. Miro fijamente el teléfono. Lo contemplo durante un rato.

E intento manipularlo con mi mente de Jedi: «Suena, cabrón. Suena».

Lo cojo y deslizo los dedos sobre los números, y tecleo nueve de los diez dígitos del teléfono de Dee.

Hasta que la letra de la canción que está sonando en la televisión me recuerda que quizá no esté sola.

Suelto el teléfono como si fuera un burrito ardiente recién salido del microondas. Y luego entierro la cara en el cojín del sofá y grito contra él.

—¡Joder!

La música del anuncio cambia y empieza a sonar

Against All Odds, una canción sobre un chico que tiene muchas cosas que decirle a una chica, pero ella ni siquiera se vuelve para que él pueda hablar.

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