Congo

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Día 13. Mukenko » 4. STRT Houston

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4STRT Houston

A la una de la tarde, hora de Houston, R. B. Travis frunció el entrecejo ante la pantalla de la computadora. Acababa de recibir la última imagen fotosférica del observatorio de Kitt Peak. Había esperado la información el día entero. Ésa era una de las razones por las que estaba de mal humor.

La imagen fotosférica era negativa: la esfera del sol aparecía negra en la pantalla, con una brillante cadena blanca de manchas solares. En la esfera había por lo menos quince grandes manchas, una de las cuales originaba la gran explosión solar que estaba convirtiendo su vida en un infierno.

Hacía dos días que Travis dormía en STRT. Todas las operaciones iban mal. La empresa tenía un equipo en el norte de Pakistán, no lejos de la agitada frontera afgana; otro en Malasia central, en una zona donde actuaba la guerrilla comunista; y el grupo del Congo, con problemas de nativos rebeldes y unas criaturas desconocidas semejantes a gorilas.

La explosión solar había interrumpido las comunicaciones con todos los equipos del mundo por más de veinticuatro horas. Travis había hecho simulaciones en la computadora para todos aquellos con puestas al día cada seis horas. Los resultados no le satisficieron. El equipo de Pakistán estaba bien, probablemente, pero tardaría seis días más de lo programado, con un costo adicional de doscientos mil dólares. El grupo de Malasia estaba en serio peligro, y el del Congo había sido calificado como «de futuro impredecible». Travis había tenido dos equipos igualmente clasificados en el pasado, uno en el Amazonas en 1976, y otro en Sri Lanka en 1978, y en ambos casos había perdido personal.

Las cosas iban mal. Sin embargo, el último informe era mucho más alentador. Al parecer hacía unas horas habían establecido un breve contacto con el Congo, aunque no hubo verificación de respuesta por parte de Ross. No sabía si habría recibido o no la advertencia. Miró la esfera negra con frustración.

Richards, uno de los principales programadores, asomó la cabeza por la puerta.

—Tengo algo importante para el equipo del Congo.

—Suelta —dijo Travis, para quien cualquier noticia relacionada con el Congo era de especial interés.

—La estación sismológica sudafricana de la Universidad de Johannesburgo informa de que ha detectado temblores de tierra que se iniciaron a las 12:04 hora local. Las coordenadas estimadas del epicentro señalan el monte Mukenko, en la cadena de Virunga. Los temblores son múltiples, de una intensidad de cinco a ocho en la escala de Richter.

—¿Hay confirmación? —preguntó Travis.

—Nairobi es la estación más próxima, y ellos computan una intensidad de seis a nueve en la escala de Richter, o nueve en la de Morelli, con fuerte deyección del cono. Predicen igualmente que las condiciones atmosféricas locales son idóneas para que se produzcan grandes descargas eléctricas.

Travis consultó su reloj.

—Las 12:04, hora local, fue hace casi una hora —dijo—. ¿Por qué no fui informado?

—La información de la estación africana acaba de llegarnos —dijo Richards—. Supongo que piensan que otra erupción volcánica no es cosa del otro mundo.

Travis suspiró. Ése era el problema. La actividad volcánica estaba considerada como un fenómeno común de la superficie de la Tierra. Desde 1965, el primer año que se registraron datos globales, cada año se habían producido veintidós erupciones importantes a un ritmo de una erupción cada dos semanas aproximadamente. Las estaciones no se apresuraban a informar acerca de fenómenos «comunes». La demora era prueba del tedio.

—Pero tienen problemas —dijo Richards—. Con los satélites obstruidos por las manchas solares, todos tienen que transmitir cables por la superficie de la Tierra. Y supongo que, en lo que les atañe, el noreste del Congo está deshabitado.

Travis preguntó:

—¿Es malo nueve en la escala de Morelli?

Richards hizo una pausa.

—Es muy malo, señor Travis —dijo por fin.

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