Congo

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Día 10. Zinj » 1. Regreso

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1Regreso

La mañana del 22 de junio amaneció brumosa y gris. Peter Elliot se despertó a las seis y encontró que todos ya estaban levantados y activos. Munro recorría el perímetro del campamento con las ropas empapadas hasta el pecho debido a la humedad del follaje. Saludó a Elliot con tono de triunfo, y señaló el suelo.

Allí se veían huellas frescas. Eran profundas y cortas, de forma más bien triangular, y había un espacio amplio entre el dedo gordo y los cuatro restantes, tan amplio como el espacio entre el pulgar humano y los otros dedos.

—Decididamente no es humano —dijo Elliot, agachándose para mirar de cerca.

Munro no dijo nada.

—Una especie de primate.

Munro no dijo nada.

—No puede tratarse de un gorila —decidió Elliot por fin. Se incorporó. La comunicación por vídeo de la noche anterior había reforzado su creencia de que los gorilas no estaban involucrados. Los gorilas no mataban a otros gorilas de la manera en que lo habían hecho con la madre de Amy.

—No puede tratarse de un gorila —repitió.

—Es un gorila, sin duda. Fíjese en esto. —Munro indicó otra área de la tierra blanda. Había cuatro hendiduras en hilera—. Éstos son nudillos, lo que indica que caminan a cuatro patas.

—Pero los gorilas son animales tímidos que por la noche duermen y eluden todo contacto con los hombres.

—Dígaselo al que dejó estas huellas.

—Son demasiado pequeñas para pertenecer a un gorila —afirmó Elliot. Examinó la cerca, donde había ocurrido el cortocircuito la noche anterior. En la tela metálica se veían pelos grises—. Y los gorilas no tienen el pelo gris.

—Los machos sí —dijo Munro—. Los de lomo plateado.

—Sí, pero el plateado del lomo es más blanco que este tono. Esto es claramente gris. —Vaciló—. A lo mejor es un kakundakari.

Munro lo miró con desprecio.

El kakundakari era un primate que supuestamente habitaba en el Congo, aunque su existencia era muy controvertida. Como el yeti de Himalaya y el bigfoot de América del Norte, había sido visto pero nunca capturado. Existía un sinfín de historias nativas acerca de un mono velludo de dos metros de estatura que caminaba sobre las patas traseras y que en todos sentidos se comportaba como un hombre.

Muchos científicos respetados creían que el kakundakari existía; tal vez recordaban a las autoridades que en alguna oportunidad habían negado la existencia de los gorilas.

En 1774, Lord Mondoboddo escribió, refiriéndose al gorila: «Este maravilloso y temible producto de la naturaleza camina erguido, como el hombre; tiene de dos metros treinta a tres metros de altura… y es sorprendentemente fuerte, está cubierto de pelo largo, negro como el ébano, en todo el cuerpo, es más largo en la cabeza; su cara es más humana que la del chimpancé, pero negra, y no tiene cola».

Cuarenta años después, Bowditch describió al mono africano diciendo: «Por lo general mide un metro cincuenta de estatura y el ancho de su pecho es de casi un metro; se decía que sus garras eran más desproporcionadas que el ancho total de su cuerpo y un golpe asestado por ellas era fatal». Pero ya en 1847, Thomas Savage, un misionero africano, y Jeffries Wyman, un anatomista de Boston, publicaron un trabajo describiendo a «una segunda especie del África… no reconocida por los naturalistas» que ellos proponían denominar con el nombre de Troglodytes gorilla. Su anuncio causó una enorme excitación entre los miembros de la comunidad científica y hubo algaradas en Londres, París y Boston para conseguir esqueletos. Para 1855 ya no quedaban dudas: una segunda especie de mono muy grande existía en África.

En este siglo se han descubierto nuevas especies animales en la selva ecuatorial: el jabalí azul en 1944 y el urogallo de pecho rojo en 1961. Era perfectamente posible que existiera un primate raro, oculto en las profundidades de la jungla. Pero todavía no había evidencias para el kakundakari.

—La huella es de gorila —insistió Munro—. O más bien, de un grupo de gorilas. Están en todas partes alrededor de la cerca del perímetro. Han estado reconociendo nuestro campamento.

—Reconociendo nuestro campamento —repitió Elliot, sacudiendo la cabeza.

—Así es —dijo Munro—. Fíjese en las malditas huellas.

Elliot sintió que se le acababa la paciencia. Dijo algo desagradable acerca de las leyendas contadas alrededor de la fogata por los cazadores blancos, y Munro replicó con algo desagradable acerca de esas personas que creen saberlo todo porque han leído muchos libros.

En ese momento, los colobos sobre sus cabezas empezaron a gritar y sacudir las ramas de los árboles.

Encontraron el cuerpo de Malawi justo fuera del campamento. El porteador había ido a un arroyo cercano en busca de agua cuando lo sorprendieron y lo mataron. Los cubos plegables yacían en el suelo, a su lado. Le habían aplastado los huesos del cráneo; tenía la cara hinchada y desfigurada, y la boca abierta.

El grupo se sintió muy impresionado por la forma en que el hombre había muerto. Karen Ross dio vuelta la cara, asqueada; los porteadores se apiñaron alrededor de Kahega, que intentó consolarlos; Munro se agachó para examinar las heridas.

—Observen estas zonas aplastadas; es como si le hubieran apretado la cabeza con algo…

Munro pidió entonces las paletas de piedra que el día anterior Elliot había encontrado en la ciudad. Miró a Kahega.

Kahega, muy erguido, dijo:

—Jefe, nos vamos a casa, ahora.

—Eso no es posible —dijo Munro.

—Nos vamos a casa. Debemos ir a casa, uno de nuestros hermanos ha muerto, debemos tener la ceremonia para su mujer e hijos, jefe.

—Kahega…

—Jefe, debemos irnos ahora.

—Kahega, hablemos. —Munro se incorporó, rodeó a Kahega con el brazo y lo llevó aparte, al otro lado del claro. Hablaron en voz baja durante varios minutos.

—Es horrible —dijo Ross. Parecía sinceramente afectada, humanamente dolida, y Elliot instintivamente se volvió para consolarla, pero ella prosiguió—: Toda la expedición se está desintegrando. Es horrible. Tenemos que mantenernos juntos de alguna manera, o nunca encontraremos los diamantes.

—¿Es eso todo lo que le importa?

—Bien, tenemos un seguro que…

—Por el amor de Dios —la interrumpió Elliot.

—Usted también está molesto porque ha perdido a su maldita mona —dijo Ross—. Ahora compórtese. Nos están mirando.

Era cierto que los Kikuyus estaban observando a Ross y a Elliot, tratando de percibir sus sentimientos, pero sabían que las verdaderas negociaciones eran entre Munro y Kahega, que estaban lejos. Varios minutos después regresó Kahega, restregándose los ojos. Habló rápidamente con los hermanos que le quedaban, y ellos asintieron. Volvió a donde estaba Munro.

—Nos quedamos, jefe.

—Muy bien —dijo Munro, recobrando de inmediato su acostumbrado tono autoritario—. Trae las paletas.

Cuando se las trajeron, Munro las colocó a ambos lados de la cabeza de Malawi. Encajaban exactamente en las hendiduras semicirculares de la cabeza.

Munro dijo entonces algo en swahili a Kahega, y éste habló con sus hermanos, que asintieron. Sólo entonces Munro dio el siguiente paso, que fue terrible. Levantó los brazos, apartándolos, y dejó caer las paletas con todas sus fuerzas sobre el cráneo aplastado. El ruido sordo fue escalofriante. Gotitas de sangre salpicaron su camisa, pero no ocasionó más destrozos en el cráneo.

—Un hombre no tiene la fuerza necesaria para hacer esto —dijo Munro secamente. Levantó la vista para mirar a Peter Elliot—. ¿Quiere probar?

Elliot negó con la cabeza. Munro se puso de pie.

—A juzgar por la forma en que cayó, Malawi estaba de pie cuando esto sucedió. —Munro se encaró con Elliot, mirándolo a los ojos—. Un animal grande, del tamaño de un hombre. Un animal grande, fuerte. Un gorila.

Elliot no pudo replicar nada.

Peter Elliot se sentía personalmente amenazado por los recientes acontecimientos, aunque no se trataba de una amenaza contra su seguridad. «Simplemente, no podía aceptarlo —dijo tiempo después—. Yo conocía mi campo de especialización y sencillamente no podía aceptar la idea de un comportamiento desconocido, radicalmente violento, puesto de manifiesto por los gorilas en estado salvaje. Y, de cualquier manera, no tenía sentido. ¿Los gorilas haciendo paletas de piedra para aplastar cráneos humanos? Era imposible».

Después de examinar el cuerpo, Elliot fue hasta el arroyo para lavarse la sangre de las manos. Una vez solo, lejos de los demás, se puso a observar con atención el agua que fluía y a pensar que quizás estuviera equivocado. Por cierto, los investigadores dedicados al estudio de los primates tenían una larga historia de equivocaciones. El mismo Elliot había contribuido a erradicar uno de los conceptos falsos más generalizados: la estupidez brutal del gorila. En su primera descripción, Savage y Wyman escribieron: «Este animal posee un grado de inteligencia inferior al del chimpancé; esto es de esperar debido a su mayor alejamiento de la organización humana». Posteriores observadores veían al gorila como «salvaje, taciturno y brutal». Pero tanto en las observaciones llevadas a cabo en el terreno como en el laboratorio se habían obtenido evidencias que establecían que, en muchos sentidos, el gorila era más inteligente que el chimpancé.

Existían, además, famosas historias de chimpancés que secuestraban niños y luego se los comían. Durante décadas, los investigadores de primates habían descartado estas leyendas como «fantasías alocadas y supersticiosas». Pero ya no había duda de que los chimpancés ocasionalmente secuestraban —y devoraban— niños. Cuando Jane Goodall estudió a estos primates en Combe, encerraba a su propio hijo para impedir que se lo llevaran y lo mataran.

Los chimpancés cazaban una variedad de animales de acuerdo con un complicado ritual. Los estudios sobre el terreno realizados por Dian Fossey sugerían que los gorilas también cazaban de vez en cuando, matando animales pequeños y monos, siempre que…

Oyó un rumor en los arbustos al otro lado del arroyo, y un enorme gorila de lomo plateado apareció en medio de los altos pastos. Peter se sorprendió, pero en cuanto se repuso del temor inicial se dio cuenta de que estaba a salvo. Los gorilas nunca cruzaban el agua, ni siquiera un arroyo angosto. ¿O se trataba de otro concepto falso?

El macho lo observó desde el otro lado del agua. En su mirada no parecía haber amenaza, sino sólo curiosidad. Elliot percibió el olor húmedo del simio, y alcanzó a oír cómo silbaba al respirar por los orificios aplastados de la nariz. Estaba pensando qué hacer cuando de repente el gorila desapareció.

Este encuentro lo dejó perplejo. Se puso de pie y se secó el sudor de la frente. Luego se dio cuenta de que al otro lado del arroyo, entre el follaje, aún había movimiento. Después de un momento, surgió otro gorila, más pequeño: una hembra, pensó Elliot, aunque no podía asegurarlo. El nuevo gorila lo examinó tan concienzudamente como el primero. Luego, movió una mano.

«Peter venir hacer cosquillas».

—¡Amy! —gritó Elliot, y un momento después cruzó el agua, y ella saltó a sus brazos, abrazándolo y mojándolo con sus besos, mientras gruñía de felicidad.

El regreso inesperado de Amy al campamento puso en peligro su vida, pues los excitados cargadores Kikuyus estuvieron a punto de dispararle. Elliot logró impedir que lo hicieran poniendo su cuerpo delante del de ella. Veinte minutos más tarde, sin embargo, todo el mundo se había adaptado a su presencia, y Amy pronto empezó a ponerse exigente.

No pareció feliz al comprobar que durante su ausencia no habían conseguido leche ni pastas, pero cuando Munro sacó la botella de «Dom Pérignon» tibio, accedió a tomar un poco de champán.

Todos se sentaron alrededor de ella, bebiendo champán en vasos de estaño. Elliot se sentía agradecido por la presencia de los demás, pues ahora que Amy estaba sentada allí, a salvo sorbiendo tranquilamente su bebida y diciendo «Amy gustar bebida hacer cosquillas», descubrió que estaba furioso con ella.

Munro sonrió a Elliot cuando éste le dio su vaso de champán.

—Tranquilo, profesor, tranquilo. No es más que una niña.

—¡No lo es! —dijo Elliot, y a continuación se dirigió por señas a Amy—: ¿Por qué irse Amy? —le preguntó.

Ella hundió la nariz en el vaso, expresando «Bebida hacer cosquillas bebida buena».

—Amy decir Peter por qué irse.

«Peter no querer Amy».

—Peter querer Amy.

«Peter hacer daño Amy Peter arrojar alfiler Amy doler Peter no querer Amy Amy triste triste».

Peter comprendió que Amy llamaba «alfiler» al dardo de Thoralen, y pensó que no debía olvidarlo. Su generalización lo satisfizo, pero expresó severamente:

—Peter querer Amy. Amy saber Peter querer Amy. Amy decir Peter por qué…

«Peter no hacer cosquillas Peter no bueno Peter no buena persona humana Peter querer mujer no querer Amy Peter no querer Amy Amy triste Amy triste».

Las señas cada vez más rápidas eran indicio de que estaba trastornada.

—¿Dónde ir Amy? —le preguntó Elliot.

«Amy ir gorilas buenos gorilas Amy gustar».

La curiosidad se sobrepuso a su enfado. ¿Se habría unido a una manada de gorilas salvajes durante varios días? Si había sido así, se trataba de un acontecimiento de gran importancia, un momento crucial en la historia moderna de los primates: un primate con habilidad lingüística se había unido a una manada salvaje y había regresado. Quería saber más.

—¿Gorilas buenos con Amy?

«Sí», respondió ella con una mirada de satisfacción.

—Amy contar Peter.

Ella miró a lo lejos, sin contestar.

Para llamar su atención, Peter chasqueó los dedos. Amy se volvió hacia él lentamente, con expresión aburrida.

—Amy contar Peter. ¿Amy quedarse con gorilas?

«Sí».

En su indiferencia estaba el claro reconocimiento de que Elliot estaba desesperado por enterarse de lo que ella sabía. Amy siempre era muy astuta en reconocer cuándo llevaba las de ganar, como ahora.

—Amy contar Peter —dijo él con toda la calma que pudo.

«Gorilas buenos querer Amy Amy buena gorila».

Eso no le decía nada en absoluto. Ella estaba componiendo frases de memoria: otra manera de ignorarlo.

—Amy.

Ella lo miró.

—Amy contar Peter. ¿Amy ir a ver gorilas?

«Sí».

—¿Qué hacen los gorilas?

«Gorilas oler Amy».

—¿Todos los gorilas?

«Gorilas grandes lomo blanco gorilas oler Amy bebé oler Amy todos gorilas oler Amy gorilas querer Amy».

De modo que los machos de lomo plateado la habían olfateado, luego los cachorros, y finalmente todos los integrantes de la manada. Eso estaba claro, notablemente claro, pensó Elliot, tomando nota mentalmente de la extensión considerable del mensaje de Amy. Y después, ¿había sido aceptada en la manada?

—¿Qué pasar a Amy después?

«Gorilas dar comida».

—¿Qué comida?

«Sin nombre Amy comida dar comida».

Aparentemente le habían mostrado comida. ¿O la habrían alimentado? Nunca se había informado de un hecho como ése, aunque nadie había presenciado jamás la presentación de un nuevo animal a la manada. Era una hembra, y casi en edad de reproducir…

—¿Qué gorilas dieron comida?

«Todos dar comida Amy tomar comida Amy gustar».

Aparentemente no se trataba solamente de los machos, o de los machos exclusivamente. Pero ¿qué habría causado la aceptación? Aunque fuera reconocido que las manadas de gorilas no eran tan cerradas a los extraños como las de otras especies de simios, ¿qué habría causado la aceptación?

—¿Amy quedarse con gorilas?

«Gorilas querer Amy».

—Sí. ¿Qué hacer Amy?

«Amy dormir Amy comer Amy vivir gorilas gorilas buenos gorilas gorilas Amy querer».

De modo que se había unido al grupo y había compartido su existencia diaria. ¿Habría sido totalmente aceptada?

—¿Amy querer gorilas?

«Gorilas estúpidos».

—¿Por qué estúpidos?

«Gorilas no hablar».

—¿No saber idioma de signos?

«Gorilas no hablar».

Evidentemente había experimentado una frustración con los gorilas porque éstos no conocían su idioma de signos. (Los primates que conocen el idioma de signos a menudo se sienten frustrados y enojados cuando se los pone con animales que no entienden ese lenguaje).

—¿Gorilas buenos con Amy?

«Gorilas querer Amy Amy querer gorilas Amy querer gorilas».

—¿Por qué volver Amy?

«Querer leche pastas».

—Amy —dijo Elliot—, sabes que no tenemos ni leche ni pastas. —Todos miraron interrogativamente a Amy.

Durante un rato largo, ella no respondió.

«Amy querer Peter. Amy triste necesitar Peter», expresó finalmente.

Él sintió ganas de llorar.

«Peter buena persona humana».

—Peter hacer cosquillas Amy.

Ella saltó a los brazos de Elliot.

Más tarde, la interrogó más detalladamente. Pero debido a las dificultades que tenía ella para expresar conceptos de tiempo, era un proceso muy lento.

Amy distinguía pasado, presente y futuro. Recordaba acontecimientos anteriores, y esperaba con anticipación promesas futuras, pero el personal del Proyecto Amy nunca había logrado enseñarle diferenciaciones precisas. Por ejemplo, no distinguía entre ayer y anteayer. Se ignoraba si esto reflejaba una falla en los métodos de enseñanza o un rasgo innato del mundo conceptual de Amy. (Había evidencias de una diferencia conceptual. Amy se sentía perpleja ante metáforas espaciales de tiempo, como «eso es anterior a nosotros» o «ya vendrá». Sus adiestradores concebían el pasado como algo detrás de ellos, y el futuro, como algo delante de ellos. Pero el comportamiento de Amy parecía indicar que concebía el pasado como delante de ella, porque podía verlo, y el futuro detrás, porque todavía era invisible. Cuando estaba impaciente por la llegada prometida de un amigo, miraba repetidas veces por encima del hombro, aunque estuviera frente a una puerta).

De cualquier modo, el problema del tiempo era una dificultad, y Elliot expresaba sus preguntas con cuidado. Preguntó:

—Amy, ¿qué sucedía de noche con los gorilas?

Ella lo miró como siempre que pensaba que una pregunta era obvia.

«Amy dormir noche».

—¿Y los otros gorilas?

«Gorilas dormir noche».

—¿Todos los gorilas?

Ella no parecía dispuesta a responder a esa pregunta.

—Amy —dijo Elliot—. Unos gorilas vinieron a nuestro campamento anoche.

«¿Venir este lugar?».

—Sí, a este lugar. Gorilas venir de noche.

«No», expresó ella después de reflexionar unos instantes.

—¿Qué le respondió? —quiso saber Munro.

—Dijo que no. Sí, Amy, vinieron.

Ella guardó silencio un momento, luego expresó:

«Cosas venir».

Munro volvió a preguntarle a Elliot qué había dicho.

—Dijo: «Cosas venir». Elliot tradujo el resto de sus respuestas.

—¿Qué cosas venir, Amy? —preguntó Ross.

«Cosas malas».

—¿Eran gorilas, Amy? —preguntó Munro.

«Gorilas no. Cosas malas. Muchas cosas malas venir selva venir. Hablar respiración. Venir noche venir».

—¿Dónde están ahora, Amy?

Amy miró en dirección a la jungla.

«Aquí. Este lugar viejo malo cosas venir».

—¿Qué cosas, Amy? ¿Son animales?

Elliot les dijo que ella no podía separar la categoría «animales».

—Cree que los seres humanos también somos animales —explicó.

—Las cosas malas, ¿son gente, Amy? ¿Son personas humanas?

«No».

—¿Monos? —preguntó Munro.

«No. Cosas malas. No dormir noche».

—¿Se puede creer en lo que dice? —preguntó Munro dirigiéndose a Elliot.

«¿Qué significar?».

—Sí —dijo Elliot—. Totalmente.

—¿Sabe lo que son gorilas?

«Amy buen gorila», expresó ella.

—Sí, lo eres —dijo Elliot—. Dice que es una buena gorila.

Munro frunció el entrecejo.

—De modo que sabe lo que son los gorilas, pero dice que estas cosas no son gorilas, ¿eh?

—Eso es lo que ella dice.

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