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Día 4. Nairobi » 2. Terminal ilícita

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2Terminal ilícita

Travis se sentía como un tonto.

Miró fijamente la copia del Centro de Vuelos Espaciales Goddard, de Greenbelt, Maryland:

STRT ¿POR QUÉ NOS MANDAN TODOS ESTOS DATOS DE MUKENKO QUE NO NOS INTERESAN? GRACIAS DE TODOS MODOS PERO SUSPENDAN CUANDO QUIERAN.

Eso había llegado hacía una hora del Centro de Maryland. Demasiado tarde: más de cinco horas tarde.

—¡Maldición! —dijo Travis, mirando el télex.

El primer indicio que tuvo Travis de que algo andaba mal fue en Tánger, cuando los japoneses y los alemanes interrumpieron las negociaciones con Munro. Estaban dispuestos a pagar lo que fuera y, al momento siguiente, no veían la hora de irse. Este cambio se había producido abruptamente, e indicaba que había habido una repentina introducción de nuevos datos en las computadoras del Consorcio.

¿Nuevos datos de dónde?

Sólo podía haber una explicación, que se veía confirmada por el télex del Centro de Greenbelt:

STRT ¿POR QUÉ NOS MANDAN TODOS ESTOS DATOS DE MUKENKO?

Servicios Tecnológicos no había enviado recientemente ningún dato al Centro. STRT tenía un acuerdo con el Centro para intercambiar datos. Travis lo había suscrito en 1978 para obtener imágenes por satélite más baratas. Las imágenes por satélite eran el gasto más costoso de la compañía. A cambio de los datos de STRT, el Centro acordó suministrarle imágenes por satélite a un costo inferior en un treinta por ciento.

Al principio se presentaba como un buen negocio. En el acuerdo especificaron los códigos.

Pero, de pronto, a Travis las posibles desventajas le parecieron inmensas; sus peores temores se habían visto confirmados. Cuando una línea se extendía más de treinta mil kilómetros desde Houston hasta Greenbelt, no podía por menos de sospecharse que alguien preparaba el camino para un transmisor ilícito. En algún lugar, entre Texas y Maryland, alguien había insertado un enlace terminal —probablemente en las líneas telefónicas— y había empezado a extraer datos a una terminal ilícita. Era la forma de espionaje industrial que Travis más temía.

Una terminal ilícita interceptaba las transmisiones entre dos legítimas. Después de un tiempo, el operador ilícito sabía lo suficiente como para empezar a hacer transmisiones en la línea, simulando enviar mensajes del Centro a Houston, o de Houston al Centro. La terminal ilícita podía seguir funcionando hasta que una o ambas terminales legítimas se dieran cuenta.

La cuestión más importante era: ¿cuánta información se había filtrado en las últimas setenta y dos horas?

Pidió una constatación de las últimas veinticuatro horas, y el resultado fue descorazonador. Parecía que la computadora de STRT no sólo había suministrado elementos de datos originales, sino también historias de transformación de datos: la secuencia de operaciones realizadas sobre los datos de STRT en las últimas cuatro semanas.

Si eso era verdad, significaba que la terminal ilícita del consorcio euro-japonés conocía todas las transformaciones que había llevado a cabo STRT sobre los datos de Mukenko, y en consecuencia sabía dónde estaba ubicada la ciudad perdida, con exactitud milimétrica. Con la misma precisión que Ross.

Había que ajustar las líneas de tiempo, que eran desfavorables para el equipo de STRT. Y las proyecciones de la computadora resultaban inequívocas: con Ross o sin ella, las probabilidades de que el equipo de STRT llegara a la ciudad antes que los japoneses o los alemanes eran ya prácticamente nulas.

Desde el punto de vista de Travis, la expedición entera se había convertido en un ejercicio fútil y una pérdida de tiempo. No había perspectivas posibles de éxito. El único elemento imprevisible era la gorila Amy, pero el instinto de Travis le decía que una gorila llamada Amy no podía ser un factor decisivo en el descubrimiento de depósitos minerales en el noroeste del Congo.

Era irremediable.

¿Debería ordenar el regreso del equipo de STRT? Miró fijamente la pantalla junto a su escritorio.

—Costo de tiempo —dijo.

La computadora centelleó: COSTO DE TIEMPO DISPONIBLE.

—Partida de campo del Congo —dijo.

La pantalla imprimió las cifras del equipo: gastos por hora, costo acumulado, costos futuros… El equipo estaba por llegar a Nairobi, y el costo acumulado sobrepasaba ligeramente los 189 000 dólares.

Cancelarlo costaría 227 455 dólares.

—Factor BF —dijo.

La pantalla cambió. BF. Vio ahora una serie de probabilidades. «El factor BF» era «bona fortuna», buena suerte, algo imponderable en todas las expediciones, especialmente en aquellas enviadas a lugares remotos y peligrosos.

PENSANDO UN MOMENTO, imprimió la computadora.

Travis esperó. Sabía que la computadora necesitaría varios segundos para hacer los cómputos y asignar peso a factores fortuitos que podrían influir la expedición, aun a cinco días o más del punto de destino.

Sonó su señal electrónica. Rogers dijo:

—Hemos localizado la terminal ilícita. Está en Norman, Oklahoma, nominalmente en la Corporación de Seguros Central del Norte. Una compañía matriz de Hawai posee el cincuenta y uno por ciento de la Corporación Central del Norte. Se llama Halekuli, Inc., que a su vez responde a intereses japoneses. ¿Qué quiere?

—Quiero un incendio enorme —respondió.

—Entendido —dijo Rogers. Colgó.

La pantalla imprimió FACTOR BF ESTIMADO: 449. Se sorprendió: la cifra significaba que STRT tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de llegar al sitio antes del consorcio. Travis no cuestionaba la matemática; 449 era bastante bueno.

La expedición de STRT seguiría en el Congo, al menos por el momento. Y mientras tanto, él haría todo lo posible para demorar al consorcio. Se le ocurrirían un par de ideas para lograrlo.

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