Congo

Congo


Día 12. Zinj » 1. La ofensiva

Página 62 de 78

1La ofensiva

Poco después del alba, descubrieron los cuerpos de Mulewe y Akari cerca de su tienda. Al parecer el ataque de la noche anterior había sido un intento eficaz de desviar la atención de la gente del campamento de modo que un gorila pudiera entrar, matar a los porteadores, y volver a salir. Lo más perturbador era el hecho de que no hallaron ninguna pista que indicara cómo podría haber cruzado la cerca electrificada.

Una cuidadosa búsqueda reveló que una sección de la cerca había sido cortada en la parte inferior. Al lado, en el suelo, había un palo largo. Los gorilas habían usado el palo para levantar la cerca, para que uno pudiera pasar, arrastrándose. Y, antes de irse, habían vuelto a poner la cerca en su estado original.

Costaba mucho aceptar la inteligencia que revelaba este comportamiento. «Una y otra vez —dijo Elliot más tarde—, teníamos que enfrentarnos a nuestros propios prejuicios respecto de los animales. No hacíamos más que esperar que los gorilas actuaran de una manera estúpida y previsible, pero nunca lo hacían. Jamás los tratamos como adversarios flexibles, aunque ya habían logrado reducir nuestras filas en una cuarta parte».

A Munro le resultaba difícil aceptar la hostilidad calculada de los gorilas. Su experiencia le había enseñado que en su medio natural los animales eran indiferentes al hombre. Finalmente llegó a la conclusión de que esos simios «habían sido adiestrados por el hombre».

—Debo pensar en ellos como si se tratase de seres humanos —dijo—. La pregunta, es: ¿qué haría yo en ese caso?

Para Munro, la respuesta era clara: tomar la ofensiva.

Amy aceptó conducirlos hasta la parte de la jungla donde, según ella, vivían los gorilas. Para las diez de la mañana, avanzaban por las laderas de las colinas al norte de la ciudad armados con fusiles. Al poco tiempo encontraron rastros de gorilas: excrementos y nidos en los árboles y en el suelo. Munro se alteró por lo que vio: algunos árboles tenían veinte o treinta nidos, lo que indicaba una población numerosa.

Diez minutos después encontraron un grupo de diez gorilas grises comiendo unas enredaderas suculentas: cuatro machos y tres hembras adultos, un gorila joven, y dos crías que retozaban. Los adultos tomaban el sol y comían indiferentes a todo. Había varios animales más, que dormían echados y roncaban ruidosamente. Todos parecían encontrarse notablemente desprotegidos.

Munro hizo una señal con la mano: los hombres sacaron el seguro de sus armas. Estaba preparado para disparar contra el grupo cuando Amy le tiró de la pernera de los pantalones. Miró hacia atrás. «Recibí el susto más grande de mi vida. En la cuesta había otro grupo, tal vez de diez o doce animales, y luego vi otro grupo, y otro más, y un cuarto. Debía de haber trescientos gorilas grises, o más. La ladera estaba repleta de ellos».

El grupo más numeroso de gorilas salvajes que se ha avistado estaba formado por treinta y un ejemplares. Fue en Kabara, en 1971, y esa cantidad ha sido puesta en duda. La mayoría de los investigadores opina que se trataba de dos grupos vistos juntos por un momento, pues en general los gorilas van en grupos de diez o quince. Elliot pensó que trescientos animales era «una visión pavorosa». Pero más le impresionó la conducta de los animales. Mientras dormían o comían bajo el sol, se comportaban como gorilas comunes, aunque había diferencias importantes.

«Desde que los vi, me di cuenta de que se comunicaban mediante un lenguaje de signos. Las vocalizaciones jadeantes eran notables, y claramente constituían una forma de lenguaje. Además, usaban signos, aunque no se parecían en nada a los que conocemos. Hacían sus gestos con las manos extendiendo los brazos de una manera grácil, como bailarinas tailandesas. Estos movimientos de las manos parecían complementar las vocalizaciones de suspiros.

»Obviamente, estos gorilas habían elaborado por su cuenta, o alguien se lo había enseñado, un sistema de lenguaje mucho más sofisticado que el lenguaje puro de signos de los simios de laboratorio del siglo XX».

En un rincón de su mente, Elliot consideró que se trataba de un descubrimiento excitante, mientras al mismo tiempo compartía el miedo de los que estaban con él. Agazapados detrás del denso follaje, contenían el aliento, observando cómo comían todos los gorilas en la colina opuesta.

Aunque parecían pacíficos, los seres humanos que los observaban sentían una tensión rayana con el pánico por el hecho de estar tan cerca de esa cantidad de gorilas. Finalmente, a una señal de Munro, echaron a andar por el sendero, y regresaron al campamento.

Los porteadores estaban cavando tumbas para Akari y Mulewe en el campamento. Eso les recordó el peligro que acababan de correr. Procedieron a discutir las alternativas que tenían.

—No parecen ser agresivos durante el día —dijo Munro dirigiéndose a Elliot.

—No —convino Elliot—. Su comportamiento parece típico; casi más indolente que el de los gorilas comunes durante el día. Probablemente la mayoría de los machos duerme de día.

—¿Cuántos de los animales que vimos en la colina serían machos? —preguntó Munro. Habían llegado a la conclusión de que solamente los machos participaban en los ataques. Munro quería saber las posibilidades que tenían.

—La mayor parte de los estudios —dijo Elliot— establece que los machos constituyen el quince por ciento de un grupo. Y se ha demostrado que las observaciones aisladas subestiman el tamaño del grupo en un veinticinco por ciento. Hay más animales que los que se ven en un momento dado.

La aritmética era desalentadora. Según sus cálculos, en la colina había unos trescientos gorilas, lo que significaba que probablemente habría unos cuatrocientos, de los cuales el quince por ciento eran machos. Eso quería decir que había unos sesenta animales que atacaban, y sólo nueve en el grupo de defensa.

—Difícil —dijo Munro, sacudiendo la cabeza.

Amy tenía la solución: «Irse ahora», dijo por señas.

Ross preguntó qué decía y Elliot le explicó:

—Quiere que nos vayamos. Creo que tiene razón.

—No sea ridículo —dijo Ross—. No hasta que no encontremos los diamantes.

«Irse ahora», volvió a decir Amy.

Miraron a Munro. De algún modo, todos habían decidido que éste diría qué harían a continuación.

—Quiero esos diamantes tanto como cualquiera —dijo—. Pero si morimos no nos servirán de mucho. No tenemos otra alternativa. Debemos irnos, si podemos.

Ross lanzó una maldición.

—¿Qué quiere decir con eso de «si podemos»? —preguntó Elliot.

—Quiero decir —dijo Munro—, que a lo mejor no nos dejan.

Ir a la siguiente página

Report Page