Congo

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Día 12. Zinj » 5. Aislamiento

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5Aislamiento

La explosión solar más grande de 1979 fue registrada el 24 de junio por el observatorio Kitt Peak, cerca de Tucson, Arizona, y debidamente transmitida al Centro de Servicios del Ambiente Espacial, de Boulder, Colorado. Al principio, el Centro no pudo creer los datos aportados: aunque fuera medida por los patrones gigantescos de la astronomía solar, esta explosión, designada 78/06/414aa, era monstruosa.

La causa de las explosiones solares es desconocida, pero se cree que están relacionadas con las manchas solares. En este caso, la explosión apareció como un punto extremadamente brillante, de dieciséis mil kilómetros de diámetro, que afectaba no sólo las líneas espectrales de hidrógeno alfa y calcio ionizado sino también el espectro de luz blanca del sol. Una explosión de «espectro continuo», como ésta, era extremadamente rara.

El Centro se negaba a creer también en las consecuencias computadas. Las explosiones solares descargan una cantidad enorme de energía: la más pequeña de las explosiones puede duplicar la cantidad de radiación ultravioleta emitida por la totalidad de la superficie solar. Pero la explosión 78/06/414aa casi triplicaba las emisiones ultravioleta. A los ocho minutos y veinte segundos de su primera aparición a lo largo del borde giratorio —el tiempo que necesita la luz para llegar a la Tierra desde el sol— esta onda de radiación ultravioleta empezó a afectar la ionosfera de la Tierra.

La consecuencia de la explosión fue la seria alteración de las comunicaciones por radio en un planeta a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, particularmente las trasmisiones por radio que utilizan potencias de baja señal. Las estaciones comerciales de radio, que generaban kilovatios de potencia, apenas tuvieron inconvenientes, pero el equipo del Congo, que transmitía señales en el orden de los veinte mil vatios, se vio impedido de establecer enlace por satélite. Y como la explosión solar emitía, además, rayos X y partículas atómicas que no llegarían a la Tierra hasta veinticuatro horas más tarde, los inconvenientes en la radio durarían por lo menos un día entero, y tal vez más. En Houston, los técnicos de STRT predijeron que la interrupción iónica duraría de cuatro a ocho días.

—¿Significa que estaremos todo ese tiempo sin establecer contacto con ellos? —preguntó Travis.

—Así parece —dijo uno de los técnicos—. Ross se dará cuenta cuando advierta que más tarde tampoco podrá comunicarse.

—Necesitan esta conexión —dijo Travis.

El personal de STRT había hecho cinco simulaciones en la computadora y el resultado era siempre el mismo: si la expedición de Ross no podía ser evacuada por aire, corría serio peligro. Las proyecciones de supervivencia indicaban que tenían una posibilidad entre cuatro de salir con vida, asumiendo que contarían con la comunicación por medio de la computadora, que había quedado interrumpida.

Travis se preguntó si Ross y los demás se daban cuenta de lo grave de su situación.

—¿Alguna información nueva en Banda Cinco sobre Mukenko? —preguntó Travis.

En los satélites, la Banda Cinco registraba datos infrarrojos. Al pasar por última vez sobre el Congo, el satélite había recogido una significativa información acerca del Mukenko. El volcán estaba mucho más caliente que en el registro anterior, efectuado hacía nueve días; el aumento de temperatura era del orden de los ocho grados.

—Nada nuevo —dijo el técnico—. Y las computadoras no proyectan una erupción. Cuatro grados de cambio orbital están dentro de la posibilidad de error del detector de ese sistema, y los cuatro grados extra no tienen valor predictivo.

—Bueno, al menos contamos con eso —dijo Travis—. Pero ¿qué harán con los gorilas ahora que no pueden comunicarse?

Ésa era la pregunta que se hacía el personal de la expedición al Congo desde hacía casi una hora. Con las comunicaciones interrumpidas, las únicas computadoras con las que contaban eran sus propias cabezas. Y no eran bastante poderosas.

A Elliot le parecía extraño pensar que su propio cerebro pudiese ser inadecuado. «Todos nos habíamos acostumbrado a tener la potencia de la computadora a nuestra disposición —dijo más tarde—. En cualquier laboratorio decente se puede conseguir toda la memoria y la rapidez de computación que se necesite, de día o de noche. Estábamos tan acostumbrados a eso que habíamos terminado por darlo por hecho».

Por supuesto que con tiempo podrían haber descifrado el lenguaje de los gorilas, pero tenían que vérselas con el factor tiempo: para hacerlo, no contaban con meses sino con unas pocas horas. Separados del programa ENA, su situación era ciertamente desesperada. Munro dijo que no podrían sobrevivir a otro ataque frontal, y tenían buenas razones para esperar uno esa misma noche.

El rescate de Elliot por Amy les sugirió un plan. Amy había demostrado cierta habilidad para comunicarse con los gorilas. Quizá pudiera traducir para ellos.

—Vale la pena probar —insistió Elliot.

Desgraciadamente, la misma Amy negaba que fuera posible.

—¿Amy hablar cosas? —le preguntó Elliot.

«Hablar no».

—¿No puedes decir nada? —insistió él, recordando la forma en que ella había suspirado—. Peter vio Amy hablar con cosas.

«Hablar no. Hacer ruido».

Elliot llegó a la conclusión de que ella podía imitar los sonidos de los gorilas pero que no entendía su significado. Eran más de las dos; sólo faltaban cuatro o cinco horas para que oscureciera.

—Déjelo ya —dijo Munro—. Está claro que ella no puede ayudarnos.

Munro prefería levantar el campamento y escapar mientras fuese de día. Estaba convencido de que no sobreviviría a otro ataque de los gorilas.

Pero algo importunaba a Elliot.

Después de años de trabajar con Amy, sabía que se aferraba a lo que le dijesen como si se tratara de un niño. Cuando ella se mostraba remisa a cooperar, había que ser muy preciso para lograr la respuesta apropiada. Miró a Amy y dijo:

—¿Amy hablar cosas hablar?

«Hablar no».

—¿Amy entender cosas hablar?

Ella no contestó. Estaba mordisqueando una hoja.

—Amy, escucha a Peter.

Ella lo miró.

—¿Amy entender cosas hablar?

«Amy entender cosas hablar», respondió ella. Lo hizo con tanta naturalidad que al principio Elliot se preguntó si se daría cuenta de que le estaba hablando.

—Amy mirar cosas hablar, ¿Amy entender palabras?

«Amy entender».

—¿Amy segura?

«Amy segura».

—Sólo nos quedan unas horas de luz —dijo Munro, sacudiendo la cabeza—. Y aunque usted aprenda su lenguaje, ¿cómo va a hablar con ellos?

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