Congo

Congo


Día 2. San Francisco » 6. Partida

Página 16 de 78

6Partida

El morro del «Boeing 747» de carga estaba abierto como una mandíbula, mostrando el cavernoso interior, brillantemente iluminado. El avión había sido llevado a Houston desde San Francisco esa tarde; ahora eran las nueve de la noche, e intrigados obreros estaban cargando la gran jaula de aluminio, cajas de vitaminas, un asiento con bacinilla y cajones con juguetes. Uno de los trabajadores sacó una taza con la figura de Mickey Mouse, la miró y sacudió la cabeza.

Fuera estaba Elliot con Amy, que se cubría los oídos para protegerlos del ruido de los motores del reactor. Dijo por señas a Peter:

«Pájaros ruidosos».

—Nosotros volamos en el pájaro, Amy —dijo él.

Amy nunca había volado, ni había visto un avión de cerca. Vamos en coche, decidió, mirando el avión.

—No podemos ir en coche. Volamos.

«¿Volamos adónde volamos?», preguntó Amy.

—Volamos a la jungla.

Esto pareció dejarla perpleja, pero él no quería explicar nada más. Como todos los gorilas, Amy tenía aversión al agua y se negaba a cruzar hasta el arroyo más pequeño. Él sabía que se desesperaría al saber que cruzaría grandes masas de agua. Cambiando de tema, sugirió que subieran al avión y echaran un vistazo. Mientras subían Amy preguntó:

«¿Dónde mujer botón?».

Él no había visto a Karen Ross desde hacía cinco horas, y se sorprendió al advertir que ya se encontraba a bordo, hablando por un teléfono montado en la pared de la bodega. Se tapaba el oído libre para poder oír mejor. Elliot la oyó decir:

—Bueno, Irving cree que es suficiente… Sí, tenemos cuatro unidades nueve cero siete, y estamos preparados… Sí, ¿por qué no?

Terminó la conversación y se volvió hacia Elliot y Amy.

—¿Está todo bien? —preguntó él.

—Perfectamente. Les enseñaré esto. —Lo condujo más adentro de la bodega de carga, con Amy al lado. Elliot miró hacia atrás y vio al chófer subiendo la rampa con una serie de cajas numeradas de metal, con la leyenda INTEC, INC., seguida de números de orden.

—Ésta —dijo Karen Ross—, es la bodega principal de carga.

Estaba llena de camiones, Land Cruisers, vehículos anfibios, botes inflables, y montones de ropa, equipo, alimentos, todo numerado con códigos de ordenador y cargado en contenedores. Ross le explicó que STRT podía preparar expediciones a cualquier parte del planeta en cuestión de horas.

—¿Para qué tanta prisa? —preguntó Elliot.

—Son negocios —dijo Karen Ross—. Hace cuatro años no había compañías como STRT. Ahora hay nueve en el mundo, y lo que vende es ventaja competitiva, o sea rapidez. Hace diez años, una compañía, digamos una compañía petrolera, podía pasarse meses o años investigando un sitio posible de explotación. Eso ya no es competitivo; actualmente los negocios hacen que las decisiones deban tomarse en cuestión de semanas, cuando no de días. El ritmo de todo se ha acelerado. Ya nos estamos preparando para la década de 1980, cuando daremos respuestas en horas. En este momento un contrato de STRT se desarrolla en poco menos de tres semanas, o quinientas horas, como promedio. Para 1990 estaremos preparados para dar información al «cierre del día». Un ejecutivo podrá llamarnos a la mañana solicitando una información de cualquier parte del mundo, y nosotros tendremos un informe completo transmitido por ordenador antes del cierre de los negocios del día, en un total de diez o doce horas.

Siguieron caminando. Elliot observó que aunque lo que primero llamaba la atención eran los camiones y demás vehículos, gran parte del espacio de la aeronave estaba destinado a contenedores de aluminio con la leyenda «C3I».

—Así es —dijo Ross—. Comando, Control, Comunicaciones e Inteligencia. Son componentes micrónicos, lo más costoso que llevamos. Cuando empezamos a equipar expediciones, el 12% del costo lo comprendía la electrónica. Ahora ese costo es del 31% y sube año tras año. Comunicaciones del terreno, percepción remota, defensa, y cosas por el estilo.

Los llevó a la parte de atrás del avión, donde había un espacio agradablemente amueblado, con un gran terminal de ordenador y literas para dormir.

Amy dijo:

«Bonita casa».

—Sí, es bonita.

Fueron presentados a Jensen, un joven geólogo de barba, y a Irving Levine, que anunció que era un «triple E». Los dos hombres estaban atareados con una especie de estudio en el ordenador pero lo interrumpieron para dar la mano a Amy, que los miró muy seria, y luego dedicaron la atención a la pantalla. Amy quedó fascinada con las brillantes imágenes y letras que aparecían en el monitor y quería apretar las teclas. Indicó:

«Amy jugar caja».

—Ahora no, Amy —dijo Elliot, sacándole las manos.

Jensen preguntó:

—¿Siempre es así?

—Temo que sí —contestó Elliot—. Le gustan los ordenadores. Siempre ha habido uno cerca de ella, desde que era muy chica, y los considera de su propiedad. —Luego agregó—: ¿Qué es un triple E?

—Experto en electrónica de expedición —respondió alegremente Irving. Era un hombre de baja estatura, con una sonrisa pícara—. Hago lo que puedo. Conseguimos algún material de Intec, eso es todo. Dios sabrá lo que tendrán los alemanes y los japoneses.

—Oh, maldición, empezó de nuevo —dijo Jensen, sonriendo al ver que Amy apretaba los botones.

—¡Amy, no! —ordenó Elliot.

—No es más que un juego. Probablemente no les resulte interesante a los monos —dijo Jensen—. No puede hacer ningún daño.

Amy declaró por señas:

«Amy buen gorila», y volvió a apretar las teclas.

Parecía muy tranquila, y Elliot agradeció la distracción que proporcionaba el ordenador. Siempre le divertía ver la silueta pesada y negra de Amy ante la pantalla de un ordenador. Se tocaba el labio inferior, pensativa, antes de apretar una tecla, como si parodiase el comportamiento humano.

Ross, práctica como siempre, los llevó de regreso a temas concretos.

—¿Dormirá Amy en una de las literas?

Elliot sacudió la cabeza.

—No. Los gorilas esperan tener una cama distinta todas las noches. Dele unas mantas y ella hará un nido en el suelo para dormir.

Ross asintió.

—¿Qué hay de sus vitaminas y medicinas? ¿Toma píldoras?

—Por lo general hay que sobornarla, o esconder las píldoras en un trozo de plátano. Traga el plátano sin masticar. —Ross asintió, como si se tratara de algo importante—. Tenemos vitaminas para todos —dijo—. Me ocuparé de que ella tome las suyas.

—Toma las mismas vitaminas que la gente, sólo que necesitará mucho ácido ascórbico.

—Suministramos tres mil unidades diarias. ¿Es suficiente? Muy bien. ¿Tolerará píldoras contra la malaria? Tenemos que empezar a tomarlas ya.

—Por lo general —dijo Elliot—, reacciona a las medicinas igual que los seres humanos.

Ross asintió.

—¿Le molestará la cabina presurizada? Está regulada a cinco mil pies.

Elliot negó con la cabeza.

—Es un gorila de montaña; viven a una altura sobre el nivel del mar de entre mil quinientos y tres mil metros, de modo que está adaptada. Pero está acostumbrada a un clima húmedo y se deshidrata rápidamente, de modo que tendremos que obligarla a beber mucho.

—¿Puede usar el baño?

—La taza es muy alta para ella —dijo Elliot—. Le traje su asiento con bacinilla.

—¿Hará allí sus necesidades?

—Seguro.

—Tengo un nuevo collar para ella. ¿Se lo querrá poner?

—Si se lo da como obsequio.

Mientras se referían a otros detalles de los requerimientos de Amy, Elliot se dio cuenta de que en esas últimas horas había sucedido algo, sin él notarlo: el comportamiento impredecible y neurótico de Amy, causado por sus sueños, había desaparecido. Era como si el comportamiento anterior le fuera extraño; ahora, que emprendía un viaje, ya no estaba malhumorada e introspectiva. Se mostraba sociable, y volvía a ser un gorila joven. Empezó a pensar si sus sueños y su depresión (la pintura con los dedos, y todo eso) no sería el resultado del ambiente de laboratorio, el confinamiento de todos esos años. Al principio el laboratorio había sido agradable, como una cuna para un niño, pero tal vez ya le quedaba pequeño. Quizá, pensó, Amy necesitaba un poco de excitación.

Mientras hablaba con Ross, Elliot sintió que algo notable estaba a punto de ocurrir. Esa expedición con Amy era el primer ejemplo de un acontecimiento que hacía años habían predicho los investigadores de primates: la tesis de Pearl.

Frederick Pearl era un teórico del conductismo animal. En una reunión de la Sociedad Estadounidense de Etnología, llevada a cabo en Nueva York en 1972, dijo: «Ahora que los primates han aprendido el lenguaje gestual, es sólo cuestión de tiempo que alguien lleve a un animal al terreno para ayudar en el estudio de animales salvajes de la misma especie. Imaginamos posible que primates con habilidad gestual actúen como intérpretes o tal vez como embajadores de la Humanidad, en contacto con criaturas salvajes».

La tesis de Pearl atrajo considerable atención y recibió fondos de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, que apoyaban la investigación lingüística desde 1960. Según una versión, las Fuerzas Aéreas tenían un proyecto secreto llamado CONTORNO, referido a un posible contacto con otras formas de vida. La posición militar oficial era que los OVNIS tenían origen natural, pero los militares querían prevenir toda eventualidad. Si llegara a producirse ese contacto con otras formas de vida, los fundamentos lingüísticos cobrarían una importancia fundamental. Llevar a los primates al terreno era un ejemplo de contacto con una «inteligencia extraña»: de ahí el apoyo económico de las Fuerzas Aéreas.

Pearl predijo que los trabajos de terreno comenzarían antes de 1976, pero en los hechos nada había ocurrido. La razón era que, en un examen más detallado, nadie veía cuáles podían ser las ventajas: la mayoría de los primates con habilidad gestual se sentían tan confundidos por los primates salvajes como las personas. Algunos, como Arthur, el chimpancé, negaban toda asociación con su propia especie, refiriéndose a sus integrantes como «cosas negras». (Amy, que había sido llevada al zoo para ver otros gorilas, los reconoció, pero se mostró arrogante y los llamó «gorilas estúpidos» al darse cuenta de que, cuando les hablaba por señas, ellos no le contestaban).

Estas observaciones hicieron que otro investigador, John Bates, dijera en 1977 que «estamos produciendo una élite de animales educados que manifiesta el mismo esnobismo indiferente de un licenciado universitario hacia un camionero… Es altamente improbable que la generación de primates con habilidad gestual sirva de embajadora en el terreno. Es demasiado desdeñosa».

Pero la verdad era que nadie sabía, en realidad, lo que podía suceder cuando se llevara a un primate al terreno. Porque nadie lo había hecho: Amy sería la primera.

A las once, el avión de carga de STRT carreteó por la pista en el aeropuerto internacional de San Francisco y se elevó pesadamente en el aire, dirigiéndose al este en la oscuridad, camino a África.

Ir a la siguiente página

Report Page